Partida Rol por web

Fuiste de sala en sala, entrando a través del patio interior. Sin embargo poco había en aquéstas: aparte del primer comedor con chimenea ya registrado, el resto no eran sino una cocina, otra habitación y una especie de almacén. Tariq, acto seguido, fue hacia el segundo piso, habiéndose metido por una sala que contenía escalones ascendentes de piedra en forma de "L". Mientras los subía, oía a sus compañeros hablar con la mujer, y luego un tremendo golpe, como de alguna caída, como una lucha o algo así. Sin embargo, fue un sólo sonido, por lo que continuó ascendiendo...

Acto seguido se encontró con la única habitación que había en la segunda planta. La puerta, de madera muy cuidada, era más grande que la del resto de habitaciones. Aquello parecía alguna alcoba. Sin embargo, contenía cerradura, y parecía llave echada... En esos momentos no tenías alambres ni ganzúas encima, por lo que estabas prácticamente imposibilitado para entrar allí...

-Mi señor.- Dijo Damián.-Esperad un momento.- Solicitó, y luego, sujetando aún a la joven, le preguntó.- ¿Sabéis acaso el nombre de esa sustancia, o tenéis aún el frasco? ¿Podríais decirnos como encontrar a ese buhonero? Recordad que cuánto podáis contarnos será en vuestro beneficio, pues ahora mismo solo la compasión de mi señor y del señor del castillo pueden seros de ayuda.- Entonces, con mirada de cordero degollado, Damián suplicó a su señor.- Mi señor don Pelayo ¿Qué hacemos con ella? Sed benevolente, pues ha cooperado.-(1)

- Hay que ir a por ese mangurrián inmediatamente. La mujer debería ir por su cuenta al Castillo y esperar allí, porque no se le ocurrirá escapar ¿Verdad mujer? soy muy diestro con el cuchillo...

-Potencio, quedaos con la mujer y no dejéis que huya. Damián, quedaos también con ellos y trata de descubrir que es lo que sabe-ordenó el caballero y tras decir aquello espoleó al caballo y salió en la dirección que había indicado la muchacha sin perder mas tiempo.

Planteme frente a la puerta y, sin pensármelo dos veces, me lié a golpes con el hacha.

- ¿Separarnos ahora?  ¿es prudente?-en realidad se quería llevar toda la gloria y la recompensa si había de lo de Brisco, pero disfrazó esa querencia bajo la túnica de la prudencia, las buenas maneras y el comportamiento leal que por supuesto, era del todo fingido.

- Si vos lo ordenáis lo haré, claro.

El joven abrió los ojos como platos al ver que su señor don Pelayo marchaba a galope y en solitario a buscar al tal Brisco, dejándolo solo con una mujer y con el Potencio. Lentamente, muy lentamente, Damián se fue colocando delante de la joven, interponiéndose entre Potencio y ella, a modo protector, pues no se fiaba para nada de las intenciones del pilluelo.-Tranquila.- Le dijo. -Estando yo aquí nada habéis de temer bella dama.-(1)

El caballero Pelayo tomó la montura, subiéndose con más prudencia que ostentación (por lo que pudiera pasar) y encaminóse hasta el Pericullo, según la dirección descrita por la chica. Minutos después, y antes de que la mujer pudiera abrir la boca de nuevo ante la propuesta de Potencio, oísteis unos pasos trasa vosotros. Fue entonces cuando entró en la cuadra, habiendo venido desde el patio, alguien a quien recordábais bien. Era Fulgencio, el de Salete, que se quedó extrañado al veros allí pasmados, delante de la casa de Brisco.

¿Qué hacéis aquí? ¿Y quién cabalgaba allá tan veloz? -decía la mano derecha de don Ramiro al ver ya como un punto alejado  Pelayo-.

¡¡¡¡CRASHH!!! ¡¡¡BOOOOM!!!, ¡¡¡¡CRASHH!!! Y fue cuando oísteis unos estruendos terribles procedentes de la única habitación de la segunda planta. Fulgencio se giró y miró hacia arriba al instante, como asustado y sorprendido, sacando su espada de la vaina... ¡Por Dios! ¡Voy a ver qué pasa! -dijo éste entrando armado en la casa de nuevo, por la cuadra, perdiéndole de vista ya. De Tariq no había ni rastro.

La muchacha tragaba saliva, y no se atrevía a hacer nada más allá de lo justo en aquella situación.

En éstas que Tariq, con tremendos y sonoros golpes, hizo trizas la puerta tras varios hachazos, que sin duda casi "derritieron la puerta por completo". Ésta cedió por sus visagras y acabó cayendo hacia dentro, propia de su peso. ¿Qué diantres? Que allí dentro nadie había, aunque lo que pudo encontrar fue una bonita alcoba:

cama de sábanas finas y almohadones de plumas; un par de sillas de madera negra y brillante con un cojín granate sobre ellas; un armario que seguramente habríase de guardar la ropa y una alfombra bajo los pies de una especie de mesa-escritorio con tres cajones y un modesto silloncito. Alguna estantería adornaba el lugar, aunque tan sólo tenía elementos decorativos sobre ellas. Había velas y candelas en algún candelabro y sobre la mesa, mas estaban apagadas y frías. Mientras Tariq entró a rebuscar, encontrado una bolsita llena de monedas y varios paños de fustán en los cajones y un jubón doblado dentro del armario (entre otra típica ropa del noble Brisco) con el emblema de Su Majestad Sancho el Bravo (Monarca al que juraba lealtad su tío Ramiro y todos los nobles murcianos).

Y mientras andabas rebuscando en tal alcoba, oíste pasos subir. Y nada más giraste viste a Fulgencio de Salete, la mano derecha de don Ramiro. Miraba la puerta con estupefacción.

¡¡Pero qué haces!! -te gritó con extrañeza, rabia y sorpresa al ver el destrozo y tu irrupción en el lugar-, ¿¡¡Qué buscas!!?

Galopaste.

Y raudo.

Saliste de allí como alma que lleva el diablo, y acaso Brisco, de ser cierta esa historia, podría haberla vendido, pues a sus espaldas se echaba una gran condena si es que las palabras de esa amante eran ciertas. Seguiste la vereda al galope, y poco a poco el camino se fue haciendo poco definido (ya que iba poco a poco saliendo de Montepenares). En breves caminaste junto a una pared rocosa, que seguramente haría el comienzo del desnivel de tierra por el cual existía río, luego cascada y luego charca, donde acababa el agua finalmente... ¿Estaría por allí el tal Brisco?

El camino es poco
definido, y sigue toda la pared rocosa del precipicio que

Volvime raudo sujetando el hacha con la diestra, sorprendido por la irrupción de Fulgencio. Sin embargo, me repuse rápidamente, olvidándome de todos aquellos objetos con los que podría salir de la miseria en la que me encontraba en este momento, a los que, por desgracia, tendría que renunciar.

-¿Que qué busco? -respondí, gritando también-. Vos lo habredes de saber. ¿Quién es esa mujer que se asconde en aqueste lugar? ¿Et por qué viniedes vos a casa de Brisco? ¿Et adó está Brisco? ¡Non me gustan aquestos tejemanejes!

Con mis palabras solo pretendía confundir a Fulgencio. Además, levanté levemente el hacha, indicándole que no debía acercarse.

¿¿¡¡Tejemanejes!!??

¡¡¡BZZZZSSHH!!! -Fulgencio sacó su espada de la vaina con presteza y ligereza, y la levantó contra tí-. ¿¡Cómo un moro se atreves a hablar así, mameluco!? En el pueblo se habla de unos preguntando por Brisco, el sobrino de mi señor. ¡Vengo y os veo con una fulana en la cuadra! ¿Soy yo acaso quien ha de responder? ¡¡Fuera de aquí!!

Aún con la espada en la mano y muy alterado, dejó que marcharas, o al menos que desaparecieras de su vista.

Pasé más lentamente de lo normal al lado de Fulgencio, sin guardar el hacha y sin darle la espalda, girándome conforme pasaba y sin dejar de mirarle, lo que podría considerarse fácilmente como una insolencia. Por último, me detuve un momento y le sonreí, para alterarle aún más, deseoso de medirme con él. Tal vez no fuera en aquel momento, pero supe entonces que no abandonaría los dominios de don Ramiro sin cruzar aceros con aquel tipo.

El de Salete apretaba sus diente y se los mostraba a Tariq, aun con la espada en alto. Dejo que pasara, aunque cualesquiera podría decir que si no le dio de acero fue por muy poco. Mientras bajaba las escaleras el árabe, Fulgencio guardaba su espada y le seguía hacia abajo... Enseguida ambos salísteis al patio y volvísteis de nuevo a la. Allí seguía Potencio, Damián y la mujer, mas no la montura ni Pelayo.

A los pocos minutos de desaparecer Fulgencio, éste regresó junto a Tariq, pero el caballero de Arbás ya no estaba, sino tan sólo el ladrón, el jove escudero y la mujer.

Todavía sorprendido por la rapidez de los acontecimientos, el joven se alegró de ver al moro vivo y con ellos. -¡Tariq!- Exclamó. -El Fulgencio acaba de irse en esa dirección, persiguiendo ruidos. ¿Te has cruzado con él? ¿Has escuchado tú algo?.- Preguntó, sin alejarse de la joven, en actitud protectora.

-Sí, lo traigo pegado al culo -contesté, y luego miré a la moza-. Et pillasteis a la zagala al final. Pensé que corriera arriba et se ascondiera en las estancias.

Era obvio que lo último era mentira, dado que la moza salió corriendo hacia fuera de la casa cuando estaba en el establo, pero lo dije bien alto, para que me oyera Fulgencio; él no conocía aquella circunstancia.

- ¡HAY QUE IR A MIRAR QUÉ PASA! Si queréis puedo quedarme con la muchacha mientras vosotros dos váis a mirar arriba. Id con cuidado -dice con un gesto de la mano -que la muchacha está a buen recaudo conmigo -dice mientras se da la vuelta para sonreir a la chica con una sonrisa que no inspira confianza precisamente.