Partida Rol por web

El guitar siguió a lo suyo, golpeando con saña y dejando a Valyëvan al borde de la inconsciencia. La vivir notó como el martillazo hacia que algo se rompiera en su interior. Empezó a sangrar por la boca, algo iba nada bien dentro de ella. 

Por suerte, el segundo martillazo no le alcanzó. Había salvado la vida de milagro, aunque... ¿Por cuánto tiempo? Si no acababan ya con el gulgar, todo aquel sufrimiento habría sido en vano. 

Y el gulgar no se olvidó de Eliferum. De nuevo calvo su cuerno cirstalino en el interior de la piel del norteño. Él también estaba ante sus últimos minutos sobre Gea, si no ponían rápido remedio.

Agotada y destrozada por dentro, sabía que ya no podía dar más de mí. Sin embargo, aún me quedaba un último cartucho, algo que intentar y era retirarme y usar el cinturón curativo que tenía. Quizás solo lograse prolongar la agonía y me temía que pondría a Eli en un claro peligro, pero no podía hacer otra cosa.

-Eli... necesito un momento para recuperarme -le dije, alejándome temporalmente de él e intentando recoger las últimas fuerzas que podía utilizar.

Sin duda, aquel iba a ser mi fin, nuestro fin, pero no por ello dejaba de ser más glorioso y en todo caso, aún guardaba la esperanza de lograrlo, aunque fuera debido a los dioses.

- ¡Ve tranquila! - Dijo el Anjo. - ¡Yo me encargo de esto! 

Sabia que ese era su final. Pero moriría matando, como tantas veces había soñado. No le había dicho a nadie porque deseaba la muerte y posiblemente, si el gulgar acababa con él, nunca nadie lo sabría, pero finalmente, alcanzaría su tan ansiado descanso. 

De nuevo arremetió contra el gulgar y lo hizo con saña. Clavó su espada de forma profunda en aquella criatura y por segunda vez en aquel combate desde el aterrador primer golpe de Valyëvan, hizo un gesto de dolor. Pero aún así, no cayó. Seguía vivo, aunque su vida también se escapaba por momentos.

El temible gulgar arremetió de nuevo contra el pobre Eliferum. El martillo le golpeó con contundencia. El viejo norteño cayó al suelo entre espasmos. Su cuerpo se tensó y empezó a temblar de forma nerviosa. Le salía sangre en abundancia por la boca y nariz y también espuma. 

Pero pronto cesó. El gran martillo le aplastó cráneo derramando su materia gris por toda la sala y salpicando paredes, mobiliario, al gulgar y hasta a Valyëvan, a quien le cayó un trozo de masa encefálica en la cara. 

El ser rinoceronteo arremetió entonces con su cuerno. Se clavó en su estómago y sacó sus tripas desparramándolas por el suelo. Si había alguna duda de que Eliferum había muerto, quedó disipada, pues de Eliferum quedaba poca cosa más allá de un pelele de piel y carne sanguinolenta y espachurrada. 

Y entonces el gulgar se giró y miró a Valy. No había hablado hasta entonces, de hecho, ni había hecho un solo sonido, pero en ese momento la vovit escuchó una especie de risita de satisfacción. 

Miré a Eli mientras hacía lo posible, no solo por mantenerme en pie, sino por levantarme. Hinqué la rodilla en el suelo mientras veía como un hilillo de sangre caía al suelo desde mi propio rostro y las heridas que aquella bestia me había infringido en el resto del cuerpo, y asentí con la cabeza a mi compañero, mi fiel amigo, que arremetió con sus últimas fuerzas.

Cuando el martillo del ogro o lo que fuera lo golpeó, supe que era su final. Todo mi cuerpo se sobresaltó al verlo caer, como si hubiese sido mi corazón lo que hubiera aplastado, y cuando su arma cayó sobre su cráneo, me obligué a mantener la mirada fija, y a recordar que aquella era la muerte que tanto había deseado y por la que había suspirado.

Mientras sus restos impregnaban toda la sala, no podía hacer otra cosa que pensar en que no habría justicia para su valor, salvo que su memoria fuese honrada con la mía, durante el tiempo que todavía le sobreviviese.

Lo que hizo a continuación con el resto de su cuerpo me dio igual, porque él ya no estaba allí, pero la risa que escapó de aquel ser... eso sí que me provocó.

Apenas me quedaban fuerzas, pero de alguna manera, logré levantarme, alzar mi hacha y mirarle directamente a los ojos.

-Ríe lo que quieras, pero jamás podrás matar a Eliferum Ajo, porque siempre estará allá donde haya una batalla en la que luchar y un amigo que le necesite. Por ti, mi querido amigo.

Y sin decir nada más, inicié mi última carrera para intentar acabar con aquel ser... o morir en el intento.

Quizás por la rabia acumulada o bien por pura desesperación, Valyëvan lanzó un poderoso hachazo que por fin logró atravesar las defensas de aquel ser casi pétreo. Cuando el filo del hacha de la vovit impactó sobre si cabeza, ésta se partió en dos y la risita de aquel ser se apagó como el resto de su cuerpo. 

El gulgar cayó de rodillas y miró con sus profundos ojos negros a su asesina por última vez antes de desplomarse sobre el firme de auqella maldita estancia donde también había caído el buen amigo de la pelirroja. 

Ella estaba exhausta después del combate y no pudo evitar desplomarse también, aunque en pocos segundos recuperó el aliento y pudo volver a ponerse en marcha. Y ponerse en marcha era lo que debía hacer, pues el peligro para nada había pasado, podía salir de culaquier puerta en culaquier momento y ella estaba sola, agotada y malherida. Y lo peor de todo era que todavía no tenía ni idea de dónde podía estar Aenifer.

No sé de qué manera lo conseguí. Quizás fuese el espíritu de Eliferum, que guió las últimas fuerzas de las cuales disponía. El caso es que me sentía exhausta y aquella batalla me había dejado con las fuerzas justas.

A pesar de todo, me volví otra vez para ver los restos de mi amigo. Tuvo una muerte honorable, la mejor muerte de todas, pues salvó mi vida al luchar contra aquel maldito demonio. Jamás olvidaría su risa, ni tampoco su lealtad. Era el mejor ejemplo de lo que un buen guerrero pedía y ofrecía, y ojalá, por todos los dioses, que yo tuviera una muerte la mitad de digna que la suya.

A pesar del cansancio, sabía que no podía detenerme. Rebusqué entre las ropas del ogro y examiné la estancia, sobre todo las estatuas, y los libros, en busca de cualquier cosa que pudiera serme de utilidad, mientras recuperaba el aliento.

Después, medité mis opciones. Había unas escaleras que subían y una puerta que permitía acceder a una nueva estancia. Me decanté por ir hacia las escaleras. Después de todo, si el otro malnacido no había huido era porque arriba no debía tener a nadie, porque de lo contrario, ya habrían bajado y en aquellos instantes, estaríamos muertos.

Fatigada como estaba rebuscó entre las pertenencias del ogro. A parte de su enorme maza de armas y su armadura de placas y mallas, no portaba demasiadas cosas de utilidad. Algo de comida pasada en una bolsa, un bote con grasa y un saquito con algunos dados de hueso. 

Pero relamente, nada demasiado relevante y que le pudiera servir para algo realmente. Fue entonces, cuando exhausta todavía del combate y ciertamente malherida, comenzó a escalar por aquellas escaleras que le conducirán a quien sabe dónde. 

No llevaba ni treinta escalones en ascensión, cuando tuvo que detenerse. Estaba muy agotada y necesitaba un respiro. Había comprendido que para llegar arriba del todo, iba a tardar algunos minutos. Y es que al parecer estaba subiendo a un torreón de vigilancia. Uno realmente alto de hecho.

Estando detenida en mitad de aquella escalera, empezó a escuchar, como en la zona inferior, la que acababa de dejar con los cuerpos sin vida del ogro, el gulgar y su buen amigo Elliferum Anjo, se escuchaban voces guturales. Acababan de llegar los refuerzos. Igual demasiado tarde, pero... Ella sangraba aún de forma abundante y se fijó en que a sus espaldas iba dejando un reguero de sangre. No tenían que ser muy avispados, quien fuera que estaba en la habitación donde había muerto Eli, para darse cuenta de ello.

Estaba agotada. De aquel combate había sacado un compañero de armas y amigo menos, y un cuerpo dolorido y profundamente castigado, que ignoraba si iba a permitirme seguir defendiéndome.

Las escaleras no parecían ser muy empinadas, pero el enorme esfuerzo que había hecho para acabar con aquel engendro, no me dejó demasiado aire para continuar el ascenso sin detenerme antes. Fue entonces cuando me di cuenta de todo: me había salvado por poco, porque habían llegado los refuerzos, y si no estaba allí, era evidente que me buscarían. Y visto el reguero de sangre que estaba dejando, no parecía descabellado pensar que tardarían más bien poco en empezar a subir. Debía continuar subiendo y si podía, lograr refugio allí arriba, donde fuera.

Sacando fuerzas de donde no las tenía, agarré mi hacha con fuerza y proseguí con el ascenso, temiéndome que dentro de poco tendría que girarme para defenderme. Pero eso sí, en aquellas escaleras, el número no era tan importante como el equilibrio y ya procuraría yo que eso fuese su perdición. Haría que sufrieran por cada escalón que intentaran subir.

Valyëvan, sabiendo que en breve sería alcanzada por una horda de trasgos, hizo lo único que podía hacer, seguir subiendo y tratando de evitar lo máximo posible lo inevitable. Seguía sangrando, pero ya había utilizado todas las cargas de su cinturón y todavía tenía la lengua fuera, pues tras el gran esfuerzo del combate, todavía no había logrado descansar más de unos pocos segundos.

Pero eso no la detuvo. Ahora su máxima ambición era la supervivencia y no se rendiría fácilmente. Siguió ascendiendo y ascendiendo por algunos minutos, hasta que tuvo que volver a pararse exhausta. Se fijó entonces que había dejado de sangrar de forma tan abundante y que ya no iba dejando su rastro tras de si, salvo por contadas gotitas de sangre. Pero lo que más le sorprendió fue que no escuchaba los pasos, ni las voces de sus perseguidores.

¿Era que acaso no la estaban siguiendo? De ser así, no entendía el porqué. Se había infiltrado en aquella fortaleza subterránea y había matado a muchos de los suyos. Ahora que la tenían cerca, le estaban dejando marchar. ¿Cuál podía ser el motivo de tal comportamiento?

Cuando me detuve, comprobé que al menos, cada vez sangraba menos, pero lo que no entendía era como no me seguían. Quizás no pensaran que allí arriba había algo de utilidad o a lo mejor tenían algo más útil que hacer, como perseguir a los demás.

De haber tenido más fuerzas, habría bajado a mirar, pero en aquel estado, necesitaba recuperarme y para eso debía seguir subiendo y descansar.

Lo siento, Aenifer, pero ahora mismo no puedo ir a buscarte. Aguanta.

Solo esperaba que arriba no hubiese más enemigos porque en esos momentos, no creía poder derrotar a nadie más.

Valyëvan continuó el ascenso por aquellas escaleras interminables. A medida que ascendía la luz iba menguando y es que las pocas ventanas que allí se encontraban no eran más grandes que unas simples aspilleras y no se filtraba luz alguna y era que en el exterior era de noche. Llevaban tanto tiempo dentro de la montaña que habían perdido la noción del tiempo y ya no sabían si Seyran se alzaba en lo alto del firmamento o era en cambió su antagonista Maahn.

Fuera como fuera, tras unos minutos de ascensión, escuchó un sonido extraño, como una campanilla resonando. Se dio cuenta entonces de que poco más arriba llegaba a una puerta de madera, la cual estaba cerrada y por cuya rendija se observaba luz. Había activado, como por arte de magia, algún mecanismo de alarma y sin duda habría alertado a quien se encontrase tras aquella puerta, pues escuchó perfectamente como alguien, seguramente sobresaltado, arrastraba una silla para ponerse en pie de forma apresurada.

Las escaleras parecían no acabar nunca pero al menos, el tiempo jugaba en mi favor. Podía soportar el cansancio, pero necesitaba algo más para recuperarme de mis heridas.

Lo que no me esperaba era escuchar aquella campanilla. La alegría al ver el final de mi camino, una puerta, se vio truncada cuando el sonido me hizo comprender que acababa de activar una alarma. Desesperada, resoplé. Si arriba había más ogros, estando donde estaba, tenía todas las de perder, y allí no había en donde ocultarse.

Rápidamente, di dos pasos y coloqué mi hacha justo delante de la mirilla para obstruir su vista. Con ella delante, quizás pudiese ganar tiempo e incluso hablar, aunque no tenía muy claro si llegaría a algo. A lo mejor... podía convencer a quien fuera de que era un trasgo para que abriera la puerta.

Valyëvan se dio cuenta entonces, de lo que creía una mirilla, no era más que un hueco entre los tablones de aquella vieja y desvencijada puerta. Tan solo se filtraba algo de luz a través de la pequeña rendija, pero ni un solo ruido procedía en ese momento del interior. Era evidente que tanto ella, como quien estuviera del otro lado estaban a la expectativa y parecían recelosos por descubrir lo que pudiera haber del otro lado de aquella puerta.