Partida Rol por web

-¡Son impostores!-

-¡Si aquestos son conjuradores yo soy santo!-

-¡Al cepo con todos!-

Empiezan a llover verduras podridas, y alguna piedra sobre conjuradores y de rebote, soldados y Zacarías. 

Mientras todo esto ocurre veis como el judío que os ofreció el trato busca entre la gente, y tras localizaros, os delata también al gigantón, con el que hablaba. El hombre de cabeza afeitada, os mira, y comienza avanzar hacía vosotros mientras empuja a la gente sin contemplaciones, seguido por dos soldados en hábitos tan negros como los suyos. 

Sin pensarlo un instante, Diego cogió con fuerza la mano de Orosia en con su siniestra, empuñando su azcona con la diestra. Giró sobre sus talones y echó a andar con paso rápido, pero sin empezar a correr para no delatarse ante las gentes que lo rodeaban. Había sido buena idea alejarse del tumulto.

- ¡Y un nardo van a ponerme un hierro al rojo en las manos! -susurró nervioso a su compañera. La mujer podía ver el miedo en los ojos del mercenario, con esa esencia desesperada que se le supone a los animales acorralados- Debemos huir de aquí, echarnos al monte y no volver por este pueblo de mierda en la vida. No van a cogerme con vida, por mis santos muertos.

Su intención es buscar raudo un callejón donde poder alejarse de la plaza y, en el peor de los casos, contener a quienes le perseguían en proporción de uno contra uno. Diego era un buen guerrero, pero no se las vería con tres hombres armados a solas sin salir gravemente herido. Valía más ser zorro que león en este mal momento

Algo raro está ocurriendo aquí y no me estoy enterando de la misa la mitad, como suelen decir los cristianos.

Cita:

Parece que los campesinos se están poniendo furiosos, pienso mientras esquivo una piedra que me viene directa a la cabeza. No me está gustando estar aquí en mitad de todo el meollo.

Me agacho cubriéndome como puedo de lo que están lanzando los campesinos y suelto las tenazas con el yerro aún ardiendo. Me dirijo rápidamente hacia el carro, donde pueda cubrirme mejor e intentar estar a salvo de la turba que parece avecinarse.

El guardia se acerco y me empujo, fui incapaz de darle el tarro a Froilán. Empujo también al monje e iba a intentar ayudarlo cuando escuche estupefacto a Froilán diciendo que yo era un conjurador.

Maldita sea, pense para mi, dejome en medio del entuerto por escaparse él, paisame eso por intentar facer un favor a alguien, ya bastante raro fue el trato que tuve que facer con el mercader para encontrarme ahora en este lío.

Empece a pensar como podía salir del embrollo, el guardia estaba muy cerca y venia hacia mi. La gente se impacientaba, los campesinos empezaron a tirar piedras y verduras, se podía montar una reyerta en breve.

Vi al que el guardia llamaba Zacarias soltar las tenazas y volver al carro. Bueno, al menos así no tenia que preocuparme de que intentaran ponerme el yerro inmediatamente. Mire a mi alrededor, buscando si podía escabullirme entre la multitud, pero el guardia estaba demasiado cerca. Así que mi única oportunidad era echarme el ungüento y rezar para que realmente funcionara como los conjuradores esperaban. Hice como si tropezara y me tire al suelo para abrir el tarro sin que me vieran y untarme las manos.

 Debemos huir de aquí, echarnos al monte y no volver por este pueblo de mierda en la vida. No van a cogerme con vida, por mis santos muertos.

Vive Dios que si. Corramos que ese calvo que se acerca hacia nosotros trae cara de pocos amigo et hace nada le vi hablar con el señor del estandarte de los lobos. Por que habría ese judío de interceder por nosotros ahi fuera et luego ofrecernos un trabajo para luego echarnos a los perros cuando llegaramos a la plaza? No lo entiendo Diego....-Digo mientras voy andando rapidamente a su lado esquivando a las gentes para ver si lográbamos perder a esos soldados entre la muchedumbre

Eso, si. No vamos a quedarnos aqui a resolver el acertijo et mas cuando vienen desa guida et acompañado de soldados que parece que nos quieran dar presos. Vamos diego , vamos!!

Con una tranquilidad notable, a pesar de estar siendo agarrado, o quizás aprovechando la confusión por los tirones, vas frotándote el hungüento, que tiene una consistencia más liquida de la que habías imaginado. 

Es tras haberte empapado bien las manos con él, que te das cuenta de que lo más sólido está todavía en el frasco, cómo si hubiera decantado y no estuviera bien mezclado. Así que tratas de coger del fondo del frasco y frotarlo tambien, pero no puedes tener certeza de que estés cubriendo uniformemente la piel de tus manos. 

Un guarda se acerca a ayudar al aguacil, mientras éste en voz alta -¡Zacarías!, ¡Zacarías!- llama al judío. 

Pero de pronto, los gritos de impaciencia del público se coordinan en un impresionante grito de sorpresa, cómo si hubiera habido un pase en una corrida, y se oyen risas. 

Zacarías, cubriéndose con una mano de las verduras que le llueven, suelta las tenazas y el hierro en el suelo, y se gira de improviso y se gira en dirección opuesta a Nuño, para salir corriendo. Pero no da tres zancadas, antes de que se tropiece con el brasero, el cuál vuelca en el suelo, esparciendo su contenido ardiente por el firme.

Las brasas ruedan por el suelo, algunas pulverizándose en ceniza, al lado de los yerros al rojo, en medio de un estruendo metálico provocado por el entrechocar de las barras. Un chisporroteo se oye, y un ligero humo se levanta, cuando las piezas rojas y naranja que quedan en el suelo, antiguo contenido del brasero, comienzan a quemar la capa de suciedad y paja que cubre el suelo.  

-¡Maldito marrano!- Se lanza a por tí el aguacil soltando a Nuño, mientras se desajusta la correa que utiliza como cinto.  Tira su espada al suelo, y cuando empieza a empuñarla como si fuera una fusta, levantando el brazo para golpear a Zacarías, se detiene.

Algo pasa. Hay un silencio alrededor y la lluvia de improperios, verduras y piedras ha cesado. 

El motivo del silencio repentino está en uno de los salutadores. Godesteo, al que decían "el Saludable", ha puesto en pie el brasero, y se está dedicando a recoger las barras al rojo vivo, para dejarlas en el mismo con cuidado... con las manos desnudas. No contento con esto y con una beatífica sonrisa, una vez todas recolocadas, se pone a recoger también las brasas que va dejando también junto a los yerros. 

-¡Albricias!-

-¡Bendito sea el Señor!-

-¡Es un salutador!-

-¡Enseñadnos la lengua!-

Casi a la carrera os metéis por el segundo callejón del sur de la plaza, con la esperanza de que os pierdan de vista entre el gentío. Pero para llegar hasta allí tenéis que abriros paso entre una multitud que se aprieta hacía la plaza, así que os véis obligados a empujar a burgueses y campesinos, que se quejan a vuestro paso. El hombre calvo mira hacia donde se oyen esas maldiciones, y os ve torcer la esquina del callejón. 

De frente os encontráis un carro sin tiro que obstruye la salida, con varios niño sobre él que paran de jugar para miraros curiosos. Su curiosidad se fija unos pies más atrás tras un instante, y al daros la vuelta véis a los tres hombres de negro que os seguían que cierran la entrada del callejón. Han tenido aún menos contemplaciones para abrirse camino. 

El gigante de cabeza afeitada, sonríe y se convulsiona con una breve risa interior. Y avanza para echar mano de la empuñadura de un coltell que cuelga de su cintura...

...Y coge un bolsillo que cuelga al lado y tras sopesarlo con su mano derecha, mientras os mira. Lo lanza a al pecho de Diego. 

- Catorce doblas de oro ofrece el obispo por cabeza.¡Mi señor don Gregorio de Ucero, doblarvos ha la soldada¡Catorce doblas más, pues!- empieza a decir con una voz ronca. -Hay en aqueste bolsillo  400 maravedíes de aquesta recompensa que mi señor acepta daros en adelanto et que compréis lo que precieis, mulas o comida...-

Os vuelve la espalda para irse.. Pero se gira otra vez, y esta vez fija la mirada en Orosia, todavía sonriendo, y extiende el brazo con la palma abierta. -Habéis una carta sellada para mi señor, mendiga...-