Partida Rol por web

Y tanto que Rodrigo mantenía los ojos abiertos, pues lo que veía no le gustaba ni un pelo. Rufianes, malandrines, pordioseros, aquella zona no era visitada precisamente por los grandes hombres de la ciudad, y el de Baena miraba a diestra y siniestra con cierto recelo y temor, por si cualquiera de aquellos les salieran al paso cuchillo en mano, que bien capaces parecían de hacerlo. De uno o dos podría defenderse, pero allí había demasiados como para salir con vida.

- Tú pareces más enterado de lo que pasa por aquí, mejor será que seas tú quien hable con estos.

Poco a poco Gracián iba recuperando el aliento y su cabeza se volvía a dar de bruces contra la realidad. Las ideas le bullían y le cruzaban por la mente una detrás de otra. Nos persiguen. Si, si, hay que camuflarse. Compremos unas telas para disfrazarnos. ¿Telas...? O mierda, ¡los tejedores, el muerto y su puta madre! Daba igual, era eso o esperar a que los zelotes que les iban detrás se les abalanzaran de nuevo.

-Si, ahí mismo servirá, tampoco hace falta ir más lejos para cuatro ropajes. Cuanto antes nos cambiemos esta guisa antes podremos regresar al cuartel! Si, al cuartel y al merecido descanso a la sombra...

Dicho esto, y viendo que el joven gallego dudaba, Gracián se dirigió el primero hacia el gremio de tejedores.

Entráis al edificio siguiendo a Gracián sólo para darvos cuenta del vuestro error: non hay ningún ropaje en el edificio, o al menos, non a primera vista. Hay un gran ajetreo, las gentes muévense de un lado para otro nerviosos, et papeles corren junto a ellos de otro lado para uno: más bien trátase de un edicio administrativo que de otra cosa. Nadie parece prestarvos atención en absoluto.

Un omne, nervudo et flaco, bastante feucho et bien vestido, aunque sin ropas lujosas, aparece en escena, proveniente de la habitación contigua. Parece ir escoltado por un par de matones, o al menos eso diríase por el suyo aspecto. Uno de los trabajadores del gremio le para, et dícele:

-Disculpe, don Ramón, ha usted de firmar aqueste documento que...

El tal don Ramón, que no es otro que don Ramón Andrade, el que fuera oficial et del que vos fabló Bernardo, interrumpe al zagal et firma con la suya pluma sin terminar de escucharle, justo antes de entrar en lo que parece el suyo despacho et cerrar la puerta, quedándose los dos matones a sendos lados de la misma.

Una vez en el pórtico, casi ya bajo y entre la gente dime cuenta mis ropas no distaban demasiado de las de aquellos indigentes y criminales, y que bien podría pasar desaparecibido. Lo que es más, que cualquiera que se fijase podría tomarme como lo que era judío (y de poco valor), lo cual podría ser una ventaja.

Caminaba ya entre tipos a mi derecha y a mi izquierda, pisando ya el portico de la iglesia de San Lorenzo. Negar que miedo entróme de repente (quizá no de repente, sino que se acentuó) no sería sino mentir; y en cuanto encontré un hueco en la pared de la misma iglesia, que allí fueme a encaramar, colocando mi espalda a la espalda y apoyando mi cuerpo en el muro. Así que esperé unos segundos, como divisando el plantel... Fue luego que un hombre pasó delante nuestra, y en entonces, sin siquiera tocale con la mano, me referí a él.

¡Eh! -le dije para que me mirara-, ¿no has oído tu lo del fuego del mesón en Almodóvar, verdad?

Mi tono de voz cambió. Intenté parecer desarrapado, avispado y quizá algo indiferente, como si lo que preguntara fuera chismorreo ordinario.

-Pudiera ser -dice el omne, extrañado ante la pregunta. Observa a Ishaq con los ojos entrecerrados, de arriba a abajo, másandose la enredada y casi encostrada barba, amarillenta de pura suciedad-. Mas la información es bien preciado en aquestos lares, et ni siquiera el vuestro nombre conozco.

¿Información, qué información? -díjele al tipo haciéndome el intersante-. Oí tan sólo un rumor, algo de un incendio en la otra punta de esta ciudad, y ya se sabe que mejor huir de problemas que quedarse a verlos, aunque uno no haya tenido nada que ver. Mas... que yo tengo dos nombres, ¿sabe? Uno es... "sopa caliente y pan", y quizá algún maravedí..., por decir algo. Mas el otro, de conocerlo, lo haría a vos huir de aquí ahora mismo. ¿Acaso le gusta mi nombre? ¿et comer en caliente?

-Pláceme el vuestro nombre, Sopa caliente y pan -el omne sonríe mientras relámese las desdentadas encías, et mira maliciosamente de un lado a otro, vigilando para que oídos ajenos non entrométanse en la conversación-. Faced tintinear las monedas, judío, et mi lengua vos estará agradecida.

Lárgate viejo... -le dije entonces radicalmente, una vez que noté que aquel tipo creía que él tenía la cazuela asida por la mano-. Cualesquiera que están bajo ese pórtico te matarían si les obsequiara, como pago del trabajo, con "mi nombre". ¿Et que tu hablas de monedas? ¿et aquí delante? ¡Vamos! Lárgate de aquí -le repetí ladeando rápidamente la cabeza y con rostro serio (poco agraciado, pero serio)-; et que si lo piensas mejor irás a aquella taberna sin abrir la boca.

Y en entonces le señalé una taberna ficticia delante del pórtico de San Lorenzo; et mi intención no era sino que se fuera alejando de aquel lugar, para hablar en sitio más tranquilo...

Cuando oyó el nombre de Ramón a Gracián se le iluminaron los ojos. Al final resultará que no fue tan mala idea lo de entrar en el gremio... Se giro hacia sus compañeros y guiñándoles un ojo les dijo: -Seguidme la corriente...

Todo serio, se dirigió derecho hacia los guardias. Cuando estuvo a poca distancia de ellos les dijo entre susurros, como si no quisiera que el resto de la sala oyera su conversación: -Tenemos que entrar y ver a Ramón. El trabajo está hecho, pero hubieron complicaciones de última hora... Bernardo y el resto de la cuadrilla no lográronlo, solo quedamos nosotros...

El bueno de Rodrigo seguió al judio sin mediar palabra, pues encontrábase fuera de lugar en semejante andurrial y miraba con temor a todos los que encontraba por si alguno se le ocurriera sacar cuchillo para revolverle las tripas. Parose donde el otro detúvose e, intentando imitarlo, quedó también apoyado en la pared con una expresión en la cara de que lo que allí acontecía no iba con él, aunque a pocos pudiera engañar tal estratagema, pues veíase que allí muchos eran conocidos y no por sus buenas acciones.

Siguió la siguiente conversación con suma atención pero sin enterarse de la misa la media, que de tratos con harrapientos y maleantes el no estaba acostumbrado, en cambio el tal Ishaq parecía diestro en tales menesteres, así que siguió dejándole actuar que hasta el momento no habían tenido problemas. Sólo esperaba no tenerlos a partir de ahora.

Zacarías había aprendido bien. Me sorprendió que entendiera la situación y que se mantuviera callado. ─Non fablades si vuesas palabras non serán mejor quel silencio mudo ─mucho me costó que comprendiera aquella lección, y al parecer, ya lo había hecho.

En tal barrio no eramos ayuda ninguna para Ishaq, así que lo mejor que podíamos hacer era eso, hacer nada y al menos de esa manera no entorpeceríamos...

-Por favor. Necesito comer algo...

El omne dirígese al lugar que señala Ishaq en silencio, lejos del gentío del pórtico.

-Bien, bien -el omne sigue nervioso, como si todo el mundo fuese a escuchar lo que vos fuera a decir-. Discreción, eso es. Non son bien recibidas las lenguas largas en aquesta parte de la ciudad, et nadie debe saber que vos he contado nada. Disculpen que haya intentado aprovecharme, mas, por piedad, denme unas cuantas monedas et todo lo que sé lo sabréis vos. Llevo días sin nada que echarme a la boca, et la panza ya ni me ruge de puro hastío.

Los guardas míranse extrañados.

-Aguardad un momento.

Uno de ellos entra con don Ramón, mientras el otro quédase observándoos. Tras un breve período de tiempo, el guardia que entró sale, dejando la puerta abierta.

-Podéis entrar. Don Ramón vos espera. Las armas... -interrúmpese al ver las vuestras capas de la guardia-. Nada, pasen.

Ramón Andrade vos espera sentado en su lujosa silla, ante un escritorio cubierto hasta el último centímetro de papeles de todas clases et tamaños.

-Disculpen que les haya hecho esperar, pero ya ven que el gremio anda algo desordenado tras la reciente muerte del nuestro maestre, Don Honesto -el omne vos ofrece la mano-. ¿Puedo ayudarles en algo?

Al ver que Gracián parecía tener una idea, asentí cuando mandó seguirle la corriente. Las palabras no eran lo mio, mi timidez me impedía ser un hombre de palabra fácil, de esta manera, tras seguir al guardia al interior de lo que parecía el despacho de Don Ramón, tras el debido saludo de cortesía, me limite a posarme en un lado, atento a mi alrededor no fuera que viniesen mal dadas y dejando que Gracián, al que se le veía mucho más por la labor en estos asuntos, tomara la palabra.

Gracián se alegró mucho al ver que los guardias se habían tragado su pantomima, y más aún cuando los dejaron entrar armados. Pobres muchachuelos, lo que tiéneles que enseñar aún la vida...

Tras cruzar las puertas y ver la cálida bienvenida que les brinda “don” Ramón se relaja aún más y adopta una pose cómoda y afable. Buenos días don Ramón, no se preocupe por las molestias, ¡es un placer el podernos encontrar con usted! Se acerca tranquilamente y se sienta informalmente sobre el escritorio. Lo cierto es que si puede ayudarnos, mucho más de lo que cree... Poco a poco, coge su maza tranquilamente y se la mira mientras habla. Resulta que Bernardo, o debería llamarlo Isaac, no se, resulta algo confuso... Bien, resulta que Bernardo nos estaba contando ayer como usted contratole para matar a don Honesto, y que hizole encubrir el asesinato colgándole el mochuelo a los judios. El tema es que al pobre apretele demasiado la sesera y estallole y claro.. no terminó de contarnos la historia.

Adoptando un tono cada vez más serio prosigue, mientras juguetea con su maza: No, señor, no me se asuste ni intente negarlo... El pobre ingenuo también decía que no hablaría, aunque cambió de opinión cuando presentele a mi amiga y vaya si habló, como un gallo cantó al final... y usted también faralo, no es cierto? Si, usted es un hombre sabio y nos acompañará tranquilamente al cuartel de la guardia a seguir charlando con su amigo el señor alguacil, eh que si don Ramón? Esto último lo dice mientras agarra con su enorme brazo al mercader por encima del hombro, en una especie de parodia de abrazo, pero mucho mas fuerte de lo que de una simple relación de amistad se esperaría...

-¿Pero qué sarta de idioteces están ustedes diciendo? -Ramón aparta rápidamente el brazo de Gracián de encima de los suyos hombros- Bien es cierto que esas ratas judías están dañando al gremio -el tono de don Ramón es serio- mas apenas conozco yo a ese Bernardo desde hace apenas unos días, cuando apareció aquí por primera vez. Jamás he encargádole ningún menester, et mucho menos de tal cáriz. Jamás tuve yo ningún problema con nuestro buen maestre, don Honrado, que en paz descanse -el omne santíguase mirando al techo-, buen omne et trabajor donde los hubiera.

No, nada de eso -le respondí secamente-. No te abrumes, que beberás y comerás y saciarás. ¿Dónde está la taberna más cercana? Llévanos allí y allí comerás; et comerás mientras nos cuentas unas cuantas cosas, si te place -díjele con ironía-. Et que es más: ¿ves a este señor de aquí? -entonces le señalé a Yunus, el hombre más adulto de cuantos éramos-. Pues responderás a cada una de las sus preguntas con sumo respeto, mientras sacias el rugir del estómago. ¿de acuerdo?

Et que no esperaba a que dijera que sí o que no, sino que aguardé a que nos guiara a alguna taberna de San Lorenzo para comenzar a pesquisar.