Partida Rol por web

Al escuchar el grito del enano la sinda echó mano a sus armas instintivamente y se levantó con premura.

–¡Öter! –respondió al tiempo que trataba de aguzar sus sentidos y comprender a qué se enfrentaban.

–¡Bit! ¡¿Cuántos puedes contar?! –preguntó luego en alto, esperando escuchar al vigía–. Vamos Ruby, Zoz, preparaos.

Mith se apostó en el marco opuesto al que se encontraba la asesina, y tras cruzar mirada con ella e insuflarle ánimos en silencio, arco y flecha en ristre trató de visualizar el peligro que se cernía sobre ellos.

—¡¿Pomelos Amargos?! ¡¿Hogazanes?! —se despertó agitadamente de sus ensoñaciones culinarias con ecos de cuanto sucedía a su alrededor.

Moss se frotó los ojos y miró a su alrededor asustado. Todo el mundo gritaba a su alrededor. ¡Les atacaban! Alcanzó su escudo azul y desenfundó su daga. Corrió hasta los bandidos tan rápido como pudo para cortar sus ataduras.

—¡A las armas, a las armas! —repetía alarmado mientras ayudaba a los bandidos a ponerse de pie.

Acosado por los atacantes, Öter se protegió como pudo, siguiendo la máxima enana de hacerse más duro que una piedra. Pronto, los tres jinetes orcos descargaron sus cimitarras contra él, y Öter consiguió repeler las 2 primeras con su escudo y con su martillo de guerra. Pero la tercera, esa sí dolió. El filo oxidado alcanzó la zona desprotegida donde acababa su cota de malla, y un líquido rojo tiñó la hoja mientras el orco triunfante la observaba. Por su parte, en un curioso ritual de manada, dos de los huargos coreaban con horribles ladridos mientras el que parecía ser macho alfa de los huargos lanzaba sus dientes contra el brazo con el que agarraba el escudo, hundiéndose en él y provocando una rápida sacudida de la extremidad de Öter.

La situación no pintaba bien para el enano, pero por suerte para él sus compañeros habían oído el grito de alarma y ya las dos féminas estaban prestas a atacar en el umbral de la puerta de la torre. Mientras tanto, dentro de la torre, Ruby sacaba su daga y se acercaba a los bandidos para liberarlos y así ganar músculo para el combate. En el otro extremo de la torre, Asianne sujetaba con fuerza de la correa al enorme lobo blanco de Forodwaith quien, a pesar de las heridas, estiraba hacia la puerta echando espuma por la boca. Asianne parecía dudar sobre si seguir sujetándolo o soltarlo, pues ya estaba al límite de sus fuerzas.

Sobre las cabezas de los que aún estaban dentro de la torre, un estrépito se escuchaba en la posición donde Bit debía estar siendo atacado. Se oyeron gritos bélicos del hobbit, pero enseguida pudieron ver su cabeza rizada apareciendo por uno de los desconchones de la cubierta y en un instante el pequeño explorador cayó como un peso muerto al suelo de la torre. Acto seguido una cabeza enorme de huargo emergió por la abertura por donde había caído el hobbit, sin poder atravesar más que el morro hasta la altura de los ojos, donde el cráneo se ensanchaba y ya no podía pasar. Las babas de la criatura cayeron sobre la cabeza de Bit, quien siguió insultándolo y desafiándolo con su daga desde el suelo. La techumbre crujía con cada embestida del huargo y con cada pisoteo de su secuaz que también estaba allí arriba... 

- ¡Joder!

  La situación estaba más fea de lo que se esperaba. En su fuero interno Leah siempre habia tenido claro que en esta expedición acabarían enfrentándose a orcos o criaturas similares; lo veía inevitable y se creía preparada, era un momento que tarde o temprano llegaría. Así que cuando su compañero dio la alarma se podía imaginar la escena. Lo que trastocó la composición que se había hecho eran aquellas monturas, unas bestias de colmillos afilados sobre las que cabalgaban los atacantes. Si alguno de aquellos bichos la acertaba con sus garras la haría pedazos, no había ninguna duda. No sería fácil acabar con ellos.

 No obstante las dudas quedaron inmediatamente atrás. Öter estaba en una situación crítica y no podría aguantar mucho más, no podía quedarse mirando. Con apenas unos segundos de estudiar la situación la asesina se lanzó al ataque. Sin proferir ningún grito, con el sigiloso estilo de un asesino entrenado, avanzó con rápidas zancadas buscando la espalda del orco más próximo. 

 Mientras avanzaba, en una fracción de segundo todavía dudó entre apuñalar al orco o hincar las dagas en los cuartos traseros del huargo; finalmente se decidió por el jinete, esperando que el animal no se volviese contra ella. Estaría preparada para correr, de todos modos. Así, Leah llegó hasta su víctima y con un gesto rápido y decidido hundió sus dos dagas en la carne del orco. 

Moss serraba con su daga las cuerdas que retenían a Cormac.

—¡¡Zoz, suelta a Sigfred!! —apremió al explorador. 

Cuando Bit cayó del techo temió lo peor, pero   sonrió un poco al ver que el hobbit se revolvía con insultos. !¡¿Como era posible que esos monstruos hubieran subido al techo?! El morro amenazador y babeante asomando por el hueco de la mampostería superior le hizo acelerar nerviosamente su tarea. 

–¡Bit! ¿Estás bien? –preguntó Mith al aturdido y babeado mediano sin mirar hacia atrás, antes de dirigirse a sus compatriotas–. Zoz, Ruby, terminad de desatarlos. Cormac, ahora podremos comprobar cuán honorables son vuestras palabras. ¡Luchad junto a nosotros y por vuestra vida!

Mientras hablaba, la elfa apuntó hacia el huargo que acosaba el flanco derecho del enano y su flecha silbó hacia él para tratar de liberar la movilidad del bravo martillo gonhirrim.

El sonido de las pisadas de aquellas bestias gigantes se hizo más cercano en cuestión de segundos. Y después... un gran impacto. A pesar de la situación, Öter no había perdido sus habilidades en la lucha y los efectos de las setas solo fueron placenteros hasta que se encontró con aquellos enemigos.

- ¡Malditos hijos de perra! - dijo mientras miraba rápidamente las heridas que le habían hecho los enemigos - ¡Venid, perros orcos, venid a mí! - gritaba mientras golpeaba el escudo con su martillo.

El enano era consciente de que la situación no era favorable para atacar, así que de nuevo, volvió a optar por una actitud defensiva a pesar de que había escuchado tras de él a sus compañeros en auxilio. Tras estudiar rápidamente la organización, volvió a cubrirse tras su escudo, esperando que alguna fecha caída del cielo pudiera evitar alguno de los ataques que iba a recibir.

- ¡Criaturas cobardes, de uno en uno no tenéis tanto valor!

El huargo alfa no había conseguido su objetivo de desgarrar a aquel acorazado ser que tenía delante suyo en la primera embestida, así que tomando impulso con sus extremidades traseras, se dispuso a dar otro salto hacia adelante, afilada dentadura en ristre. Los otros dos huargos, su séquito, inicialmente respetaron pacientemente el turno de su jefe, gruñendo y ladrando amenazadoramente al enano. Pero cuando sus jinetes vieron aparecer a Léah y a Mithgannel de la puerta de la torre, con un silbido de guerra se abalanzaron contra las féminas, y sus monturas vieron vía libre para hincar sus colmillos en aquellas suaves carnes.

Dentro de la torre, lo que se temían Ruby, Bit y Zoz, a pesar del proverbial optimismo de su raza, ocurrió: la precaria techumbre de la torre se vino abajo tras una acometida del huargo que intentaba meter su cabeza por la apertura. Los hobbits, aterrorizados, aún pudieron ver al otro huargo y su jinete caer detrás del primero, sobre sus cabezas. ¿Serían capaces de evitarlos a tiempo? Una polvareda se levantó debido a este derrumbe, mezclada con las chispas de la hoguera que se levantaban por doquier. Las manos de Asianne no pudieron aguantar más y soltó al enorme lobo blanco, quien salió como una exhalación por la puerta de la torre. 

De nuevo en el exterior, los atacantes habían elegido ya a sus víctimas: el lobo que iba a por Mith recibió una flecha de la elfa antes de hincar sus colmillos en el muslo de la elfa, que se estremeció de dolor. La elfa estaba algo versada en la lengua negra, así que pudo entender lo que el orco jefe, el que montaba el lobo alfa, profería a su atacante:

- Idiota! a esta nos la tenemos que llevar viva! - pudo entender, y algunas otras palabras que no conocía pero que inequívocamente debía tratarse de insultos y vejaciones.

El recio enano, por su parte, consiguió repeler a duras penas los ataques brutales de la cimitarra del jefe y la mandíbula del huargo alfa. Pero quien de verdad tenía una situación desesperada era la frágil y herida Leah. Había conseguido clavar sus dagas como banderillas en el orco que le había cargado, pero éste se revolvió con violencia, haciendo a la asesina perder el equilibrio, y se dispuso a descargar su cimitarra al mismo tiempo que su montura, sedienta de sangre, se abalanzaba sobre las partes blandas de la humana. Pero entonces, justo a tiempo, un rayo blanco como la nieve se interpuso entre el brutal ataque y la víctima postrada. La cimitarra golpeó en oblicuo contra su lomo y los colmillos del huargo se cerraron sin agarrar las carnes del gran lobo, pero éste sí que tuvo éxito al devolverle la dentellada: sus colmillos reventaron los músculos del muslo del huargo, causando un espantoso aullido que desgarró la noche. 

El estruendo fue enorme. El huargo que había estado hurgando en el agujero del techo y su jinete estaban debajo de una gran cantidad de cascotes, y encima de ellos había caído también el otro huargo y su jinete, a quienes poco importaba la suerte de sus secuaces. Trozos de sesos desparramados donde se había producido el derrumbe daba poco lugar a dudas sobre la suerte que habían corrido jinete y montura. Pero también los hobbits sufrieron parte de los daños: el extremo de la fracción derrumbada había caído sobre sus pequeños cuerpos. Ruby y Bit sufrieron ambos la misma suerte: el techo se desplomó sobre su hombro izquierdo, y en medio un dolor espantoso se apresuraron a desenfundar sus armas para enfrentarse al lobo y al jinete, que estaban ya a su alcance. 

Con el hombro roto y tosiendo por la polvareda que levantaron los cascotes, Moss trató de moverse a hacia un lado buscando flanquear a la bestia o incluso ponerse a su espalda. La buena noticia era que solo quedaba una de aquellas bestias y que ellos era más. El brazo del escudo le colgaba a un lado del costado y el dolor en el hombro era insufrible, pero era ahora o nunca. Empuñó su daga con fuerza y trató de sorprender al huargo aguijoneando sus patas.

Léah resopló. Lo había visto todo perdido después de que el orco la hiciera caer: la cimitarra de este se preparaba para golpear y las fauces del huargo se abrían de par en par listas para triturar su blanca carne. Y de repente, aquella sombra blanca se cruzó ante ella. De manera increíble la había salvado y además dejaba muy tocado al huargo, que quedaba completamente cojo con una pata destrozada.

Pero no podía tomarse ni un segundo de respiro. Enseguida se puso en pie y aprovechó el espacio libre para atacar al huargo desde un lado, con la idea de rematarle. Pero al iniciar la maniobra percibió en la lucha que se desarrollaba a su derecha la situación desesperada de Öter, que permanecía agazapado intentando resistir los envites de sus oponentes. Léah vio la oportunidad y cambió de opinión. Al fin y al cabo el imponente lobo blanco tenía a sus dos adversarios muy tocados, se desenvolvería bien solo. Se lanzó a por la pareja de atacantes del enano intentando sorprenderles por su flanco derecho. Esta vez las dagas las dirigió contra la montura.

Un lamento ahogado emergió del interior de la primera nacida al sentir el profundo dolor de la dentellada. Mith apretó los dientes y apenas pudo evitar que algunas lágrimas brotaran de sus ojos y recorrieran sus mejillas.

La situación era del todo desesperada. Los enemigos se agolpaban por todos lados, incluso habían deshecho la ilusoria seguridad que les podría proporcionar la antigua torre. No había escapatoria posible. Pero luego los escuchó. Y pensó que quizás podría engañarlos y dar tiempo a sus compañeros para reponerse.

¿Pero a qué precio? Conocía el malogrado idioma, lo había estudiado a pesar del profundo desprecio y miedo que sentía por dicha lengua. Se decía que el simple hecho de pronunciar alguna de sus sucias palabras atraía a la desdicha y la oscuridad. ¿Pero cómo podría empeorar ésta situación? ¿Tendría los redaños y la habilidad de hablarlo? ¿Y qué pensarían sus compañeros?

«Eso ahora no importa», concluyó finalmente determinada a hacerlo.

–¡Parad, despreciables criaturas! –gritó en la lengua que menosprecia la belleza de las palabras y su musicalidad–. ¿No veis que estoy de camino al campamento, estúpidos? ¡Si herís a mis esclavos, la ira de mi hermano y del señor oscuro caerá sobre vosotros!

A más de uno debió poner los pelos de punta el escuchar los bramidos de la elfa con una voz grave, disonante, y sonidos perversos, bruscos y siseantes. Si alguno dirigiera su vista hacia ella, vería su rostro inusualmente ceñudo mirando fijamente al orco que tenía enfrente.

Mientras eso ocurría y como por instinto, o tal vez para pretender comunicarse o dejar grabado un último mensaje con su hermana, buscó la calidez del collar con su mano. Si el ardid no servía y los enemigos dejaban de centrarse en ella, esperaba al menos poder proteger a alguno de sus compañeros.

Un estruendo horrible se tradujo en polvo y piedra. Pero también en sangre y muerte. Por suerte, de aquellos huargos y orcos que habían emboscado la torre. Aunque la peor parte se la llevó el señor Moss, que dentro de lo que podría haber sucedido solo quedó un "crack" que no tenía muy buena pinta.

- ¡Maldita sea! - gruñó el enano mientras encaraba de nuevos a sus enemigos - ¡Esto es todo lo que sabéis!

La calidez que había notado en otras ocasiones en el collar para poder desatar su energía protectora no podía hallarla en estos momentos. ¿Qué ocurría? ¿Habría abusado de sus dones?

Inútil se encontraba la sinda para poder ayudar a sus compañeros cuando sintió que la energía del otro conjuro sí parecía estar disponible. Ese conjuro que le había permitido leer los pensamientos de la asesina, y que ahora le podría permitir penetrar la mente de sus enemigos.

–¡Parad! ¡Bajad las armas, por favor! Confiad en mí –gritó en común, con una voz temblorosa que quería aparentar firmeza y autoridad.

Un espeluznante chillido cortó la noche como un cuchillo y heló la sangre en los corazones del grupo de aventureros. Aún así, se trataba de un grito de autoridad. Autoridad orca, o eso parecía. Los tres aventureros que estaban batiéndose el cobre afuera de la torre contra aquellos correosos enemigos levantaron la cabeza al unísono hacia el dueño de la garganta que había emitido aquel sonido: el jefe de los orcos, montado en su huargo alfa, mantenía una mano levantada con la palma abierta, inmóvil, y miraba fijamente la escena con sus ojos malévolos.

La algarabía salvaje de orcos y huargos cesó prácticamente al instante y se mantuvo quieta con las armas y fauces en tensa guardia, mientras que algunos de los héroes, en particular Leah fuera de la torre, y Ruby Moss en su interior, culminaron unos más bien patosos golpes dirigidos contra sus atacantes que resonaron huecos en el súbito silencio que se había formado en aquel claro en plena noche. El gran lobo de Forodwaith, observando a sus congéneres malvados detener su furia, hizo lo propio y se retiró silenciosamente al interior de la torre, para juntarse de nuevo con Asianne, a quien parecía haber elegido como dueña.

- jaoskfao roeaskugusn asjha ksda* - se escuchó emitir con sequedad al jefe orco.

En el momento que culminaba esas palabras, los aventureros que estaban fuera de la torre pudieron ver con sobrecogimiento como otro contingente de cinco jinetes orcos adicionales salían de las sombras del bosque y se unían, con sigilo a su jefe, colocándose justo por detrás, a una distancia prudencial.

El orco jefe descabalgó de su huargo e hizo un gesto para que otros dos hicieran lo mismo. Al tiempo, el nuevo contingente de jinetes se acercó, blandiendo las armas, para amenazar a los héroes de fuera de la torre. Con los guardaespaldas que acababan de descabalgar, el jefe se asomó al interior de la torre, retirando la piel de cabra con rudeza y observó lo que acontecía en su interior. Ruby y compañía observaron cómo el jefe paseaba su mirada por todos y cada uno de los presentes, y cuando llegó a posarse en Sigimun, el irritante compañero bandido de Cormac, se detuvo y un brillo apareció en sus ojos de reptil, al tiempo que algo similar a una torva sonrisa tomaba forma en su rostro.

Salió el jefe de la torre con sus otros dos acompañantes y se dirigió a Mithgannel, hablándole sin llegar a mirarla directamente, como si le repeliera la rebeldía y dignidad de la fulgurante mirada de la elfa...¿o tal vez como muestra de respeto?:

- Está bien - dijo en un terrible oestron - os escoltaremos hasta el campamento. Allí preguntaremos al Gran Chamán. Pero si alguno de tus....esclavos intenta atacarnos o huir, morirá. - tras un leve titubeo añadió - Y otra cosa, irán todos atados. Vos y el caballero de los cabellos claros caminaréis a mi lado, por vuestra seguridad. Partiremos inmediatamente.

De todos los presentes, "el caballero de los cabellos claros" solo podía tratarse de Sigimun.