Partida Rol por web

—Saber con quien andaba Angelines nos ayudará a estrechar el círculo a su asesino.— se acercó a la señora para decirle en un susurro confidente —Creemos que pudo ser algún allegado suyo. Ha sido de mucha ayuda, doña María Luisa.

Luego pareció recordar algo que la señora le había dicho:

—Dijo que escuchó muchos pasos... ¿de más de una persona? Y otra cosa más: ¿el hijo de Angelines? ¿no estaba en casa en el momento del suceso? ¿a qué hora exacta fue?

—La misma, Marisa Castro.

Marisa estaba acostumbrada a tratar con los familiares de las víctimas, al fin y al cabo solían ser sus clientes cuando debían investigar un crimen, pero aún así al escuchar la tristeza de la mujer sintió congoja en el pecho por la pobre Angelines. Al seguir hablando se le notó un poquito en la voz.

—Claro que sí, Paquita —respondió, con seguridad. Las mujeres debían apoyarse unas a otras—. Iremos juntas al hospital. Dígame dónde vive y la recojo en un taxi. 

Le parecía curioso que hubiesen llevado al niño al hospicio en lugar de llevarlo con su tía. Era un tema por el que pensaba preguntarle en cuanto se encontrasen. Por el momento esperó la respuesta antes de despedirse y ponerse en marcha de nuevo.

—Fueron pasos apresuraos, no creo que fuese más de una persona pero como mucho serían dos. Pero corrió el mu canalla como alma que lleva el diablo. Fue esta misma mañana —contestó a Jaime con una mirada de indignación—. No estoy muy segura pero mi Paco ya se había ido a la fábrica... Entra a las ocho, ¿sabes? Y se va como a las siete y cuarto... Así que supongo que fue a y media, las siete y media. Así que imagínate... El chiquillo estaba en su habitación cuando pasó todo, sin embargo... La vio como la vi yo y como te estoy viendo a ti.

Entonces la mirada de la cotilla se ensombreció y empezó a parpadear cada vez más rápido como si quisiera retener unas incipientes lágrimas.

—Pobrecito mío... Lo siento tengo que dejarte que este peso de ver lo que he visto la deja a una tocada, no sé por qué lo he recordado.

Paquita había resultado ser tan guapa como su hermana, era cuatro años más joven que la difunta Angelines tal y como la había contado después del reconocimiento. Y ambas eran las únicas que se habían mudado a la capital desde su pueblo en la Mancha. Tenían un tercer hermano que se había quedado atrás como labriego cuidando a su madre que enviudó tiempo atrás. Por eso se habían marchado hacía ya varios años, para no ser una carga y para intentar conseguir unos dineros. 

No había hablado mucho desde que Marisa se la encontró en el portal de su casa en Usera, donde habían quedado, hasta el reconocimiento del cuerpo en "el 12 de octubre". Afortunadamente no se habían topado con el idiota de Bravo quién conociéndole debía estar estrechando el cerco en ese momento sobre un pobre incauto para resolver el caso en pocos días. Después del incómodo momento la embargaron las lágrimas, y sólo entonces habló de su diferencia de edad y de los avatares que les habían llevado hasta Madrid. Al marido de la primera lo mataron en la guerra, ella a su propio marido le conoció después y así tuvo más fortuna que su hermana. Contó su preocupación por el pobre Fabián al que no la habían dejado ver durante una semana, al menos hasta que se esclareciesen algunos detalles del caso.

Ahora estaban las dos en una vieja cafetería situada cerca de la casa de Paquita, la escogió ella misma para evitar toparse con caras conocidas.

—No sé qué le pasa a ese policía, es como si creyese que yo o mi marido matamos a mi hermana y por eso no me dejan que se venga el niño —protestó mientras meneaba con la cucharilla del azúcar la tila que había pedido.

Jaime se despidió de la señora y bajó las escaleras. No tenía sentido intentar entrar ahora en el piso porque estaba seguro de que nada más cerrar la puerta Maria Luisa se había puesto a espiar sus movimientos por la mirilla. Así que bajó a la calle y sopesó sus opciones, ya que todavía era temprano para ir al encuentro de Marisa. Probablemente estaría ahora hablando con la hermana de la víctima.

Anotó los datos que tenía hasta el momento.

- El asesinato sucedió alrededor de las 7.30. Abrió la puerta sin forcejeo ¿conocía a su asesino?

- El niño estaba en su habitación. ¿escucharía algo?

- Pasos escapando: ¿una o dos personas?

- Hace tiempo un hombre jovencito que paseaba con ella ¿novio? ¿amante? ¿amigo?

- Solía llegar tarde, a veces pasadas las once ¿vida nocturna?

- La recogían en un Seat 1400. ¿quién? ¿por qué?

Reviso el listado de arriba a abajo. De momento la pista que mejor le convenía era la última. Los 1400 no eran raros pero tampoco tan comunes. Quizás alguien más había visto aquel coche y podía darle alguna referencia adicional. Se fijó en un kiosko que había al otro lado de la calle y se acercó a él para comprar el periódico. Mientras lo hacía aprovechó para preguntarle al vendedor por si se había fijado en alguna ocasión en un seat 1400 que solía aparcar delante del edificio de enfrente¹.

Ya sentada en la cafetería Marisa dio algunas palmaditas en la mano de Paquita y asintió, comprensiva. Durante el rato que habían pasado juntas había empezado a tutearla y aquel no era el primer gesto cariñoso que le dedicaba. 

—A veces los policías parecen tontos —declaró, sin piedad alguna hacia el inspector que se había ganado su inquina—. El pobre crío estaría mucho mejor contigo que en un hospicio, pobre chaval. —Negó con la cabeza—. Pero se hará justicia, Paquita, ya verás. —Respiró despacio y bebió un sorbito de su manzanilla, que llevaba un chorrito de anís para darle alegría a la infusión—. ¿Tú sabes si Angelines tenía algún novio o amigo especial? ¿Tienes alguna sospecha de quién podría haber hecho algo así?

La repentina aparición de Jaime preguntando por un vehículo pilló al kioskero a contrapié, pero éste pronto ser rehizo.

—Hola señor, parece usted un tipo muy interesado en la actualidad, ¿desea un periódico? Tengo el Arriba, también el Alcázar, el Pueblo... —indicó el kioskero mientras depositaba la palma de su mano sobre cada uno de los ejemplares—. Uno tiene que comer y ya si eso... hablamos de tu coche. El cual sí que he visto, por aquí no es que abunden en demasía los coches así que uno tiene a bien fijarse cuando cae alguno de cuando en cuando.

Palmeó alegremente los ejemplares de la prensa escrita antes de preguntar de nuevo.

—¿Entonces qué va a ser?

—¿Novio? ¿Pascual? ¿Creéis que Pascual es el asesino? 

Se calmó rápidamente ante un gesto de Marisa y se dispuso a contar lo que sabía de la relación de su hermana:

—Sólo lo vi una vez, que me lo presentó. Fue una condición que la puse para cuidar al pequeño, entiéndame, no es que no pensase en cuidarlo, sólo que quería saber con quién andaba mi hermana. Sé que alguna de las vecinas pensarán mal de ella pero creo que ya ha pasado tiempo más que suficiente de luto y Fabián necesita un padre. Al menos Angelines me contó que lo hacía además de por ella, por mi sobrino.

Bebió otro sorbo a la tila mientras parecía meditar acerca de su propio juicio sobre el chaval.

—Sé que se llama Pascual Arribas, tuve una amiga en el pueblo que se apellidaba igual y por eso no lo olvido. Me contó que trabajaba en una siderúrgica en Getafe. Supongo que no habrá muchas. No me dio mala impresión, era joven, de mi edad más o menos y no le importaba que ella fuese viuda. Además tenía una de esas caras de buen hombre, ya me entiendes... Así que me alegré porque parecía que su vida iba a cambiar... —dejó sus palabras en suspenso como si se juzgase a sí misma por haber emitido un juicio erróneo.

—¿Y las vecinas? Sé que alguna incluso la habló mal, como si fuera una... Ya sabes. Como si debiera estar siempre sola y de negro. Yo también echo de menos a mi cuñado pero es que ya han pasado 12 años¹... Sé que tenía que aguantar mi hermana hasta que la cosa fuese más adelante pero a veces eran muy crueles...

—Me llevo los tres.— dijo Jaime mientras sacaba el dinero de la cartera —Y me llevo también dos revistas de las más caras que tenga y que menos se vendan.— añadió guiñando un ojo para demostrar que la información le interesaba.

Su pose era la de un detective buscando pistas. Sabía que a mucha gente le encantaba formar parte de una investigación aunque sea como meros testigos para luego tener una buena historia que contar en la cantina. Pero además al comprar los tres periódicos no daba ninguna pista sobre afinidades políticas. Aunque todos estaban aprobados por Régimen sabía que determinadas lecturas podían hacerle ganar o perder puntos ante alguna gente.

—¡Excelente elección! Van a ser tres pesetas y media caballero —contestó el kioskero a Jaime, cobrándose las perras mientras daba la vuelta—. Y sí, he visto el seat 1400 desde aquí y para exactamente ahí donde le digo, ¿sabe? Siempre baja la que vive allá en el segundo, Angelines. Sin embargo, por la tarde pocas veces viene. Más por la noche le digo. Lo sé porque vivo allá justo enfrente así que alguna vez echándome el pitillo de antes de dormir lo he visto. Y en ese caso es la moza la que se apea para volver a su casa.

Marisa atendió con interés a las explicaciones de Paquita, dejándola hablar sin interrumpir y asintiendo de tanto en cuando con la cabeza para animarla a continuar. Cuando acabó, asintió otra vez. 

—Tu hermana no hacía nada malo por tener un novio, Paquita. No es bueno que una mujer joven esté sola y ya hacía muchos años desde que perdió a su marido. El chaval necesitaba un padre y ella necesitaba compañía. Es natural. 

Se quedó pensativa un momento, dándole vueltas a alguno de los datos que había dado la mujer y también en el modo en que los había dado. En ocasiones no era tanto lo que decía la gente sino el cómo lo decía, eso ella lo sabía muy bien. Bebió un sorbito de su infusión antes de seguir hablando.

—Todavía no tenemos pruebas como para pensar en nadie —explicó—, pero puedes contar con Friol y conmigo para desentrañar este crimen y averiguar quién le hizo eso a tu hermana. ¿Hay algo más que tú creas que puede ser importante? Algo que ella te contase últimamente, o alguna persona de la que te hablase... O si la notaste rara o diferente. Cualquier detalle puede ser relevante.

–Pues no sabría decirla señora Castro… –confesó pensativamente Paquita hasta que, de pronto una idea pasó por su córtex y su mirada se iluminó por el descubrimiento:

–Bueno, no sé si tenía algo que ver. Pero hará cosa de un par de meses estaba como muy contenta, ¿sabe? La pregunté, pero no quiso decírmelo. En aquel momento pensé en que había hablado con Pascual de casarse. Sin embargo… Tras varios días no hubo noticias y se me olvidó el asunto. No sé si puede servir de ayuda.

Apuró con suma delicadeza el resto del contenido de su infusión.

–Si descubren quién ha sido… ¿Me lo dirán? Dormiría más tranquila si sé que se ha hecho justicia por mi pobre hermana. Además, servirá para poder ir a buscar a Fabián. –La entereza mostrada hasta entonces estaba a punto de resquebrajarse, como si desvelar todo y pensar sobre las preguntas que la habían hecho fuesen lo que la faltaba para terminar de ceder ante la pena que la embargaba:

–Mi marido y yo llevamos un par de años… No sé si Dios lo quiso así por esto. 

—¿Se fijó alguna vez en el conductor? ¿Cuándo fue la última vez que vio el coche?

–A tanto no llego buen hombre –contestó el kioskero algo sobrepasado por las preguntas–. Sé que era hombre y estaban los dos solos porque ella siempre entra y sale por el asiento junto al del conductor.

–¿La última vez? Supongo que algún día de esta semana seguro. Pero tampoco es que venga siempre. A veces la moza de la que le hablo vuelve andando, viene de allá –aclaró señalando en una dirección–. Así que usará el autocar. Lo que es seguro es que si no es por esa mujer, no viene... Le veo muy interesado en el coche, ¿no estará usté pensando en atracarlo no?

Caer en la cuenta de esa hipótesis le había puesto en guardia y ahora estaba más receloso del que hasta entonces, era el mejor cliente del día.

—No amigo: soy detective. Estoy investigando un caso. Gracias por la información.

Recogió los periódicos y se puso en marcha. Con la información que tenía sería complicado averiguar quien era el dueño del coche¹ pero la referencia estaba ahí. Tampoco tenía claro que el misterioso chófer tuviera algo que ver con el asesinato, pero algo era algo.

Miró la hora y decidió que podía dar un paseo hasta la oficina para bajar luego a comer con Marisa. A ver que había sacado ella en limpio de la hermana.

Una hora y media más tarde la pareja se había metido entre pecho y espalda un plato de pote asturiano al que había seguido otro con varios trozos de conejo al ajillo¹. La comida como era habitual en el restaurante de José Ramón, no había decepcionado, su mujer se había asegurado de que fuese contundente y rica a partes iguales. 

En cuanto vinieron a ofrecerles el postre habitual de la casa: un arroz con leche, tuvieron que rechazarlo rápidamente o el sopor terminaría de darles alcance. Por ello en su lugar se decantaron por un café que estaban tomando en aquel momento¹, mientras intercambiaban impresiones al respecto de las distintas averiguaciones que habían hecho en relación con la figura de Angelines².

Después de contar lo que había podido sacar de Paquita y escuchar los resultados de las pesquisas de Jaime, Marisa se quedó pensativa algunos segundos, dando vueltas a su café con la cucharilla. 

—Hablar con el chaval es una prioridad, creo yo —dijo al fin, centrando la mirada en su socio—. Tenemos que saber si Fabián pudo ver o escuchar algo. Y también tenemos que localizar al tal Pascual y averiguar si es el dueño del coche.

Se calló por un momento. Hizo una pausa, dio varias vueltas más al café y siguió hablando.

—A lo mejor podríamos llamar también al hermano de Angelines. Se quedó en el pueblo cuidando de la madre, pero tal vez ella les contase algo por carta. Y no olvidemos al cuñado, el marido de Paquita. Si la puerta no fue forzada es que fue alguien que ella conocía. Tenemos trabajo, Jaime. ¿Crees que podríamos echar un vistazo en condiciones en la casa sin que la vecina nos descubra? Esta noche tal vez.

—Sí, contaba con visitar la casa de noche. Pero no apostaría a que la vieja no nos descubriera. En fin... habrá que correr el riesgo.

Removió el café con la cucharilla largo tiempo, como era su costumbre. Luego levantó la taza meciéndola en círculos, como si así se asegurase al completo de que la mezcla fuera total. Pero antes de beber asintió a los planes de Marisa.

—¿Cómo quieres que lo hagamos? ¿Vamos juntos a visitar al chaval y luego al ex novio o nos separamos? Si nos vamos a separar yo abogaría por meterle un poco de caña al crío, en plan figura paterna de autoridad, a ver si con eso se abre. Y con el ex novio tendríamos la ventaja de que te subestimará y lo podrás pillar si miente. Conmigo seguro que va a la defensiva y lo tenemos más jodido. No quiero usar la fuerza si no estoy seguro de que tenga algo que ver y, la verdad, de primeras no lo parece. Pero lo dicho: tú decides ¿juntos o separados? Lo del cuñado también se me pasó por la cabeza. ¿Y si quisieron librarse de la hermana para quedarse con el chaval? La gente está muy loca. Esta ciudad los vuelve tarumbas a todos.

Sin venir a cuento sacó un fajo de tarjetas del bolsillo.

—Y por cierto: me voy a cagar en los madrileños y su falta de luces. Que lo han vuelto a hacer pero esta vez con las putas tarjetas.— si no lo contaba estallaba —Mira joder: que han puesto Castro y Oriol. ¡Oriol! Me cago en sus muertos. En la puta tarjeta. Que cruz... estoy por cambiarme el apellido.

Estaba dándole vueltas a las distintas opciones que se abrían ante ellos cuando Jaime sacó las tarjetas. Su indignación por el fallo aligeró el ambiente y Marisa sonrió con diversión al examinar una de ellas. 

—Vamos, vamos, no cedas. Si es que mira que son cabezotas estos gatos, que hasta el apellido te quieren cambiar. Pues no van a poder más que un gallego de pura cepa —sentenció, con un golpecito de los nudillos sobre la mesa—. Te vuelves y que las repitan, ¡que no es tan difícil, oh! 

Le dio un sorbo a su café y se centró en el caso que tenían entre manos. 

—Creo que es mejor que vayamos juntos a las dos cosas. Puede que con el crío nos venga bien poder hacer un cambio de registro, según reaccione. Y con el tal Pascual puedo hablar yo si lo ves mejor, pero me sentiré más segura si sé que estás ahí cerca, aunque sea en el coche. —Asintió con la cabeza y siguió—. Muy retorcido sería que quisieran robarle al niño, pero cosas más raras se han visto. A la hermana le di carrete, para ver cómo reaccionaba al decirle que íbamos a investigar tú y yo por nuestra cuenta. ¡Ah! —dijo, recordando algo—. Y también quiero echar un ojo a su escritorio en el despacho. A ver si se dejó algo en algún cajón que nos pueda dar una pista. Si es que ahora me doy cuenta de que esta Angelines no nos contaba nada.

—¡De acuerdo! Pues pongámonos en marcha cuanto antes.

Se quedó mirando la tarjeta de la mesa y finalmente la recogió con indignación.

—¡Ramón! ¡La cuenta!

Era hora de ponerse en marcha a ver si tiraban del hilo adecuado.