Partida Rol por web

Los músicos van por la decimoséptima estrofa de la canción, así que les queda un rato. (Es una canción larga, al fin y al cabo.) Mientras te acercabas a la barra, el cantante y lutista te ha visto no sólo prestándoles atención, sino incluso tarareando algún verso, y te ha saludo con una sonrisa y una inclinación de cabeza. Te fijas que no eres el único halfling interesado en la sala.

Caedy Capillas. Es la primera vez que oyes ese nombre… en muchos años. Tus amigos en Canciones Gemelas te llamaban así por el tiempo que pasabas ayudando al viejo Canys, sacerdote de Torm. Sirane no era del barrio, pero os conocisteis a través de esos amigos, así que también te conocía por ese nombre. Ella parece igual que siempre, sólo que más mayor -tiene tu edad-, más delgada -o fibrosa-, más cascada, y con la voz a juego. Nunca tuvo una voz bonita.

Los tres tipos en los que te has fijado siguen a lo suyo: de pie junto a un tramo de repisa, taciturnos, e intercambiando palabras y bebiendo de vez en cuando mientras observan la sala. Llevan armas -dos con espadas cortas, uno con un hacha-, como tantos otros. No parecen piratas, sino viajeros, y no en su mejor momento financiero. Su cabello castaño claro, su melena y sus bigotes en forma de herradura evidencian su procedencia: son ffolk, habitantes de las Moonshaes.

En cuanto al hombre-lagarto -ahora estás seguro de que no es un draconiano-, te ha mirado durante unos largos segundos y luego ha apartado la mirada.

No sé por qué, pero esta mujer que apostaría es la propietaria y nuestro objetivo, me pone nervioso. Tanta seguridad, tanto desparpajo…¡una pirata de mal vivir, sin duda! Creo que Rotryn o incluso Zhork se manejan aquí mejor que yo. Hasta Rees llama menos la atención, estoy seguro de ser verdadero objeto de escrutinio, así que me siento obligado a decir algo.

—Eh, *ejem*, pues lo cierto es que mis camaradas habían oído hablar de éste lugar y se empeñaron en verlo con sus propios ojos. Y yo llevo varios años fuera, pero…

Me interrumpo al escuchar esa voz que recuerdo bien, a pesar de los años transcurridos. ¡«Caedy Capillas»!, ya casi lo había olvidado. Antes de girarme trato de recobrar la compostura, pues ese incómodo nudo vuelve a atenazar mi estómago. Miro de reojo a mis amigos, hay que afrontar el reencuentro. Me sitúo frente a la semielfa y la contemplo con seriedad.

—Sirane «Arañazos» —le respondo, feliz por haber recordado tan fácil el apodo de ella (uno de ellos, mi favorito)—. Me alegro de verte, supongo.

Claro que me alegro, pero todavía queda un resto de dolor, por el rechazo o por los tiempos pasados, quién sabe. Algunas cicatrices tardan más en curar. La miro de arriba abajo y al fin esbozo una sonrisa fría y tenue.

—Te ves estupenda, como siempre.

Rees toma su jarra y mirando aún a los músicos les sonríe y les hace un pequeño cabeceo a la par que levanta levemente su jarra para ofrecerles un saludo y brindis para ellos y su música.

Luego, tras localizar otros medianos a la sala, se acerca decidido hacía ellos con un semblante simpático en su rostro.

- ¿Qué tal hermanos? No tiene mala pinta el estofado de pescado, aunque sin duda con esta música se puede disfrutar mejor. ¿Sois habituales de esta posada? - dice sonriente.

Una vez mas cerca, se fija en las pintas de los medianos, en sus pertenencias y en lo que beben.

Después de que Caedwyr excuse su llamativa presencia en la taberna, Zhork, que sin duda se ha percatado de las intenciones de su compañero, interviene para reforzar la bola.

—¡Hmmm! ¡Así es! —dice el enano, dando una nueva palmada en el mesado—. Un amigo mío estuvo aquí. Me dijo «Uno de los mejores tugurios de la Puerta»... ¡Eso dijo! —informa sonriente—. Y aquí estamos, ehehe.

Mientras os escucha, la camarera os ha terminado de servir cuatro jarras de cerveza. Inmediatamente, Rees toma su jarra y se lanza a pulular por el salón hasta que da con otros medianos como él. Caedwyr ahora está ocupado con lo que parece ser una vieja amiga. Zhork paga por todos y comienza a beber.

—«Arañazos» —musita la joven que está hablando con Caedwyr, y sonríe tibiamente—. Hace mucho que nadie me llamaba así... —Cruzada de brazos, observa al clérigo de arriba a abajo.— Dijeron que te metiste en un convento, pero esto… —No tiene palabras, probablemente porque está sorprendida: no todo el que se mete en un convento acaba siendo un combatiente de la fe y el canal de los poderes de un dios.— ¿Qué haces en la ciudad? —pregunta mirando a Caedwyr a los ojos, más seria.— ¿Por qué has vuelto?

¿Hay dolor en esa pregunta? ¿Qué fue lo que hiciste, Caedwyr? O bien, ¿qué recuerdos puede haber traído tu presencia a la memoria de esta joven? Pero fíjate: Sirane ha mirado brevemente hacia el medio-orco con el que hablaba. El tipo ahora bebe apoyado en la repisa de una de las paredes y os mira. Un hombre a su lado también os mira.

—Oye… Deberías irte —dice Sirane a Caedwyr—. Podemos vernos otro día, ahora que estás en la ciudad.

Tras escuchar las respuestas de Caedwyr y Zhork, y a pesar del mutismo del tiflino y la marcha del mediano, la camarera que os ha servido sigue la conversación.

—Un amigo, ¿eh? ¿Tiene nombre ese amigo? Soy muy buena con los nombres, ¿sabes? —La camarera no para y atiende a otros dos clientes mientras os habla. Luego, pasa por la barra un trapo húmedo que ensucia más que limpia.— Pero tu amigo se equivoca: este no es uno de los mejores tugurios... ¡Es el mejor! —Ríe con sinceridad.— ¿Qué les trae por la ciudad? —os pregunta con curiosidad mientras limpia unas jarras como las vuestras con el mismo trapo—. Esta cabeza mía ya no es lo que era, pero seguro que puedo ayudaros... —Otro medio-orco, uno que se dirige a la cocina cargado de jarras vacías, llama su atención.— ¡Ramón! —estalla—. ¡Como se te caiga eso, te parto las piernas! ¡¿Me has oído?!

Al susodicho «Ramón» se acojona, podéis verlo, pero muchos en torno a la barra ríen con la camarera.

—¿Y tú no hablas, guapetón? —pregunta la mujer a Rotryn. Y a Zhork le pregunta:— ¿Tu amigo habla nuestro idioma o lo acabáis de sacar del Abismo?

El mismo músico que te saludó ve tu saludo y te sonríe, pero ahora está demasiado ocupado con el espectáculo. En cambio, los dos halfling -o hin, como os llamáis a vosotros mismos- a los que te acercas, que beben y comen apoyados en una ancha banqueta para humanos que usan como mesa alta, sí se paran a atenderte.

—¿Eres habitual de meterte donde no te llaman? —te responde uno de ellos, el calvo de las patillas canosas. Te mira con hostilidad un segundo antes de volver a poner sus ojos en el espectáculo.

Por sus ropas y los adornos que llevan encima, es obvio que son marineros. Probablemente pertenezcan a la tripulación de algún buque mercante. No llevan encima más que sendos bolsillos y una daga y una porra, respectivamente.

—¡Cálmate, Horyas! Deja al amigo —interviene el otro, molesto. Es más joven que el tal Horyas, pero aún te llevará unos diez años a ti, joven Rees. Su atención está dividida entre el espectáculo y tú.— Es un cascarrabias. Yo soy Wilfer —te saluda, acompañando las palabras con un movimiento de la cabeza. Lo apropiado sería que te presentaras.— El guiso se puede comer y llena el estómago. —Se encoge de hombros.— La música es mejor. ... No eres de por aquí, ¿hm?

Tu acento, por lo demás, no es muy diferente al local. Puede que saque esa conclusión del hecho de que lleves encima el tipo de cosas que llevaría alguien de viaje. Las pintas de ellos 

Rees ignoró las malas maneras de aquel mediano e hizo lo posible para mantener la serenidad.

- Bueno me paso la vida viajando, como vosotros pero por caminos de tierra - dijo bromeando. - Pero soy de la zona de Beregost, no muy lejos de aquí hacia el sur. Normalmente no vengo por esta zona de la ciudad, pero hoy he tenido que hacer un encargo por aquí cerca.

Bebió un trago de cerveza y miró de reojo al mediano llamado Horyas sin querer alterar su temperamento.

- ¿Conocéis a la dueña del local? - dijo con intención de sacar algo de información.

Sin perder el hilo con la mujer de La Linterna (el deber es el deber), no puedo dejar de sentir ciertas emociones al estar de nuevo frente a mi vieja amiga. Parece desear que salga de éste lugar, lo cual no me extraña.

—La Luz me ha llamado y he respondido, amiga mía. Y he regresado para tratar de hacer de Puerta de Baldur un lugar mejor.

Carraspeo incómodo, quizá ha sonado demasiado arrogante incluso para mí. Seguro de que estas palabras no son lo más adecuado aquí y en ésta compañía, pero es lo que siento realmente.

—Pero ahora mismo solo he venido a beber con mis colegas y no me marcharé hasta que terminemos —le sonrío a la «camarera»—. Parece que estás bien acompañada ¿eh? (ese semiorco apesta a maleante) Pero me alegro de que tengas tiempo para saludar a un viejo camarada.

No dejo de observar que la mujer de la barra trata de tirarle de la lengua a Rotryn. Al menos Zhork está en su salsa…¿y dónde demontre se ha metido Rees? Miro alrededor, ya lo veo. Me centro de nuevo en Sirane, pero muy atento a lo que diga o haga la camarera.

—Pues eso, ¿cómo te va la vida?

Entre mirar a los sujetos de la barra y el lugar, Rotryn no se percató de la mujer hasta que ya estaban frente a ella.

—Ahoy, querida. Lindo lugar el que tienen acá, ¿no? ¿Cuál me dijiste que es tu apodo?

No lo dijo en tono de burla o sarcasmo, sino dando cuenta de que realmente los hombres de mar, mas que nombres tenían apodos. Su mirada se enfrentó unos momentos con la mujer, para después volver a su estudio de los hombres de la barra.

El mediano hostil -Horyas- se concentra en el espectáculo mientras tú y el otro -Wilfer- seguís charlando. Tu presentación como un simple viajero no parece llamar la atención de tu interlocutor. Tampoco la revelación de que eres de la zona de Beregost. La mención a un encargo parece causar cierta curiosidad al mediano, pero es tu pregunta la que le hace olvidarse de la música. Incluso percibes que Horyas pone algo el oído.

—¿A la dueña? ¿A Thundreth? —te pregunta Wilfer—. Claro, aquí todos los habituales la conocemos. —Te señala con la cabeza hacia la barra, donde Zhork y Rotryn conversan con la camarera de mayor edad.— Es esa de ahí, la que habla con el enano y el cuernos. ¿Qué quieres de ella? —pregunta con extrañeza, pero sin hostilidad—. No serás del Puño, ¿no?

Tu forma de hablar de tu vocación no parece impresionar a Sirane, sino al contrario: al escucharte, ella te lanza una mirada llena de escepticismo e incomodidad (como has intuído que haría). Cuando mencionas al medio-orco, ella hecha un breve vistazo y parece que vaya a contestarte con mala leche, pero entonces se ve interrumpida por tu última pregunta.

—Bien, voy tirando, como todos por aquí, gracias —contesta elusiva—. La ciudad está bien sin necesidad de que ningún caballero en su resplandeciente armadura vuelva tras cinco años a salvarla, Caedy. Aquí sabemos ocuparnos de nuestros asuntos —añade algo irritada. Luego, te espeta:— Mira: tus amigos no llaman mucho la atención, pero tu culo no vale un meco ahora mismo aquí. Los de Torm soléis traer problemas. —La notas intranquila: su preocupación por tu pellejo parece genuina.— ¿Por qué no os vais a cualquier otro sitio? Tenéis La Sirena Sonrojada aquí al lado. Podemos vernos allí en un rato.

El medio-orco, lejos, sigue observándoos atentamente. La camarera, Rotryn, Zhork, R ees y los dos medianos con los que habla siguen a lo suyo.

—Es que no te lo dije... —te contesta la mujer fijando una sonrisa tibia en su rostro y mirándote intensamente… antes de estallar en potentes carcajadas—. ¡Pero podéis llamarme Thundreth! —No parece un alias, sino un nombre: es el de vuestra sospechosa. Zhork te lanza una mirada de complicidad. Ella se gira de pronto hacia Zhork.— ¡Ya pensé que tu amigo no hablaba, enano! —Luego, vuelve a girarse hacia ti, Rotryn.— ¿Y vuestro otro amigo, qué? ¿Qué hacéis mezclados con un páter de la fe de Torm? —pregunta ella bajando un poco la voz.

Estos hombres parecen todos rudos marineros o trabajadores de la ciudad que saben cuidarse las espaldas. El que no lleva un cuchillo o una navaja lleva una porra. Están a lo suyo. El enano también está observándoles, como observa a la camarera, pero te deja a ti hablar. Rees y Caedwyr siguen charlando con otras personas: el primero, con dos halflings como él; el segundo, con la chica.

Rees soltó una leve carcajada.

Luego dio un paso hacía atrás con cierta teatralidad y con movimento de sus brazos y manos se "presentó" a sí mismo.

- Tu crees que soy del "Puño"? - volvió a reír, ridiculizando la idea.

- La verdad que es por pura curiosidad y chismorreo. Aunque nunca había entrado, muchas veces he oído hablar de la Linterna y de Thundreth, a veces cosas no muy buenas, como si estuviera metida en algunas movida.. pero que se yo.. - dijo y se quedó observando su reacción.

Rees se había encaminado hacia los medianos del fondo de la taberna. Por el ruido del local no podíais oír de lo que hablaban, pero parecía que estaba manteniendo una conversación con uno de los dos. El otro parecía desinteresado y con cara de pocos amigos.

Wilfer te mira detenidamente un instante, para inmediatamente después negar con la cabeza, desestimando la idea.

—No lo sé, pero no creo: el Puño es famoso por sus métodos a cara de huargo, sin sutilezas.

Se gira completamente hacia ti, dejando a un lado el espectáculo, y bebe un trago de su jarra de cerveza. Su plato ya está vacío. Horyas sigue a lo suyo.

—Curiosidad y chismorreo, ¿eh? ¿No sabes que la curiosidad mató al kobold? —te pregunta, divertido, sin amenaza.— Mira, primo: no sé por qué quieres saber sobre Thundreth, ni me preocupa, pero no puedes plantarte delante de mí… ¡Y empezar a interrogarme! ¿¡Qué hay de las cervezas!? —Alza su jarra. Parece de buen humor.— ¿¡Y de la cháchara!? Si me cuentas algo interesante, yo te diré lo que sé de la señora… ¿Te parece? Dime, ¿a qué te dedicas? Uno no vive de viajar…

El tal Wilfer parece bien predispuesto hacia ti. Si te lo trabajas un poco, puede que consigas sacarle algo. ¿Qué le puedes contar que pueda interesarle? Ese es el quid de la cuestión, pero seguro que tienes algunos naipes en la mano. Por lo que respecta a tus compañeros, se les ve enfrascados en sus propios asuntos.

Rees sacude la cabeza y se golpea la frente levemente con la palma.

- Pero.. ¡en que estaba pensando! Perdona mis modales - dice sonriente mientras se acerca a la barra a por un par de jarras de cerveza. Al volver le tiende una de las jarras a Wilfer.

- Veras.. - dice y baja la voz de repente, como dando lugar a información no apta para todos los oídos - He trabajado mucho tiempo comerciando y transportando todo tipo de mercancías.. ya sabes - dice dejando caer, que no era del todo legal.

- A diferencia de tu amigo - señala con un movimiento de cabeza al otro mediano - tu pareces de los que le gusta pasarlo bien. Hace tiempo encontré un transportista que traía de..  ¡ni mas ni menos de Luirien! el famoso queso de primavera que hacen ahí. No te puedes ni imaginar la fiesta que nos pegamos en mi grupo! - dijo riéndose a carcajadas

Era medio verdad, pues una vez en uno de los "concilios" que organizaba Durc, sacaron ese queso, pero él decidió no comer, pues Durc así le había pedido, necesitaba alguien en todas sus facultades para cubrir sus espaldas.

- Te puedo pasar el contacto y pedir que te haga una rebaja, ¿qué me dices? - dice dándole un leve codazo con mirada divertida.

A mi pesar, no puedo evitar sentirme halagado, aunque decido mostrar cierta modestia, al menos delante de mi antigua amiga.

—No tan brillante, y seguro que un poco de ayuda no le vendrá mal a Puerta, al menos por lo que llevo visto. Además…¿ de qué asuntos me hablas? ¿De los tuyos propios? —le dejo que asimile mis palabras—. Yo busco justicia para todos, también para los que no la reciben como se merecen.

Es un doble sentido, espero que lo aprecie. Pero es evidente que la conversación va a empeorar. Levanto una mano en un gesto conciliador, sonrío con cierta tristeza.

—Pero ahora quiero beber y me niego a discutir contigo. No después de tanto tiempo sin verte y con todas las que pasamos juntos. ¿Beberás con nosotros? ¡Les gustarás a todos ellos y puede que ellos a ti! —miro al semiorco con frialdad—, aunque no quiero darte problemas «extra».  Quédate con que estoy aquí de simple acompañante de mis amigos, no te deseo mal ninguno a ti, y me iré cuando terminemos.

¿Dónde se mete Rees? ¡Ah, ya lo veo, con unos coleguitas! ¿Y qué tal llevarán la conversación el enano y el tiflino?

—Esa que habla con mis colegas —le susurro a Sirane—¿es la dueña del local? Parece dura de roer.

De nuevo sonrío, para tratar de que mis palabras parezcan simple curiosidad.