Partida Rol por web

—Está bien, está bien —dijo el cerrajero, frunciendo el ceño—. Pero hagan el favor de no volver a alterarse de esa forma. ¡Van a despertar a todo el edificio!

El señor Bolumburu, más cansado que ofuscado, se dirigió hacia la habitación de Ambroise. Le escucharon trabajar desde la sala principal de la casa, donde el padre Regard todavía trataba de consolar a pobre Poincarde. La hoja a la que se referían estaba todavía en el suelo. Cuando se lo guardó, pudieron ver de reojo otra de aquellas manchas amarillentas, todavía húmeda y algo más intensa que las demás.

 Tristán apenas asomaba un poco los ojos para ver al Padre Mathieu a los ojos, como si a pesar de la gran agonía emocional que había sufrido el hombre todavía tuviera el deber de atender a un hombre de Dios cuando este se le dirigiese. Secándose algunas lágrimas que corrían por sus mejillas, ruborizadas por el pudor que le provocaba la situación, el subastador se levanto lentamente con la ayuda del Padre.

- F-fue... fue algo horrible, pero... solo el final. El transcurso de lo que presencie fue hermoso. Allí estaba... mi fallecida esposa, Rose... nos encontrábamos finalmente, después de tanto tiempo separados. Y... ¡Oh! ¡Ella ya no esta! ¡Oh, mi Rose! _*sniff* D-discúlpenme, c-caballeros... ^*sniff*

 Sacando el pañuelo de su traje, Tristán empieza a sacarse su cara; embadurnada de lágrimas. Parecía que el recuerdo de Rose era uno que le afectaba considerablemente.

Algo más tranquilo al ver que la emergencia era solamente una falsa alarma, Tanka continúa apoyado sobre el marco de la puerta aún jadeando. La falta de ejercicio y una subida de adrenalina y escaleras tan súbita le ha pasado factura.

—Bueno, siempre podría ser peor si también fumara. Creo que debo empezar a hacer algo más de ejercicio entre comidas— reflexiona en alto.

Acto seguido se va a ver como trabaja el cerrajero esperando impaciente a ver que secretos habria en el armario, además de contemplar a un artesano metido de lleno en su oficio diario.

—Desde luego su habilidad es todo un espectáculo digno de ver, Monsieur Bolumburu—

Aurélien se toma las pulsaciones en la carótida con la mano derecha mientras con la mano izquierda rebusca entre sus bolsillos algún cigarro suelto. Menudo susto nos ha dado, Monsieur. Cuando esté preparado para comentarlo, me gustaría que compartiese más detalles de lo ocurrido. Creo que todas estas visiones están relacionadas con ese extraño pigmento. Del bolsillo de la chaqueta extrae una colilla con algunos centímetros por quemar y la enciende con una cerilla sin el menor atisbo de vergüenza.

Bien, existen cuatro copias de la llave de este estudio. Una la tenemos nosotros, una la tiene el señor Bolumburu, otra la tiene un vecino del segundo y la última, por lo visto, la extravió el señor Allamand. Ignoro qué implicaciones puede tener esto, pero yo no suelo creer en coincidencias.

—¡Aja! Asunto arreglado —le oyeron decir al cerrajero desde la habitación—. Algún desaprensivo forzó la llave del armario y dejó un fragmento dentro, ¡qué brutos! Pero bueno, ahora puede abrirse perfectament…

¡PAF!

Un ruido seco resonó por todo el piso. Cuando entraron en la habitación, vieron al señor Bolumburu desmayado frente al armario, abierto este de par en par. Tenía los ojos como platos y las pupilas de par en par. Un reguero de sangre, reluciente por la luz que se filtraba por las cortinas, le caía desde la nariz. El mueble solo contenía un par de trajes polvorientos de hombre, un vestido veraniego y un camisón que flotaba vaporoso; como un espectro de cuento.

El profesor se agacha junto al cerrajero y comprueba si sigue vivo. ¿Qué demonios pasa en este sitio? ¿Hay un escape de gas y nos está afectando? Desmond mira hacia el interior del armario, tratando de ver lo que sea que el pobre hombre viera antes de caer redondo al suelo.

Antanas estaba en el rellano y había conseguido encender su cigarrillo, que tiró casi al momento cuando escuchó un golpe seco dentro del estudio y entró apresuradamente, para encontrarse con la extraña escena.

—¿Profesor, tiene pulso? ¿Qué ha pasado?

El interior del armario olía a cerrado y a humedad. No había ni rastro de olores extraños, posibles escapes, o disolventes. Tal y como habían constatado de un primer vistazo, únicamente había algo de ropa. También encontraron un par de cajones junto a la puerta de la izquierda, ocultos por uno de los trajes de Ambroise. Dentro no había nada más que ropa interior y alguna que otra camisa guardad de cualquier manera. Lo que sí les llamó la atención fue el camisón, pues olía exactamente como todos recordaban: el aroma de Camille en el sueño y en sus cada vez más recurrentes escarceos a aquel hermoso recuerdo.

—Ya están otra vez —balbució Bolumburu—. Pobre muchacha… Maldigo el…, temperamento…, de los artistas.

El cerrajero comenzó a temblar de arriba a abajo. Se incorporó hasta sentarse, pero todavía mantenía la mirada perdida.

—Pobrecilla… —dijo, mientras cerraba los ojos. Había dejado de sangrar por la nariz y su respiración sonaba normal. Se había quedado completamente dormido.

Tanka y el padre, que estaban algo más alejados del armario, pudieron apreciar un movimiento extraño en el callejón, por la ventana del dormitorio. 

Al principio pensaron que podía tratarse de algún cuervo o una paloma, pero parecía venir del suelo. ¿Algún estudiante que volvía de una noche de juerga? Entonces se fijaron en una figura harapienta. Parecía un mendigo, pero era bastante algo y estaba mirando directamente hacia la ventana del dormitorio.

Parece que recuerda alguna pelea doméstica que presenciase en el pasado entre Camille y Allamand. No  me explico cómo ha llegado a quedarse dormido. Susurra el profesor, sin querer sacar al cerrajero de su sopor. Desmond sintió una profunda pena sin explicación. Ese olor se le agarraba a la garganta y le acariciaba los sentidos. No podía sino sentir pena e impotencia por una chica a la que ni siquiera había visto jamás en persona.

Poniéndose en pie, se frota la nariz con la muñeca, reprimiendo las pulsaciones de su lacrimal y dejándole una evidente expresión desasosegada.

Creo que va siendo hora de buscar a Nicholas D'allembert. Se nos hace tarde y mañana no podemos dejar solo a Gascoigne, por lo que pueda pasar. Aurélien se sorprende a sí mismo temiendo lo incognoscible y buscando explicaciones cada vez menos lógicas a todo el asunto. Llevemos a este hombre de vuelta a su apartamento.

Vaya, eso si que es inusual, diría yo, a estas horas de la noche, y mirando exactamente hacia esta ventana....quizás sería mejor que fuera a hablar con él... piensa Patrick hacia si mismo.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas y sus no pocas ganas de salir corriendo y hacer el ejercicio que conlleva el cardio repentino y las escaleras dirección hacia abajo, Tanka sale disparado por la puerta sin mediar más palabra que un —!!ahora vuelvo!!—

Cuál será el motivo por el que alguien con ese aspecto....bueno, no entraré en cuestionar el aspecto y los harapos de una persona pues nunca se sabe lo mal que lo ha podido pasar en esta vida y además sería poco ortodoxo y caballeresco. Pero me pregunto si hay algún tipo de relación con lo que le ha pasado al cerrajero y la presencia de ese hombre, o la presencia de ese hombre con la desaparición de Camille, o la presencia de ese hombre y el suicidio del artista..... ( Todo esto lo piensa mientras baja las escaleras)

 Tristán, un poco mas calmado luego de su traumático encuentro con el mundo de las alucinaciones y las malas memorias del pasado, se acercó rápidamente hacia Desmond y el cerrajero, queriendo ayudar al profesor a llevar al shockeado hombre a su apartamento. Todavía se podía notar el pánico en la mirada del subastador.

- De-déjeme ayudarle, caballero... realmente están sucediendo cosas raras a-aquí, ¿eh?

 El subastador fuerza una risita de reunión informal, como si la situación se pudiera hacer más amena con ese pequeño gesto.

—Permítanme que los acompañe. Puede que el Señor Bolumburu haya visto algo que quiera compartir con nosotros.

De pronto, sin mediar más palabra que un "ahora vuelvo" pronunciado súbitamente y con una urgencia nada usual en el marchante de arte, Patrick Tanka abandonó a toda prisa el apartamento del fallecido pintor y se lanzó escaleras abajo a todo correr. Algo que resultaba casi más insólito que ver a un cerrajero desmayarse tras abrir un aparentemente inofensivo armario, pues apenas unos instantes antes el orondo marchante de arte estaba resollando tras un pequeño esfuerzo por las escaleras. El atropellado traqueteo de los zapatos de Tanka por los escalones del edificio se escuchó hasta que se perdieron en el exterior.

Tanka bajó las escaleras a toda prisa mientras sentía como aquel ejercicio excesivo le hacía sudar como a un atleta mientras lanzaba cábalas mentales sobre qué relación podía tener aquel individuo con el caso que tenían entre manos. Al llegar al último piso se dirigió a la calle y cruzó la puerta del edificio y la cancilla para salir a la callejuela conocida como la Corte del Dragón, de inmediato el olor a metal y cuero del exterior le abofeteó el rostro.

La calle se encontraba tan vacía y silenciosa como cabía esperar, incluso los jóvenes que habían visto al llegar formando corros bajo los soportales se habían ido ya. Tanka giró la cabeza en la dirección en la que había visto al mendigo pasar y allí vio, al fondo de la calle, una figura que se acercaba al siguiente cruce y torcía a la derecha. 

Patrick no vaciló, siguió avanzando todo lo rápidamente posible que su pesado cuerpo le permitía, y juraba y perjuraba para sí mismo que algún día de éste siglo empezaría a ponerse en forma. Para su sorpresa la adrenalina que estaba generando impulsaba sus piernas cómo el carbón crea la energía y fuerza necesaria para que un motor de combustión de tren pueda poner en marcha semejante bestia metálica.

La figura delgada del hombre que había visto en la calle se hacía más delgada a cada paso que daba, mientras ponía una amplia distancia entre él y el fornido y fofo amante del arte. Pero Tanka, sudoroso, tenaz y terco cómo el sólo no iba a dejar que un hombre en esa postura y situación sacara lo mejor de Patrick y se escapara sin ofrecer al menos una mínima respuesta.

Tristan y Desmond bajaron al señor Bolumburu por las escaleras, seguidos de cerca por Vytauras y el Padre Regnard. Aunque estaban en un tercero y el cerrajero era bastante bajo y esbelto, el camino se les hizo algo tortuoso, pues debían bajar en total silencio para no despertar a más vecinos.

Cuando finalmente llegaron al bajo, rebuscaron la llave del apartamento y entraron para dejar al pobre hombre en su cama.

Si queremos encontrar esta noche a Nicholas, hay que darse prisa. Yo voy a pedir un taxi. No es recomendable que uno lleve coche propio por esas zonas, señor Vytauras. El profesor se abotona la camisa y se ajusta el cuello. Si alguien se siente incómodo yendo a ese tipo de sitios, puede quedarse y hablar con el señor Bolumburu, aunque parece ser otra alucinación más, como la del señor Poincarde... O la de Tanka. Desmond entrecierra los ojos mirando a Tristán, preguntándose por el trozo de papel que han escondido con tanto celo.

En cualquier caso, mañana deberíamos estar con Gascoigne, por si acaso, y no estaría de más ponerle en preaviso.
Caballeros...
Esperando en el quicio de la puerta, el profesor se frota las manos con impaciencia.

 Después de haber cargado con el Sr. Bolumburu a través de las interminables escaleras en lo que fue una de las actividades más forzadas que Tristán había realizado en su vida, el subastador toma su ya conocido pañuelo y se limpia el sudor de su cara. Lo hace de una forma más tímida en comparación con su actitud más desfachatada de antes; posiblemente porque ya había llorado y se había mostrado vulnerable en frente de los demás caballeros... algo que le molesta profundamente.

- No creo que sea conveniente sacarle el sueño a este pobre hombre... yo concuerdo con el Sr. Desmond: vayamos a donde se encuentra Nicholas.

Cuando el hombre se dio cuenta de que le estaban mirando, echó a correr sin pensárselo dos veces. Se trataba de un corredor bastante torpe y en absoluto grácil, pero bastante ágil a la hora de escabullirse.

Patrick Tanka no estaba acostumbrado a perseguir mendigos a aquellas horas de la noche, precisamente. Aún así, logró ganarle el terreno suficiente como para poder verle mejor la cara. Era un hombre mugriento, con mechones pelirrojos que caían pendían, pegados a su frente, de una boina de color irreconocible. Apenas pudo verle la cara antes de que se le escabullese. Tenía rasgos afilados, una aparente mirada perdida y la barba le creía como un jardín abandonado.

Lo perdió de pronto, al torcer la esquina. Simplemente se había esfumado. Lo había perseguido por toda la Corte del Dragón y habían atravesado la Calle Rennes hasta casi llegar al Sena. Cuando Notre-Dame hizo vibrar la noche con las campanadas de las doce, el mendigo ya se había evaporado en alguna de las callejuelas cercanas al bulevar.

Estaba cansado y sudoroso. Al menos consiguió llevarse una alegría cuando regresaba por la Calle Rennes para volver a la Corte del Dragón y vio un par de luces que por poco lo dislumbran: Vytauras y el resto habían logrado encontrarle.