Partida Rol por web

Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Puntero Láser - Escena Tres.

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18/06/2013, 01:58
Gretchen

La expresión de haberse equivocado en el rostro del proxeneta se le escapó del todo a Gretchen. La cría era una cría. No entendía de subterfugios. Se había marchado de casa usando su propio nombre, ¿porqué iba Irina a usar otro? Así que sencillamente asintió.

- Natasha -repitió. Y entonces se dio cuenta del gesto dolido del serbio cuando le dijo que la mujer había mantenido su embarazo en secreto. Gretchen no era la reina de la empatía, pero conocía perfectamente cada matiz del dolor personal, del desear amor  y no tenerlo. Podía intuir qué, si no cómo, había en ese momento -y sólo en ese momento- en el corazón de Janssen. 

Estiró una mano flacucha y blanca y le rozó -voluntaria y deliberadamente- el dorso de la mano a él.

- Le importas. Sube a mi cuarto. Habla de ti. Sonríe. 

Gretchen no comprendía la totalidad de la relación entre ellos, ni lo había intentado. Para ella, Natasha consideraba a Janssen un amigo, ni más ni menos. Un preciado y valioso amigo. La niña no pensaba en las implicaciones románticas entre ellos, ni había tratado de husmear en los matices más delicados de los sentimientos de Natasha. Para Gretchen, solitaria y triste, la amistad era más de lo que podía desear. Lo más inalcanzable del mundo. El amor romántico era tener a Diéter encima.

Después se apartó y le miró. ¿Qué quieres saber?, dijo él.

- ¿Qué cosas te gustan? -preguntó, con la simplicidad de una niña de cinco años.

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18/06/2013, 02:09
Ambroos Janssen

Ambroos intentó sonreír a Gretchen ante el intento de consolarle por lo de Natasha. En realidad le salió un gesto natural, real: como el cariño en el toque de la mano de la niña en el abrigo gigante. Pero escaso. Fue un pequeño hilo torcido en la comisura de sus labios. La situación le tenía mareado: no tanto por sentirse despreciado, sino porque no acababa de entender el gesto de la pequeña rusa. Nunca había sido un elemento muy feliz, pero menos cuando no le daban motivos.

- Gracias. le concedió con sinceridad a la niña, pensando la siguiente respuesta. Era una pregunta sencilla, pero hasta Ambroos comprendía que decirle a Gretchen "Follar" era suficiente para crear la 4º Guerra Mundial sin ni siquiera haber acabado la tercera. Los gatos. Me encantan. La niña podía dar fe. Había varios por el local, siempre pululando con total libertad. 

Eran animales gráciles y hermosos: criaturas que todo el mundo era capaz de adorar como egipcios, apelando a un encantador carácter. Olvidando que eran cazadores que jugaban con sus presas, que entregaban a sus amos presas vivas pero destrozadas.

¡Mírame! ¿Te gusta?

Claro que le gustaba. Si no no grabaría esas películas en su sótano.

- También me gusta dar paseos por la noche. Me relaja. Pensó por un momento en devolver la pregunta tal y como le había llegado, pero no tenía claro si Gretchen había tenido alguna vez tiempo libre, a juzgar lo que había escuchado. Y aún así, el proxeneta rebuscó para seguir con aquella conversación banal. Ni siquiera sabía por qué. Sencillamente le parecía correcto. Ya cortaría el hilo cuando se cansase, como hacía siempre. No había concesiones sobre su vida.

- ¿Cual es tu libro favorito? preguntó, instintivamente, recordando a la chica en su pijama rodeada de los viejos ejemplares con los que la obsequiaba el anarquista de vez en cuando.

- Tiradas (1)
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18/06/2013, 04:41
Olga Van Holsen

- Hola pequeñajo- saludó alegre y risueña, claramente sin decirlo en serio, girando la butaca mientras ponía el salvapantallas con un click-. Sí, eso dicen- añadió con una sonrisa de oreja a oreja al ver el comienzo del hombre, cortada en preguntar ella misma cual era la idea de Gretchen.

Al principio, conforme Arjen hablaba, tuvo que ir volviéndole a pillar el punto. Le costaba procesar un poco que no tuviese ni idea de informática sabiendo ella tanto. Era como hablarle de incendios en el bosque a quien no sabia describir la diferencia entre un pino y un sauce. Así que al principio la mujer compuso un par de muecas reveladoras con los labios, sin perder la distensión, hasta que Arjen se iba explicando y acabo aclimatándose a su código verbal, como si estuviese leyendo hexadecimal.

- Creo que lo he pillado- aseguró guiñando un ojo mientras, satisfecha, le dedicaba unos morros de pato-. Que le venda a Novák lencería virtual y le coma un poco la oreja para que me meta billetes en el escote y quiera repetir- aseguró soltando una risilla al final, divertida por intentar seguir, a su manera, el lenguaje de Arjen-. Eso esta hecho, jefe. Dame... ¿cuanto te ha pedido Erik?

24 horas.

- Pues eso, veinticuatro horas- añadió encogiéndose de hombros, como si, hora arriba u hora abajo, no importase-. Esperemos que pique el anzuelo...- dijo mientras se volvía a girar, quitando el protector de pantalla mientras deslizaba los dedos sobre el monitor.

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18/06/2013, 04:59
Vitalismo

 

Ya en el exterior, expuesto al sudario de aquel cuasi cementerio de edificios, el ecoterrista, asesino y padre sintió sus escarpias al abrigo del frio natural. No sabía cómo funcionaba, pero sabía que era real, y que ningún médico atinaría a decirle en base a qué principio científico o ley su cuerpo podía transformarse completamente en algo que ni siquiera tenía forma humanoide. Una réplica exacta de un animal natural, recordando más a una bendición de la naturaleza y a un regalo del centro de la tierra que a un vestigio de magia, ocultismo o lo que fuese aquello.

Cuando comenzó a reclamar su cambio, sintió cómo el cuerpo reaccionaba, respondiendo lentamente a la llamada. Segundo tras segundo y latido tras latido Wolfzahn pudo escucharse con claridad el corazón como si tuviese el oído pegado al pecho de su ausente esposa. Y a cada segundo, ligeramente más rápido. Las pulsaciones terminaron pasando en treinta segundos de noventa a ciento veinte, como un reloj suizo de precisión exacta.

El hormigueo comenzó a extenderse por el corazón, naciendo de la arteria ahorta hasta que la sangre la transportaba al resto del cuerpo. Comenzaba a sentir la indolora metamorfosis del cuerpo, que se tornaba gelatina por dentro y mostraba los cambios por fuera, duros y rígidos pero palpable, convirtiéndole en una especie de licántropo hasta que perdía altura y se apoyaba a cuatro patas.

Por aquel entonces podía sentir cómo el impulso subía por la columna, cálido y rápido como un calambre en un enchufe. chisporroteo en el cerebro y presionó los laterales, con esa sensación de molestia ligera similar a la provocada por la falta de sueño.  Y como vino, cesó de golpe conforme aquello terminó.

Lo único que quedó de aquella emoción fue una leve tensión en el pecho, bajo el resoplar del pecho que expelía vaho. Algo mantenía aquel cambio, sin prisas, dejando a Arjen obrar a su antojo bajo aquella nueva forma y aquella nueva percepción. Era sumamente difícil responder si veía totalmente como un perro o simplemente se lo parecía. Seria capaz de aventurarse a decir que si sentía ciertos impulsos, pero quizás fuese sólo por mera asociación. Uno solía mimetizarse con aquello que representaba, pero no por eso el actor se convertía en el personaje. Claro, que ningún actor podía disfrazarse con tanta exactitud.

Echó a correr para terminar su disfraz, notando, eso sí, el peso del cuerpo en las fuertes patas y escuchando con más atención a la noche. Como si le hablase.

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18/06/2013, 05:45
Administrador

Nadie parecía prestar atención a un pastor alemán ligeramente sucio pero sano que vagabundease solo por las calles de la ciudad. Era una sensación extraña, porque, por una vez, podía dar a Arjen una emoción parecía a la felicidad  la alegría. Efímeras y engañosas, como un velo de mentira, pero real. Podía sentirse, si cabe, más poderoso así.

Poder derrotar a dos soldados rasos sin un rasguño era algo positivo, que de seguro hacía que el ecoterrorista pudiese dormir algo mejor por las noches. Cada vez dormía menos, también era cierto. Pero poder pasearte por la ciudad tranquilamente en pleno noche de queda era decir mucho. No podía parapetarse al lado de una patrulla y ladrar, claro, pero el poder moverte a cierta distancia sin que te considerasen poco más que un elemento de la fachada era agradable.

Ese era el modo que tenían las patrullas de tratarte bien, la verdad. Normalmente iban cinco en cada patrulla, hasta siete si había algún vehículo y no eran solo soldados a pie. Lo más normal era qué vistiesen con un traje militar o un uniforme negro, con casco, pero nada demasiado ostentoso o caro. Material fungible y desechable para un ejército de gente reemplazable. Costaba más un arma biológica que mil soldados, de ahí que aún los utilizasen en la guerra cuando había drones capaz de combatir por un francotirador. Decían que la guerra la harían las máquinas, pero estas caras.

Lo más notorio que vio fue un Capataz. Uno solo. Soldados altos y corpulentos, de infantería pesada, que tenían la totalidad del cuerpo recubiertas por piezas de un traje blindado. A prueba de balas, de gas, de fuego. Hasta cierto limite, claro, salvando quizás lo segundo. Un virote en el lugar de unión de juntas dejaría aquello sangrando por dentro. Las articulaciones de codos, las manos, los muslos o el cuello. La máscara de gas y las gafas parecían lo más frágil dentro del casco, que parecía de por si más sensible que el blindaje corporal.

Llevaban a la espalda una caja de metal, asida con arneses y eslabones al pecho. Rectangular, de metal, con una forma vagamente familiar a una lápida, rectangular pero lisa. Sellada. De ella salía un tubo y una correa de balas, unidos respectivamente a una única arma. Un fusil pesado con dos cañones y dos percutores. Se sujetaba por la base con una mano, y con la otra se a martilleaba el tipo de munición. Una ráfaga automática de balas por segundo o una marea de gas verde, cuyo uso, fuese cual fuese, era claramente militar.

Finalmente, tras una larga y paciente caminata sin interrupciones ni problemas, llegó. A juzgar por la luna aparecía en tres horas. Cuatro como mucho. Había sido un paseo paciente, a paso reposado de pastor alemán.

Había edificios normales alrededor del recinto, pero dos carriles por detrás y cuatro por los lados, con aceras a ambos lados. Delante de la entrada principal una explanada, desierta. Terreno horizontal en veinte o treinta metros a lo ancho y cincuenta a lo largo. Si se acercaban por delante les verían venir, como mucho por un lateral si la intención era la puerta principal.

Un cerco de alambre alrededor del recinto, protegido a ambos lados por patrullas regulares que se veían entre si y que no dejaban durante más de cinco segundos un ángulo ciego. Al lado de casi un tercio de los bloques de patrulla, compuestos por ente una y siete personas, había un doberman adiestrado. O en su defecto un perro militar cualquiera. Sólo por precaución, al menos inicialmente, Arjen no se acerco a comprobar cómo reaccionarían al percibirle.

Sólo parecía haber una puerta, salvando algunas auxiliares en la verja, cerradas con llave, cadena manual plateada, un candado de seguridad y un pestillo por dentro. Había dos hombres dentro y dos fuera, a ambos lados de esas entradas. En la puerta principal, un tanque justo al otro lado, bloqueando el acceso a vehículos. Sólo se retiraría, probablemente, cuando entrase o saliese algo sobre ruedas.

No había helipuerto, pero sí cuatro torreones de vigilancia, uno en cada esquina, con focos de luz que se deslizaban de forma regular, iluminando a las patrullas, oscuras en la sombra, sólo radiantes bajo esos círculos blancos o al pasar por una farola. De vez en cuando enfocaban los tejados circundantes o barrían rápidamente la carretera. Otros focos iluminaban también el interior, aunque bastantes menos, dejando más espacio a moverse por las sombras. La seguridad era mayor en el recinto exterior que en interior.

Más allá del tanque, podía dar el lugar de acceso por descartado. Desde luego la entrada principal no era una apuesta por lo más inteligente.

La Torre, la estructura más relevante de todas. El gobierno alemán había levantado a la carrera el edificio coronado por una gran esvástica. Una colosal estructura que se extendía bajo tierra y se alzaba como una columna rectangular, estrechándose progresivamente en algunos pisos. Maciza como el diamante, se encargaba de procesar las cámaras de vigilancia que se estaban activando en toda la ciudad, de dar los avisos por el servicio de megafonía en construcción y de filtrar las conversaciones telefónicas e inhibirlas hacia el exterior. Debía de tener también sus mecanismos de supresión para la conexión vía satélite en general, incluyendo internet.

La única suerte era que todas las cámaras aún no grababan, ni estaban instaladas, y que el servicio de megafonía aún estaba en pruebas. No se ponían a hablar en neerlandés con acento alemán cada cinco minutos a la población.

Dos escuadrones de soldados rasos, todos ellos ataviados con el uniforme del ejército de tierra, más concretamente de infantería. Ante un par de gritos en alemán, los hombres hacían el saludo pertinente al estilo militar, mano arriba recta y en perpendicular. Cambiaban el peso de una pierna a la otra cuando lo pedían, e incluso volteaban el arma en sus manos o apuntaban con ella a algún punto indeterminado en la distancia.

Se alzaban el portal abierto que daba interior al edificio, como un pequeño túnel hacia las catacumbas del nazismo. Y allí dentro, si todo marchaba bien, estaría la solución a varios de los problemas de la ciudad.

Era imposible reconocer a aquel que dictaba las órdenes, mandando a los soldados formar, cuadrarse y coordinarse en su hacer. Estaba ante ellos, en mitad de la puerta, con otros cuatro hombres detrás. Un hombre comenzó a avanzar entre las filas de soldados. Llevaba un uniforme negro, con gorra, probablemente de las Schutzstaffel. De estatura media, con andar fibroso y ágil pero rígido y disciplinado. Con las manos a la espalda, impoluto. Caucásico, por supuesto. Habló con aquel que ordenaba a los hombres, le estrechó la mano y se adentró en el complejo.

Arjen bien podía asumir que ese hombre, fuese quien fuese, era importante. Que entrase en aquel sitio no le debía inspirar ninguna confianza. La pregunta era cómo entrar. El complejo se extendía bajo tierra, así que debía de ser posible buscar alguna otra entrada por allí. Sea como fuere, para entrar sin usar la violencia directa tendría que pensar en una alternativa. Vestuarios como mínimo.

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18/06/2013, 06:19
Administrador

Públicamente, Viktor Eichmann es es Tenente Coronel de las Waffen SS, y Teniente recién ascendido a Capitán de una subdivisión de las Tokenkopf de las SS. Conocido también como "El Príncipe" en Alemania, es una joven promesa a nivel político y militar en el país.

Siguiendo con los estándares de la raza aria, su cabello de un rubio dorado y sus ojos de un azul celeste le convierten en el claro ejemplo de la perfección, de modelo a seguir. Con metro ochenta y cinco de altura y complexión totalmente atlética, ha superado siempre sus pruebas físicas en el ejército sin problemas.

En los periódicos digitales y blogs de internet sólo hay alabanzas o envidias. De su persona, las críticas más duras y realistas que podían encontrarse eran las siguientes.

Viktor es completamente ideal, fibroso sin ser desagradable. Ni un gramo de grasa de más. El perfecto ideal ario de belleza y físico. No es un hombre misógino, pero muestra un sorprendente, o no, desinterés en el género femenino.

Tiene la tendencia de indicar y hacer notar dónde se han equivocado otros y cómo solucionarlo. Además suele tener razón.

Le gusta el whisky de malta y el Jägermeister. Según dice, le hizo gracia el nombre, "maestro de los cazadores", y le pudo saber que contenía 56 hierbas diferentes. 

Nadie puede decirle que no. No quieres decirle que no.

Viktor es perfecto. Pluscuamperfecto. Guapo y atractivo, hábil en todo lo que hace, ingenioso en todas las ideas que perpetra, educado, cortés y encantador. No obstante, su cortesía siempre está teñida del leve matiz desdeñoso de quien sabe que todos los demás están irremediablemente por debajo suyo, y su belleza está marcada por el exceso de simetría, resulta fría y si bien es fácil desearle, es muy difícil pensar en amarle.

Incomoda creer que en ese rostro de estatua ideal hay un corazón humano latiendo. Desagrada. Sus ideas suelen estar enmarcadas en una amoralidad estremecedora. Casi resulta más sencillo pensar que Viktor es una obra de ingeniería robótica antes que un ser humano. Pese a todo tiene un carácter de trato fácil mientras quienes le rodean no desafíen su superioridad, ¿cómo no estar de buen humor siempre sabiendo que uno es absolutamente ideal, inmejorable?

Indagando un poco más en su vida personal, es fácilmente deducible que se trata de un hombre, en realidad, solitario. Sólo hay que atar cabos. Aunque está totalmente rodeado de gente, le pasa lo mismo que a todos los que destacan soberbiamente en algún campo. Se aburren. Como un ajedrecista experto en un campeonato regional.

Al parecer, las capacidades sociales  de Eichmann han alcanzado un nivel que casi podría tacharse de brujería, de esoterismo, o de un pacto con el diablo, ya que, según los periódicos, fue un pilar angular para que los Países Bajos depusiesen sus armas y se dejasen conquistar por las buenas. Sólo necesitó apretar las tuercas correctas.

Ha triunfado desde pequeño en su carrera y sus empresas, fuesen cuales fuesen. Nacido en el seno de una familia rica, con una madre fallecida por un tumor que sólo ejercía de ama de casa y un padre dedicado al mundo militar con sabidas consignas nacionalsocialistas, se le atribuye una educación regia y distópica con la de su madre, probablemente motivo de su actual relación con las mujeres, a las que tiene rechazar por decenas. Quizás, también, eso guarde relación con su excepcional talento social.

Su maña para los negocios le ha proporcionado multitud de contactos, aliados y recursos, así como lazos en todas as esquinas e inversiones en todos los puertos. Esta considerado por el país como un gran diplomático con inmunidad internacional, motivo de que actualmente todavía pueda plantarse en países como Estados Unidos, Suiza o Inglaterra para negociar el futuro de la guerra con su país. Se asume es la principal razón de que Alemania no sea todavía un cráter nuclear, y también es que el principal consejero de Heinz Goering, gobernador alemán de los países bajos.

No esta nada claro el por qué nadie ha conseguido quitarlo de en medio todavía, pero nunca ha sufrido heridas de guerra, ni ha tenido que ingresar al hospital por heridas físicas, si bien tuvo que extirpársele el apéndice de joven, confirmando así que es humano y no una especie de Superhombre divino. En secreto, se sospecha que trabaja directamente para el Cuarto Reich, dado que es el diplomático más reputado y eficiente de toda la cúpula nacionalsocialista.

Finalmente, nunca se ha postulado excesivamente en asuntos de racismo, aunque se le asume bastante indiferencia al respecto, considerando a los judíos, homosexuales y comunistas como una gran broma. No suele insultar a colectivos, ni a países, pero cuando lo hace las críticas suelen ser bien recibidas, e incluso parecen revestir de lógica. No en vano, es él.


Kiefer Fremont es considerado uno de los mayores genios que tiene actualmente la comunicad científica, tanto a nivel europeo como a escala internacional. Se le considera un hombre brillante, que andaba en estudios universitarios mientras el resto estaban todavía en secundaria. Su coeficiente intelectual no se ha hecho publico, y se le considera un genio, pero no el hombre más listo del universo. Él mismo reconoce que sería pecar de egocéntrico compararse con Albert Einstein.

Ha tenido toda una vida por delante para aprender, a sus 57 años, se nota. A lo largo de su vida ha cosechado multitud de carreras universitarios y estudios adicionales. Está doctorado en medicina, biología, biotecnología, y está especializado en el campo de la oncología y la ingeniería genética. Aunque tiene varias ingenierías, no se considera en absoluto alguien apropiado para trabajar con la NASA, asegurando que su campo siempre ha sido la inteligencia artificial.

Esto último queda patente con sus notorios y meritorios avances en el campo de la domótica, aunque destaca considerablemente más por su la maquinaria de guerra y sus avances en el campo de la medicina.

Tras tienta años de investigación colaborando para el gobierno de los Estados Unidos, el y su equipo de investigación han desarrollado un arsenal que podría ser utilizado para varios fines. Desde brazos mecánicos pulsátiles capaces de realizar operaciones quirúrgicas complejas con precisión, eficiencia y unas condiciones de asepsia que favorezcan el propósito del paciente hasta torretas, cazas y vehículos automáticos controlados por Inteligencia Artificial o control remoto.

Su mayor descubrimiento, su joya de la corona, fueron las servoarmaduras de combate. Blindajes corporales para amplificar la fuerza y resistencia de los soldados, incorporando inclusive gadgets que abarcaban desde arsenal militar hasta equipo de radiocomunicación y sabotaje para sistemas de seguridad.

Por desgracia, estos útiles humanoides cuestan billones de dólares por su investigación, desarrollo y composición, así que sólo norteamérica se ha interesado verdaderamente por ellos, quedando fuera del alcance de los alemanes que han tenido que conformarse con un arsenal más modesto.

Cuando la tercera guerra mundial estalló, Fremont dejó de fabricarlos para ellos, declarándose patriota y siervo de su país natal, Alemania, aunque sigue manteniendo relaciones económicas con los americanos por sus empresas en el continente, algo que no ven con buenos ojos sus actuales compañeros de trabajo ni sus inversores alemanes.

Actualmente sigue librando una campaña de investigación médica en la lucha contra el cáncer, aunque la situación parece haberse estancado, y asegura que, actualmente, su mejor progreso ha sido sobre si mismo. Él mismo cayó enfermo por cáncer de miocardio a los 52 años, y actualmente, 15 años después, asegura que todavía sigue enfermo, pero que ha conseguido detener su avance.

Paralelamente a su carrera como científico, doctor e ingeniero, sus múltiples estudios universitarios fueron compaginados con una carrera militar notable, claramente resentida por la falta de tiempo. El aspecto envejecido y el cabello cano del hombre se deben, no solo a su edad, sino a una vida de servilismo a su país, fruto que decidiese abandonar sus lazos militares con EEUU cuando tuvo que elegir entre ellos y los nazis.

Nunca se ha declarado antisemita, ni ha criticado posturas como la homosexualidad o el comunismo, pero asegura seguir la ideologia general de su país, o nunca habría elegido quedarse en su bando cuando todo estalló. Realmente, nadie parece saber verdaderamente qué quiere.

Sirvió en el frente en el pasado, antes de la tercera guerra mundial, pero nunca obtuvo ninguna condecoración por ello, ni méritos. Según él y sus compañeros, no se mostró nunca cobarde, pero sí lo suficientemente astuto como para preferir su vida a una medalla sobre el ataúd. Un soldado muerto no servía de nada. Tras convertirse en un cerebro tan valioso, se le ascendió por conveniencia a un miembro de las SS, sacándosele de las trincheras.

Rechazó quedar al mando de una división del ejército de aire destinada al uso de drones, optando por acudir a la llamada de Heinz Goering y convertirse en el nuevo responsable de seguridad de Avalon, el reactor nuclear levantado en Ámsterdam, sobre las ruinas de la sede de Greenpeace.


También conocido simplemente como Führer por los soldados o Thule por los miembros de las Waffen-SS, Knochenmann es el nombre oficial que recibe como soldado y nombre en clave este miembro de elite del ejército alemán. Se dice que responde sólo ante el Cuarto Reich, y que está bajo su mandato directo, pudiendo quebrantar cualquier ley o jerarquía si es para cumplir sus órdenes.

Nadie sabe su verdadero nombre, ni su edad, ni su rostro, nada. Viste con los emblemas de las Schutzstaffel, concretamente de la división Totenkopf, y suele llevar varias medallas, pero no se le ha visto aparecer oficialmente en ninguna entrega de las mismas, ni consta en los registros del ejercito como un miembro en activo.

Se asume que es un fantasma, un arma secreta ignota de los alemanes, y es posible que ni siquiera sea un ser humano vivo, asumiendo que es algún tipo de máquina. El motivo de esto último es que nunca se le ha visto la cara, ni un ápice de piel.

Siempre ha ido enfundado bajo una armadura o un traje completo, con máscara, guantes y gorra. Sus movimientos son mecánicos, precisos, y no hay registros e que haya hablado nunca, aunque determinadas fuentes dicen que tiene una voz parca y glaciar, de ultratumba, sin emoción alguna, monocorde y anodina.

Su secretismo y su misterio mantiene a todo el planeta en el mutismo, conteniendo el aliento, pues con diferencia el arma mas poderosa del ejército alemán, y no sabe ni su procedencia ni su verdadera actividad. Lo único qué que aseguran los supervivientes de las filas enemigas es que siguen vivos por haber huido mientras asesinaba implacable a sus compañeros, usando sus armas y su munición. Se dice que era inmune al gas, que devolvía todas las granadas y que esquivaba las balas como si fuese capaz de anticipar su trayectoria de disparo.

 

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18/06/2013, 13:03
Gretchen

Gretchen asintió a la confesión de los gatos. Sí, los gatos también le gustaban. No por las mismas razones: para Gretchen eran suaves y hacían compañía estando, sin tocar, colocándose cerca y pasando el tiempo a tu lado. Vaquita -así había bautizado a uno blanco y negro- pasaba las horas dormitando a los pies de la cama de Gretchen.

- Me gusta el Principito. Me lo regaló Stille.

El libro en cuestión era un ejemplar desmadejado y más roto que jodido, pero por las noches, con la ventana de su buhardilla abierta y el viento entrando y las risas de hombre subiendo y las estrellas brillando, casi una podría creerse que realmente lo esencial es invisible a los ojos... y Gretchen se lo creía. Y era esencial. Y era invisible a los ojos.

Clava la mirada, los ojos acuosos, en su interlocutor. Pregunta, respuesta. Pregunta, respuesta. Hacía mucho, mucho tiempo que no hacía preguntas esperando recibir algo que no fuera un revés.

- ¿Porqué siempre pareces preocupado?

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18/06/2013, 13:29
Ambroos Janssen

Ambroos se rió ante la última pregunta de la niña. Fue una risa de garganta, ronca, acompañada por una sonrisa. Amenazadora en prácticamente cualquier contexto, salvo quizás, ese. Era su manera de reír habitual, sin interés intimidatorio. Si es que podía meter en la misma frase las palabras "reir" "habitual" y "Ambroos". El proxeneta no era dado a carcajadas precisamente y hacía décadas que no tenía una de estas risas que uno no puede parar hasta que le da el flato.

Inocencia. La pregunta sería más bien que no te preocupa, Janssen.

- Tengo que preocuparme de todas las chicas, de las gemelas, - que eran un alto gasto de paciencia adicional- de que los nazis no se me suban a las barbas. Janssen se recostó ligeramente, pensando que más podía o no podía enumerar. Los Anarquistas y Stille, ahora Arjen y sus amigos verdes, ese maldito sacerdote nazi...

Janssen se preocupaba. Si para bien o para mal era un mero cariz. Se preocupaba por proteger a alguien o cumplir sus tratos, y se preocupaba por mantener a alguien a raya y desmenuzarlo de manera minuciosa mientras aún estaba con vida. Muchos dirían que hay una gran diferencia, sobre todo karmica, pero para Ambroos no eran tan distintas.

Ambas le proporcionaban un bienestar o placer, ya fuese físico o emocional, a costa de previos quebraderos de cabeza. Proteger a las chicas le daba tranquilidad, descuartizar nazis una paz espiritual poco propia de actos tan sangrientos. El problema es que, cuando conseguía el beneficio de una, ya estaba enfangado en otra, y nunca salía de su espiral de preocupación.

En algo tenía que mantener ocupada la cabeza.

- ¿Que te gustaría hacer cuando crecieses? preguntó. Había oido esa preguntas suficientes veces como para saber que no valía de nada las ideas preconcebidas que uno tuviese sobre su futuro, pero...¿es el tipo de cosas que se le pregunta a los críos, no? No me refiero a lo que te haya dicho Alice, sino que querrías hacer tu.

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18/06/2013, 13:42
Gretchen

Gretchen sonrió por contagio, aunque realmente no entendía muy bien qué había de divertido en su pregunta. Pero sonreír era agradable, y no tenía muchas oportunidades de hacerlo. No había necesidad de desperdiciar las pocas que se dieran.

Comprendía que las gemelas eran problemáticas. A ella no le gustaban demasiado, eran un poco hirientes con la tímida Gretchen. No eran malas, pero sí maliciosas. O eso le parecía a ella. Y la pelirroja que se llevaba mal con ellas, siempre era amable con la pequeña patinadora. Por tanto, Gretchen trataba de evitarlas. Sabía, además, que era de esperar un Ambroos de mal humor cerca de las Suxx.

¿Qué hacer cuando crecieses? No era una pregunta banal. Hasta hacía un mes, la respuesta habría sido "Lo que Diéter decida". Ahora... 

- No sé.

No lo había pensado, en realidad. Se quedó mirándose las piernas flacuchas, dándole vueltas. ¿Qué quería hacer, si conseguía sobrevivir? ¿Si salvaba a Stille?

- Me gusta patinar. No me gusta competir para Diéter. Si todo sale bien... -si todo sale bien, qué complicado era eso- quiero ir al cine cuando quiera. Y comprarme yo la ropa. Hacer tartas. Cuidar de Stille. Necesita que le cuiden -insistió, porque sorprendentemente para ella, los adultos no parecían darse cuenta de cuánto necesitaba Stille que cuidaran de él, cuanto merecía que alguien lo tuviera en palmitas, hasta qué punto era apropiado que alguien se preocupara de su bienestar continuamente-. Cocina fatal - esboza una media sonrisa-. Y no sabe planchar. 

Lo patético era que lo que Gretchen deseaba hacer de mayor era tener una vida normal. Nada especial, ningún sueño maravilloso. Sólo ser normal.

- Si quieres -terminó Gretchen-, cuando seas mayor también te plancharé la ropa a ti. Necesitas más camisas -asintió, concienzuda.

Alguien muy perceptivo se habría dado cuenta de que las últimas frases de Grechen eran cada vez más normales, el discurso cada vez más hilado. ¿Se rompería el hechizo con el fin de la conversación? Probablemente

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19/06/2013, 01:18
Ambroos Janssen

Cuando seas mayor...

Ambroos soltó una pequeña risa amarga, negando con la cabeza. No sabía que le hacía más gracia de todo aquel ideario: si la niña pequeña ofreciéndose a planchar su ropa, Gretchen salvando su armario o Stille quemando un paquete de salchichas precocinadas. El proxeneta siempre había sido muy independiente en esos aspectos y, aunque no era el hombre más hogareño del mundo, sabía sobrevivir y planchar la línea de un pantalón.

Quizás el problema estaba en que la chica en realidad nunca había sido una niña: su padre le había forzado en más de un sentido a volverse la mujer de la casa. Planchar. Cocinar. Expectativas mundanas pero que probablemente para Gretchen fuesen suficiente.

Aunque quizás...¿era eso lo que le había intentado decir la otra Gretchen? Ambroos, te he atado a la pata de la cama y ahora tienes camisas nacionalsocialistas perfectamente planchadas para cantar cara al sol con la camisa nueva que ayer bordé para ti.

- No hará falta. respondió, con determinación. En mi trabajo las camisas no son útiles. Demasiados botones. Y la gente hoy en día no tiene tiempo que perder.

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19/06/2013, 01:34
Gretchen

- ¿Siempre vas a trabajar en el Boulevard? -inquirió Gretchen. No tenía los conceptos muy claros, pero suponía que seguir trabajando de mercenario del amor hasta tener 80 años no era muy viable -. Las Suxx te volverán loco dentro de cinco años.

Momento irónico total. Gretchen hablando de locuras. Ja. Y de nuevo, esas frases un tanto más hiladas, un tanto más lógicas. Lo cual era curioso, porque si Alice tenía razón todo esto jamás tendría lugar, nunca habría una Gretchen planchando camisas para Stille o cocinando pasta para él, nunca habría una Gretchen riñéndole por meterse en líos y yendo -muy probablemente- a recogerle a los bares cuando hubiera bebido demasiado. Nunca habría una Gretchen adulta y libre. 

Oye

De pronto, cambia de tercio. Las preguntas felices se ven apartadas de su mente por una curiosidad malsana, y así, las frases coherentes se vieron sustituídas, de nuevo, por los jirones de pensamiento.

- ¿Cómo descubriste que eras especial? 

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19/06/2013, 01:45
Ambroos Janssen

- No veo por qué no. Ambroos iba en serio. Se notaba en su tono de voz, en la seguridad y la calma con la que lo decía. Ese burdel y todo lo que contenía era su vida. Un pequeño imperio que se había ganado a pulso.

Sabía que no podría ser así siempre, que en algún momento tendría que dejarlo. Por los nazis o porque la vida le obligaba a volver a hacerlo. Pero no quería pensar en ello, no de momento. Demasiadas cosas como para encima pensar en un nuevo lavado de cara.

- Aunque sí. Sonrió, divertido por la apreciación de Gretchen, borrando ese pensamiento. Visto fríamente, no creo que aguante mucho más a esas dos lobas. Era una exageración, por supuesto. Había sido el propio Ambroos quién había alistado a las Suxx y pese a los quebraderos de cabeza no se arrepentía. 

Pero la siguiente (y última) pregunta de la niña fue suficiente para Ambroos. No era un tema que le resultase agradable de hablar: nunca había entendido a esos veteranos de guerra posando frente a la bandera y recordando como la mejor época de su vida esa vez que dieron de tiros en Vietnam. Quizás era porque él había estado en el bando de los perdedores. Puede que sencillamente fuese eso. Todo ese orgullo racial de mierda de hemos sido masacrados, como si la cosa fuera de ser especies en peligro de extinción le ponía enfermo. 

- Sobreviví. Me mataron pero sigo vivo.- fue la única respuesta de Ambroos, pensativo. Era un buen resumen, la verdad. No es algo que contar a una niña pequeña de noche, de todas formas. Se levantó con parsimonia. La conversación había acabado. Será mejor que descanses. Mañana será un día largo.

Y él quería buscar a la tal Olga.

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19/06/2013, 14:37
Gretchen

Gretchen asintió. Estaba hecha a obedecer, y al menos Ambroos había tenido la delicadeza de mandarla a la cama con amabilidad. Se arrebujó en la gabardina de él, aovillándose, con las últimas palabras "Me mataron pero sigo vivo" dándole vueltas en la cabeza. ¿Lázaro, levántate y anda?1 Olisqueó la gabardina. Ni rastro de perfumes caros, de habanos de primera. Bien. Bien. Perfecto.  Es un lugar seguro.

- Buenas noches -dijo con la voz ahogada al haberse hecho un ovillo dentro del abrigo.

Mañana, cuando se despertase, volvería al Boulevard y hablaría -entrecortada y torpemente- con Natasha. Se quedó quieta, pensando que Natasha sólo tenía un único cliente. El nazi aquel. Y también la había oído pasar tiempo con Ambroos. 50% de posibilidades. ¿Qué pasaría? Bueno, era de esperar que un nazi no quisiera nada de un crío crecido en el vientre de una puta. Si fuera una puta alemana aria, quizá. Pero Natasha era de rusia o de por allí. Ese nazi era un cabronazo egocéntrico y monomaníaco, y quizá se pondría violento, tal vez castigara a Natasha por su "descuido". Pero esas cosas pasaban, ¿o no? Los condones eran fiables al 99%. El resto de métodos, los hormonales y tal, tenían sus fallos. Y el Diéter de Natasha no parecía de los que se preocupaban por nada que no fuera sí mismo.

Gretchen llevaba tiempo pensando en convencer a Natasha de que se alejara de su Diéter, pero no había tenido la manera de hacerlo hasta el momento. Quizá ahora podría aprovechar para tratar de que viera que su vida sería mucho mejor. Pensó en la presencia de un bebé. Sonrió. Alguien a quien cuidar. A quien proteger. A quien amar. 

En su mente infantiloide, la opción de que el SIDA estuviera a punto de destrozar el cuerpo de la madre no existía. No sabía de la enfermedad, ni de la parte sucia de los alumbramientos. No sabía de la tragedia de  transmitirle esa enfermedad a tu hijo durante los últimos momentos del parto. No imaginaba la posibilidad de deshacerse del crío. No comprendía las dificultades de dar a luz en una ciudad en guerra. Ni lo que realmente suponía tener que encargarse de un bebé.


1* Juan 11, 38.

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19/06/2013, 21:53
Olga Van Holsen

Olga estaba en la sala de los ordenadores, a un par de cubiles de distancia. El camino hasta ahí resultó angosto pero fácil y desértico, por los pasillos iluminados solo con halógenos vibrantes y decorados con pósters ecologistas.

Así que ahí estaba, tranquila y sobria, con algún grupo de música sobre un viejo reproductor de fondo, rodeada de los ordenadores mientras, sobre uno, trabajaba. La pantalla era azul y cargado de código binario. A juzgar por el patrón y la estática, con una barra vertical abajo y a la izquierda, la joven estaba programando algo. Por supuesto, Ambroos no podía tener la más remota idea de qué, pues él entendía ese idioma de máquinas como a los japoneses.

A juzgar por las conversaciones anteriores, quizás fuese el plan con respecto a Novak. De hacker a hacker.

La joven dudo con un sonido desde la garganta, preguntándose a si misma algo, y ladeó ligeramente el rostro, escuchando llegar a quien no pretendía ocultarse.

- ¿Arjen?- preguntó extrañada, sin saber muy bien quien más podría visitarle a esas horas, aunque conociendo su carácter, podía ser cualquiera de los ecoterroristas o sus tres lugartenientes-. Oh, eres tú- exclamo con ligera sorpresa al ver el metro noventa de Ambroos, aunque sin  perder el tono de jovialidad-. ¿Que te trae a- tocó madera en la mesa- mi madriguera? Si necesitas comer algo o meterte bajo el grifo, no te cortes.

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19/06/2013, 22:12
Ambroos Janssen

El proxeneta entro con tranquilidad al ver el gesto jovial de la mujer. Al parecer su presencia no era molesta: tenía bien claro que habría olvidado intento de contacto si, pese a su gesto amigable, Olga parecía incómoda con su aparición.

- En realidad quería pedirte un favor. 

Ambroos se acercó a la informática sin vergüenza, respetando el espacio vital de la mujer pero no el de la pantalla. Si hubiera sido capaz de leer lo que estaba allí escrito hubiera tomado mayores discreciones, pero mantenerse alejado para no ser capaz de entender la ristra de mensajes y números le parecía estúpido.

- Estoy buscando a una persona. Buscó la mirada de Olga, intentado establecer contacto. Janssen no era un hombre de palabras, pero llevaba décadas en el negocio de las distancias cortas. No es especificó mucho más, pero el proxeneta no parecía ser de esa gente interesada por hijos perdidos o amantes desaparecidas. No había ningún intento de subterfugio, tan solo hacer su petición menos desagradable. Dieter Strasburger. Aclaró. El padre de Gretchen. Ese capullo que tengo que matar. Quizás sea un descaro por mi parte o te esté pidiendo imposibles, pero me gustaría saber si podrías conseguirme algo de información sobre él con tus maquinas.

La manera de referirse a los ordenadores de Ambroos dejaba claro que el conocimiento básico que tenía el hombre de ellos era el usarlos como calculadora, procesador de texto y enciclopedia combinados. Única y exclusivamente.

- Y, por supuesto, no pido a nadie que trabaje gratis. Ambroos no era un millonario, pero consideraba que siempre había maneras de pagar un trabajo, a veces más provechosas que el dinero. Favores.

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19/06/2013, 23:33
Natasha

Era, quizás, la primera vez que Gretchen osaba salir sola a la calle desde que había llegado a Ámsterdam. Al menos, si desde que Stille la acogió bajo su ala. Pero la niña lo era más en cuerpo y represión que en edad, y como ella bien le dijo a su padre, ya era mayor para llevar coletas y lazos. No podía pasarse siempre la vida cogida de la mano de alguien, así que Erik la sacó del Bunker y la acompañó hasta la salida de los destartalados edificios carcomidos y derruidos por las bombardas. Una vez allí, el se fue por su lado, probablemente a cumplir con su misión de cara a los Mercenarios, y dejó a Gretchen sola.

Por la mañana las cosas se veían de forma muy distinta. Gretchen había dormido más bien poco, pero no necesitaba mucho más, al menos por el momento.. Ligeramente soñolienta, pero dispuesta a aprovechar los primeros rayos de sol. Se podría pasar el día en la cama, pero era mejor salir a la calle en cuanto se rompía el toque de queda. Las calles seguían desiertas, como si la mácula del lobo aún no se hubiese limpiado.

Sólo el timbre una bicicleta ocasional rompía el silencio caminar de la niña. Las luces del Barrio Rojo se apagaban en los locales que sólo abrían de noche para, principalmente, los alemanes, y en su lugar se abrían las panaderías, las pequeñas tiendas y los estancos. Negocios familiares que aún necesitaban trabajar y comer. Podrían hacerlo hasta que se impusiesen cartillas de racionamiento, algo para lo que no faltaba mucho.

Y así llego a El Boulevard otra vez, su segunda casa. Las luces de los escaparates estaban encendidas, y no sonaba música en el interior. Pero, aunque el guardia de seguridad no estaba, la puerta seguía abierta. Poco o nada le costó a Gretchen girar el pomo y entrar por su propio pie, sola y entera. Pasar con la cabeza gacha ante las cuatro mujeres que allí desayunaba, malogradas y soñolientas mientras hablaban con el camarero homosexual sobre la caja cosechada en la noche y sus pesquisas internas. Gretchen pudo oír las palabras "Bolchevique", "patético" y "alivio", salpicadas como racimo entre ellas antes de irse a dormir.

Subió las escaleras y encontró el pasillo desierto, salvando una prostitua ocasional que pasaba con una toalla cubriendo de pechos a piernas y otra enrollando el cabello. La joven parecía a ojos de todo el mundo, que estaban acostumbrados a verla pero no a tratar con ella. No le costó mucho dar con Irina, o Natasha, como se llamase, en su cuarto impoluto, que había reclamado para si y que había convertido en un pequeño santuario.

Con un armario lleno de su nueva ropa, con una pequeña nevera portátil que contenía las tarrinas de helado que Ambroos le preparaba. Con una mesita de noche que contenía, más allá de la ropa interior en los cajones y algún billete enrollado, un puñado de blu-rays grabados y rotulados en permanente negro con los títulos de películas románticas, a saber Orgullo y Prejuicio, Moulin Rouge, El Diario de Noa y hasta Pearl Harbor, aunque de esta última las escenas de acción le solían parecer más un documental que algo que la emocionase. Sobre las películas, un ejemplar envejecido y arrugado de 1984.

La joven llevaba el pelo limpio y las uñas recién pintadas, con ropa de calle y un tono de piel y labios saludable, probablemente por uso de un kit de maquillaje. Casi no parecía que fuese a dormirse en breve, y probablemente no fuese así. Si Ambroos le había dado la noche libre habría estado durmiendo, de ahí que tuviese una sonrisa tímida y reprimida en los labios.

- ¿Gretchen?- preguntó sin mirarla, asumiendo que era la única se andaba con tanto remilgo al caminar, respirar, y mover las puertas-. Pasa- añadió con acento soviético-. Habéis estado toda la noche fuera. Tú y mi jefe. No es algo usual.

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19/06/2013, 23:39
Olga Van Holsen

La mujer escucho a Ambroos, girando su silla para encararle. Era reclinable y volteable, con ruedas en las patas. Era vieja pero funcional, y estaba limpia, si bien no impoluta. Clavó los pies en el suelo y se echó ligeramente hacia detrás, poniendo unos treinta centímetros más de distancia con el proxeneta.

A juzgar por la sencillez y naturalidad del movimiento, sin mudar la expresión de su rostro, no lo hizo por incomodidad, sino para ganar cierto espacio vital extra, acostumbrada como estaba a ello en ese cubil, y para poder mirar mejor a Janssen, pues le clavó la vista en los ojos sin presión, mudando siempre la expresión conforme hablaba, aunque siempre con implicaciones positivas.

Se la notaba risueña, alegre y jovial pese al estado de la ciudad y de su refugio, quizás porque siempre había sido así, y alguien tenía que hacer el papel de madre enrollada y feliz. Quizás simplemente tuviese el don de ver las cosas bajo el cristal del optimismo y la esperanza.

- Tienes mi atención- dijo sin reparos, juntando las manos sobre el regazo mientras cruzaba las piernas y se acomodaba en el asiento. No prestó atención al ordenador, ni pareció preocuparse por Ambroos tan cerca de él.

Lo cierto es que el equipo informático de Olga estaba obsoleto. Y en general, por ende, lo estaba el de los ecoterroristas. Ella estaba un sobremesa simple, con teclado, que hacía un ruido que casi echaba humo, aunque no ardía al tacto. Probablemente la temperatura y el ruido irían correlacionados con un ventilador potente y una forma de forzar sus prestaciones. No dejaba de ser, sin embargo, un ordenador usuario de sobremesa. No parecía una torre militar, ni uno de esos cilindros que desplegaban un teclado táctil y una pantalla holográfica al accionar un botón. Era viejo, un modelo de la segunda decena de siglo.

- Veo que no eres el único que se lleva mal con la tecnología- dijo con una sonrisa, divertida, asumiendo entonces que quizás Arjen tuviese problemas con eso.

Como para decirle a Olga que odiaba sus pitidos y que una secretaria llevaba la mayoría de sus asuntos telefónicos, salvando los más directos y personales. La mujer clavó los ojos en el suelo, a un lateral, y asintió para si, dando golpecitos con los dedos en la silla. Al acabar los levantó y comenzó a negociar con el proxeneta.

- Todos buscamos a algo, o alguien, y por lo veo, ninguno de los dos quiere salir de aquí todavía- enfatizó la palabra, asumiendo que tarde o temprano seria algo necesario-. Puedo ayudarte. Para esto lo mejor sería que contratases a un Mercenario- apunto sin mayores pretensiones, siendo clara y sin darle largas-, pero me alegra que mi reputación me preceda hasta el punto en que me confíes esto a mi. O también a mí- apuntó con sagacidad, asumiendo que quizás indagase a varias bandas. Un leve acento alemán, tan escuchado en los campos de concentración, se leyó en esa palabra-. No te prometo nada, pero reconozco que podría intentarlo, aunque tardaré un tiempo.

Eso último no tenía intención peyorativa o se asemejaba a una excusa, pero era una forma de decir que no trabajaba las 24 horas del día, que tenía su propia vida, y que Arjen ya le había dado un encargo prioritario.

- Háblame de Diéter y dime qué saco de esto- añadió con algo más de seriedad, aunque sin perder el tono distendido.

No parecía decirlo de forma egoist, sino como una forma de sondear el terreno sobre seguro. Lo abierto de su petición dejaba espacio a Ambroos para conducirlo por donde quisiese. Ya fuese hacia quien era Diéter, por qué lo estaba investigando o por qué debía ayudarlo con eso. Por otro lado, lo segundo podía referirse a dinero, bienes, favores, ayudas, intercambios, o simple implicación moral. Un deje divertido ante la ultima frase de Ambroos asumía a qué se refería, o quizás no. Ambroos no era muy dado a comprender a las personas sin más, y menos de primeras.

- Su nombre es alemán- apuntó con inteligencia-. Si no hay información local sobre él quizás sea más difícil. La Torre de Comunicaciones- se excusó sin más, aunque claramente, la joven tenía mucho interés en ello, aunque ese era un asunto en el que ya estaban trabajando todos.

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19/06/2013, 23:39
Gretchen

- Hola.

Gretchen caminó como un gato tímido hacia la cama y se sentó, mirando a su amiga con admiración. Era hermosa. Con los labios brillantes y el gesto alegre y una sonrisa auténtica.  Se percató de que la ramera la estaba mirando, esperando quizá a que hiciera o dijera algo. Se sonrojó.

- Eres guapa.

Lo dijo con sinceridad, con anhelo. Gretchen sabía que su amiga, pese a todo, no era una loca digna de lástima, cosa que ella sí. Hubiera dado un brazo por cambiarse con ella, incluso aunque hubiera sabido lo del SIDA.  Claro que todos creemos que el césped es más verde en el patio de al lado.

- Quiero hablar -se puso repentimanete seria-. Es importante. Siéntate -cruzó las piernas y le hizo un hueco a los pies de la cama. Despué le lanzó una breve mirada temerosa-. No te enfades. No te enfades, ¿eh? -pidió, como si negociara. Como si se pudiera negociar algo así.

Gretchen no era tonta, pero no era una manipuladora. Podría haber llevado la conversación de modos mucho más sutiles, más sibilinos, más astutos. Pero Natasha era su amiga. Ambroos era su... gato de Cheshire. 

- Oye. Ambroos está... -buscó una palabra. Molesto no era. Enfadado tampoco-. Dolido. Triste. Por lo del bebé -señaló la barriga plana de la chica-. Pregunta que porqué no se lo has dicho. Creo que quiere que confíes en él. Creo. Eres importante para él.

Más o menos a eso se reducía lo que Gretchen había comprendido del asunto. Miró a su amiga, y como era una mujer no le importó cogerle de la mano y acariciársela, sonriéndole con timidez, un "todo irá bien" viniendo de la persona más impropia. 

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20/06/2013, 00:35
Sawako Yamagawa
Sólo para el director

-Mierda... quién me mandará a mí... - meterme en estas cosas.

Parece que las cosas se están poniendo peor de lo que ha considerado en un primer momento y ahora los tiparracos esos tiran a matar como si fuesen una presa que cazar en lugar de personas, de gente normal y corriente que solo se ha saltado el toque de queda porque se la pela el gobierno de terror que han implantado en ese lugar. Y no es que las cosas se estén poniendo peor si no que comienzan a pasar cosas raras, como rayos saliendo de dios sabe donde... porque del cielo despejado seguro que no.

Al menos le ha concedido una tregua para buscar una forma de escaquearse de ahí con vida y con las menos balas posibles en el cuerpo... más que nada porque no tiene dinero para pagar a un médico clandestino y tampoco tiene dinero para ir a un médico legal que le cobrará lo mismo que uno clandestino, pero con la seguridad de saber que sabe lo que hace... los otros no te aseguran que no sean charlatanes.

Cuando iban hacia esa parte ha visto canales a medio hacer para conectar el alcantarillado, seguramente será la mejor forma de escapar de ese lugar, pero ¿cómo avisar a esos dos? Quizá sea peligroso hacerlo, pero tiene que intentarlo... coge una de las muchas piedras que hay por el suelo y escribe en la tierra: Alcantarillado sin acabar, comprobando. S.

Deja la piedra y coge de nuevo la barra aquella que tiene por arma. Al menos podrá dejar inconsciente a unos cuantos antes de que la atrapen. Sale de su escondite asegurándose que el armatoste está fuera de combate por ese extraño rayo y se dirige al primer canal en la tierra que encuentra. Salta dentro esperando que nadie le vea y hace una marca para que aquellos dos excéntricos sepan que se ha ido por ahí... por si vuelven antes de que ella regrese de la exploración y quieren volver a verla.

Se adentra para saber si ese canal tiene salida.

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20/06/2013, 00:42
Arjen Wolfzahn

"Una puta fortaleza".

Y es que no había otra definición. Todavía recordaba cuando empezaron a edificarla. Ya prometía ser una empresa faraónica, pero desde lujego el resultado no podía ser más ominoso y sobrecogedor. Tal vez fuera la noche, tal vez fuera el viento, tal vez fueran las nubes. O tal vez fueran los soldados, las torres y el jodido tanque. Nunca se había visto a un perro mascullar y perjurar, pero si alguien hubiera estado atento lo habría visto esa maldita noche. Ahí, agazapado tras un muro en ruinas, con la boca abierta y lengua fuera no tanto por deshacerse del calor generado por la carrera que le había llevado hasta allí como por el pasmo que le había provocado la visión de su objetivo. Constatar lo imposible siempre hace añicos lo imaginado.

"Bajo tierra, la única jodida oportunidad es bajo tierra".

Y es que era imposible acercarse lo suficiente para un tiro certero. Menos para tres o cuatro. Los edificios de los alrededores podrían servir, pero el disparo iba a ser jodido. Y seguro que estaban más vigilados que el urinario de Hitler. Pero para ir bajo tierra había que acceder a las alcantarillas. No sería muy difícil hacerse con un plano de la red subterránea... pero es no solucionaba nada. ¿Cuántos controles habría allí? ¿Cuántos puestos de guardia? ¿Cuántas puertas blindadas? Y luego estaba el asunto de que si había que entrar, había que encontrar una manera de no ser acribillado a las primeras de cambio. Uniformes de nazi, joder. Aquello empezaba a parecer una puta peli de James Bond, sólo que en vez de inglés trajeado tenían a un holandés peludo.

"Mírales, con esas pintas de gilipollas uniformados".

El nuevo tenía una pinta tan aria que casi podía haber sido sacado de un cartel de reclutamiento. ¿Sería el tal Viktor? A saber. Porque lo cierto es que todos los übercapullos eran similares. Hasta los perros adiestrados que tenían los pelotones de guardia parecían fanáticos nazis. No se iba a acercar a comprobarlo, pero aunque no dudara de su superioridad frente a esos canes, la seguridad de su dominio sobre ellos no estaba tan clara. Tendrían su pequeño cerebro lavado y rellenado con el Mein Can. Ja, ja.

"No tienes ni puta gracia, tío".

Tras quedarse un rato observando las idas y venidas, registrando las rutas de los guardias y demás -y dándose cuenta de lo acojonante de la empresa- dio un par de vueltas al recinto. Nunca demasiado cerca. Mirando. Oyendo. Olfateando. Hasta lo más insignificante que pudiera encontrar podría ser la clave del enigma. ¿Qué enigma? Derribar una la puta fortaleza más jodidamente formidable que se echara a la cara.

"No quieres pensar en cómo será la Mansión del Gobernador, Arjen. Ahora no".