Partida Rol por web

Resumen turno 2:

La flecha de Abid viajó a través de la sala y se incrutó nuvamente en el cuerpo de Soledad, concretamente en el brazo izquierdo (el anterior impacto había sido en el derecho). Por un momento dejó de recitar esas retahílas, pero aún y con ello, continuó aquel número:

Daño: 3 (/2 por brazo) (sin armadura): 1 puntos de daño.

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Acto seguido, y como si el mismísimo Abraham hubiera elevado las aguas del mar Rojo de nuevo, el estanque de la acequia era golpeado por el agua en movimiento, agua que comenzó a embravecerse como de la nada. Pareciera que aquella sala estuviera inmersa en un cubo grande y el cubo fuera zarandeado constantemente; et de esta guisa que se movían las aguas: arriba, abajo, golpeando las paredes, calando por completo el puentecillo del medio. Todo esto ocurría nada más acabar Soledad de recitar aquella sarta de palabras seguramente blasfemas.

¡¡Et ahora os ahogaré en la penumbra!! Salid del agua y engullid en el fondo de agua a estos entrometidos -gritó la mujer de don Juan de Hoces-. Fue entonces cuando dos figuras aparecieron entre las aguas, saltando del interior de las ahora formadas olas zozobrantes hasta la superficie de la acequia, junto a Soledad. Eran dos bellas figuras de mujer semidesnudas, y se posaron cada una al lado de la invocadora, junto al orbe...

Me detuve frente a la bifurcación y traté de observar ambos caminos para tratar de dilucidar cuál de los dos podía conducirme hasta mis compañeros, observé la luz, las corrientes de aire, pero en ambos casos era lo mismo, así que me encogí de hombros y seguí avanzando por el túnel de la izquierda. Si no les encontraba, volvería a recorrer el de la derecha.

Diego apretó el paso, aún con la espada en la mano, para alcanzar a su compañero qe estaría aún guardando la entrada. Le avisaría de que tenían un vigilante extra.

Allí estaban, dos mujeres de extraordinaria belleza y cuerpos esculturales y esbeltos, sin apenas ropas para las vergüenzas o calzado, a las órdenes de Soledad. Parecían mover sus brazos ambas dos, et con ellas a la par que iba el movimiento del agua enbravecida, que chocaba contras los muros de la acequia y los pies, a la par que os salpicaba. En éstas que las dos desmpampanantes mujer salidas del propio agua de las profundidades intentaban orientar las olas contra vosotros... Mientras tanto, Soledad se mostraba atenta al puente, para que nadie pudiera acercarse a ella; lo que es más, mientras os miraba, se llevó la mano a un talismán que portaba en su cuello.

Confiando en que el muchacho allí se quedara para avisarte en caso de peligro, entraste de nuevo en la mezquita-catedral. Tras avanzar entre las columnas, tus ojos ya se iban percatando de algo extraño: Nâzeh no estaba allí. Efectivamente al llegar, te aseguraste; no había ni rastro del árabe...

Después de ayudar a Bermudo y ponernos los dos en teoría en un lugar seguro, mis compañeros intentaron dar por finalizada la vida de la señora Soledad, pero parece que pudo terminar el conjuro y después de un movimiento brusco de las aguas, se ve como dos figuras espectaculares sales de ellas, cuerpos preciosos y desnudos, que mis ojos no pueden dejar de mirar, aunque su semblante son serenos y rígidos.

Fíjeme en el suelo para tratar de encontrar algún rastro o huella mas nada vi que mereciese tal nombre, de modo que continué caminando.

Por dos veces mis flechas habían impactado en la cristiana sin fuerza alguna, dándole tiempo a terminar el maleficio que estuviera haciendo y ahora dos jóvenes completamente desnudas amenazaban con ahogarnos con el agua de la alberca.

Ya sabia Diego que no podía fiarse de un árabe. Ninguno de ellos era gente de bien, aquello estaba más que claro. Miró el alguacil a su alrededor, buscando con la mirada alguna señal de su compañero antes de encogerse de hombros y esperar. Quizás el moro había decidido aliviarse. El miedo provocaba esas reacciones a algunos cobardes.

¡Dios y Santamaría! -dijo anonadado el caballero calatravo al contemplar las maldades allí acaecidas-.
 

Aquellas dos prominencias, tan irracionales como bellas, agitaron con sus manos las aguas y se formaron enseguida dos torrentes de agua arreolinada, tales como chorros de gran presión salidos de una fuente de grueso caño como pozo, et entonces que los orientaron contra vosotros, lanzándolos sin piedad. Dichos torrentes giraban sobre si como con vida, y aquello no parecía sino una magia propia del diablo... Diez varas, más o menos, medirían aquellos portentos, y en cierto momento apuntaron contra vuestros cuerpos, ¡e impactaron contra vosotros!

El caballero Casimiro fue el primero que sufrió el impacto. La gran espada que sostenía se le escapó de las manos cuando el chorro acuático le impactó en su armadura, lanzándole hacia atrás y golpeándole lateralmente, ¡justo antes de caer al fondo de la acequia mientras gritaba de dolor y angustia! Lo mismo ocurrió con Abid, Bermudo y Durán. El primero fue impactado por el mismo lado que Casimiro, cayendo por el mismo lado al fondo del cúmulo de agua (por donde cayó Gracián) y perdiendo su arco de las manos debido a la tremendísima cantidad de agua que le azotó mojándole hasta el alma... Et que Bermudo y Durán, que hallábanse algo más juntos, fueron arrastrados (literalmente) por el otro remolino de agua y al otro lado de la acequia, no sin antes ser golpeados contra el muro lateral antes de caer... Bermudo perdió su hacha de vista y de sus manos, y cayó de bruces al agua, igual que El Errante...*

El único que con sumísima gracia y una agilidad imperante logró apartarse del trayecto de primer torrente y su impacto, así como cuando el segundo venía hacia él y que se lanzó con voltereta incluida hacia la derecha para esquivarlo, fue Zaif Mawlay. Et que con éstas logró evitar caer en la zanja de agua y ser arrastrado a la negrura imperante del fondo, logrando una mirada de sorpresa por su ágil acción de Soledad, la esposa de don Juan, desde el otro lado del puente...