Partida Rol por web

Campanas de sangre

Libros de sangre (Prólogo Roselyn)

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23/10/2017, 20:07
Narradora

Libros de sangre

 

 

Domingo, 9 de Noviembre de 1919

20:00 h

Sheffield era propensa a inviernos tan fríos como el acero que ocultaba en sus entrañas, ajeno a la destrucción de su ciudad y a la caza de sus hijos. Incluso había quien se atrevería a comentar que tras la guerra el invierno se sentía más frío. La reconstrucción que vivía la ciudad parecía haberse quedado en ella, y tal vez, más tarde llegaría el turno de reconstruir corazones y mentes de los habitantes. Y tan solo uno de esos dos fríos llegaba a Roselyn con la suficiente entidad como empujar a sus delicados pero nunca frágiles dedos a buscar el calor entre las páginas de los libros que varios años atrás encendieron el corazón de su abuelo.

Esa biblioteca guardaba un calor especial, uno de esos que pueden llamarse calidez, acogedor y familiar. Esa biblioteca probablemente era el primer hogar que había tenido Rosleyn tras la muerte de sus padres, y seguía siendo un santuario de paz incluso después de que el no-tan-caballero Burberry entrase en su vida.

Roselyn pudo oír el campanario de la iglesia de Santa Anna repicar sus campanas a lo lejos, tocaban agonía. Otra víctima tardía de la guerra que no tardaría en dejar atrás el mundo sin conocerlo siquiera, no sin esa máscara bajo la cual Roselyn había asomado el ojos para casi cegarse con el horror. Agonía. Aquello también significaba que Jeshua no tardaría en abrigarse con capa y sombrero para salir a presentar sus pecados a la Iglesia, y es que llevaba un año más preocupado por la muerte de lo que había estado el resto de su vida.

Efectivamente no pasaron ni diez minutos entre el inicio de las campanadas y una percusión muy diferente y más próxima, de nudillos, llamando a la puerta de la biblioteca.

- Señorita Pemberton - solicitó Geoffrey desde el otro lado de la puerta-, si me permite importunarla -pidió antes de abrir la puerta para continuar con el mensaje-, su abuelo quisiera que le acompañara a dar un paseo ¿es posible?

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26/10/2017, 11:17
Roselyn Pemberton

La calma que transmitía aquel lugar, siempre era del todo especial. Era algo que no había logrado recrear ni siquiera en la Biblioteca Bodleiana, en Oxford, donde, cuando más cuando menos, siempre se podía percibir la presencia de algún profesor, alumno o investigador rondando por sus intrincados pasillos. Quizás, solamente quizás, a las últimas horas del día, ya en la noche, había logrado sentir esa soledad y silencio necesarios para concentrarme únicamente en el saber. Pero incluso entonces, no me había sentido realmente en casa. Había algo en la biblioteca de la mansión Pemberton que no podía compararse con ningún lugar en el mundo. Al silencio se sumaba el calor, la especial luminosidad que proporcionaban los amplios ventanales verticales, que iluminaban con fuerza la mesa y la bancada, pero sumían en tenues sombras el resto del lugar. Y el aroma del papel, aquel olor tan delicioso...

Me encontraba deleitándome con un antiguo manuscrito acerca de la cultura celta, un escrito traducido de antiguos textos en latín de oficiales del imperio romano, analizados por un experto historiador británico, cuando el repicar de las campanas me invitó a hacer una breve pausa. Alcé la mirada hacia la ventana, descansando la vista a tiempo de contemplar una bandada de estorninos pasando frente a mi hogar, y sonreí. Nada me hacía más feliz que aquellos instantes.

Decidí prolongar un poco más aquel descanso, cerrando el libro no sin antes situar el lazo en la página para dejar marcado por dónde iba, y aún con el escrito sobre mi regazo permanecí en aquel banco junto a la ventana, observando aquella ventana y el cielo nublado. Al menos, hasta que aquellos golpes en la puerta anunciaron la llegada de nuestro mayordomo, a quien recibí con una sonrisa. Nunca podría olvidar que aquel hombre había sido el primer rostro amable en mi vida desde la muerte de mis padres, la primera persona que se había preocupado por mí.

Geoffrey... -Le dije con un tono amable, poniéndome en pie con el tomo en las manos- ...usted nunca importuna, pase por favor. -Me dirigí al estante y deposité cuidadosamente el ejemplar en su lugar correcto, tras asegurarme de que ningún libro se había movido de su lugar. Odiaba el desorden, necesitaba que la biblioteca mantuviera su estricta organización. Entonces me giré hacia él, observando ese rostro en ocasiones imperturbable que para mí resultaba tan entrañable- Por supuesto que es posible. Dígale, por favor, que me reuniré con él cuando me haya cambiado. Intuyo que querrá acudir a la iglesia, y una dama no puede presentarse en la casa del Señor de cualquier manera, ¿no es cierto? -Comenté con complicidad, acercándome al mayordomo- ¿Sabía que, en la Edad Media, eran los nobles quienes hacían construir las iglesias, creyendo que con ese servicio se ganaban el derecho a entrar en el Cielo tras su muerte? ¿A que es fascinante...? -Comencé a relatar mientras salíamos juntos de la biblioteca, ajustándome sobre los hombros el chal de ganchillo con que me abrigaba en casa cuando la temperatura bajaba y la calefacción y chimeneas no eran suficiente.

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31/10/2017, 00:10
Narradora

El mayordomo entró con tu ofrecimiento, adentrándose tan solo un paso a esa biblioteca que siempre había parecido cohibirle en algún modo. No era la primera vez que el conocimiento intimidaba más de lo que asombraba pero en el caso de Geoffrey parecía haber algo más que le impedía disfrutar con los ojos ese lugar tanto como tu.

Asintió con rotundidad a tu suposición acerca de los planes de tu abuelo y la observación sobre el decoro en la iglesia le arrancó una sonrisa que se mantuvo difuminada en la mitad del rostro todo el tiempo que conversó contigo.

Usted siempre está hermosa, señorita Pemberton —coló con educación tras tu pregunta y antes de la anécdota—.

Caminó a paso lento, aunque a sus ancianas piernas no le pareció un paso fuera de lo normal, dejó que tus pasos guiaran sin que el mensaje que debía entregar a tu abuelo fuera óbice para alargar su tiempo aprendiendo contigo.

En su mirada brillaba no solo el interés también la inquietud — ¿Y llevaban razón?—preguntó haciendo evidente en su voz, sin quererlo, que a él le parecía una creencia certera— ¿No os parece una gran obra?

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31/10/2017, 14:58
Roselyn Pemberton

No me esperaba la zalamera respuesta del habitualmente serio mayordomo de la familia. Era un hombre afable, al que guardaba gran cariño, pero que siempre sabía mantenerse en su sitio. Y no es que aquel comentario estuviera fuera de lugar, ni mucho menos, pero entrañaba una familiaridad que pocas veces aquel hombre se permitía.

¡Geoffrey! Me va a sacar los colores... -Exclamé, sorprendida, echándome a reír y acudiendo junto a él para salir de aquella biblioteca.

Me encontraba divagando acerca de la anécdota que yo misma había sacado a colación, deseando compartir algunas de las cosas que había leído, cuando Geoffrey volvió a sorprenderme, en aquella ocasión mucho más gratamente si cabía. El mayordomo preguntaba, parecía ansiar saber, y yo disfrutaba con ello. Nunca tenía a nadie con quien conversar acerca de temas que no fueran completamente superficiales y anodinos. Sin embargo, la propia pregunta era, en realidad, complicada.

¿Si llevaban... razón? -Repetí, pensativa, situando un dedo en mi barbilla mientras miraba a los altos techos de aquel oscuro pasillo de la mansión- Es una pregunta, ciertamente, complicada. En efecto, la obra es magnífica, tanto desde la siempre subjetiva belleza de la misma como desde el evidente esfuerzo e innovación arquitectónica que la hicieron posible. -Enumeraba las cualidades de la obra desde un punto de vista pragmático, aún sabiendo que el resultado sería siempre incierto- Sin embargo, no hay manera cierta de conocer el resultado. ¿Realmente aquellos hombres ganaron su derecho a acceder al reino de los cielos por construir esos magníficos edificios? Me temo que no tenemos forma de comprobarlo, por eso la respuesta queda en el terreno de la fe. ¿Tiene usted fe, Geoffrey?

Pregunté aquello al mayordomo con toda la inocencia del mundo. Sin embrago, fue justo después de pronunciar aquellas palabras que caí en la verdadera duda que habría de dominar mi existencia. ¿La tenía yo? ¿Tenía fe? ¿Fe en un Dios todopoderoso y misericordioso? ¿Fe en que el demonio era su enemigo, y el de toda la humanidad? ¿Fe en que la sangre de uno de sus siervos corría por mis venas, atrayéndome a él? ¿Estaba, caso, maldita? Todo ello se enmarcaba en el terreno de la fe y la devoción a las escrituras del cristianismo, algo que nunca me había dominado en exceso. ¿Había, acaso, otra explicación?

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05/11/2017, 10:44
Geoffrey

La posibilidad de sacarte los colores hizo que el mayordomo se mostrara contrito, apretó las mejillas y asintió para sí guardando en su memoria aquel momento. 

Su casi imperceptible sonrisa no volvió hasta más tarde con la conversación sobre las Iglesias. Escuchar su pregunta desde tu voz animó su corazón pero si no fuera porqué le conocías nada en su postura hubiese hecho que aquello se notara.

Necesitó mirarte en un punto de tu explicación para acompañar a los oídos con algun otro sentido que le confirmaran que había más maravillas en las Iglesias de las que había pensado. Geoffrey estaba asombrado aunque no más de lo que solía estarlo al tratar contigo, ya desde pequeña.

Sus manos empezaron a ponerse nerviosas con la pregunta que le dirigiste. Si bien era cierto que estaba tintada de inocencia no dejaba de ser también cierto que se hundía en un terreno muy personal al que Geoffrey no estaba acostumbrado a exponer. Recogió una mano con la otra a su espalda, tanto para esconderlas como para controlar el tic nerviosa que le hacía agitar la diestra.

No son tiempos adecuados para no tener fe, señorita Pemberton —acudió a la tangente—. Bastante se perdió en la guerra —comentó como una coletilla aprendida que bien podía hablar de fe como de recursos y hombres—, ¿no es así?

Su caminar se detuvo primero en un pie y luego en el otro en cuanto alcanzó el primero a cuatro pasos de la puerta de tu habitación.

Si me lo permite, creo que si aquellos nobles no llevasen razón, sus iglesias no serían casa del altísimo, sino una celda para sus almas.

Avisaré al Barón Pemberton de que se reunirá usted con él en breves— saludó con la cabeza despidiéndose de ti y solo si no querías nada más se marcharía—.

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06/11/2017, 09:39
Roselyn Pemberton

Mi sonrisa se atenuó a medida que mis ojos se movían, perspicaces, a través de los gestos y movimientos que delataban la incomodidad de Geoffrey. Un ligero temblor en sus manos, mayor en su derecha, oculto a la espalda; el gesto de su rostro. Intuía que me pregunta abordaba una cuestión demasiado personal, cruzaba un límite que no había alcanzado a ver. Me sucedía a menudo con aquel hombre, a quien tenía tanto aprecio y cariño, tras tantos años juntos, pero casi desde el principio. No era capaz de mantener la debida distancia con él.

Su respuesta fue inesperada, por evasiva en un primer momento, y por el empleo de la coletilla que tantas veces había oído desde que regresase a la mansión Pemberton. Aquel sentimiento de pérdida se había instalado en la sociedad británica desde el fin de la guerra, echando cálculo de todo lo que nuestro pueblo había perdido. Yo tendía a olvidarlo con facilidad, dado que mi experiencia había sido ligeramente distinta. La guerra me había brindado oportunidades, por frío que ese reconocimiento pudiera parecer. Había sido el fin de la misma lo que me había supuesto una gran pérdida personal.

Desde luego, Geoffrey. -Admití con algo de rubor en mis mejillas, agachando la mirada llena de vergüenza por mis desacertadas palabras- Y discúlpeme si he hablado más de la cuenta, por favor. -Le pedí, alzando la mirada, mientras apoyaba una mano en su brazo con suavidad.

Continuamos nuestro caminar hasta la puerta de mi dormitorio, donde el mayordomo se detuvo. Iba a despedirme de él, momentáneamente al menos, cuando decidió compartir conmigo una última reflexión. Mis ojos le observaron atentos, curiosos, deseosos de conocer la idea que quisiera compartir. Y cuando oí aquellas palabras, descubrí nuevamente la mente perspicaz de aquel hombre. Alguien que había tenido la desgracia de nacer en un estrato social inferior, pero que con otra fortuna podría haber sido reconocido como una mente brillante.

Una... triste perspectiva, sin duda. -Reconocí, dedicándole una tenue sonrisa- Gracias, Geoffrey, dígale a mi abuelo que no tardaré.

Tan sólo tardaría lo justo. Debía cambiarme de ropa, ponerme un conjunto apropiado. Uno no tan sencillo como para estar por casa, pero no tan llamativo como aquellos que emplearía para acudir a cenas y bailes de gala. Era una visita a la iglesia, debía ser elegante a la par que recatado. Me recogería el cabello, y me aplicaría un maquillaje discreto. No, no debía tardar demasiado, pero debía asegurarme de estar perfecta para la ocasión.

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06/11/2017, 20:36
Barón Jeshua Pemberton

Un ligera negación de cabeza juró que no había nada que disculpar. Sus vergüenzas y sentido de clase siempre existirían pero tu no debías temer por su comodidad; sino él por la tuya. Existía cierta culpabilidad en su corazón por sentirse como un segundo abuelo para ti pero aun así seguía disfrutando cada contacto como si tuviese ante sus ojos a una nieta tan pequeña como el día en que te conoció.

Se marchó con el recado de informar a tu verdadero abuelo de que no tardarías, y siguió desparecido por la mansión cuando después de prepararte acorde al protocolo y al buen gusto te reuniste en el recibidor de la mansión con el barón Pemberton al que solo tu llamabas Jeshua.

Él vestía un traje gris combinado con una camisa que en su día había sido blanca y tapado por una gabardina y una capa que solo vestía cuando iba a la Iglesia o al cementerio. Acompañaba su equilibrio con un bastón coronado por un zafiro.

Al verte aparecer sus ojos se iluminaron como un candil de medianoche que promete historias a media voz y su sonrisa colocó algunas arrugas de más en sus mejillas.

Roselyn apresúrate —gruñó por no saber hacer otra cosa—. Debemos llegar antes de que inicien la misa —negó con toda la mano— no quiero que me atrape, yo ya sé lo que tengo que hablar con Dios.

Se ajustó bien la capa dispuesto a abrir la puerta en pro de su repentina prisa incluso antes de que llegaras a él. Pero sus pasos no se movieron para pisar la calle sin tu a su lado.

Aquel invierno era realmente frío, el aire abofeteaba los rostros sin piedad alguna y la niebla que nacía de los propios adoquines de Sheffield no ayudaba a que los ojos pudieran distinguir una silueta conocida a cinco pasos. La noche se había apoderado ya de las estelas del día y aunque la luna no hubiese acudido al sitio del sol, nadie dudaría en llamar a la falta de luz, añil y definición: noche.

¡Ay Rosleyn! Me alegra mucho que hayas decidido unirte a mí justamente hoy —palmeó tu mano con la suya enguantada y la apretó con suavidad al final de su frase—. Hoy es el aniversario de tu abuela y creo que va siendo hora de que la conozcas.

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08/11/2017, 09:47
Roselyn Pemberton

Mi llegada a la entrada de la mansión recibió dos bienvenidas distintas. La mirada de mi abuelo indicaba su alegría, una sonrisa que le otorgaba un aire entrañable que se perdía fácilmente cuando decidía, como de costumbre, ponerse serio. Su voz, en cambio, gruñó como el viejo cascarrabias que eran y que sólo disimulaba en mi presencia en no pocas ocasiones, dejando claro el tipo de persona que sería de no haber acudido a vivir con él años atrás, amargado por las pérdidas y por viejas historias del pasado de las que nunca habíamos hablado.

Aguaaarda... -Le dije, pacientemente, llegando a su lado y pasando de largo de éste, situándome frente a él para asegurarme de que la capa estuviera correctamente abrochada y le cubriera bien los hombros, abrigándole todo lo que fuera posible. Sujeté las solapas y clavé en su mirada mis ojos entrecerrados, mostrando una sonrisa en mis labios pintados en un tono rosáceo- Si tanta prisa corría, quizás deberías haberme hecho avisar antes, ¿no crees, abuelo? -Le indiqué, casi regañándole, antes de darle un tierno beso en la mejilla.

Me situé a su lado, agarrándome a su brazo, y salimos juntos al exterior. El frío azotó mi rostro, haciéndome cerrar los ojos un instante con un gesto de desagrado. La noche se acercaba, y el frío y la neblina que surgía del suelo la hacían totalmente desapacible. Me agarré con más fuerza al brazo de mi abuelo, cuando éste me sorprendió agradeciendo mi compañía, mencionando que aquella fecha era especial. No entendía el motivo, y me maldije por ello. Acostumbraba a llevar buena cuenta de las fechas y festividades especiales, así como de los acontecimientos sociales propios de la ciudad, pero aquella fecha...

¿L-la abuela? -Cuando lo oí, me quedé consternada. Solté el brazo de Jeshua, mirándole con los ojos desorbitados, y nerviosa comencé a inspeccionar mi atuendo. No, no era adecuado, demasiado claro, demasiado sencillo. Era la vestimenta para acudir a una simple misa, no para rendir homenaje a las almas de los parientes fallecidos. No, aquello no estaba bien- P-pero, ¿por qué no me has dicho nada antes? Debería haberme vestido de otra manera, con más elegancia, con más respeto... -Acongojada, intenté alisar la parte delantera de mi falda, un gesto con apenas sentido, pues lo que realmente deseaba era regresar a mi cuarto y cambiarme de ropa, algo que no tenía tiempo de hacer- Si la abuela me viera ir a presentarle mis respetos con este aspecto... -Comenté apartando la mirada, llena de tristeza y decepción conmigo misma. No podía soportar no hacer las cosas como debían hacerse, exactamente.

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10/11/2017, 16:57
Barón Jeshua Pemberton

Tu abuelo remugó algo ininteligible entre dientes mientras le acomodabas la capa. No iba a admitir que su prisa iba y venía con los nervios bombeados por su corazón, ni podía permitirse darte la razón en su falta de previsión en el aviso. Pero toda contraqueja quedó muda con el beso que le regalaste a su mejilla y que él atesoró en una sonrisa que debía guardar en alguna parte de sí mismo desde que era un crío pues el encanto que había en ella solo podía encontrarse en aquellos tiempos en los niños más infantes.

Más tarde, tras la revelación de su inquietud, asintió a tu perplejidad en forma de eco y te dejó unos segundos para asumir el camino que haríais. En el momento en el que soltaste su brazo, sus pupilas tiraron de su atención hacia ti, dejando de luchar con la niebla por intentar ver más allá de lo que ella permitía para fijarse en lo más próximo y que tampoco había visto: tu angustia.

Un parpadeo respondió a tu pregunta sin saber qué decir. No lo había dicho porqué no lo había hecho. Ni siquiera parecía entender la importancia de la ropa del mismo modo que tu.

Estaría encantada de tenerte cerca —completó tu frase cargándola de lección—. Grace Marie no se fijaba en el aspecto, ¿te crees que hubiese tenido la suerte de que me amara caso contrario? —bromeó a medio camino de la sinceridad—. No, ella era una amante de la espontaneidad, de la ausencia de disfraces y de las verdades más absolutas. Si quieres honrarla, regálale una verdad.

Pero si tanto te disgusta no haberlo sabido, puedes esperar en capilla e ir a verla en la próxima agonía.

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11/11/2017, 15:56
Roselyn Pemberton

Agaché la mirada, llena de vergüenza, como una niña pequeña recibiendo una severa lección. Exceptuando lo de "pequeña", era exactamente lo que estaba sucediendo, pues a pesar de mi obsesión por la perfección en todo cuanto acometía, era eso lo que me había llevado a cometer el grave error de asumir que mi fallecida abuela se fijaría en mi aspecto antes que en ninguna otra cosa, en caso de disponer de tal posibilidad.

Sonreí con ternura, ante el comentario de Jeshua acerca de que su esposa no se habría enamorado de él si hubiera dado importancia al aspecto en vida. Incluso me dio la oportunidad de esperar en lugar de acompañarle, ante lo que mostré mi expresión más indignada.

¡Abuelo! No seas absurdo... -Le pedí, acercándome más y volviendo a ajustar su capa, tras lo que le miré con severidad a los ojos- Claro que voy a ir contigo, para que me presentes formalmente a la mujer que te tuvo en su corazón antes que yo. -Indiqué con ternura, desplazándome a su costado para sujetarme de su brazo- Y vámonos ya, que hace frío y llegamos tarde...

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14/11/2017, 23:36
Narradora

El Barón escondió una sonrisa realmente complacida bajo unos labios demasiado pegados a consciencia para no ser vencido por el cariño de su nieta en su firmeza. Asintió, no obstante a tu decisión aprobando y acordando que así sería y sus pasos volvieron a empujarse por la prisa para llegar a la Iglesia antes de que tres cuartos de la ciudad se reuniera en ella para prender una que otra vela y emitir sus oraciones por las almas en agonía a las que el repicar de campanas había empezado a llamar.

La Iglesia de Santo Bartolomé era un edificio solemne, católico, cuyas crestas se alzaban prácticamente hasta el cielo bien cerca de Dios. La estructura era de piedra blanca pulida, adornada por columnas y florituras de mármol y ventanales decorados por vidrieras que representaban los milagros de Cristo, al patrón de la Iglesia y miríadas rosas rojas.

La planta de la iglesia tenía forma de cruz, y bajo el ápside la población de Sheffield desconocía la existencia de un pasadizo que conducía a la capilla Tremer a la que todavía no habías sido invitada si bien se le había confiado el secreto del inicio de su paradero.

Con la iglesia ya dibujada entre la niebla, Jeshua empezó a hacer camino hacia el cementerio, intentando evitar la socialización con los vecinos que, como él, empezaban a preocuparse por la muerte. No obstante no logró llegar a hundir sus pies en campo santo antes de que una dama de avanzada edad vestida completamente de luto se cruzara en vuestro camino para dejar ver sus lágrimas al Barón.

Sabías que tu abuelo no tardaría ni dos minutos en despacharla con una formalidad de la que carecía en su hogar pero mientras las palabras de pena y pésame de los más mayores se cruzaban a tu lado, sentiste una mirada clavarse en tu nuca. Una mirada tan intensa y fría que no necesitaste girarte para saber quién te acechaba desde la niebla. Jacob Burberry también había acudido a la agonía.

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15/11/2017, 19:47
Roselyn Pemberton

Contemplar aquella iglesia más de cerca, su estructura, la decoración en la piedra de los accesos, las altas vidrieras, me recordaba el inmenso misterio que entrañaba su interior. Conocía el secreto, puesto que Jacob Burberry me lo había confiado junto a tantas y tantas otras cosas, pero saber de la existencia de un acceso, y conocer su localización exacta y recorrer el camino hasta aquella Capilla, eran cosas muy diferentes. Y desde luego no era porque no lo hubiera intentado. No debía, por supuesto, pero en una ocasión no había podido resistirme a intentar encontrar aquella entrada, una tarea que se vio interrumpida por la inoportuna llegada del párroco.

Sin embargo, no nos dirigíamos al templo católico, sino al campo santo contiguo, aunque tardamos unos instantes puesto que mi abuelo sería interrumpido por otras gentes del pueblo, ciudadanos de Sheffield presentando sus respetos al hombre de buena familia que también, como la propia ciudad y el resto de sus habitantes, había conocido tiempos mejores.

Fue antes incluso de girarme y verle a través de la bruma, que mi corazón pareció acelerarse ante su presencia. Su proximidad tenía ese efecto en mí, sentía quedarme sin aliento, mientras un intenso calor se adueñaba de mi cuerpo, agolpándose especialmente en mi rostro. Mis mejillas se tornaban de un tono ligeramente colorado, y todo en mí me impulsaba a correr a su lado. Veía sus ojos, como aquella noche y otras tantas desde entonces, tan cercanos, tan profundos. Como sus labios, aunque aquel pensamiento me avergonzaba y llenaba de culpa. ¿Era pecaminoso aquel pensamiento? ¿Lo era aceptar su regalo, aquel elixir con que me obsequiaba cada cierto tiempo? Yo no lo sentía como tal, aunque estaba segura de que nadie lo comprendería... ni aceptaría.

Era mi secreto. Nuestro secreto.

Y allí estaba. Jacob Burberry, al otro lado de la niebla, asistiendo a la agonía. Deseaba acudir a su lado, pero no podía, era un día especial en que era mi deber permanecer junto a Jeshua, sujetar su brazo en aquellos momentos. Pero mi respiración agitada y la intensidad del bombeo de mi corazón me pedían lo contrario. Mi lucha interior era estremecedora, pero finalmente decidí obedecer a la razón. Permanecería junto a mi abuelo... al menos hasta que éste finalizase lo que iba a hacer en tan sagrado lugar.

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17/11/2017, 18:11
Barón Jeshua Pemberton

La presencia de Jacob no dejó de perseguirte como si fuera el aroma a humo de tabaco aferrándose con uñas y dientes a tu ropa. Estaba ahí. Esa idea se grabó en tu mente, en un recordatorio constante que aprovechaba cualquier silencio por mínimo que fuera para rascar dentro de tu cabeza.

Liberado de las plañideras, tu abuelo hizo camino de tu brazo hasta el cementerio. La reja de metal cerraba con un candado que llevaba un mes desaparecido, más o menos el mismo tiempo que llevaba el guarda del cementerio sin mostrarse ante nadie.

Jhosua empujó la verja y dejó que pasarás antes de entrar él y ajustar la puerta simbólica a su espalda.

«En la sacristía al empezar la misa. No voy a esperar».

Resonó la voz de Jacob en tu cabeza autoritaria y a su vez con ese falso matiz a concesión.

Cuando yo falte, Roselyn —rompió el silencio abrupto como si llevase un buen rato acostumbrando su garganta a esas palabras—, traeme con Eloisa, hazme ese favor —comentó sin poder evitar generar la sensación que aquella presentación formaba parte de su plan de despedida—.

A tres metros del final de uno de los brazos de la iglesia se alzaba una cripta coronada con el escudo de la familia Pemberton. Y justo al llegar a sus puertas tu abuelo colocó su puño sobre tu mano y dejó caer en ella la llave del santo lugar.

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18/11/2017, 17:09
Roselyn Pemberton

Él estaba allí. En todas partes, a mi alrededor, en la luz que me llegaba a los ojos, en el aire gélido que penetraba hasta mi pecho, en el aliento hecho vapor que brotaba de mis labios. Lo percibía en cada poro de mi piel, corriendo bajo ella a través de mis venas. Jacob Burberry estaba cerca, lo sentía en el calor de mi cuerpo, en la necesidad que surgía en mi garganta y que me llevaba a morderme el labio inferior llena de deseo. Casi me quedé sin aliento al oír su voz en mi cabeza, y tuve que hacer acopio de toda mi determinación para no salir corriendo en aquel preciso instante.

La sacristía... Al comenzar la misa...

Alcé la mirada hacia el campanario, tratando de calcular cuánto tiempo me ofrecía el límite impuesto por mi "domitor". Así se definía nuestra relación, eso me había contado. "Domitor", "ghoul", nuevas palabras con significados antiguos que había aprendido de él. 

¿Q-qué dices, abuelo? -Me sobresalté, sorprendido y confusa, tratando de recomponerse lo suficiente- No hables de eso ahora, por favor. Aún tienes mucho tiempo que pagar a mi lado, y ¿de veras crees que esa petición es necesaria? ¿Tan poco crees que te conozco? 

No había verdadero reproche en mis palabras, y sí mucho cariño y cierta condescendencia hacia un anciano que se estaba dejando llevar por el desánimo y contemplando ante sus ojos un final en que yo no quería ni pensar. 

Vamos, la misa empezará pronto y debemos asistir... -Le dije apretando el paso tanto como era consciente de que le era posible a mi abuelo. Al llegar a la entrada de la cripta familiar, dejé que me entregase la llave y me ocupé de abrir la puerta, para que pudiéramos acceder a ofrecer respeto y oración a nuestros seres queridos.

Aún así, mi atención estaba puesta en la posible llamada a la misa que se oiría desde el campanario, un repicar de campanas que me llamaría junto a él...

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20/11/2017, 21:48
Barón Jeshua Pemberton

El barón no te respondió, sabía que no era necesario como sabía que no había reproche real en sus palabras. En otro tiempo el enfado, fácil en él, hubiese aflorado y aquella pequeña excursión se hubiese acabado pero ya hacía mucho tiempo que os habiáis adaptado uno al otro, tanto tiempo que hacía que la biblioteca servía para algo más que para acumular polvo.

La misa todavía tardaría a empezar como mínimo diez minutos aunque el límite máximo no era mucho mayor. Por suerte, casualidad o gran abono detrás, la cripta no quedaba lejos de la Iglesia, ni de aparentemente de Dios.

La llave que hiciste girar en su cerradura abrió un espacio con el aire viciado, recubierto de velas a medio consumir en candelabros de safata y un sarcófago de madera de cerezo bruñida expuesto sobre un bajo altar del mismo mármol con el que se había construido la catedral de santo Bartolomé en el que se había grabado el nombre de tu abuela: Eloisa Pemberton; y el rezo: No dejaremos de esperarte.

De asomarse al ataúd un retrato intentaba hacer justicia al rostro en vida de Elosia.

Joshua se acercó con una humildad que olvidaba en las calles y posó su mano sobre la madera con la ternura con la que solía sostener tu brazo.

Querida. Estoy aquí con tu nieta, Roselyn. ¡Cuanto daría por prestarte mis ojos! pero tendrás que confiar en mí cuando al decirte que es tan bella como tu y tan pura como antaño lo fuimos. Siento haber tardado tanto en traértela pero ya me conoces...

Te añoro masculló después en un tono más privado—.

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21/11/2017, 21:30
Roselyn Pemberton

Agradecí la cercanía de la cripta respecto a la propia iglesia, calculando con inquietud lo que tardaríamos en alcanzar el templo, una vez nos pusiéramos en marcha. Miré mi reloj, con menos disimulo del que tal vez debería haber mostrado, acompañando a mi abuelo hasta el interior de la cripta. Acomodé a Jeshua frente al sarcófago, sobre el que dejó descansar su mano con riguroso cariño, y le cedí algo de espacio mientras prendía uno de los cirios que descansaban sobre un candelabro que había visto tiempos mucho mejores.

Siempre me sobrecogía contemplar un retrato de Eloisa Pemberton, mi abuela, cuando los contemplaba en los cuadros que se conservaban en la mansión, o aún más en aquella cripta lúgubre de aire viciado. El parecido entre su recuerdo y mi reflejo en cualquier espejo era tan sorprendente como inquietante, como verme a mí misma desposada con mi propio abuelo, o llegar a considerarme una encarnación de mi antepasado como en muchas culturas antiguas.

Observé aquel retrato de reojo mientras encendía la vela y acercaba el candelabro a la posición de mi abuelo, asistiendo a su íntima conversación con su amor fallecido. Me pregunté si llegaría a ser amada alguna vez de tal manera, si yo misma alcanzaría a sentir algo así por alguien. Sentía algo por mi domitor, pero era consciente de la artificialidad de tal sentimiento. Estaba sujeta a él por algo muy diferente al cariño o el amor romántico, únicamente por la sangre. Tampoco era, y era tristemente consciente de ello, tan pura como mi abuelo quería creer. Nada de aquello a lo que estaba asistiendo tenía cabida en mi futuro, seguramente. Quizás por ello debía atesorar aquellos instantes.

Ojalá te hubiera conocido... -Musité respetuosamente, poniendo una mano sobre aquella superficie de madera mientras la otra buscaba el brazo del anciano para sujetarme a él... y sujetarlo a mi lado- Estoy segura de que te habría querido como quiero a tu esposo. Es un poco gruñón, ya lo sabes... -Sonreí, con ternura- ...pero te prometo cuidar de él hasta que se reúna contigo, abuela. -Prometí, girándome hacia Jeshua y dándole un beso en la frente.

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24/11/2017, 18:00
Barón Jeshua Pemberton

Tu abuelo llevaba al menos ochenta años sin dejar que nadie conociera el aspecto de sus ojos bañados en lágrimas, y aquella noche nada apuntaba que fuera a ser distinto. Cierto fue que algunas lágrimas presionaron contra el interior de sus ojos fundadas en emoción más que en llanto por lo perdido -¡qué era tanto! y, sin embargo, no tenía cabida en esa noche-.

Recibió tu beso sin remugar y lo correspondió con un toque en tu brazo que más tarde se convirtió en uno de sus escasos besos en tu mano.

Es asombroso vuestro parecido — comentó acompañando tu mano hasta el final del recorrido de tu brazo junto a tus faldas antes de dejarla lentamente como si aun pudiese seguir cayendo y hacerse daño—. De pequeña no encontraba su imagen en ti ni siquiera en los ojos, y, sin embargo, ahora... Esa imagen podría ser tuya. Alfred* tiene una teoría — adoptó sin darse cuenta ese tono monótono de las batallitas demasiado ensayadas por una legua olvidadiza— dice que al fallecer Eloise una parte de su alma decidió quedarse en ti y ello cambió tu aspecto.

—  Pero lo cierto es que al fallecer, Eloise, ya no tenía ese aspecto. Enfermó y me prohibió hacerle nuevos retratos — una sonrisa que apreciaba la ironía de su amada con respecto a la belleza cruzó sus labios fugaz—, pero yo la seguía dibujando a escondidas hasta el día en que tuvo que partir.

—  ¿Es muy tarde? — preguntó interrumpiendo su historia al procesar tu insistencia con el reloj.

Notas de juego

* un conocido suyo, casi amigo.

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25/11/2017, 10:19
Roselyn Pemberton

El parecido entre mi abuela y yo tampoco le pasaba desapercibido a Jeshua, quien pronto hizo mención a ello. Era bien cierto que aquel parecido había ido surgiendo con la edad, dado que en mi más tierna juventud ni siquiera podía atisbarse. Sin embargo, el resultado a mi edad, coincidiendo con los retratos que reflejaban una edad similar a la que yo tenía en aquel momento, era incluso desconcertante. 

Mi abuelo continuó hablando, contando la absurda teoría de su amigo Alfred, y el resultado final de su esposa. La enfermedad la cambió, alteró su imagen y podría haberlo hecho con su recuerdo. Era enternecedor oír hablar a Jeshua de ella, el profundo amor que debieron compartir. Uno que, tal vez, yo jamás llegaría a conocer. 

Había aceptado otro camino.

Permanecía en silencio, dejando que mi abuelo se expresara. Pero estaba inquieta, sabedora de que el tiempo se nos echaba encima inexorablemente. Yo no sabía lo que era el amor, uno limpio y puro como el que mis abuelos habían compartido, pero conocía la necesidad. Y necesitaba a Jacob. El anciano barón se percató de ello cuando miré mi reloj, de que la premura me atosigaba.

La misa va a dar comienzo, sí. -Admití con una sonrisa- Deberíamos encaminarnos ya, si queremos un asiento decente. Además, quiero encender unas velas junto a la sacristía... -Aquello, por supuesto, era tan sólo una excusa. Necesitaba ir allanando el terreno para poder dejarle descansando en su banco mientras yo acudía a la llamada de mi Domitor, y acudir a rendir culto a las imágenes encendiendo una llama que las ilumine era una buena forma de moverse por los oscuros laterales del templo sin llamar la atención- ¿Sabes? Hay diversas culturas antiguas por todo el mundo que creen en la reencarnación, en el paso de las almas de unas vidas a otras. He leído algo acerca de ello... -Comencé a exponer, invitando a Jeshua a caminar a mi lado hacia la salida de aquella cripta- ...pero admitir que eso fuera así en nuestro caso sería negar el dogma de nuestra Santa Madre Iglesia. -Añadí con picardía- ¿Sabe Alfred que es un apóstata al decir algo así? 

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28/11/2017, 20:47
Barón Jeshua Pemberton

Tu abuelo tomó tu brazo, despidiéndose con un hasta pronto acariciado con pupilas y casi marchita mano sobre ese sarcófago que guardaba el reencuentro con Eloisa.

Sabe Alfred que es un bastardo —respondió a tu pregunta con lengua afilada. Y es que toda su quinta le consideraba tal por nacimiento y falta de recta vida—. Pero tu, mi nieta, ¿dónde has leído tal cosa? ¿están esos escritos en mi casa? —empezó a temer la biblioteca de su hijo.

A las velas que supuestamente pretendías encender en consagración algún santo no tenía objeción por lo que no hizo ni curioso aprecio.

Solo dejó tu brazo para cerrar el mausoleo y fueron rápidos sus dedos para volver a colgarse de ti. Los pasos que se alejaban de ese lugar eran más cortos que los que os habían acercado, más rumiados y remolones pero aun con todo llegasteis al servicio cuando el gentío todavía buscaba asiento.

La misma viuda que os había interceptado al llegar volvió a interrumpir para ofrecer al barón asiento a su lado dónde desgraciadamente solo cabía un trasero más.

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29/11/2017, 16:18
Roselyn Pemberton

No pude evitar reír, cubriéndome la boca con una mano en un gesto de vergüenza, ante la afilada respuesta de mi abuelo. Llamar bastardo a su amigo era una grosería, incluso aunque todos considerasen así a aquel hombre, pero dicho se boca de un anciano al que guardaba tanto afecto resultaba muy divertido. Tanto como su preocupación por la procedencia de mi saber.

Oh, no tienes de que preocuparte, abuelo. -Quise tranquilizarle, pero al mismo tiempo deseaba hacerle entender- Algunos de esos escritos están en la biblioteca de la mansión, pero son tratados de historia y arte, no de religión. Explican aquello en lo que creían los hombres antes del cristianismo, nada más. Por ejemplo, sabemos que los romanos adoraban a todo un panteón de dioses distintos, y que realizaban sacrificios de sangre a los mismos. Del mismo modo que sabemos que después llegó Jesucristo y se extendió la evangelización hasta terminar con esas prácticas...

Monopolicé la conversación hasta salir del mausoleo, y acompañé a Jeshua al interior de la iglesia. La noche era fría, y dentro del templo la temperatura sólo era ligeramente mejor. 

Voy a encender las velas que te dije, abuelo. -Le informé al oído, dándole de paso un beso en la mejilla antes de dirigirme al lateral del templo para acudir discretamente al encuentro de Jacob.