Partida Rol por web

Todavía subido en el carro y con las cuerdas de los caballos aún cogidas observo como los hombres que transportaba se disponen a pasar aquella prueba de fe.

Por fin conseguí llegar a la plaza. Estaba llena de gente, pero pude ver el carro donde iban los frailes. Sólo Godosteo parecía tranquilo. 

Vi llegar a la comitiva del obispo, y cuando el pregonero empezó a hablar, entendí por fin para que necesitaban los frailes el ungüento y porque estaban tan nerviosos.

Intente acercarme a ellos lo más rápido posible y sin llamar la atención de los guardias, para ver si podía entregarselo antes de que tuviesen que pasar la prueba. Viendo que los llevaban hacía el brasero me dirigí hacía allí y esperaba que los frailes pudieran hacer tiempo rezando como había dicho Froilán en la posada.

En mi prisa por acercarme, llame demasiado la atención de los guardias, que si bien al principio no me prestaron atención, ahora si miraban para mi. Si me detenían no conseguiría entregar el ungüento a los hermanos. 

Mire a mi alrededor, a la gente que vendía alrededor de la plaza y en vez de dirigirme directamente al brasero, me acerque, dando un rodeo a los monjes del monasterio que estaban rezando a las puertas de la catedral y a los que antes no les había prestado mucha atención, tal vez pudiera convencer a alguno de ellos para que se acercase a los hermanos con la excusa de una bendición y así entregarle disimuladamente el tarro yendo con él.

No sólo los guardias se vuelven para mirar a Nuño, Froilán también lo hace, y su expresión aturdida se torna en sonrisa desesperada. Da un codazo a Fray Tomás, y le dice algo al oído. Ante lo cual, el fraile, alzando los brazos clama:

-!Por Jesu Christo, dejad que aquellos monjes que allí rezan, se acerquen a orar con nosotros a santa Judit, ca en aquesta empresa vamos a necesitar su asistencia!-

-¡Eso!, ¿Acaso non quisieren acercarse los monjes a bendecir a los conjuradores que van a librar aquestas tierras de plagas et desgracias?- Grita Froilán.

El aguacil mira hacía el trono del obispo, que mira hacia otro lado resoplando con hastío. No parece que le plazca que la ceremonia se eternice. Y entre el público se oyen gritos de impaciencia. 

El aguacil se vuelve hacia los religiosos y dice tajante: 

-Comencemos, pues... ¡Zacarías!, ¡Escoge a uno et sírvele un yerro bien caliente!-

Aunque los hermanos adivinaron mi intención e intentaron ayudarme, se veía que el obispo y los guardias no estaban por la labor de esperar. La gente en la plaza estaba inquieta e impaciente porque empezara el espectáculo.

Estaba donde los monjes cuando el guardia dio la orden de empezar. Me dirigí a aquel que parecía más ser el abad del monasterio y le suplique:

- Buen fratere, por favor faga caso a los conxuradores et acerquese al brasero, que con la ayuda de Dios pode salvar una vida -

Mire si alguno de los monjes llevaba una biblia o un breviario en las manos.

Los monjes te siguen con la mirada, pero no dejan de orar en ningún momento, a pesar de los ruegos. Pero entre ellos, uno deja de cantar, parece el de más edad, y te mira con curiosidad. Entre sus manos hay un pergamino manuscrito: un misal. 

Cita:

La voz del alguacil me devuelve de mi ensimismamiento. ¿Pero cómo? ¿Voy a ser yo el que ponga el yerro ardiente en las manos de estos hombres? Tampoco estoy en posición de discutir, por lo que mejor será que le haga caso. Al fin y al cabo el destino de estos hombres ya está escrito.

Me bajo del carro, obediente, y me acerco al brasero. Por el camino no puedo parar de mirar a los ensalmadores que se van a lanzar en aquella hazaña. ¿Aguantarán aquella primera prueba? A cada paso que doy el calor de las llamas se hace más y más latente. Cojo las tenazas y atino a sostener con ellas uno de los yerros que descasaban en el brasero. Me doy media vuelta e inicio el trayecto hasta los ensalmadores. No levanto la mirada del anaranjado yerro más que para confirmar que voy en el buen camino hacia los hombres.

- Orosia, este es buen juicio de fe ara los ensalmadores -susurra Diego a su compañera de aventuras, cogíéndola con fuerza del antebrazo para atraerla hacia él-, pero no pondría yo la mano en el fuego ni por todo el puto oro del mundo. Tal vez deberíamos alejarnos un poco de este espectáculo, no sea que nos vayan a juntar con los páteres y acabemos con un agujero de mil pares de cojones en las manos...

Sorprendentemente, Diego parece asustado. Orosia puede ver en sus ojos que algo no marcha bien en los pensamientos del aguerrido mercenario. Incluso podría asegurar que tiene la mandíbula prieta y los ojos fijos en el brasero, casi sin pestañear