Partida Rol por web

Quint había dado voz a sus pensamientos. A fin de cuentas, él también era de Moth. Asintió con seriedad.

- Si necesitas ayuda, grita.

No iba a lanzarse a lo loco, menos aún si tenía que dejar a Catherine atrás. Pero si realmente alguien necesitaba ayuda, tampoco se iba a quedar de brazos cruzados.

De hecho, me decepcionaría que no lo fuera

Alice suspiró. Sus siguientes palabras le sorprendieron incluso a ella

Espera. Te cubro las espaldas

Acto seguido se fue con Quint

Nahia había seguido caminando junto al grupo, pero seguía sumida en su propio mundo, sin hablar con nadie, ni prestar atención al lúgubre paisaje que les rodeaba.

No se había percatado de las marcas del camino, cuando el grupo se detuvo y el chillido de una niña los sobresaltó.

Su mundo se replegó y el corazón le dió un vuelco. Una niña, estaba en problemas. Miró a su alrededor, todos estaban alerta pero ¿Nadie iba a ir a ayudar a aquella pequeña?

Quint se adelanto al resto, ¡por fin!

Con algo de recelo se encaminó hacia donde había escuchado el grito, examinado el paisaje a su paso intentando descubrir alguna forma humana o algún punto discordante donde dirigirse.

No dijo nada, sólo se adentró junto con Xerine y Quint. 

Aaron se mordió el labio y pareció pensárselo. Sin hablar con nadie o decir nada, avanzó junto con los otros tres.

Que Nahia se adelantase junto a los demás le puso en un aprieto

Por una parte, no podía dejarla ir sin más

Por otra, tampoco podía dejar a Cath sola

Pero iba con Quint y Xerine; ellos podrían protegerla si se tratase de una trampa, así que se resignó y optó por quedarse junto a Catherine

- Ten mucho cuidado, hija

No estaba muy lejos, pero la densa cortina de agua era capaz de ocultar mucho más de lo que parecía. La visión que se encontraron los que caminaron hacia el grito fue, aunque quizá menos terrorífica que la de los esqueletos, si mucho más terrible.

Un hombre enorme, cuyo cuerpo desbordaba grasa por todos los costados, y cuya cara parecía ser el resultado de mezclar una pata de caballo y un topo aplastado. Unos ojos hundidos, unos dientes putrefactos y casi inexistentes... asqueroso.

Dos hombres más, con el cuerpo más estilizado parecía que protegían al hombre mientras un tercero degollaba sin piedad al cochero de la carroza, que descansaba embarrada de lado con una rueda rota.

Pero lo peor de la vista era la pequeña niña de cabellos negros y ropa roja, que no contaría con más de doce años, a la que el horrendo ser despojaba de sus vestiduras, mientras declaraba a los cuatro vientos que ya era hora de que conociera a un hombre de verdad.

Habría preguntado, pero la situación era bastante clara...

La rubia observó como se alejaban los cuatro y se quedó junto a Faliar y Conrad. Su miraba se movía de uno a otro, como si no supiera que hacer.

-Bueno, esperemos que no sea nada...

Mal nacidos...

Le hervía la sangre ante el grotesco espectáculo. Había visto muerte, mucha, demasiada. Incluso alguna vez había llegado aquella letal amante de su propia mano, pero al ver esa imagen. Aquel degenerado junto a la niña...

Apretó el asa de la funda del violín, casi le dolía.

Abrió la funda ahora empapada y despojó al violín de su protección. Otra vez aquel guardián de sinfonías y arte se iba a transformar en el cruel creador de dolor y destrucción.

Faliar no tenía tantas esperanzas; de hecho se le notaba bastante nervioso. No le gustaba nada la idea de no estar junto a Nahia; al menos debería haberle lanzado algún hechizo protector.

Aaron apretó los dientes y se mordió la lengua para no soltar un grito de indignación. Si no les habían descubierto era mejor que siguiera así la cosa.

Agitando los brazos y susurrando unas cuantas palabras arcanas, llamó a el hierofante y le indicó que atacase al hombre que trataba de violar a la niña.

Se merecía lo peor.

El cartógrafo dio un par de pasos, pero no se alejó demasiado de Faliar y Cath. No le parecía buena idea ir todos a la vez, ya que si era una trampa caerían todos en ella. Se inclinó levemente, esperando a que alguno de los que iban por delante les confirmase que no había peligro.

La imagen que vieron sus ojos hicieron que el corazón de Quint se detuviera un instante y dejara de bombear su sangre por sus venas. En su lugar, estas se llenaron de un negro odio y una más oscura furia. ¿Qué clase de ser podía hacer eso? Solo un demonio. Uno disfrazado de hombre.

Con dos rápidos movimientos soltó sus dagas y se agachó para desenfundar las otras cuatro que llevaba por el cuerpo, dos en cada mano. Luego, con dos dedos agarró las otras dos que había soltado antes de que comenzaran siquiera a caer.

La primera en moverse fue la asesina, que en un momento ya tenía dos estiletes en sus manos. Luego el rubio tensó sus músculos y la hija de Faliar desenfundó el violín. Aaron seguía mirando al vacío reinante mientras en silencio, trataba de llamar a sus aliados.

Sus manos se movieron solas. Cuatro agujas volaban en el aire, cada una directa a un objetivo, como cuatro sentencias de muerte

Los cuatro cuchillos volaron como sentencias de muerte en el silencio, teniendo como objetivos a los "pobres" bandidos que trataban de violar a la niña. El cochero ya estaba muerto, el reguero de sangre que caía por su pecho así lo atestiguaba.

El primer cuchillo que lanzó fue directo al cuello del más desagradable de ellos, y a pesar de que impactó en el lugar indicado, no fue el filo lo que estableció contacto, sino el pomo lo que logró un pequeño moratón pero nada más reseñable.  No así fue el segundo disparo que, con una fuerza inusitada, llegó silbando hasta el mismo pecho del bandido al que atravesó de lado a lado. Con una mirada estúpida y la sangre cayendo del orificio abierto se desplomó sobre el cochero, sin vida.

En cambio, el tercer estilete tuvo mucha peor suerte. A pesar de que sí se clavó en el asesino, lo hizo en el morral donde guardaba el dinero, lo que consiguió que un montón de moneditas empezaran a tintinear en el suelo, pero sin causarle daño alguno.

El último estuvo a medio camino de los otros dos, la herida fue horrible y el hombre comenzó a chillar de dolor, pero al menos no fue derribado de un tortazo.

Apenas el último estilete había salido volando de la mano de Xerine, otra salva de fragmentos de metal salieron volando hacia los bandidos. Cuatro hojas más anchas y toscas que las elegantes agujas de la asesina silbaron por el aire mientras giraban sobre sí mismas y dejando un halo negro a su paso.

Hasta tres gritos ahogados pudieron escucharse rompiendo el silencio de la travesía. No eran femeninos, de eso no había duda.