SLOBOZIA: AÑO 960. - LA FUGA DE TIBERIU.
Madrugada húmeda, cielo bajo y amenaza de ventisca. Fue la Dama Dubieta quien, con el filo de su voz autoritaria, nos sacó de las madrigueras para montar una búsqueda: el pequeño Tiberiu había desaparecido. Schaar Dvy tomó la delantera a pie, como sabueso curtido; yo compartí pescante con Tomescu y su inocencia, acompañados de una bota de cerveza que sirvió más de consuelo que de compañía. En el interior del carruaje viajaban la señora Dubieta y Valdav Krevcheski, encerrados en su nobleza y sus silencios.
El rastro nos condujo hasta una ermita abandonada, tan cargada de fe que pesaba como plomo en el aire. Difícil era acercarse; todos lo sentíamos salvo Tomescu, que parecía caminar entre lirios, feliz como perro en fiesta. Allí hallamos el corazón mordisqueado de una manzana: testigo tonto y frutal del paso del niño. El cielo encapotado no tardó en abrir su amenaza de nieve, y el Caballero Dvy ordenó resguardarnos: caballos y Tomescu en la gruta, el resto en torno al carruaje de la Dama Dubieta. Yo, precavido, envié a Sabañón con un mensaje al Amo Durius, sin saber entonces que mis palabras dormirían tanto como él.
En plena noche llegaron el Señor Otto, el Sargento Hakir y el lacayo Mikahil, dispuestos a vencer el cerco invisible que mantenía la ermita. Con ellos se redobló la fuerza del grupo, y tras el temporal, reanudamos la marcha. El camino nos llevó a una hacienda ruinosa donde se alzaba la estatua decapitada de un caballero. Extrañas huellas ardidas marcaban el suelo: como si el fuego tuviera pies y ganas de bailar.
La escolta se duplicó con el carruaje de Otto, que yo mismo conduje con más gracia que un cochero de feria. Lobos hambrientos nos cercaron, pero pronto huyeron ante el acero implacable de Schaar Dvy, que los cortó como a juncos secos. Yo aplaudí como quien presencia un espectáculo circense: cada zarpazo, un redoble de tambor; cada cadáver lobuno, un confeti invisible en la nieve.
Más adelante dimos con un lodazal y un pueblo olvidado: Oiera, decían. Un único puente de tablas lo unía al mundo. Al otro lado, una chusma de hombres torpes e insolentes nos respondió con obscenidades. ¡Qué atrevimiento! Escupieron su vulgaridad contra Schaar, y aquel error fue como tirar vino sobre brasas. El caballero avanzó, y de las aguas brotaron dos dragones de lodo: cocodrilos disfrazados de escupefuegos lodosos, que apenas lograron frenar la furia del hombre de hierro. Yo, desde el pescante, narraba en voz alta como pregonero de plaza: “¡Y he aquí, damas y caballeros, la pelea del siglo! ¡Dos bestias contra un solo hombre, y aún parecen pocas!”
Ni las fauces ni las colas bastaron: Dvy, con ayuda de Tomescu —que blandía su hacha como si cortara pan— y los otros, abatió o puso en fuga a los monstruos. El puente se tiñó de sangre y barro, mientras yo imaginaba una trompeta invisible marcando el triunfo.
La masacre se consumó cuando tras nuestros esforzados hombres, apareció una mujer alada, violácea, uñas como guadañas y sonrisa de pesadilla. Se lanzó al combate al lado de Schaar, y yo pensé: “Hasta los demonios hacen cola para compartir escenario con este caballero.” El poblado cayó en ruina, y en su interior hallaron al niño. Yo, sin embargo, quedé a las puertas junto a Valdav, guardando al cansado Otto, que dormía como santo en procesión.
Ya de vuelta, algo maligno se arrimaba al niño como sombra pegajosa. Schaar, siempre tan generoso, decidió apartarse para atraer sobre sí el mal. Lo atisbamos rodeado de pronto de una mezcla entre zarzas y fuego: un círculo ardiente donde su silueta se recortaba como actor en teatro de sombras. Volvió al poco, con la cabeza de Enrietta —la sirvienta perdida desde Nochebuena— colgando de su mano como grotesco trofeo. Dijo que el problema estaba resuelto. Yo lo creí, porque ¿quién se atrevería a discutirle? El niño dormía, ileso, como si nada hubiera pasado.
Yo, por mi parte, solo pensé que todo aquel despliegue podía haberse ahorrado: bastaba con enviar a Schaar Dvy, espada suficiente para limpiar cien pesadillas, y nosotros hubiéramos seguido bebiendo cerveza en el calor de Slobozia. Y mientras tanto, Sabañón regresaba con su cola en alto, pero sin la mirada de Durius: el Amo había dormido plácido toda la noche, ajeno a tanto ruido inútil. Y yo, bufón sin púlpito, no pude evitar reírme en silencio: tanto aspaviento, tanta sangre, tanto demonio, y al final, el único que venció de veras fue el sueño de mi señor.
SLOBOZIA: AÑO 960. - LA FUGA DE TIBERIU.
Finalmente, las conocidas formas de la aldea de Slobozia empezaron a formarse y el caballero, por primera vez, pudo relajarse. O algo parecido. No habían llegado a las dos jornadas pero poco había faltado. El mes de abril saludaba a los que habían partido en marzo y Schaar creyó imaginar el deshielo, marcando el cambio de las estaciones y el fin de aquella aventura que tan mal hubiera podido acabar.
Pero no había sido así. Se asomó un instante al interior del carruaje de la dama Dubieta para comprobar que un Tiberiu agotado dormía junto a su madre, y asintió a esta.
- Mi señora- dijo con el tono elegante que casi siempre usaba en público fuera de los momentos de ira y matanza- Se adivina ya la población de Slobozia. Antes que llegue el alba estaremos de vuelta. Podéis estar tranquila.
Tras recibir el asentimiento de su dama, Schaar volvió afuera y aprovechó estos momentos antes de la llegada a <> para rememorar los acontecimientos. Era, después de todo, bastante probable que Durius le preguntara antes o después. Con un gesto, ahora sí, claramente cruel, e incluso divertido, dio un par de toques a la cabeza decapitada que había puesto junto al resto de trofeos: las pieles y cabezas de aquellos lobos que, igualmente, se habían lanzado contra ellos.
Entre otras cosas, querida- pensó para sí, con algo parecido a la ira- por tu culpa. ¿A santo de qué te largas para convertirte en una vampiresa demoniaca? No puedes quejarte. Te avisé, puta, tu cabeza en una vitrina si atacabas a mi casa o a los míos.
Pronto, sin embargo, la ira dejó paso a las preguntas. ¿Por qué una sirvienta bien tratada huía de su señor? ¿y qué pasos le habían llevado a convertirse en una enemiga implacable como la que se había enfrentado que perfectamente hubiera podido enfrentarse en igualdad de condiciones al mismo Durius? El caballero Schaar dio un par de golpecitos a su espada. Y reflexionó. Tiberiu no mostraba recuerdos y tampoco señal alguna de pecado, como le había confirmado la dama Dubieta. Tampoco parecía haber salido de allí por una travesura como, en un primer momento, habían pensado.
Todo había comenzado el día anterior, cuando la dama Dubieta había dado la voz de alarma. Tiberiu había desaparecido. Tras confirmar que no se encontraba con Lindor ni en ninguno de sus sitios habituales, se había dirigido a los dos tutores del pequeño, el maestro Valdav y yo mismo, para ver si sabíamos algo de su hijo. Y no siendo así, y no estando <> habida cuenta de la hora el señor feudal, habíamos partido para tratar de recuperar, idealmente vivo, a su heredero.
En un primer momento íbamos tan solo la propia dama Dubieta, el maestro Valdav, Igor, el buen Tomescu y yo mismo. Encontré unas huellas que salían del pueblo, y parecían dirigirse a una pequeña capilla derruida a poca distancia... que resultó guardar aun en su interior fe verdadera. En las cercanías vimos que alguien había debido atrapar a Tiberiu. Alguien que para más inquietud andaba con pies descalzos y hacía arder el suelo bajo sus pies, como era fácil comprobar por la ausencia de nieve y los restos de fuego y ceniza. Como quiera, logré entrar (con cierta incomodidad por qué negarlo) al antiguo área bendita, acompañado por el guardia Tomescu que ninguna inquietud por tales cosas sentía. Y dentro vimos claras señas que Tiberiu seguía vivo: una manzana a medio comer de las que tanto le gusta agarrar en Slobozia.
Tras tales pesquisas, y tras comprobar que el ser se había marchado, llevándose a Tiberiu, y tras calmar nuestros temores al no encontrar en el interior de la gruta ni en sus cercanías ni ropa, ni sangre, ni el cadáver de Tiberiu, nos vimos obligados a descansar en las cercanías puesto que se acercaba una tormenta. Pudimos preparar un campamento y, al poco de iniciarse la noche, apareció un segundo carruaje en el que iban Otto, el guardia Istvan y el sargento Hakir. Tras esperar que amainara volvimos, ya durante la noche, a emprender el camino, siguiendo los restos que nos llevaron, esta vez, a lo que parecía otra zona en ruinas, una hacienda, con la estatua decapitada de un caballero, ¿tal vez podría reclamarla y restaurarla? Como fuera, la misma estaba llena de fantasmas. Allí vimos los restos de un combate de ese ser descalzo contra algún felino al que había hecho huir, y comprobada tanto la presencia de fantasmas como que nuestro objetivo no estaba en ese lugar, seguimos marcha.
Un grupo de lobos nos atacó. Maté a un par de ellos y de otro dieron cuenta los hombres de armas. Tras tomar los cadáveres como trofeos, con la idea de aprovechar la piel y tal vez las cabezas, seguimos camino. Y tras algunos recovecos llegamos al pueblo de Oiera. Apestaba a demonios. Y a maldad. Rodeada de lava y de agua pestilente y protegida la entrada por un estrecho puente bajo el que dos demonios reptilianos de enorme tamaño se encontraban. Y, tras ellos, un grupo de veinte salvajes degenerados que insultaban y chillaban como si más que humanos fueran crías depravadas de los más bajos trasgos del infierno. Con la ayuda de Hakir y Tomescu, ocuparme de los dos reptiles fue sencillo.
Y tampoco mucho más complicado resultó matar a los bastantes degenerados para que el resto tratara de escapar. Con algo de ayuda, debo indicar, pero la discreción me va a aconsejar decir poco a este último respecto. Como fuera... Me adelanté con Tomescu y Hakir hasta encontrar a Tiberiu, dormido plácidamente. Me lo llevé, y lo devolví a la dama Dubiera. ¿Tras esto? El demonio detrás de tales problemas no había hecho aun acto de aparición, y no fue sino cuando ya nos acercábamos a Slobozia que finalmente nos dio alcance. Me alejé para evitar que pudiera causar daño a cualquiera de mis acompañantes, y vi que era... no, mejor, que había sido Enrietta. Pero ya no quedaba nada humano en ella. Rodeada de un área demoniaca de corrupción, con alas hechas de cientos de insectos, y un aura de fuego que quemaba la nieve me amenazó que le entregara a Tiberiu.
Y le dije que era una puta, y que tendría su cabeza cortada en una vitrina. ¿Y el resto? Bueno, el resto, es historia que deberá contarse, tal vez, en otra ocasión. Como le dije a Hakir, es bueno tener claro quienes son tus aliados y lo que es importante.
Y lo que no.
SLOBOZIA: AÑO 960. - LA FUGA DE TIBERIU. DEL NIÑO DE LOS COJONES
Pues te cuento yo, novia mía, Elena mía, por Dios, por qué no pude ayer venir contigo, y no te enfades que me gustas demasiado cuando te enfadas y si sigues poniendo ese mohín vamos y nos casamos hoy mismo y por las bravas. Y eso disgustará a los señores.
Te cuento: Y yo que pelar la pava quería con mi novia, mierdas, que libre tenía y podía y quería hacerlo. Y no va el niño de los cojones, que tocando siempre está todo lo que cuelgue y a su alcance esté...
Pues que llaman y a correr tocan. Prepara el carro que viene la señora, y sube y viene todo Dios es Cristo por aquí, me cagüen. Un frío que pela. Vamos en el carromato las huellas siguiendo. Nieva. Hiela.
Pasado el medio día a la Santa Ermita abandonada llegamos: un círculo de piedras era, con una cueva muy cómoda.
¡Que viene la tormenta! Y a pasar el rato toca. Veníamos varios: mi sargento, y el señor Dvy, y la señora que... No voy a contar lo que luego la lengua me ha de machacar. Que tal y que cual, Pascual. Y venía Igor con sus bichos. Luego se nos vinieron también Otto y el otro. El maestro. ¿Qué cojones hacía el puñetero maestro triscando por los montes nevados?
A ellos les había tocado el demonio, así que incómodos estaban donde la ermita, y yo y los caballos dormimos como señores. Y el sargento cuando vino. Y tan bien que noches hacía que no dormía tanto.
¿Y el niño? Pues fugado no parecía haberse, al menos en final, que aluego quizá si hubiera en principio, porque los secuestradores te pillan a mejor cuando el tonto haces y andas por ahí a tu propio albur sin protección de los tuyos.
Que quien fuera descalzo iba y los pies ardientes eran, que la nieve derretían. Fue y cazó un lince. Fue y cazó dos jabalises. Fue y tenía para él solo todo un puto pueblo, con dragones a las puertas, y un foso de lodo, y un puente de maderas que para mi casa las querría yo. Que un puto salvaje casa hace y yo fortuna debo por lo hacer: ¿acaso por civilizado soy medio gilipollas?
Pero dejemos esos asuntos, que con hacha corté yo por lo menudo cuanto el señor Dvy me permitió, que no tanto, pues donde yo cortaba el pinchaba con esa velocidad que tiene.
Y al niño pillamos siendo tratado a cuerpo de rey, con sirvientas. Y... ¿Debería contarte esto, cariño mío? La señora mía tiene un caracter que ya ya, que parece como una diabla si se enfada. Así que procurar hemos nos que enfade no se, ¿si entiendes? Nervosio me pongo y me se sale el dialecto, que oh.
Alguna escaramuza a la vuelta hubo, en los bosques, pero el niño de los cojones de vuelta está. Y a mi me han dado el día libre. Y una bota de vino. ¿Quieres un poquito?
SLOBOZIA: AÑO 960. - LA FUGA DE TIBERIU.
DIA TREINTA Y UNO DE MARZO.
SLOBOZIA. TARDE, YA DE REGRESO.
(Escrito en un pergamino para su diario personal)
"Hoy, mientras me lavo las manos aún manchadas de barro y hollín, dejo constancia de los sucesos acaecidos en esta jornada, que bien podría haber sido la última para alguno de nosotros. El peligro tomó múltiples formas, y los recuerdos me pesan como plomo en los párpados. Debo registrarlo todo, pues la memoria humana es frágil y el pergamino resiste mejor el paso de los años."
La jornada comenzó de modo rutinario: lecciones con Lindor y Schaar, bajo la luz incierta de un mediodía que ya presagiaba tormenta. Tiberiu no acudió; pensé que la pereza infantil podía haber vencido a la disciplina. Pero la irrupción de Dubieta, desencajada, me heló la sangre: el niño había desaparecido.
Lo buscamos en sus rincones habituales, en vano. Fue necesario organizar una comitiva sin demora: Schaar, Igor, Tomescu, la madre misma y yo. No podía dejar que las horas se escurrieran mientras una tormenta de nieve se cernía sobre nosotros.
Fue Schaar quien halló el rastro. Lo seguimos hasta los restos de una ermita derruida, y allí vimos señales que me han acompañado todo el día: huellas descalzas de humano, demasiado grandes para un niño, cenizas ardiendo en el suelo, y restos de un enfrentamiento con un lince, que escapó. Todo impregnado de un malestar extraño que nos hizo flaquear a casi todos, salvo Tomescu. Una emanación de Fe Verdadera, deduje; vestigio de oraciones que aún luchaban por sobrevivir entre aquellas piedras.
El malestar no detuvo a Schaar, ni a mí. Entramos con Tomescu en la gruta, donde encontramos el corazón de una manzana. Lo reconocí al instante: Tiberiu había estado allí. Era pista tan pequeña como vital.
La tormenta nos obligó a guarecernos. Descansamos en los carromatos mientras los caballos se refugiaban en la entrada de la cueva. Al caer la noche llegaron refuerzos: Otto, Mikail y Hakir. Otto, tras tocar el resto de la manzana, confirmó lo que ya sospechábamos: el niño estaba vivo. Esa certeza sostuvo el ánimo de Dubieta y del grupo entero.
Cuando el temporal remitió, retomamos la persecución. El rastro nos llevó hasta una hacienda presidida por la estatua de un caballero decapitado. Huellas, signos de lucha contra un jinete. Schaar, con esa sensibilidad suya - aún incomprensible para mí - nos advirtió de la presencia de fantasmas poderosos en el lugar. Decidimos no tentar a las sombras y seguir hacia el nordeste, en pos de la presencia que él sentía.
Con la mañana, atravesamos un bosque helado. Vimos jabalíes abatidos, huellas quemadas. Otto dormía ya en su carromato, cumpliendo el ciclo de su verdadera naturaleza. Fue entonces que nos atacaron los lobos. Igor intentó dominarlos, pero algo interfería con sus dones. Hubo que pelear: Schaar, Hakir, Tomescu y Mikail se ensañaron con la manada hasta dispersarla. Fue brutal, breve, y los dejó jadeantes. A todos menos a Schaar que parecía infatigable.
Al mediodía divisamos una aldea desconocida, al borde de un estanque de lava, rodeada de ciénagas. Me estremeció. Igor, inquieto, me advirtió con el instinto que ya he aprendido a respetar. Sospechamos que era Oiera, la aldea aniquilada por los magyar tiempo atrás. Las efigies destrozadas lo confirmaban.
No habíamos cruzado aún los tablones improvisados cuando vi a los reptiles bajo el agua. Cocodrilos enormes, acechando. Y al otro lado, salvajes esperando. Schaar avanzó y exigió a gritos la devolución del niño. Fue recibido por los dientes de dos bestias. Con ayuda de Hakir y Tomescu, los venció. Pero los salvajes no retrocedieron.
Entonces ocurrió algo que no olvidaré: Dubieta se escabulló a escondidas de su carromato y, en el lugar en que se escondió, emergió una criatura alada, de piel violeta y garras aceradas. Velocidad de relámpago. Ninguno lo notó, salvo yo. Guardé silencio, sumando las piezas en mi mente. Creo que quizá Igor pudo percibir algo también. No lo discutimos; no era el momento.
El combate en la pasarela fue feroz. Schaar mataba con precisión quirúrgica, Hakir y Tomescu lo cubrían, y la criatura alada atacaba a los salvajes con furia. En menos de un minuto huían despavoridos. Schaar, Dubieta (o lo que había sido de ella), y los demás entraron en la aldea. Mikail custodió la entrada. Yo e Igor nos quedamos junto a Otto, en su silencio funerario.
Solo más tarde nos adentramos. Alcanzamos la choza del jefe justo cuando Schaar devolvía al niño a su madre. Dubieta ya estaba allí, con su vestido roto. Y la criatura alada había desaparecido como si nunca hubiese existido. ¿Cómo había llegado la madre antes que nosotros? La respuesta era evidente, incluso para quien no hubiera presenciado antes lo que yo. No dije nada. Igor y yo intercambiamos una mirada: habrá que hablar, pero en otro tiempo y lugar.
El regreso fue silencioso. Hasta que, en la noche, nos salió al paso una figura que reconocimos de inmediato: Enrietta, la criada desaparecida. Pero ya no era humana. Su piel pálida, las moscas que la rodeaban, el poder oscuro que manaba de su ser… pedía a gritos al niño. Fue Schaar quien, con un tajo, le arrebató la cabeza. Yo, observando la corrupción de su carne y el hedor de su aura, comprendí: era un vampiro demoníaco. Baali quizá.
Ahora escribo, con la pluma aún temblando. El niño vive, y el grupo regresó salvo. Pero hemos visto demasiado. Dubieta y su otra faz, Schaar y sus dones para percibir lo invisible, la criada convertida en algo peor que vampiro. Cada respuesta que encontramos abre tres nuevas preguntas.
Y yo, maestre Valdav, custodio de palabras y memorias, me siento más ignorante que ayer.
SLOBOZIA: AÑO 960. - LA FUGA DE TIBERIU.
DIA TRES DE ABRIL.
SLOBOZIA. POR LA MAÑANA. CAMPO DE ENTRENAMIENTO.
Hakir permanecía de pie, con los brazos cruzados y el rostro endurecido. Sus ojos oscuros apenas pestañeaban, como acostumbrados a vigilar más que a hablar. El sargento rara vez se permitía interrumpir las conversaciones del maestre o del capitán, pero no por ello dejaba de escuchar ni de grabar en su memoria lo que oía.
No era un hombre dado a mostrar sobresalto, sin embargo, bajo esa coraza de callado soldado había recuerdos recientes que le helaban la sangre.
Oiera. Algo en Oiera le había resultado profundamente inquietante. Él no sabía de esas cosas, pero no creía que ese fuera un lugar apto para ser habitado por personas normales.
Además estaba la criatura violácea en el centro del poblado. El niño dormido en el sillón de los salvajes. El mismo que despertó, sin miedo, y llamó madre a aquella aberración. Y entonces… Dubieta. El rostro conocido. La misma mujer con la que había compartido camino, recobrando su forma humana como si nada.
Desde aquel instante, Hakir no pudo mirarla igual. Sabía lo que había visto. Sabía lo que era. Una criatura demoníaca disfrazada. Y lo peor es que había sonreído con naturalidad, como si todo fuese correcto, como si su secreto no fuese un peso insoportable.
Y aún peor que ella, Schaar Dvy. Ese caballero. Esa cosa. El solo recuerdo del acero de su voz hacía que el sargento apretara los dientes. Lo había tomado aparte, había hablado con él en privado. Como un superior que examina a un subordinado. Como un depredador que mide si la presa tiembla. Hakir no quiso demostrarlo, pero por dentro temblaba.
"¿Está todo bien?", había preguntado el caballero. El tono fue cortés, casi amable… pero en los ojos había un pozo más profundo que el mismo infierno. Hakir sintió que aquel ser podía atravesar su alma como si fuese pergamino viejo.
Ahora, mientras escuchaba al maestre Valdav y al capitán Zarak discutir sobre bibliotecas, humedad y saberes prohibidos, Hakir permanecía en silencio. El deber le mandaba callar. El deber le mandaba estar siempre un paso detrás. Pero en su interior, una certeza quemaba: Habían sellado alianzas con criaturas que ningún hombre cuerdo querría tener cerca.
Y él, Hakir, no era un erudito ni un noble. Solo un soldado. Y los soldados no eligen con quién comparten el campamento. Solo aprietan los dientes, soportan el miedo y esperan que, cuando llegue el desastre, la espada alcance primero a otro.
SLOBOZIA: AÑO 960. - LA FUGA DE TIBERIU.
ENTRE DÍA 31 DE MARZO - CASI MEDIA NOCHE, Y DÍA 2 DE ABRIL - APENAS PASADA LA MEDIA NOCHE.
SLOBOZIA. SÓTANO DE ALGUNA CASA ABANDONADA.
Al menos, habían encontrado al niño y vuelto todos de una pieza. Y a tiempo. La dama ya temía las consecuencias de no poder estar a media noche en el lugar que había elegido como refugio privado para aquel encierro. Estar sola, no comer, quitarse el vestido sin ayuda (el maldito vestido, aún roto). Pero podía estar en cierto modo tranquila, ya que Tiberiu estaba a salvo. Aunque por un precio.
La dama se consoló pensando que tenía tiempo para aclarar sus ideas.
"Seguro que Schaar aclarará las cosas. No tengo por qué preocuparme. Ni que yo fuese la criatura más extraña que ronda esta tierra. ¿Cuántos conocerán la naturaleza de Durius, y la de Otto? Al menos yo no me alimento de inocentes doncellas. Lo he hecho por salvar a mi hijo. Estoy cansada de quedarme siempre al margen, guardando la apariencia de una dama. Una dama, ¡ja! Una dama que duerme en una sala común, y en el suelo. Habrá que aguantar un poco más. Sé que mi destino no es este. Pero ahora eso es secundario.
Maldita ermita. Mi primer obstáculo. Al menos estaba Igor para hacerme compañia. ¿Sigue afectando su suelo sagrado a nuestra naturaleza a pesar de llevar abandonada lo que parecen años? ¿Por qué Tiberiu, y aquello que lo sedujo, eligieron ese lugar? ¿No ha sido acaso secuestrado por un demonio también? Esas huellas... Mi mayor temor es que esas huellas no sean de su secuestrador, sino de Tiberiu mismo. ¿Podría, por ser hijo mío y de Schaar, transformarse en algo parecido al difunto Radu? Esta teoría me está matando. No quiero ese futuro para mi hijo. Al menos, no tan joven.
Maldita tormenta. Lo retrasó todo. ¿Estaba planeada su fuga, o secuestro, a propósito para tapar sus huellas? Al menos en aquella gruta pudimos encontrar pruebas de que había estado allí, vivo. Y Otto, Mikhail y Vasilov pudieron alcanzarnos.
Maldita finca. ¿A quién pertenecería? Dijeron que había tenido lugar un enfrentamiento allí, el demonio y los fantasmas de la finca. ¿Fantasmas? Todo son preguntas. Ni siquiera entiendo por qué el demonio pasó por allí pudiendo evitarlo. Parece más cosa de la curiosidad que de un monstruo.
Malditos lobos, al menos no fueron una gran amenaza. Y maldito el pueblo de Oiera. ¿Qué ocurre en ese lugar? Además de estar poblado por esas criaturas, parecía ser el destino del demonio. O de Tiberiu. No pude aguantar más, tuve que hacer algo. Intenté salir del carro sin que nadie me viera, intenté esconderme, y aguantar, hasta que no hubiera más remedio que intervenir. Los seres acuáticos no fueron un gran problema, pero eran muchas criaturas. Confío en las habilidades de Schaar, pero yo sentía la presencia de Tiberiu tan cerca, que mi paciencia se acabó. Supongo que por eso no me di cuenta de que me dejaba puesto el maldito vestido. Se rompió, pero no cayó al suelo, así que probablemente todos pudieron reconocerme. Y si no lo hicieron en ese momento, cuando Tiberiu, tan tranquilo en aquella especie de trono atendido por aquellas extrañas mujeres, me reconoció y me llamó "mami", atarían cabos. No son estúpidos.
Pero Schaar se encargará de todo. No habrá consecuencias. Guardarán el secreto. Por su bien."