Partida Rol por web

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Esperé a que terminara la conversación y me retiré de las estancias de Vicenç. Mi cabeza iba de un lado para el otro. La notícia de Vicenç me habia dejado perplejo. Yo vivía a su lado y todavía lo veía a él como a un compañero de cacería y canalladas. ¿Cuando me cambiaron a mi amigo por el ascendente a regentar la casa Mormont?

Y cada vez me preocupaba más el sueño y lo sucedido en la torre, y, al mismo tiempo, que nadie lo tomara como significativo ni se preocupara más del tema. 

Decidí dirigirme a la capilla a ver al padre Rodrigo y contarle todo lo del torreón, para ver si una mente externa a la casa también le quitaba importancia, o por el contrario, tenia alguna explición. 

LLamo a la puerta de la capilla. 

-Padre Rodrigo, ¿Tiene usia unos minutos?

Bien

Rodrigo escucha con seriedad y atención todo lo que tienes que contarle, desde lo de las ovejas al sueño. Suspira, y dice:

-- ¿Sabe esto la señora? ¿Se han tomado medidas al respecto? Y, sobre todo... ¿habéis vuelto para comprobar lo que sucedió desde entonces?

La respuesta de Rodrigo es tan firme que atiende, por primera vez, la desazón que sentía desde la noche en el torreón.

-Efectivamente, Padre Rodrigo. Maria d'Olot se interesó por lo sucedido y a la mañana siguiente fuimos hasta el torreón para poder ver en sus carnes lo sucedido. Allí nos dimos cuenta que la espiral habia desaparecido y, de todo lo que relatamos, solo el rebaño muerto permanecia en el lugar, pero ni llantos de niño ni pesadillas. Pero, quizá porque otras cosas tomaron la atención posteriomente, el caso se olvidó y aunque en alguna ocasión he preguntado y pedido ayuda, todo el mundo parece más preocupado en los temas de politica que en este tipo de cosas. Después de ese día, no hemos vuelto al torreón, pero si estáis interesado, yo mismo os puedo acompañar al torreón. 

-- Así se hará. Esta semana debo acabar de gestionar mis quehaceres en cuanto a mi llegada, pero en seguida que pueda me gustaría que me acompañaseis. Ahora, si me disculpáis, debo retirarme a mis aposentos.

https://www.youtube.com/watch?v=YfbuP40bpiU

Y así, entre conversaciones y mensajes apenas susurrados, sutilezas diplomáticas y el trajín de la acomodación pasó la semana anterior al torneo que debía celebrarse en la pequeña villa de Alós. En aquel tiempo fueron llegando nobles de diversas raleas, aunque por lo general aquellos que eran más importantes solían llegar más tarde con más fanfarria, haciendo sonar marchas detrás de las cuales corrían los chiquillos del pueblo, admirando a los soldados engalanados y bien alimentados de las guardias de las diversas casas nobles que componían por aquel entonces la Corona de Aragón. Normalmente, después de tantos días el entusiasmo se habría desvanecido, pero cuanto más se acercaba la fecha del torneo mejores y más suntuosos eran los cortejos de los nobles, hasta que finalmente, el viernes anterior al primer día del torneo, fue el conde de Empúries, Hugo IV, quien apareció por el camino real de Alós.

Su comitiva era fastuosa, dorada, rica en estandartes y en caballería, diseñada para demostrar a todos los demás que, después de todo, él era el señor natural de esas tierras. La noticia corrió como la pólvora por la mañana y los primeros caballos no aparecieron hasta el mediodía, pero poco importaba: todo el mundo sabía que aquel era el día, y los niños habían dormido inquietos esperando ver la llegada de los caballeros del reino.

Y allí fueron, esperando en el camino real. Tras los estandartes rojos y amarillos del conde, los heraldos anunciaban una llegada que era en realidad una pausa, diseñada para mantener a todo el mundo expectante. Finalmente, tras una ardua espera, llegaron los caballeros, engalanados, y detrás de ellos, a caballo, Hugo IV y su sucesor y heredero, el hermoso Ponç. Cuando penetraron entre la multitud expectante, recibieron un saludo más distraído y frío del que esperaban.

De repente, sin que nadie recordase cómo, todo el mundo había recibido otra noticia, que había calado en la conciencia colectiva del populacho como una emoción nueva que hacía que la llegada del conde de Empúries fuera un evento rutinario. Por el camino del norte, el que atravesaba los imponentes Pirineos (no tan imponentes en esta zona, pero bastante imponentes en cualquier caso), estaba llegando en ese preciso momento la comitiva del conde Nunyo Sanç con sus aguerridos hombres, provenientes de ese Rosellón siempre en pie de guerra contra Francia.

Algunos, los más avispados, pudieron comprender que se esto planteaba un problema protocolario y diplomático para los anfitriones. ¿Cómo reaccionaría la familia Mormont ante ello?

Aquella misma mañana, antes del alba, el padre Rodrigo saludó a Dionís y le pidió que le guiase hacia el Torreón. Así, podrían llegar hasta él bastante antes de la hora de comer y quizá volver poco después.

Regresé a mis aposentos pensativa tras lo escuchado en la habitación de Vicenç... Al llegar, me tiré sobre la cama, boca arriba...

¿Por qué los hombres eran así? Sí, quizás Vicenç era más capaz que Joan... Aún así ambos pensaban más en las cruzadas y las batallas que en la correcta administración de las tierras y el castillo... También era curioso que ninguno de los dos se hubiera desposado ya tampoco... 

Me sonrojé al pensar en esto último

¿Por qué debían ser ellos quienes heredaban? ¿Por qué nosotras, las mujeres, no podíamos hacerlo? Éramos más inteligentes, más fuertes y la descendencia se sabía con seguridad que era nuestra... 

Volví a sonrojarme al pensar en tener descendencia... Después de todo eso significaba hacer cosas con los hombres... ¿Estaría preparada alguna vez? ¿Encontraría a alguien a quien poder amar? ¿Sería tan placentero como decían? 

No entendía bien por qué no dejaba de pensar en esas cosas... Quizás porque el castillo iba a llenarse de posibles pretendientes... ¿Estaría bien intentar seducir a alguno? ¿Sería capaz de algo así?

Me tapé el rostro con las manos mientras intentaba calmarme

Sí, definitivamente yo podría ser más capaz que cualquiera de mis hermanos... Sólo necesitaba un hombre decente que me apoyara... ¡No! ¿Cómo podía pensar eso?... 

-Será un honor acompañaros. Efectivamente la travesía se puede hacer en una mañanana porque, como ya os conté, lo tuve que hacer con Pèire y Maria al dia siguiente de los sucesos. Y no sé como cabalgáis vos, pero ya os confieso que lo que pudiera ser un viaje rápido, se convirtió en un paseo largo y tedioso. Si os parece bien, tambien os mostraré el cementerio por el que pasamos de camino a la torre. No conocía tal sitio y aunque a mi no me llamó especialmente la atención, vi que Pèire y el resto se mostraba interesado en el lugar. Preparaos, eso sí, para una caminata, pues los caballos no pueden llegar al pie de la torre. 

Mi señora D'Olot, maese Peire, tenemos un grave problema, ¿Cómo debemos afrontarlo? El mal ya está hecho pero aún estamos a tiempo de disponer y minimizar los daños...

Rodrigo aceptó y, antes de que saliera el sol, ya cabalgabais hacia el Torreón. Cuando los primeros, tímidos rayos, se asomaban entre las hojas (haciendo que todo tomase una luz verde, como en un sueño), llegasteis al cementerio abandonado.

Rodrigo, por supuesto, se percata de la ausencia de cruces ipso facto.

-Aquí hicimos una parada breve. Yo ni me dí cuenta que era un cementerio hasta que alguien lo sugirió. Que cosa más rara, un cementerio sin cruces... Nadie de los que me acompañaron conocían este lugar ni parecían saber el motivo de porque estaba aquí. 

Mostré mi narración lo más precisa posible a los recuerdos de mi paso por el lugar. 

-Y vos, padre, tenéis alguna explicación?