Partida Rol por web

Ningún hobbit que se preciara declinaría semejante guiso, máxime si estaba preparado por un compatriota. Así que Bit y Zoz acudieron con sus enseres - obtenidos de las alforjas del caballo de múltiples nombres - a donde estaba Ruby, autoinvestido maestro de ceremonias en aquel acontecimiento gastronómico, frente al burbujeante puchero.

Öter también había caído bajo el influjo del aroma endemoniadamente tentador, y ya sujetaba un cazo lleno del caliente líquido que le transmitía una reconfortante sensación a través de sus dedos rechonchos.  

Asianne miraba el guisado con ojos centelleantes pero parecía dubitativa; no acababa de dar el paso, o tal vez sentía vergüenza por lo que el resto, especialmente las mujeres, pudieran pensar.

- Deberíamos probar de darle un poco a la criatura, puede tonificarle y ayudarle a descansar. Ha sufrido mucho - dijo finalmente, señalando al lobo.

- Eeeeeh, aquí! ¿Habría algo de ese manjar para nosotros? - chilló la voz de Sigimun, que tras los correctivos previos de su jefe, volvía a la carga con sus quejidos y peticiones. 

Moss removía el guiso pacientemente con su cucharón de madera favorito sin poder borrar una sonrisa tonta de sus labios.

—¡Pues claro! Ese animal salvó a mi primo de una muerte horrible así que por supuesto que tendrá un cuenco para él —dijo señalando al magnífico animal con el cucharón—. Y para los bandidos arrepentidos también hay guiso. ¡Hay guiso para todos!

Fue repartiendo el humeante guiso en los diversos y dispares recipientes de que disponían.

—Vamos vamos, que no se enfríe que esto está mucho más rico calentito —sonrió sirviéndose el último y haciéndose con algo de pan para mojar— ¡Que aproveche!

El fantástico olor del guisado de setas dominaba todo el recinto semiderruido de la torre de Bar-en-Dindol y sus alrededores. Un fuego reconfortante, encendido en el centro de la torre, acogía a todos aquellos cansados viajeros en su abrazo hogareño, y desde fuera se veía la torre refulgir con un palpitante resplandor en medio de aquellas indómitas tierras salvajes.

Las féminas pusieron los ojos en blanco mientras observaban a sus compañeros empezar con los primeros chascarrillos y risas sin sentido. Lèah y Mithgannel cerraron los ojos y dejaron mecerse por los acogedores brazos de la lumbre. Cormac y Bit derribaron la barrera entre el Orden y el Crimen que sus respectivas profesiones imponían habitualmente, hablando toda suerte palabras inconexas, conversación a la que se unió Öter en cuanto las setas alcanzaron las células de su cerebelo. El bueno del enano señalaba el cochambroso techo de las ruinas y se creía estar viendo las arcadas majestuosos de los salones subterráneos de su casa natal, dedicándoles todo tipo de inflamadas alabanzas.  

Asianne, por su parte, administró la porción de guisado al lobo, quien lo bebió con fruición del mismo cuenco, hasta que lo hubo lamido y relamido. Nadie podrá decir nunca qué tipo de alucinaciones tendría ese lobo aquella noche, pero finalmente se dejó vencer por el sueño y con una mueca similar a un sonrisa en la cara durmió apoyando la cabeza en el regazo de la haradrim.

La noche transcurría placentera, y poco a poco los efectos del guisado se iba diluyendo en la sangre de los comensales, regada además de vinos que portaban los hobbits. Tocaban ya cerca de las 22h, la hora que se había dispuesto de inicio para el primer turno de guardia. 

[Antes de irse todos a dormir]

Moss acabó de rebañar el cuenco del guiso de setas. Estaba mal que él lo dijera, pero oye ¡No estaba nada mal! Sonrió al ver cómo los terribles bandoleros se daban a los placeres sencillos de la buena mesa y carcajeaban la mar de sueltos. 

—Señor Cormac, le veo muy bien. La verdad es que debe ser genial ser el bandolero de las mil caras, libre como el viento. ¿Cómo se lo montaba para no ser descubierto con sus disfraces? ¿Acaso algo de magia? —preguntó interesado en los detalles del astuto ardid—. ¡Ah! debe ser una vida excitante la de bandolero, a lo mejor demasiado. Debe de ganarse uno mucho enemigos a un lado y otro de la ley. La verdad, no le envidio esa parte. ¿Algún candidato a reclamar su puesto cuando emigre al sur? ¿Qué hay de ese artesano falsificador suyo, como has dicho que se llama? —siguió con curiosidad—. Por otra parte debes saber un montón de cuchicheos como ese que dice que el rey tiene una amante ¿Te imaginas que es cierto? ¡Pero si el rey debe tener como cien años! —rió de buena gana.

Mientras Ruby llamaba a Cormac "el bandolero de las mil caras", el mediano veía, literalmente, como el rostro de Cormac se iba transformando, uno tras otro y de forma superpuesta, en mil diferentes semblantes. La alucinación sólo había comenzado. 

- ¡No me seas ignorante, pequeño amigo! - rió el colocado bandido encajando las certeras preguntas del hobbit - el Rey es un dúnedain de pura cepa, y para él 100 años es la flor de la vida. ¿Sabes que pueden llegar a vivir entre 300 y 400 años? Pues ya lo sabes. Para que luego digáis que no tenéis nada que aprender de un bandolero. 

Cormac había esquivado todas las preguntas del hobbit para quedarse sólo con la del "salseo".  

- El problema es que su esposa, la reina Stansa, es humana común. Y a su edad, está arrugada como una pasa, mientras que a él se le ve lozano como un zagal. ¡Ay el amor, qué trampa mortal! menos mal que yo no he caído en ella, nunca. El Rey se desfoga con muchas jovencitas damiselas de Arthedain, pero su corazón...ejem, creo que estoy hablando demasiado - dijo sin poner demasiado esfuerzo en controlar su confidencialidad y lanzando una furtiva mirada a Asianne, que estaba lejos del alcance de sus voces . - Sabes, si se supieran algunas cosas...por ejemplo, que tantos y tantos recursos se han destinado a extrañas insurrecciones en el lejano Sur mientras que el Norte está cada vez más amenazado por Angmar, y bien necesitara de todos esos medios. Pero en fin...eso es lo que pasa cuando se junta un corazón caprichoso con un poder regio.

Finalmente rozó el tema de su posible sucesor al frente de los bandoleros, pero no soltó prenda sobre su identidad ni la del artesano. - No puedo decir que los nuevos tiempos vayan a ser mejores o peores para el bandolerismo en esta región. Sólo que como yo no va a volver a haber otro. Para bien o para mal - sentenció, antes de echarse en su jergón y cerrar los ojos.

Así pintaba el escenario* en el inicio de la guardia del primer turno (Oter y Bit), a las 22h:

Öter se preguntaba cuánto tiempo habría pasado de su turno de guardia, pues la cabeza todavía le daba vueltas debido al alucinógeno guisado y no conseguía interpretar la posición de la luna como había hecho tantas noches. Hasta ahora todas las sensaciones habían sido de lo más placentero: risas y visiones fantasiosas de su añorado hogar, sus techos abovedados. Ahora que empezaba a despejarse el efecto, veía con más claridad que no se trataba más que de placenteras ensoñaciones.

Por eso le sorprendió tanto aquella última alucinación, que llegaba a deshoras. No era tampoco placentera como todos las demás, sino de lo más inquietante: unos ojos amarillos brillando en los linderos del claro. Y a su lado otros, y aún otros. Y unos más allá dos pares mas. 

Con cierto pavor pero aún pensando que se trataría sin duda de una última visión pesadillesca causada por las setas, Öter se rascó la cabeza. Estaba todo quieto a su alrededor, la torre de Bar-en-Dindol tras de sí resplandecía siguiendo el patrón juguetón de las llamas que ardían en la hoguera que mantenía calientes a todos los afortunados que no hacían guardia. De Bit, quien teóricamente montaba guardia en el techo de la torre en ruinas, no se oía absolutamente nada, y desde la posición del enano no podía verse.

Cuando aquellos ojos refulgentes empezaron a aproximársele, y más aún, cuando el resplandor de la hoguera iluminó los lomos de unas criaturas similares a lobos monstruosos, montados por otras criaturas aún más enloquecidas, Öter empezó a arrepentirse de haber seguido la invitación del hobbit y consumir aquellas setas. En su estupor, veía a tres de aquellos lobos montados por sus jinetes abalanzarse sobre él, mientras los otros dos se acercaban por la zona norte de la torre donde era más fácil trepar a la techumbre hacia la posición donde estaría Bit. Öter estaba tan aterrorizado por la visión de lo que se le venía encima que ya casi tenía la mano en la empuñadura de su martillo. Fuera producto de su mente, de la droga o de la brujería, su arma era lo único que tenía en el mundo a lo que aferrarse.  

El olor de las setas hizo que la nariz del enano se levantara en el aire, siguiendo el rastro hacia la olla del señor Moss, que con mucha alegría, las preparaba. Öter pensó unos segundos que las horas de la guardia serían muy lentas y aburridas. Llevaban días bregando y luchando y no era ningún lujo darse un pequeño descanso.

- Supongo que habrá algo para este viejo enano... ¿verdad, señor Moss? - le preguntó con los ojos entrecerrados y una sonrisa de medio lado - Veamos pues...

El sabor de la seta no era tan especial, no se asemejaba a su olor. Pero esa sensación duró poco, de repente, la sensación era deliciosa. Con los ojos semicerrados, Öter no sabe lo que tardó en volver a su puesto de guardia. El tiempo pasaba lento, pero agradable, sus músculos estaban relajados y ya no sentía ningún dolor del combate. Aún así, un plácido sueño se apoderaba de su cabeza pero se mantenía despierto, sabiendo su cometido.

Durante un segundo cerró los ojos y le pareció que había pasado mucho tiempo. Unas sombras se dibujan en la noche con fugaces rastros de luz reflejados por la luna.

- Por las barbas de Durin... - dijo el enano, como anestesiado mientras empuñaba su arma - ¿Cuánto tiempo ha...? - pero no pudo terminar de preguntarse. 

El efecto de las setas se disipó de su sangre en el momento que vio tres figuras alzarse contra él. Tres huargos. Tres orcos. El corazón comenzó a palpitar a toda velocidad.

- ¡¡HUARGOS!! 

Alcanzó a gritar con todo el aire que había podido coger antes de que fuera embestido. Solo esperaba que los demás hubieran sido alarmados. Si no le creían porque pensaban que estaba todavía bajo el efecto de las setas, que al menos escucharan el encontronazo contra los huargos.

Un grito resonó en la noche. Y no hizo falta más. Como activada por un resorte interno Léah se incorporó veloz, e instintivamente buscó sus dagas, colocadas previsoramente siempre cerca de ella por si se daba una situación de emergencia. Es difícil pillar a un asesino en un renuncio, pues hasta cuando duermen un sexto sentido les mantiene en alerta, atentos a cualquier amenaza agazapada en la oscuridad de las noches. 

 Con la adrenalina activando todo su cuerpo abandonó su improvisado lecho y avanzó rápidamente hacia la puerta, de donde había venido el grito, juraría que de Öter. 

 - ¡¡Despertad malditos holgazanes!! - gritó al pasar junto a los demás.- ¡Tenemos visita! 

 - ¡¡Moss, señora!! ¡Liberad a los bandidos!- ordenó a sus compañeros; ni siquiera sabía si seguirían amordazados o finalmente les habrían soltado ya durante la cena, y no se detuvo a mirarlo.- ¡Todos a las armas!

 Al aproximarse a la entrada frenó su carrera y se detuvo echándose a un lado de la puerta, quería ver la situación antes de salir a lo loco. Fuera ya se oían los ruidos de las armas y gruñidos, la lucha había comenzado. Entonces asomó con cuidado la cabeza y contempló la escena.