Partida Rol por web

PNJOTIZADO.

Creo que Tariq tiene razón -respondió el de Calatrava sopesando también la opción de Potencio-; cuanto más alejados de ese Fulgencio, mejor... Andando pues, señores.

Y en breves bajasteis la cuesta serpenteante que iba desde el castillo de don Ramiro hasta Montepenares.  Unos cinco minutos tardábase a caballo, y a pie en poco menos de diez ya pisábais sus pocas calles, que no era muy grande aquella aldea.

Era muy temprano, y aun así no había gentes por el pueblo (habíais visto en la bajada que se encontraban trabajando las tierras de los alrededores, a cierta distancia del pueblo). Las casas del lugar parecían haberse concentrado alrededor de una plaza central, donde había un pequeño monumento, no siendo sino una cruz subida en un descansillo circular de dos escalones. Algún que otro crío transportando agua en cántaros y alguna que otra anciana paseando dibujaban el lugar.

Acicalándose el pelo como si fuera a un casorio y poniéndose su mejor sonrisa y aparentando un mozo de buen nacimiento y educado, Damián se acerca a una vieja que deambulaba por allí.- Buenos días, buena mujer. Dios os guarde en esta fría mañana.- Le saludó cortésmente el joven.- ¿Seríais tan amable de decirnos dónde mora el tal Brisco? Quisiéramos hablar con él, pero no le conocemos. Si fuerais tan amable…-

La vieja, al ver que el muchacho se le acercaba, miró fijamente a los otros tres, y al comprobar que eran forasteros aceleró el paso y se metió en una casa, con cierto miedo.

El pobre Damián se quedó con la sonrisa en la cara y un palmo de narices. Girándose lentamente hacia sus compañeros, manteniendo aún la sonrisa, entre dientes farfulla.-... y luego dicen por ahí que al populacho se le trata con menosprecio...-. Con gesto abatido y hombros abajo, finalmente claudica.- Pues si alguno de vosotros se le ocurre algo mejor...-

- PFFF pues no va el moro y dice que no -entonces se dio cuenta de que lo había dicho en alto. ¡Mierda! el señor Pelayo había secundado el plan del moro. Igual le podía traer problemas en su anhelo de ascenso social, el musulmán de los cojones.. ¡Qué hacía aquí! bah

- Quiero decir que... ya que lo del castillo a nuestro apreciado Pelayo no le parece bien, podríamos ir a la iglesia, los curas entienden de escritura y escritura... rara. Igual viendo vuestro porte y linaje, nos lo traduce a estas horas.

Ya os he dicho lo que pone-le respondió el cabalero- pero tenemos que encontrar a ese tal Brisco y a su vez tratar de no llamar la atención... y no veo forma de facer ambas cosas a la vez-el caballero se rascó la barba. Había pensado mandar a Potencio a por un vino y ya de paso enterarse de si alguien conocí al tal Brisco, pero si era conocido quizás se enterase por medio de otra gente que lo estaban buscando y se haría aun mas difícil.

Le di un buen palmotazo en la espalda a Damián.

Non lo tomes a mal, zagal. Las viexas de chocho arrugado non gustan de zagales pichacortas.

Me gustaba hacerle rabiar al chico; en mí era lo más parecido a una muestra de cariño. Y es que Damián era el único, por su juventud ingenua e insolente, con el que tenía alguna afinidad.

-Al Brisco habemos de encontrallo -le dije a Pelayo- sin que sospechen en el castiello. Asín que non pasará nada si preguntamos en el pueblo.

-¡Pero yo no soy pichacorta!- Cayó en la trampa del moro el joven Damián. Dándose cuenta de la metedura de pata se sonrojó a más no poder, mirando por entre el pueblo una salida su acaloramiento.-¡La taberna!.- Dijo de repente. -Tiene que haber taberna donde los parroquianos apaguen sus sedes. Quizá podríamos preguntar allí...- comentó, sin atreverse a mirar a ninguno de los tres presentes, no fuera que pensaran que Damián quería ir a la taberna para... otros menesteres.

- En ese caso la taberna es siempre el mejor lugar para dar con alguien. ¿Cómo andamos de dineros? haríamos bien en invitar a unos cuantos a un trago para soltar lenguas.

Entre risas y pendencias, bromas juegos de palabras más de pícaros y burlones que de quien busca a un muerto que pareciera haber salido "por piernas" (imagínense la situación), andábanse moro y escudero, mas con la ayuda del Potencio y del Pelayo, que pareciera calmar los ánimos y poner en razonamiento al grupo, marchásteis en busca de taberna. Mirásteis a un lado y a otro, y allí no había nada parecido a cualesquier tugurio antes visitado. Cinco minutos anduvísteis entre las calles (para recorrer montepenares no hacía falta más que ese tiempo), y al fin divisásteis el lugar donde se vendía vino.

No era una taberna al uso, pues no tenían (aunque ello no quería decir que no hubiera); sino más bien tratábase de una casa como reconvertida, cuya sala principal albergaba tan sólo espacio, sin sillas ni mesas como a la usanza. Eso si: la única muestra de que aquel lugar era para beber erand os barriles que apoyaban una tabla, imagínense vuestras mercedes el para qué...

Agachado junto a los barriles, y con tres clavos sujetándolos con la fuerza de los labios, un hombre martilleaba la base del barril, como arreglándolo. Cuando vio abrirse la taberna, se giró, y con mucho esfuerzo se levantó. En el lugar no había absolutamente nadie más que él.

Hola forasteros, ¿quieren vino? -os preguntó a pesar de ser muy temprano-.

- ¿ A qué habríamos venido sino buen hombre? ¡pónganos un par de jarras de su mejor vino! y sepa que está sirviendo a unos nobles señores así que no se le ocurra servir vino enmohecido o se las tendrá que ver con este menda. ¿Queda claro?

El hombre dejó caer los clavos por las amenazas de Potencio, que, con aquellos cabellos tan enmarañados, amendrentó un poco al viejo tabernero. Claro que, pensó que debían ser nobles de otro lugar, mas no en Montepenares o en derredor... Y sin más preámbulo sacó cuatro vasos y los sirvió allí mismo...
 

-Aquestas son las pesquisas que me gustan -dije, y acto seguido agarré la jarra y olvideme de todo lo demás, no solo por el divino y maravilloso pecado de saborear el vino, sino también porque era oveja fusca entre un rebaño de blancas y no convenía que me hiciera notar si queríamos averiguar algo sobre aquel Brisco. Lo mío eran las puñaladas; la palabrería era cosa de nobles y afeminados.

Mirando todavía de lejos con cierto recelo a la vieja, finalmente Damián es arrastrado como un muñeco hasta las botas, poniéndole un vaso de vino entre las manos. El aroma del dulce néctar le vuelve en sí, dando un pequeño sorbo y aprovechando el breve receso entre la palabrería de Potencio para relajarse un poco.

Una vez cogidas fuerzas, y viendo que mucho no iban a indagar el moro y el pícaro, si no que su intención era beberse los dineros de su buen señor Don Pelayo, Damián optó por preguntar sin más, atento a la reacción del viejo.- Y decidme señor. ¿Conocéis a Brisco?-

¿A quién...? ¿¿Brisco?? -no es que dudara el tabernero, sino más bien se sorprendió por quien preguntábais-. ¿Ándanle buscando? No quisiera yo meterme en problemas, mis señores... -el tipo bajó su cabeza-, si quieren anden y pregunten a su tío, nuestro Señor de Estebanillos, Don Ramiro... mas acaba de enviudar, no sé si lo saben... Yo no quiero líos...

El hombre negábase a decir nada gentes cno más sangre noble y más espadas de las que él mismo pudiera disponer en su casa y su taberna juntas, de ahí el recelo.

Damián tenía nuevamente el vaso a medio camino de la boca, cuando paró en seco.-¿Brisco? ¿Sobrino de Don Ramiro?.- Sin poder evitarlo, echó una mirada cargada de significado a su compañeros. Entonces, girándose de nuevo al viejo, le preguntó.- Si no es molestia, señor. ¿Sabríais vos decirme si Don Ramiro ha tenido hijo o heredero alguno?.-

- Claro que lo sabíamos -dice haciendo referencia a la reciente difunta -y a propósito de eso... ¿qué podéis contarnos de ella? ¿la conocíais? ¿era una dama gallarda de buenas maneras o era una de esas otras que ni son ni aparentan? -preguntó con franca curiosidad.