Partida Rol por web

El tiflino asiente al clérigo.

"Sho, yo creo que partamos por el casero. Yssra puede ser un hueso duro de roer... Y vaya que necesitamos ojos para vigilar, lo que me recuerda... ¿No debían algunos pequeños darnos información?"

Rotryn pone cara de frustración. ¿Desde cuando confiaba tanto en espías pagados? Ya ni lo recordaba. Tampoco había sido él de los trigos más limpios, pero le molestaba tener que depender de otros para tareas que podían hacer ellos mismos.

"¿Y bien?" -inquirió el tiflino levantando una ceñuda ceja.

—Epsss...puesss sí, amigo. Esos pequeños deben darnos los informes en la posada. En cuanto vayamos por allí recabaremos y veremos si cumplen su cometido. De momento vayamos hacia el Hacha Danzante y veamos la situación. Será fácil entrar como simples clientes y preguntar cosas, ver de qué pie cojea ese Danthelion, si podemos sacarle algo sobre su inquilina o cualquier cosa. 

Señalo vagamente hacia la calle, inseguro de hacia dónde está El Hacha Danzante. Un negocio legal, aunque no existía en tus tiempos, debe de ser chupado de encontrar sin soltar monedas ¿eh, querido Caedwyr?

Rees no duda en instante en unirse a vuestro apoyo a la estrategia indirecta.

—Pero seamos sutiles con su casero —recomienda, siempre tan calculador—. Así, si no le sacamos nada, aún podremos buscar a la chica y abordarla directamente.

También recuerda que el Conseguidor acordó enviaros sus hallazgos a la quinta hora de la tarde, y aún falta un poco para mediodía. No hay prisa. Respecto a El Hacha Danzante, Rees decide preguntarle al mercader y obtiene sin problemas (ni pagos) las indicaciones necesarias para llegar al lugar.

—Eso que has sugerido de que me instale cerca y la espíe —comenta, pensativo, de camino—. No es descabellado. Al fin y al cabo, no tengo habitación propia en vuestra posada.

No os lleva nada llegar a vuestro destino, pues está en la misma mitad norte del Paso donde estáis, a medio camino entre Canciones Gemelas y Roca del Draco. La tienda ocupa un viejo edificio del puente, por lo demás similar a una casa de viviendas. En la esquina de la fachada, un arco da paso a una escalera de servicio que lleva a las plantas superiores. Al otro extremo de la fachada, sobre la puerta -en la que hace guardia un tiparraco enorme de tez negra-, un gran cartel amarillo de letras anaranjadas os informa de que os encontráis ante «El Hacha Danzante – Almacén de Suministros para Aventureros de Entharl Danthelion». El interior es un caos de cachivaches: aquí, armas de calidad y origen variados, apiladas todas en cestos de mimbre; allá, yelmos y piezas de armadura, algunas aún con golpes y lo que parece sangre seca; a un lado, cofres, jaulas y otros recipientes; al otro, picos y palas; al fondo, faroles, cuerda, redes… En una esquina, unas escaleras adornadas con escudos conducen a la planta superior.

Cuando entráis, un joven enano rubicundo, de barbas y cabellos dorados, departe con dos mujeres altas y con pinta de trotamundos junto a la puerta, mientras da palmaditas a un enorme arcón de madera.

—¡...más fásil de montarr ke de kuarrdarr! En menos de una horra, está listo.

Mientras hacéis tiempo, durante un rato, el enano -sin duda, el tal Danthelion- sigue tratando de venderles aquella caja (una especie de barco plegable, por lo que oís) a las dos mujeres. Sin embargo, las aventureras no parecen convencerse de las bondades del invento y, al cabo de un rato, se despiden cordialmente del tratante y se marchan.

—Tissculpen la tardansa, amikos —os saluda el joven enano con su fuerte acento, sonriente, cuando se acerca a vosotros frotándose las manos—. ¿En ke pueto serfirrles?

¡Qué bien nos hubiera venido Zhork ahora mismo! ¿Cómo lo llevaría él con un congénere?

—Hola amik…amigo. Venimos a echar un vistazo al género, a ojear mercancías aunque sin compromiso de compra ¿eh? Ha ha ha…

¿He quedado muy petulante? ¿Idiota tal vez? ¿Risa demasiado ensayada?

—Y de paso…—le doy un codacito a Rees—, hemos oído que se alquilan habitaciones. Aquí nuestro amigo anda buscando uno no excesivamente caro, limpio y hogareño.

Tu presencia, Rotryn, parece inquietarle y no te quita ojo de encima, pero la tuya, Caedwyr, y la de Rees parecen tranquilizarle. El tratante sonríe cuando le mencionas tu interés por sus mercancías y ríe contigo cortésmente ante tu pequeña broma, por lo que tus temores parecen infundados. Pero cuando le mencionas lo de las habitaciones, pierde la sonrisa.

—Ah, me temo ke las habitasiones las tenko todas alkilatas, patrre —os comenta con gesto contrariado—. En unas tenko a una muherr alkimista y en las otrras, a una pareha de enanos, y krreo ke ninkuno stá pensando en irrse.

Mientras esperabais a que Danthelion terminara con las mujeres, tú, clérigo, ojeaste la mercancía, buscando alguna pieza de armadura que te pudiera servir. Lamentablemente, y a pesar de haber aquí un nutrido surtido [1], las más ligeras tienen pinta de ser para combatientes más ágiles que tú, y las más recias también son más pesadas. La excepción es una reluciente coraza eltureliana, pero parece bastante cara [2]. Además, dentro de una cota de mallas oxidada, apilada de cualquier manera, algo llamó tu atención y lo cogiste: es un trozo de pergamino arrugado. Al extenderlo, has visto que en él hay dibujados lo que parecen ser los planos de algún tipo de ingenio mecánico [3]. Danthelion no te ha visto cogerlo.

—¡Una alquimista! —finge sorprenderse Rees, con una sonrisa—. ¿Y qué tal es tener una vecina así? —pregunta, como si hubiera percibido algo en el tono de vuestro interlocutor.

Parece dar en el clavo, porque el enano suelta un resoplido.

—Ni me haple: no hase tos días de la última eksplosión... Nata grafe, klarro, perro... ¡Ah! ¡Y los olorres! Ké pesste... Perro pueno... —Se encoge de hombros con resignación.— Los afenturrerros como ustetes starrán akostumbrrados a eso y muchio más, ¿eh? ¡Hahá! —concluye, dándole una palmada en el hombro a Rees.

Rotryn mantiene silencio mientras el mercader habla. La verdad, no era ningún secreto que la gente desconfiaba del aspecto del tiflino, aunque sin razón aparente para ellos, simplemente le temían.

Rotryn hizo una mueca casi imperceptible cuando el mercader menciona a la alquimista, seña que va dirigida al clérigo.

"Pues la verdad es que sí, estamos habituados a ese tipo de inconvenientes..." -dice tranquilo el tiflino.

"Pero cuéntenos más acerca de esa alquimista, ¿tiene nombre?" -dice con un dejo de impaciencia el tiflino.

"Pero vamos hombre... ¿Por qué esa mirada?" -le dice mirándolo fijamente.

Sus ojos de color rojo pálido, casi podrían pasar por un color avellano en este instante y el tiflino lo sabe.

"¿¿Y??" -presiona un poco el brujo tiflino.

Bueeeno, nada de especial interés por la tienda. A la vista del material, ya estoy más que provisto y...

¿Que relámpagos es ésto, por Torm?

Contemplo el extraño boceto, un artilugio de lo más chocante. Parece un sombrero puntiagudo, con antenas o «¿palas?» que forman una cruz y...¿eh? ¿eso es un asiento? ¿con pedales? ¡Pero que clase de mente retorcida es capaz de diseñar semejante cacharro? ¡Si hasta parece que tiene uno o varios tubos, como si fuera una caja de la que salen trompetas! ¿y quién toca las trompetas! ¿Eh?

Dejo discretamente el papel en dónde lo vi, que a fon de cuentas no soy ladrón ni curioso de tales argucias técnicas. Además, Rotryn está hablándole al comerciante.

—¡Ha ha ha! *risa tenue y cómplice*. Aquí el amigo —señalo a Rotryn—, que se dedica en sus ratos libres a la alquimia y cosas así de raras y eksplosifas ¡ho ho!. Siempre está curioseando, es lo que hacen siempre los cerebritos arcanos ¿eh?

Buf, a ver como se lo toma Danthelion. Si veo que se encuentra cómodo, intentaré llevar la conversación hacia las idas y venidas de la casa de Ysrra, o visitantes extraños. Le animo a que hable de las cosas raras que hacen los alquimistas, sus extrañas compañías, costumbres molestas...

Tus amenazantes maneras, Rotryn, afectan a Danthelion, pues se te queda mirando un poco pálido y traga saliva. También notáis que se pone algo tenso, alerta, como a la defensiva. ¿Cómo reaccionará si siente su vida, su negocio o la vida de su inquilina en peligro? No parece tímido, pero tampoco un violento. ¿Le estarán surgiendo sospechas de vuestras intenciones? Por suerte, parece recuperar en parte la tranquilidad cuando tú, Caedwyr, intercedes.

—Ah, así ke se dedica a la alquimia... —comenta para Rotryn, repentimanente algo incómodo, avergonzado—. Bien… hm… No he kerrido desirr… Ya me entienden... -¡Se lo ha creído y debe de pensar que te has tomado mal sus quejas, tiflino!— Es un ofisio muy rrespetaple, porr supuesto. —Tose incómodo. Hace una pausa.— Y... ¿Han fisto algo ke les interrese…? —comenta, girándose hacia sus productos, tratando de reconducir la charla.

—Oh, en realidad yo al menos ya estoy bien provisto en estos momentos —me señalo a mí mismo, golpeo la armadura con una mezcla de recato y orgullo—, pero está bien saber de buenos lugares para proveerse en el futuro. Y como nos venía de paso, nos pudo la curiosidad profesional…además de que conocemos gente pudiente a la que podría interesar lo que aquí se expone. 

Siento un incómodo calor en las mejillas. ¿Será rubor, por la vergüenza de estar soltando mentirijillas, como un vulgar muchachuelo callejero? 

—¿Y de verdad lo pasa tan mal con esa alquimista? ¡Ja! Si yo te contara amigo, la de cosas que tengo que soportar por causa de las extrañas compañías de mi camarada,—le doy un codazo cómplice a Rotryn—, por no hablar de la forma de comportarse cuando tienen algo en mente. Son muy obsesivos, los alquimistas…¿verdad? Seguro que estás pasando por algo parecido, ¿eh amigo? ¡Ja ja! Siempre con misterios, idas y venidas, que parece que están metidos en cualquier intriga, cuando seguro que solo llevan polvo explosivo en los bolsillos, ¿no crees? ¡Ja ja!

Puffff, me arden las orejas. Tanta risa fingida me está dando ganas de llamar al rayo para que me fulmine.

—¿Eh, que opinas?

A tu primera explicación, el enano sonríe cortés, sin duda lamentando que no queráis comprar nada, y lo de la «gente pudiente» no parece hacer mucha mella en él, aunque cordialmente te haya soltado un:

—Khe interresante…

En cuanto a tus preguntas sobre la alquimista, una vez hechas el enano te mira suspicaz unos instantes… y luego a ti, Rotryn… y luego a Rees. Por un momento, estás seguro de que las ha cagago, y entonces....

—Parra serr honestos, no ess mala inkhilina… —comenta relajando el gesto y la postura.

Diríase que ha resuelto que sólo eres un tipo con ganas de charla o deseoso de caerle en gracia*. Rees, para reforzar la ficción y que no parezca que sois tres tipos demasiado interesados en la alquimista, se pone a mirar los materiales circundantes.

—No tiene demasiatas visitas. Si, de ves en khuando, resipe alkuna porr la nochie... —Hace un gesto para quitarle importancia.— Perro eso no es nata rraro akhi: la hente del arrapal es muy nokturrna —añade divertido, y lanza una mirada furtiva hacia Rotryn—. Sus visitas son soprre toto merrcaderres de la siutat que fienen a nekosiar con eia. Y es trapahadorra: la maiorr parrte del tiempo se la passa okhupada en…

Un lejano petardazo resuena sobre vuestras cabezas. Algunos objetos y piezas colgantes se mecen levemente unos instantes hasta detenerse. Danthelion, tras la sorpresa inicial, ha puesto los ojos en blanco y ha arrugado el gesto.

—Ia fen, ahí la tienen —se lamenta, señalando con un rápido gesto hacia el techo.

"Mmm... ¿Tal vez podría recibirnos? Tenemos negocios en los cuales nos puede ayudar..." -dice el tiflino con despreocupación mientras le guiña el ojo a Caedwyr por lo bajo.

"Que piensa usted?" -dice finalmente el tiflino al enano con una mirada despreocupada.

Este enano cabeza dura no atiende a razones (aunque sean veladas), así que me encojo de hombros y respondo al guiño de Rotryn con otro guiño.

Pocas visitas, algunas nocturnas...¡podría ser cualquier cosa! Nada que rascar por aquí. Tendremos que tratar directamente con ella manteniendo nuestra tapadera de «interés profesional» de mis colegas. 

—Claro que a mí no me gusta nada la alquimia, pero sí acompañar a mis buenos amigos en sus negocios.

Rees no se suma a la petición, pero percibís que está muy atento a lo que estáis hablando. En cuando al joven enano, te mira, Rotryn, y te observa de nuevo durante unos instantes. Luego os mira de nuevo a ti, Caedwyr, e incluso a Rees, que os da la espalda a los tres. La expresión de sospecha vuelve a su rostro. Notáis que duda.

—Ehm... Klarro —musita, titubeante—. Pruepen a ferr. Las escalerras están ahí fuerra —os indica, señalando con la cabeza—. Perro no khierro prroblemas ahí arripa, ¿eh? —añade frunciendo el ceño, y cruzándose de brazos—. Tenko  puenas relasiones khon la Guarrdia y khon hente poderrosa de la siutat. ¿Ententito? —exige, levantando una mano con el índice extendido.

Si salís del local, veréis de nuevo, en el extremo derecho de la fachada, el arco que da a las escaleras, que a su vez llevan a los tres pisos superiores. Si subís, veréis que la puerta de la primera planta no muestra señales de uso en mucho tiempo; que la de la segunda está acerrojada y reforzada, y que, en la tercera, no hay puerta, sino una galería que lleva a otras puertas más. En la más cercana a las escaleras, veréis glifos arcanos decorativos y de su interior os llegará el olor del azufre y la sal, así como un borboteo y un crepitante siseo. En un cartelito leeréis «Ysrra Brackrel, alquimista».

Todo esto, claro, si decidís subir e investigar.

Ante las últimas palabras del enano, arqueo las cejas mostrando cierta sorpresa. Me ha fastidiado la falta de cooperación activa por su parte, algo lógico por otra parte.

—¿Problemas? Por nuestra parte no los tendrá, amigo. A menos que los problemas nos busquen a nosotros, claro está.

Mira tú el pequeñajo éste, presumiendo de relasiones...¡si tú supieras, metequetrefe!. En fin, podría ponerme en su lugar y empatizar, pero estoy ocupado pensando opciones, desvaídas todas ellas. En fin, no nos queda otra cosa que establecer contacto directo, o se diría que hemos venido aquí a rascarnos la barriga. Pero sigue siendo una situación incómoda y que no parece que nos vaya a dar mucho resultado.

Una vez que desaparecemos de la vista del enano.

—No veo de qué manera vamos a sacar algo de esto, aparte de verle la cara a Ysrra (y ella a nosotros). En fin, a ver que talante tiene, al menos. Por mi parte mostraré un vago interés, nunca he conocido a un devoto de Torm apasionado por la alquimia. 

Una vez fuera del local, y algo alejados del gorila de la puerta, bastante atento a los aventureros tras cruzar cómplices miradas con su patrón:

—El duque quiere saber si esta mujer es de la Cofradía, ¿no? Y que le llevemos pruebas si es posible —recapitula Rees en voz alta—. Pues... Te doy la razón. Lo que nos pasó con la tabernera: todo ante nuestras narices y nada en nuestras manos. Como no la cojamos con las manos en la masa, o encontremos alguna prueba en su casa... —Niega con la cabeza. Se le ve frustrado.— Espero que los chiquillos del Infrasótano averigüen algo del tratande de lanas.

Rees os mira: parece listo para lo que digáis.

El tiflino mira a Rees como si lo viera por primera vez en la vida. Luego suelta una pequeña risotada mientras un destello pasa fugaz por sus ojos.

-¿Me vas a decir que eres el primer mediano sin curiosidad innata que no le interesa ver lo que hace un alquimista? -Luego levanta la ceja ante el mismo Caedwyr.- Parte de la investigación sugiere encontrar pruebas acerca de esta mujer, ¿no? Bueno: tendremos los ojos muy abiertos mientras simulamos comprar y al final deslizaremos algo que tenga que ver con gente de la Cofradía siendo perseguida y lo cerca que están de encontrarlos a todos. Luego será cuestión de unos pocos minutos ver salir a la Yssra camino a su escondite cofradítico. Y, bueno, lo que encontremos... -Le guiña un ojo a Rees.- ...servirá para incriminarla después.

El plan simplemente parecía perfecto a ojos del tiflino.

-Y bien: ¿me siguen?

Dicho esto, se acerca con seguridad a la puerta con glifos del tercer piso y llama a la puerta. Antes de que abran, les hace un guiño a sus compañeros y apunta con su indice sus ojos.

Asiento en conformidad.

—Está bien, a los dos. Podemos provocarla un poco de esa manera, a ver que hace. Y de paso, allanar *toso incómodo* su morada en cuanto ella se vaya, ya sea ahora o más adelante (lo que requerirá vigilancia). Si es una agente, sin duda tendrá algo que la incrimine, por poco que sea.

Me cruzo de brazos. Por un momento me olvido de dónde estoy.

—Contemplemos el entorno con atención, en busca de posibles accesos no vigilados. Ya veremos luego quién se mete dentro...y por supuesto, habrá que contemplar la posibilidad de que una hechicera tenga trampas mágicas protegiendo su guarida.

Tras todo ello, sigo efectivamente al tiflino y aguardo discretamente a su espalda. Soy la última mona en ésta casa, como diría mi viejo mentor.

A las palabras de Rotryn, Rees le mira con expresión muy seria y ceñuda:

—Eso que has dicho sobre los hin es bastante racista, ¿sabes? —Unos tensos instantes después, el halfling relaja el ceño y sonríe con picaresca.— Y bastante cierto también.

El sempiterno buen humor y la despreocupación del tiflino son inevitablemente contagiosos. Al subir por las escaleras, los escalones de madera crujen levemente bajo vuestros pies. En el rellano de cada piso, uno o varios pequeños arcos dan a la calle, de la que os llegan las voces de los peatones, los gritos de los mercaderes, las ruedas de los carromatos, los mugidos de los bueyes, los pasos de los caballos, el restallar de las fustas. Las campanas dan el mediodía. De algún lugar os llega el olor de un guiso. Llegáis al tercer piso. Los glifos han sido pintados con mimo y buen gusto. Tú, Rotryn, llamas a la puerta con delicadeza. Tras esperar y volver a llamar, escucháis como retiran la tranca y veis entreabrirse la puerta.