Partida Rol por web

Cueva

El dolor lacerante de la mano hizo que ahogara un grito al tiempo que la sangre comenzaba a brotar a borbotones de su mano. Notó unos pinchazos en el cerebro mientras aquellos espíritus intentaban entrar en su cabeza al grito de “QUEREMOS SALIR”. Sin embargo, los músculos de su mano comenzaron a temblar en bruscos espasmos por el filo de la navaja que ahora le atravesaba y sintió como esos espasmos le hacían soltar la bola que caía pesadamente sobre el suelo.

El dolor en su mano se intensificó, pero los gritos dentro de su cabeza cesaron. La sangre manaba abundantemente, manchando la camiseta que llevaba puesta, así como la roca bajo sus pies. Tenía frio, estaba sudando, pero por un momento se sintió aliviado. Alzó la vista y buscó a su compañero en la sala pero no lo veía, Se giró sobre si mismo, con la mano sana sujetando la herida, hacia un lado, hacia el otro. Entonces oyó un ruido sobre él. Empezó a alzar lentamente la cabeza, pero antes de poder mirar arriba un bulto deforme cayó frente a él y sus ojos se cruzaron con los de Ahmed que tenía los huesos de brazos y piernas en posturas imposibles y el cuello deformado, la sangre brotaba de su nariz y ojos y su boca estaba congelada en un rictus de horror.

Intentó echarse hacia atrás, alejarse de aquel cuerpo que hacía unos instantes estaba vivo, pero de pronto sintió que algo le cogía del cuello, una fuerza invisible y terrible que le elevó del suelo y tras unos segundos, lo lanzó con fuerza al agua. El golpe fue bestial e intentó ponerse de pie, pero sintió que algo tiraba de él hacia el fondo, necesitaba aire, pero algo le estaba impidiendo sacar la cabeza. Sus pulmones se empezaban a vaciar.

“SI NO NOS SACAS, TE QUEDARAS CON NOSOTROS”

Dorian y Diana siguieron rápidamente el sonido de los gritos, una parte de ellos no quería seguir avanzando, pero temían que algún compañero necesitara ayuda. El agua empapaba sus pantalones mientras avanzaban medio hundidos. No supieron cuando, las paredes del templo se habían sustituido por paredes de roca natural. Tras dos recovecos, finalmente el pasillo de piedra se ensanchó y una cúpula con un lago en medio apareció ante ellos. Su sangre se congeló cuando vieron que lo que daba luminiscencias en aquel lugar, esas luces que habían creído ver, tenían forma de personas translúcidas. Una multitud de voces de ninguna parte repetía una y otra vez.

“SI NO NOS SACAS, TE QUEDARAS CON NOSOTROS”

Algo les sacó del shock y fue el sonido del chapoteo en el agua. Allí en medio, una persona parecía revolverse como si intentara salir del agua, pero algo no le dejara. El pobre desdichado consiguió sacar un poco la cabeza y pudieron verle. Era el joven hijo del jefe de los peones, Asis, que parecía estar debatiéndose contra una fuerza que pugnaba por ahogarle en aquel lago subterráneo.

Pozo de las arenas

Samara se agarró fuertemente a la mochila mientras Hamid tiraba de ella para sacarla de allí. Una parte de ella quería avisarle de lo que tenía detrás pero eso la sentenciaría por lo que permanecía callada. Un tiró y parte de su cuerpo salió un poco más. La criatura dio un paso hacia Hamid. Otro tirón, otro poco más… otro paso. Ya casi estaba fuera y podría avisarle, pero entonces un grito inundó la sala.

Uno de los peones que iba algo más atrasado acababa de llegar a la sala y miraba con horror a la momia que ya estaba encima de Hamid y este se empezó a girar lentamente. Samara vio la escena a cámara lenta. El rostro de Hamid girando, el brazo de aquel ser alzándose, el rostro de terror de su amigo, el brazo bajando. El impacto contra el cuerpo del hombre que se alzó por el aire. El golpe contra la pared y mientras ella, en la arena, aun sujeta al asa de la mochila.

La momia se quedó mirando a Samara y se agachó extendiendo la mano ¿Intentaba salvarla? Entonces agarró el asa de la mochila y tiró de ella con fuerza sobrenatural. Inmediatamente, la mercenaria sintió como todo su cuerpo era sacado de las arenas y alzado cuan muñeco de trapo, con su brazo enredado en el asa de la mochila. La criatura levantó la mochila por encima de su cabeza, de tal manera que su rostro quedó a la altura de aquel ser. Un olor pútrido emanaba de toda ella y sus ojos vacíos e insondables la escrutaban inquisitivamente. Entonces lanzó un rugido que le heló la sangre mientras al mismo tiempo levantaba su brazo libre para golpearla

Pozo de las Arenas

Verse alzada como una muñeca de trapo por esa criatura era algo que Samara no esperaba. Nunca lo habría esperado, de hecho. Las cuencas vacías la miraban, de algún modo, y el hedor taladraba sus sentidos cruelmente. Pero estaba su vida en juego, no tenía tiempo de analizar la situación, sobre todo cuando escuchó su rugido y vio que la momia iba a descargar un golpe que podía ser mortal.

Y no, no pensó, su instinto y los años y años de entrenamiento, el sufrimiento de repetir un ejercicio hasta que salía perfecto, el macharcar su cuerpo hasta que respondía como un mecanismo bien engrasado la hicieron reaccionar automáticamente. Quizá no era lo único que podía hacer, o quizá no era lo mejor. Pero su subconsciente tomó el mando, y actuó.

El golpe venía de arriba a abajo, y ella estaba enredada con la mochila, a una altura bastante por encima del suelo, libre de las arenas movedizas. Así que se arqueó, contrajo cada músculo de su cuerpo y alzó las piernas en un giro casi acrobático para sumar su impulso al de la propia criatura. Saldría volando, sí, pero esperaba patear su pecho para realizar un salto hacia un lado que la dejara lejos de la momia, y que a su vez desestabilizara a ésta lo suficiente como para que el golpe que iba a descargar fallara.

Si tenía suerte incluso podría salir con la mochila a cuestas. Correr, con el tesoro de Hamid, hacia donde el padre de Asis había caído, y salir todos de allí por piernas.

Allá va...

Cueva

La escena era realmente horrible a la par que bella. Aquellas luminescencias eran realmente hipnóticas, sin embargo aquellos gritos desgarradores por lo contrario... hacían que los bellos de la piel se erizasen y que la sangre se helara. Dorian ya había visto demasiado en lo que iba de día, su corazón estaba a punto de pararse, pero si algo tenía claro, era que no deseaba quedarse solo. Además, Asís parecía un hombre de recursos, el hombre que podía sacarles de allí a los dos y sobre todo a él, pues encima de todo, deseaba vivir y aunque prefería que nadie falleciera en aquella tumba, mientras el viviera ya estaría bien...

Por ello, pese a ser un cobarde y contra todo pronóstico, Dorian corrió hasta el límite de aquel extraño subterráneo y le tendió la mano al joven egipcio. Sin embargo, Asís estaba demasiado lejos y al menos en principio, Dorian no deseaba meterse en aquella agua oscura. No quería acabar como aquel joven.  

- ¡Nada, nada un poco y ven hacia aquí! - Le dijo al joven y entonces miró a Diana. - ¿Qué hacemos? - Le preguntó con tono desesperado.

¡El plan había funcionado! ¡La voces se habían ido! Asis se habría atrevido a sonreír, si no fuera porque su mano le ardía de dolor y el corazón amenazaba con partirle el pecho de puro terror que solo fueron a más ante la aparición de aquella criatura deforma. Sin más tiempo de reacción, sin siquiera la posibilidad de gritar, se vio empujado por una fuerza invisible contra el agua. Al miedo ante aquellos fenómenos paranormales, ahora se añadía el pánico a morir. Se estaba ahogando. Empujado por aquella fuerza, se estaba ahogando. Se moría. No, no, su vida no podía terminar así. Comenzó a removerse, a agitarse con furia, a patalear, tratando de impulsarse hacia arriba. Nada, Asis, por tu vida, llega a la orilla. Movió los brazos en todas direcciones tratando de zafarse de aquella misteriosa fuerza que le oprimía. A su alrededor, todo se volvió un borrón rojo, por toda la sangre que manaba de su brazo. Si seguía así, iba a perder la consciencia. De algún modo, consiguió sacar la cabeza y tomar una bocanada de aire. Al otro lado de la bóveda vio a los miembros de la expedición. -Ayuda -trató de gritar. No estaba seguro de si había llegado a pronunciar la palabra o solo la gritó en su mente, con todas sus fuerzas.

Cueva

Diana no podía creer lo que estaba pasando. Aquello había sido salir del fuego para caer en las brasas. Justo cuando había brillado la llama de la esperanza se había mostrado que quizás el resto de la expedición estaban peor que ellos. De hecho quizás eran ellos los que representaban una esperanza. Y aquello era espeluznante. No quería que nadie esperase nada de ella. Siempre le habían dicho que no servía para nada. Que no llegaría a nada. Y la verdad es que muy dentro suyo había llegado a creérselo.

Así pues Diana se quedó como aturdida. Casi no había escuchado las palabras de Dorian. Lo miró con aire confundido, como si no entendiera lo que decía. Desde el encuentro con el ser aquello la estaba superando poco a poco. Si no conseguía salir pronto de allí estaba segura que acabaría loca encerrada allí abajo. Solo para sufrir una lenta muerte.

Aturdida intentó ayudar a Asis. Sin embargo debido a su estado se trastabillo con ella misma y cayó encima del porteador, no ayudando para nada. Y aquí había vuelto la inútil de Diana. La Diana buena para nada. Quizás no era tan mala idea quedarse allí. Quizás esto era mejor que lo que le esperaba fuera.

Se apartó rápidamente de Asis y se quedó sentada junto la pared, mirando a su alrededor pero sin mirar.

Pozo de las Arenas

El horror era terrible, pero su instinto de supervivencia y su entrenamiento se pusieron en funcionamiento una vez más. Con un ágil movimiento, usó el cuerpo de la momia para impulsarse hacia atrás, lo que hizo que esta se desestabilizara. Al tirar, el ser trastabilló hacia atrás, pero no soltó la mochila y esta se rajó un poco, de la rotura cayó uno de los vasos canopos, otro más y empezaron a enterrarse en la arena, finalmente quedando la mochila y los dos últimos vasos en manos de la mujer que calló de espaldas sobre piedra, cerca de Hamid que gimió al tiempo que abría los ojos, recuperándose del golpe.

Entonces vieron la momia moviéndose y el horror volvió a invadirles. Uno de los peones estaba en el suelo, tras la criatura balbuceando paralizado y del otro no sabían nada. Es posible que hubiera huido despavorido. Se arrastraron hacia atrás cuando el ser empezó a avanzar, pero se extrañaron al ver que no lo hacia ellos. Puso un pie en las arenas, pero no se hundió, sino que, como si se encontrara sobre suelo firme, fue avanzando hasta llegar a las dos reliquias que habían caido de la mochila y estaban casi hundidas en la arena. La momia hizo un gesto con la mano y de pronto la arena que cubría los objetos se empezó a apartar. Con otro gesto, la arena se amontonó bajo los vasos, levantándolos hasta las manos del ser. Aquella criatura tenía control sobre las arenas.

Entonces cogió el primero de los vasos canopos, lo abrió y lo volcó sobre su boca como si bebiera de él. Un halo blanco salió de dentro y empezó a fluir a través de la garganta de la criatura. Al tiempo que lo hacía, su piel se volvía más tersa y sus músculos más firmes. Fuera lo que fuese aquello, lo estaba volviendo más fuertes. Cuando terminó con el primer vaso, cogió el segundo.

Samara y Hamid se miraron, sabiendo que si querían hacer algo debían aprovechar esos segundos que tardaría la criatura en beber su vaso.

Asis sintió que le faltaba el aire, a pesar de sus sacudidas, nada parecía poder hacer para liberarse de aquella presa. El miedo le atenazó, de pronto tomó conciencia que iba a morir allí. Todo se volvía más borroso, las fuerzas le abandonaban.

Diana intentó lanzarse a ayudar a Asis, pero el agua era profunda y apenas podía moverse bien, tropezó al acercarse cayendo de bruces al agua. Cuando intentó incorporarse, sintió que algo tiraba de ella, de pronto su cuerpo se alzó fuera del agua como impulsado por una fuerza misteriosa y vio una transparente mano que la sujetaba por el brazo. El rostro de aquel espectro, su rictus de horror y furia la acompañaría el resto de su vida, entonces la lanzó con fuerza y se vió surcando el aire, hasta caer sobre roca y piedra. La había tirado sobre el islote. Su cuerpo dolía, sentía nauseas y estaba mareada por la situación. AL moverse, con la mano golpeó algo, que rodó, cayó por la roca y antes de hundirse en el agua, golpeó un último pico, se hizo añicos. Era una esfera brillante.

AL hacerlo, extraños símbolos egipcios aparecieron en la pared de toda la cúpula y la sala empezó a temblar, cayendo rocas sobre el lugar que amenazaban con aplastarles. Asis sintió que aquella fuerza dejaba de tirar de él y rápidamente sacó la cabeza para llenar sus pulmones de aire. Los tres exploradores pudieron ver como las almas giraban mientras reían encolerizados. Los símbolos parpadearon, se resquebrajaron y una explosión de luz cegó a los tres.

Y entonces, les volvió a rodear oscuridad. Ninguna luz, ningún fantasma, solo Asis en el agua luchando por respirar, Diana aun tumbada sobre el islote y Dorian acuclillado en la entrada de la cueva. Un silencio sepulcral los rodeó.

Cueva inundada.

Cuando Dorian vio salir volando a la señorita Steelwater y golpear contra el suelo se temió lo peor. En ese momento, cualquier duda que pudiera tener todavía de que aquello era un montaje, se disipó por completo. Aquello era real, demasiado real para su gusto. Nunca había creído en aquellas cosas, lo sobrenatural era un chiste para él, pero en ese momento, una realidad invisible se abrió paso ante sus ojos y supo por primera vez en toda su vida que aquellas cosas existían de verdad. 

Que estaban en un aprieto importante era un hecho. Se sumaba a estar sepultados bajo toneladas de piedra y arena, el hecho de que estuvieran siendo perseguidos por poderes de ultratumba y aquellos espíritus o lo que quisiera que fueran, parecían hostiles y con ánimos de hacerles daño. La cosa se complicaba si añadías a la ecuación una momia de cinco mil años que ya había tratado de agarrarle antes y que estaba deambulando en su búsqueda por aquel laberinto de túneles, con intenciones asesinas.

- ¡Diana! - Gritó Dorian acercándose todo lo posible a la joven sin llegar a pisar el agua. - ¿Se encuentra bien? - Le preguntó desde la orilla. Entonces recordó a Asis. No es que lo hubiera olvidado, pero con Diana había establecido un vínculo más fuerte que con aquel porteador. - ¿Y usted, está bien? - Le preguntó. - ¿Cómo puedo ayudarles? - Pues realmente no tenía ni idea de lo que podía o tenía que hacer.

Pozo de las Arenas

-¡Hay que romper los vasos! ¡Antes de que se haga aún más poderoso!

Los dos que tenía en la mochila pronto fueron estampados contra la pared de roca, y su contenido perdido para siempre. Sí, el Museo la expedientaría, pero era eso o sus vidas. 

-¡El tercero! ¡Que no llegue a beberlo! 

Una cosa era decirlo y otra muy distinta conseguirlo. Pero había que intentarlo. Samara cogió su pistola y descargó sobre el vaso. Sabía que hacerlo sobre la momia no tendría resultado alguno, las momias ya han pasado por eso de morirse. Por ello apuntó al vaso canopo que iba a beberse el bicho, y disparó. 

-¡Corred! ¡Huid! ¡Os seguiré ya!

Cueva inundada.

Diana se levantó lentamente. Todo el cuerpo le dolía. No acababa de entender que acababa de pasar. Aunque visto como estaban yendo las cosas la verdad es que cada vez todo era más difícil de entender. Nada tenía sentido y su mente empezaba a darse por vencido en ese aspecto.

Pese a eso si que su mente se había quedado con los símbolos extraños que se habían proyectado en la cúpula. Aquello era egipcio antiguo, estaba casi segura. Quizás era algo importante. Sin embargo su mente estaba embotada y estaba tardando más de lo normal en dar con la solución. Piensa Diana piensa. Quizás era su oportunidad para salir de ahí. O quizás sencillamente era un mensaje condenandolos a todos.

Miró a su alrededor. Oscuridad. Pese a eso escuchaba la voz de Dorian. -Estoy bien. Dijo con una nota de dolor en su voz. La verdad es que estaba lejos de estar bien pero contestar cualquier otra cosa estaba lejos de ayudar. -¿Aún funciona su mechero? Creo que Asis aún puede necesitar nuestra ayuda. A su nota de dolor se añadió una nota de preocupación. Además ¿donde estaba Samara? ¿Y la profesora?

Cueva inundada

- Lo tengo si... - Dijo entonces el contable. - ¿Para qué lo quieres? - Le preguntó.

El asunto estaba muy feo. No creía que con un mechero pudieran arreglar mucho, aunque igual Diana Steelwater había tenido alguna genial idea. Lo dudaba mucho, pero podía ser. No es que dudara de Diana, pero si de las posibilidades que un mechero podía concederles para salir de allí. No creía que esa fuera el arma que necesitaban para encontrar la salida y combatir a los espíritus que atormentaban a Asis, aunque quizás si a la momia. Si sus vendas prendían... podían hacerle un buen estropicio.

- Aquí está... - Dijo Dorian entonces sacando de su bolsillo el mechero. - ¡Cójalo! - Y sin más se lo lanzó a Diana.

Pozo de las Arenas

La criatura rugió cuando Samara estampó la mochila contra el suelo con los vasos canopo en su interior. La sala retumbó y sintió que aquellas cuencas vacías la escrutaban con ira. El polvo del interior de los vasos flotó en el ambiente, provocando que la mercenaria tosiera.

Cuando por fin se recuperó, vio como el ser intentaba beber del vaso que aun tenía en la mano. Gritó a todos para que corrieran. El peón del fondo reaccionó y salió corriendo por el pasillo que habían venido, perdiéndose en la oscuridad. Hamid se incorporó y se arrastró hacia otra salida que había cerca de donde se encontraba, pero lo hacía cojeando y sin poder aparatar la vista de su compañera.

Pero esta no le miraba, había sacado su pistola y estaba apuntando al vaso canopo que ya estaba volcándose sobre la boca de la momia. Se concentró en el disparo, soltó el aire y un trueno estalló en la habitación cuando apretó el gatillo. La bala silbó en el aire, acortando distancia contra su objetivo, dio en el centro mismo y estalló en mil pedazos. La criatura se quedó mirando unos segundos su mano, luego giro su horrible rostro putrefacto hacia Samara y volvió a rugir. Pero esta vez, al hacerlo, la arena de la sala pareció cobrar vida y se arremolinó sobre la mujer que tuvo que cubrirse la cara para no quedarse ciega.

Intentó moverse, pero un brazo surgió de aquella tormenta de arena, una mano huesuda y muerta que cerró sus dedos alrededor de su cuello. El aire empezó a faltarla pero antes de poder hacer algo, una figura apareció a su lado y golpeó con furia el brazo de la momia. Samara cayó al suelo a tiempo de ver a Hamid con un martillo en la mano con el que había golpeado al ser. Vio que intentaba moverse, la criatura girarse hacia él y cerrar sus mortecinas manos alrededor del cuello del hombre.

La momia levantó a Hamid en alto, y se lo acercó. Parecía que lo olfateaba y entonces, lo elevó por encima de su cabeza y empezó ha hacer como con el vaso canopo y se puso en posición de beber. De pronto, un halo blanco surgió del rostro del jefe de porteadores al tiempo que su piel se arrugaba y este se sacudía entre espasmos de terror. Todo volvió a temblar otra vez al tiempo que la momia, absorbiendo la vitalidad de Hamid, se terminaba de recuperar.

Samara miró la terrible escena, detrás de ella una salida que se internaba en la oscuridad. De pronto una voz sonó a su lado.

“vete o serás la siguiente. Si no tiene los vasos le vale con absorber la vida de quienes lo han tocado. Y tú lo hiciste al romperlos ¿Verdad? Corre. Tú puedes sacarnos de aquí”

No pudo identificar de dónde venía esa voz.

El mechero surcó el aire, pero tal vez por la oscuridad del lugar o por las tensiones vividas, no acertó su objetivo y todo lo que oyeron fue un ligero “BLOP” antes de que se perdiera en las oscuras aguas. Entonces todo se sumió en tinieblas. Se habían quedado a oscuras, en silencio. Y de pronto, todo empezó a temblar. Nuevamente, rocas comenzaron a caer sobre ellos, pero ahora no veían desde donde lo hacía o donde golpearían. Mientras las piedras caían, vieron que de las dos salidas unas ligeras luminiscencias, una del camino por el que habían venido, otra de una salida que estaba más lejos de donde se encontraban. Y las rocas caían.

Cueva inundada.

Y el mechero cayó al agua.

- ¡Mierda... debería haberlo previsto! - Pensó para sus adentros.

Fue en ese momento cuando el techo empezó a venirse encima suyo. Grandes rocas y también pequeñas se desprendían sobre se sus cabezas y si no salían de allí de inmediato, no lo iban a contar y Dorian no tenía ganas de morir sepultado.

En un primer vistazo divisió dos posibilidades. Escapar por dónde ya había estado, o hacerlo por una segunda salida bastante más alejada. Lo meditó unos instantes, pero enseguida supo la respuesta. Vivir ahora para seguir luchando luego.

- ¡Vamos Diana, Asis! - Les hizo señas a ambos para que le siguieran hacia la salida más próxima. - ¡Por aquí! - Y sin más, salió corriendo.

Mientras todo ocurre, Diana recuerda los símbolos que ha visto brillar en las paredes. Ha sido un momento y no ha podido captar ningún mensaje completo, pero si que pudo leer “Contención”, “Pago”, “1000”. ¿Acaso se retenían aquellas almas allí como pago para algo?

Pozo de las Arenas

Dios, dios, dios!!! Aquello no podía estar pasando!!! No podía!!!

Samara se quedó helada, aterrada, viendo como aquel ser monstruoso que casi la había matado segundos antes, aún sentía el brazo de arena alrededor del cuello, ahogándola y dejándola sin aliento, acababa del modo más terrible con la vida de Hamid.

Atrapada en la macabra fascinación de lo imposible estaba inmóvil, boquiabierta y temblando sin poder apartar los ojos del amigo de años siendo absorbido, tragado, por la momia. Como antes con el contenido del vaso canopo, ahora tomaba la vida, la esencia de Hamid, se nutría de ella.

Y escuchó la voz a su lado, una voz sin más, sin rostro, sin cuerpo, quizá un alma también la estaba advirtiendo, la estaba despertando.

Vete. Corre. Tú puedes sacarnos de aquí.

No creyó que pudiera, pero tampoco se lo planteó, simplemente supo, con certeza aplastante, que debía escapar, o moriría. Y corrió, tomó el camino hacia la oscuridad, sola, y la piedra y la arena recibieron sus lágrimas, las que sin ser capaz de evitarlas fluían de sus ojos en memoria, cargadas de profunda tristeza por su amigo. Y de miedo.