—Angelines también tenía uno —continuó, frunciendo los labios en una mueca—, ¿lo sabía? Fabián, se llama. El chaval perdió a su padre en la guerra y ahora a su madre a manos de un asesino violento, en su propia casa. El chico dormía cuando sucedió y llegó a ver el cuerpo de su madre, apuñalada, en el suelo, en un charco de sangre. ¿Se imagina qué imagen para una criatura? Ahora está en el orfanato, roto por el dolor.
Hizo una pausa, contemplando el rostro de la mujer, apelando a sus sentimientos de madre.
—Fabián no ha tenido tanta suerte en la vida como sus hijos, pero se merece que haya justicia con su pérdida, ¿no le parece? Nosotros sólo queremos averiguar la verdad, por ese pobre niño. —Respiró despacio—. ¿Sabía usted que su marido tenía una amante?
Doña Inés asistió al relato aparentemente impávida ante el dolor de las consecuencias de la muerte violenta de Angelines. Sin embargo, pudo Marisa pudo sentir una muestra de victoria cuando advirtió que no era todo lo fría que quería aparentar: sus ojos estaban humedecidos.
–Lo sabía – contestó ante la revelación del amorío, su mueca era tirante en el momento en que hablaba de ello–. Me prometió que la dejaría.
Depositó finalmente la taza en la mesa como si quisiera así dar la conversación por terminada.
–Como ven, en esta casa no hay secretos entre nosotros. No obstante, ayer le dije a mi marido que debería haberse mostrado más colaborador si no quería precisamente pasar, por lo contrario, por culpable. ¿Díganme cómo puedo ponerme en contacto con ustedes en caso de descubrir algo que pudiera serles de ayuda? Prometo hacer todo lo que esté en mi mano para dar con la verdad. Por el pequeño...
Jaime no dijo nada. Dejó que Marisa guiase aquella conversación.
¿Estaba siendo sincera la mujer? ¿O lo hacía para ocultar algo? El tiempo se escurría entre sus dedos y todo parecía indicar que finalmente Pascual acabaría pagando por un crimen que no había cometido. Al gallego le sorprendió lo que sentía: no era pena por aquel chaval que pagaría los pecados de otro sino rabia porque Bravo se saldría con la suya.
—Muchas gracias por su colaboración, Doña Inés. Le dejaremos una tarjeta con el número de nuestro despacho. Ahí puede localizarnos si recuerda o descubre algo que pueda ayudarnos.
Marisa le dedicó una sonrisa tibia, pero sus ojos seguían atentos en el rostro de la mujer, examinando sus pequeños gestos a la caza de alguno que delatase que mentía.
—Una pregunta más y enseguida dejaremos de molestarla. ¿Sabe si su esposo ya había roto esa relación? ¿Cuándo le prometió que lo haría?
Creo que es buen momento para usar Detección de mentiras XD.
—Muchas gracias señora —contestó Doña Inés tomando la tarjeta en su mano mientras la miraba. Al fijarse Marisa en su rostro advirtió cómo la esposa de Don Pablo aún con dignidad había sobrepasado las cuarenta primaveras, las patas de gallo que afloraban durante la lectura la delataban. Probablemente con ello había comenzado la infidelidad. Y eso si Angelines había sido la primera.
—Así que Castro Oriol —dijo tras leerla.
La pregunta de Marisa pareció herirla en la que había sido su arma en todo el encuentro: el orgullo.
—Lo desconozco señora. Y ahora si me permiten...
Mentía, había tirantez en sus labios y los ojos durante un breve lapso se entrecerraron mostrando ira. Sabía la verdad y no parecía gustarla un pelo.
Estaba claro que allí no eran bienvenidos. Y aquello no le extrañó para nada a Jaime. Pero había algo más. La actitud no le cuadraba con lo que se esperaría de una mujer que había sido sustituida por una chica más joven y que, a la postre, tras aparecer asesinada podía implicar a su marido. Era demasiado fría y calculadora.
Cuando hubieron salido de la casa encendió otro cigarro.
—Quedémonos cerca a ver que hace. Su comportamiento era demasiado frío, demasiado estructurado... esta mujer sabe algo.
Tiró la cerilla al suelo y buscó un lugar desde el cual pudieran observar la casa sin ser vistos.
Tras darle las gracias por atenderlos, Marisa se despidió de la mujer y siguió a Jaime hacia la calle. Salió del portal con aire pensativo y no hizo falta que el hombre lo dijese dos veces para que asintiera.
—A mí tampoco me cuadra. Comprobemos si la hemos puesto suficientemente nerviosa como para que salga de casa y cometa algún error.
Se dispuso a esconderse junto a él, desde algún lugar donde pudiesen vigilar el portal y tras asegurarse de que no había nadie controlándolos a ellos en las ventanas.
El par de detectives se apostó en el callejón que había escogido Jaime Friol por ser lo suficientemente oscuro como para ocultarles, fuese por casualidad o por el destino, no tardó la puerta en abrirse.
La que salía era la mucama quién mantenía el uniforme hasta para hacer los recados como si el collar de un chucho indicando quiénes eran sus propietarios se tratase. Por un momento pensaron en seguirla, pero la experiencia hizo que uno de los dos detuviera a la otra persona por un sexto sentido que hizo que aguardase. Si la mucama llevaba uniforme todo el rato, difícilmente la utilizarían para sus más oscuros secretos.
En ese momento un hombre que no era mal parecido y mediaba la cuarentena se dirigió a paso firme hacia la puerta. Tras detenerse en el portal se fumó un cigarrillo de espaldas al mismo y encarando la calle esperando encontrar algo, tras tres caladas pareció darse por satisfecho y tiró lo que quedaba del mismo para a continuación pulsar uno de los botones del timbre.
Motivo: Vigilancia
Tirada: 2d100
Dificultad: 70+
Resultado: 45, 73 (Suma: 118)
Exitos: 1
Jaime buscaba algún punto de la casa desde el cual pudiera apostarse cerca de una ventana para escuchar la conversación que, sin duda, tendría a continuación la dueña de la misma con el recién llegado. Puede que fuera un simple amante pero en estos momentos todas las apuestas del detective se decantaban por la opción más turbia de aquel asunto.
Motivo: Vigilancia
Tirada: 1d100
Dificultad: 70-
Resultado: 94 (Fracaso) [94]
No sé si es la habilidad que corresponde para lo que quiero hacer pero... fracaso :(
No tardó en abrir la puerta, momento en el cual Jaime buscó una posición más privilegiada para poder ver algo más, sin embargo, tuvo que conformarse con ver cómo mientras el desconocido parecía acceder al interior del bloque. Doña Inés empezaba a correr las cortinas.
Que ella lo hiciera en lugar de esperar a la mucama era ya bastante extraño. Que la acción coincidiese en el momento que aquel subía hacía que no fuesen ya dos casualidades.
Motivo: Marisa
Tirada: 1d100
Dificultad: 70+
Resultado: 94 (Exito) [94]
No sé por qué, no me había llegado aviso de tu post.
—Vaya —comentó Marisa, con la mirada fija en la ventana con las cortinas ahora corridas—. A lo mejor Don Pablo no era el único que tenía una aventura. Creo que ese podría ser nuestro hombre, Friol. ¿Deberíamos subir y pillarlos desprevenidos? ¿O esperamos a que baje y lo interceptamos?
Jaime sopesaba las opciones.
—Si irrumpimos en la casa Inés puede despacharnos con cualquier disculpa y volveríamos a descubrir nuestras cartas. Yo optaría por seguir al individuo cuando haya salido.
—Te confieso que me tienta también la idea de buscar un teléfono público y advertir a Don Pablo para que sea él quien los descubra —dijo la mujer, con un brillo malicioso en en la mirada—. Pero al margen del escándalo, correríamos el riesgo de que decidiese encubrir a su mujer y nos quedaríamos peor de lo que estamos.
Asintió con la cabeza, vigilando las ventanas y el portal.
—Esperemos pues.
No que esperar demasiado, pues al cabo de lo que parecía un cuarto de hora de descorrieron las cortinas y apareció la solitaria figura de Doña Inés quién miraba por la ventana con preocupación, no pareció fijarse en el par de detectives, si no que estaba más pendiente de algo que no tardó en suceder.
El portal se iluminó para al poco acabar abriéndose la puerta. El mismo tipo que habían visto entrar estaba saliendo al poco y parecía bastante molesto. Se detuvo brevemente en el umbral y echó a caminar aceleradamente.
Una vez le vio marcharse, la señora de la casa se cruzó de brazos mientras parecía estar sopesando algo durante el tiempo que le llevó al desconocido alejarse una cincuentena de metros, en ese momento parecía haberse decidido y se apartó de la ventana.
¿Confirmamos que le seguís?
Los ojos de Marisa se entrecerraron mientras alternaba su mirada entre la espalda del hombre y la ventana.
—Hum... Deberíamos seguirlo. ¿Quieres ir tú y yo me quedo vigilando por si sale ella? ¿O vamos los dos juntos?
—Déjamelo a mí y no pierdas de vista a esa pájara. ¡Lo que habría dado por escuchar esa conversación!
Y diciendo esto Jaime se dispuso a seguir a aquel individuo intentando, por supuesto, mantenerse en un cuidadoso segundo plano.
Voy yo a por él y a ver si se te ocurre a ti algo para sonsacarle algo más a la señora de alguna manera. O a ver si hace algo que nos dé una pista. Ahora es cuando lamento que en esta ambientación no haya móviles :D
—Ten cuidado, Jaime.
Marisa se quedó allí, en aquel lugar discreto desde el que podía vigilar el portal y las ventanas de la casa. En un primer momento pensaba esperar un rato, por si esa decisión que había apartado a Doña Inés de la ventana la llevaba también fuera del edificio. Pero si pasaban algunos minutos y no salía, ella misma volvería a subir a su piso y llamar a la puerta.
Le tendríamos que haber colado un micro en la casa XD. Pero creo que se nos salía del presupuesto XD.
Me espero como 5-10 minutos y si no hay movimientos de la mujer, vuelvo a llamar a su casa.
El tipo estaba a una distancia considerable pero Jaime aún podía seguirlo con su mirada. Avanzaba a un paso acelerado y de cuando en cuando hacía movimientos que delataban su estado de nerviosismo, esquivando peatones bruscamente que se le quedaban mirando por sus zafios modales. Acompañaba a sus andares con algún aspaviento con sus manos como si discutiese consigo mismo, tan centrado iba en sus propias diatribas que no se fijó en cómo el gallego acortó la distancia que los separaba hasta que se podía permitirlo tan cómodamente hasta el punto de disimular su persecución si la cosa se complicaba.
No lo necesitó pues enseguida su presa se detuvo a un lateral de la acera y comprobó que podía cruzar la calzada, al otro lado estaba la parada de tranvía que presumiblemente estaba punto de tomar.
Marisa por su parte se entretuvo escudriñando a través de la ventana, sin embargo, tan sólo alcanzó a ver las sombras de Doña Inés moverse por el apartamento sin terminar de ser capaz de dilucidar el curso de acción. En aquellos momentos no estaba del todo segura de si aquel par habían discutido por sus propias acciones, o si realmente estaban planeando su siguiente curso de acción. Sea cual fuera la razón, intuía que encarar a aquella señora demasiado pagada de sí misma arrojaría luz en aquel asunto tan desagradable.
Llamó al portal y una voz contestó sin preguntar nada:
—¡Isidro, te he dicho que no volvieras y me dejaras en paz!
Esperó a que el individuo se subiese al tranvía a una distancia prudencial para, en el último momento, subirse él mismo por la parte contraria. Se mantuvo en el interior del vehículo público usando a la gente como escudo y procurando tapar su rostro con el sombrero. No sabía si aquel hombre les podría reconocer pero no iba a correr ese riesgo.
Marisa enarcó una ceja. Isidro, así se llamaba el hombre que estaba siguiendo Jaime. Carraspeó antes de responder.
—Pues justamente sobre Isidro me gustaría hablar con usted —dijo—. Soy Marisa, déjeme subir y podremos hablar. Entre mujeres nos entendemos mejor.