Partida Rol por web

Buscáis un buen sitio en el que pasar la noche. Pese a que no está haciendo una primavera nada agradable, se nota que aún no es invierno. Así que atáis a los caballos en una pequeña arboleda alejada del camino y ahí mismo os echáis a dormir, estableciendo entre vosotros las guardias oportunas*.

Nada más amanecer ponéis de nuevo el pie en el estribo y continuáis el viaje. A partir de ahí había suaves subidas y bajadas, y los sembrados anejos al castillo dan paso a pinares y matorrales mientas vais dejando a vuestra diestra el imponente castillo del Duque de Niebla.

El caballo de Aërengoll comenzó a cojear pasado el Cruce del molino, cuando las retamas y los pinares cedieron a los encinares y el camino se hizo más llano y más recto. El clérigo echó pie a tierra, miró los cascos del animal y comprobó que a una herradura había perdido dos clavos y andaba suelta. Y no teníais repuesto. Bajó entonces Erandil, para ajustar el hierro lo mejor que pudo, remachando los clavos en sus claveras con una piedra gruesa. No sabíais cuando iba a aguantar aquello, pero Endil estaba ya cerca.

Montáis de nuevo y continuáis sin forzar la marcha, inclinándose Aërengoll de vez en cuando para vigilar el casco mal herrado. Camináis así despacio algo menos de una hora hasta divisar a lo lejos la torre de un templo y los tejados de de las casas que formaban el pueblo de Endil.

Pronto, os empezáis a cruzar con gente: arrieros en sus mulas camino de Endil y otra mula con pellejos de vino que adelantáis cerca del río. A medio día pasáis Endil. Y en el puente un aburrido guarda se embolsa el peaje de caballerías sin hacer preguntas ni miraros siquiera a a la cara. ¡Dos monedas de bronce!

Al menos os vistéis con derecho a preguntar por la casa de postas para herrar al caballo como Oromë mandaba. ¡Pardiez¡ ¡Que por esos precios ya podrían contestar con precisión! Afortunadamente había una casa de postas  cerca, también fuera del pueblo.

Aprovecháis para descansar un poco entre zumbidos de tábanos.

Desde hacía días, el constante martilleo de las incógnitas que debían resolver, asaltaba al hombre por las noches impidiéndole dormir con normalidad, sin embargo, el viaje había sido cansado, y eso permitió que las pesadillas dejaran descansar al clérigo por una noche.

A la mañana siguiente, Aërengoll despertó a su compañero de viaje con los primeros rayos del alba. Debían darse prisa si querían aprovechar al máximo el tiempo.

Pese a las incomodidades del camino, causadas sobretodo por el problema con las herraduras de su caballo, pronto avistaron Endil, y con ello un nuevo frescor llenó los pulmones del clérigo. Bajó del caballo, pues a él le gustaba andar, y el porte y la intimidación que daban los jinetes sobre sus bestias, no era la impresión que quería dar el clérigo. Los hombres de Fe eran servidores del pueblo, el medio de comunicación con sus Valar. Y Aërengoll detestaba aquellos que usaban el clero como via hacia un poder y un orgullo que no eran propios de su labor.

Así, fue devolviendo los saludos de aquellos que reconocían sus ropajes. Andando y manchándose las sandalias con la tierra aún húmeda de la mañana, hasta que llegaron al lugar donde le colocarían las herraduras de nuevo a su monta. Era un trabajo caro, pero Aërengoll debía recompensar en cierta manera al animal que, haciendo un gran trabajo y esfuerzo, les había acompañado sin poner dificultades durante todo el camino, pese a lo duro del trayecto.

Pese a los supuestos riesgos por los que el sacerdote de Ulmo les había advertido, el poder comer caliente y en compañía de otras personas llenaba de satisfacción al clérigo, quién decidió que harían una breve parada antes de continuar su camino hacia N´Gruth.

Tras descansar y comer frugalmente en una hostería que había a las afueras del pueblo, partís de nuevo, cada vez con más ganas de llegar. A partir de Endil camino se hace más revuelto y cuesta arriba, y los bosquecillos de pinos cambian a frondosos encinares donde corretean conejos y a veces podéis vislumbrar huidizas cornamentas de ciervos. Aquéllos eran cotos despoblados y sin cultivar, reservados al Príncipe; la caza furtiva se pagaba con pena de azotes y galera.

Vais dejando túmulos a vuestra diestra y atalayas y torres vigía a vuestra siniestra. Algo que empezáis a ver como normal por estas tierras. Al menos el paisaje es hermoso.

El viento, que empezaba a soplar desde las montañas y que os empujaba irreversiblemente hacia los acantilados, traía consigo rachas de gotitas de agua*. A poniente, en el horizonte todavía quedaban sombras de la noche; y la llovizna que os mojaba -un agua menuda de las que terminan perseverando- acentuaban la melancolía del paisaje. Un conjunto nada alentador si añadimos el cielo plomizo y las nubes negras que desde el mar avanzaban como las Águilas Gigantes de Manwë. Pero negras.

A partir de la Venta del Tuerto, que estaba cerrada y sin luz, el paisaje se hacía especialmente quebrado y fragoso, serpenteando el camino entre retamas de flores blancas, acantilados y peñas que multiplicaban el eco del caballo. Muchas vueltas y revueltas por un terreno escabroso y demasiado a menudo resbaladizo, hacia unos acantilados nada halagüeños si patinaban los caballos**.

Por la zona de los acantilados, entre los dos últimos túmulos de vuestro camino a N´gurth, crees oír a los vientos susurrar guarradas indecentes y juramentos impúdicos. Siseantes blasfemias sacrílegas que ni el más bellaco de los rufianes de Umbar se atrevería a pensar. Como fanáticos poseídos. Y te confunde, pues incluso llegas a creer que no es el viento, si no que está en tu jodida cabeza... desde lo del sueño ya no estás seguro de nada.

Al llegar al pueblo fueron a herrar el caballo de Arengoll y tras esto fueron directos a la posada para dormir hoy por fin en un lecho comodo donde reponer fuerzas y fatigas. Tras comer algo caliente se acostaron, Erandil se durmio en un momento, estaba rendido, cerro los ojos e inmediatamente se sumio en dulces sueños y paz. Por la mañana, a la primera luz del dia, el sacerdote, como era costumbre, le desperto, comieron un pequeño desayuno y partieron rapidamente.

Pasaron las horas y el viaje seguia, las fuerzas volvian a flaquear y era un dia frio, Erandil se echo encima una vieja manta que llevaba atada a la silla, pero poco hacia, un viento humedo que venia del mar les estaba calando los huesos, y las temperaturas habian descendido drasticamente.Aun asi no les quedaba otra que seguir, y asi hicieron. Eso si, el paisaje era hermoso en esta epoca del año, y Erandil intentaba distraerse un poco observandolo.

Aërengoll, absorto durante todo su viaje en el paisaje, no había hablado demasiado. Adoraba el mar, sentirlo cerca,... Pero ahora el clima había cambiado drásticamente.

Las cuestas al subir la montaña, los primeros acantilados, el frío, la falta de humedad en el aire. Hacían que el clérigo se sintiera en cierto modo nostálgico, pese a la belleza del paisaje que les rodeaba. El frío y la lluvi le golpeaban el rostro, pero Aërengoll sentía las gotas como pequeñas caricias caídas del cielo, a pesar de la horrible sensación que le causaba el estar mojado con la brisa colándose por debajo de sus ropas.

No le gustaba nada al clérigo las nubes que se acercaban por el horizonte, no sólo por el aguacero y la tormenta que podían significar, sino también por el mal augurio. Como hombre de Fe que era, Aërengoll era supersticioso en el sentido de que consideraba que cada cosa que ocurría en el mundo era por algo relacionado con la divinidad. Seguramente esas nubes significaban que "Aquel que todo lo sabe" estaba enfadado, quizás incluso con él por no haber descubierto aún qué estaba sucediendo con sus siervos. Aërengoll mantuvo un rato más el silencio, autocastigándose por dentro y convenciéndose a sí mismo de que en N´Gruth su mala suerte cambiaría.

Llevaba un rato tratando de iniciar una conversación con su compañero. Quería que no le viera como a una especie de superior, ni siquiera como un compañero de Fe, iban a pasar mucho tiempo juntos y quería entablar algún tipo de relación amistosa. La amistad es un alma que habita en dos cuerpos, y por ello les haría más fuertes si funcionaran como uno solo. El camino se hizo más complicado, y las cosas y dudas que rondaban la cabeza del hombre, tuvieron que esperar antes de abandonar su cabeza a través de su boca. Ahora, estaba entretenido en montar a su caballo, el cual manejaba con cierta torpeza.

Al principio todo iba bien, pero de pronto la cabeza del clérigo pareció perderse en otras cosas. El caballo comenzó a andar mal, y Aërengoll miraba todo el rato de un lado hacia otro, como si algo le perturbase profundamente.

Tu caballo resbala en las rocas, cerca del acantilado, mientras el viento aulla en lo que te parece una macabra carcajada.

El caballo de Aërengoll resbala en uno de los acantilados. No había pensado en la bestia. Estaba atento a las voces, esas malditas voces. Y entonces, ocurrió la catástrofe. Uno de los acantilados, el clérigo tirando de las bridas tratando de salvar tanto su vida como la del animal. Su cuerpo en completa tensión mientras trataba de hacer algo que, claramente, se le daba cada día peor.

Montura y jinete caéis al suelo golpeándoos contra las rocas. El caballo relincha sofocado y pronto se incorpora para evitar rodar hasta las profundidades del acantilado. Y después trota asustado hacia el sureste...

El caballo de Aërengoll de pronto se eleva sobre dos patas, relinchando y poseído por el miedo a caerse. Es el propio peso de su jinete el que hace que se desequilibre y caiga hacia atrás, aplastando Aërengoll con su tremendo peso.

El clérigo, presa de un dolor muy agudo, grita vaciando sus pulmones con el aire agónico que le queda después del golpe. El eco en las rocas resuena de manera pétrea.

Después del dolor inicial, y casi como respuesta por instinto, Aërengoll trata de salir de debajo del cuerpo del animal. Pero el peso es demasiado para el clérigo, que finalmente desiste con un largo suspiro.

Aërengoll siente horrorizado como las rocas bajo su trasero se deslizan hacia el acantilado sin poder reaccionar por el reciente golpe, mas Erandil ha estado atento o Ulmo ha guiado su instinto, y ve la precaria situación del clérigo. Así que desmonta presto del caballo y como el rayo se lanza a ayudar a su compañero...

Al ver el peligro que se cernia sobre su compañero Erandil bajo de su caballo de un salto, corrio como nunca habia corrido hacia el, eran pocos metros pero no habia tiempo y aun estaba relativamente lejos,  asi que en un ultimo y deseperado intento, salto estirando los brazos hacia el, nunca sabra si fue Ulmo, que vela por los suyos, o si fue el azar que les sonrio aquella tarde, pero Erandil consiguio asir el brazo del sacerdote, que ya caia sin remedio hacia el abismo.

Erandil rio contento dandole una palmada en la espalda al sacerdote:

"Jajajajaja, Arenengoll amigo, nunca hubiera dado un duro por tu vida en esta situacion, jajajajaja, no me veia muy capaz de hacer tal cosa, pero gracias a Ulmo todo quedo en un susto.

Se esta haciendo tarde si quieres podemos acampar por aqui cerca, ha sido una larga jornada estamos cansados y podriamos ver esas heridas de la caida, pero como tu veas."

Resbalaba.

Caía en un abismo del cual solo se intuía el fondo. La bestia había ido corriendo un poco más hacia adelante, huyendo del peso que casi le hace caer también por el barranco.

La mano de Aërengoll trataba de agarrar algo firme pronto, mientras en su cabeza numerosas oraciones surgían en un intento de hacer que su cuerpo mantuviese la calma. Pero no es ni su mente ni su cuerpo el que consigue salvarle de la caída, sino Erandil, su compañero.

Con una rápidez asombrosa, el hidalgo agarra la mano del clérigo y comienza a tirar de él hacia arriba. La túnica del clérigo está ahora un poco rasgada por el impacto contra las rocas, pero eso no importa ahora. Aërengoll levanta la cabeza, una vez que está de pie y dice en voz alta y animada:

- Ufff. ¡Ulmo te bendiga, Erandil! Por los más sagrados textos que pensé que jamás lo contaría. No puedo cuanto menos hacerte partícipe de mi dicha, agradeciéndote con mi alma que me hayas salvado.

Una mano del clérigo estaba posada en el hombro del paladín, mientras le sonreía. Tenía la adrenalina en unos niveles altísimos, y respiraba agitadamente. Miró hacia abajo unos segundos, para comprobar lo horrible que hubiese sido su final. Después levantó la vista y con los ojos cerrados y la lluvia callendo sobre su cara, susurró unas palabras inteligibles que por la entonación bien podía ser algún tipo de oración a los dioses. Después miró de nuevo al paladín y añadió:

- Tenemos que buscar a esa montura. Creo que la parte del desfiladero la haré a pie a partir de éste punto. Es un trayecto peligroso para aquellos que no somos ductos en la monta y la empatía con los equinos.