Partida Rol por web

El tranvía no estaba tan atestado como en otras ocasiones, el día estaba ya mediando y las sombras se habían acortado para empezar a alargarse con el paso de las horas. No parecía haberse fijado la presa de Jaime, del sabueso que le estaba siguiendo. En su lugar se había llevado un pitillo a los labios y de cuando en cuando exhalaba bocanadas de humo mientras seguía en sus propios pensamientos. De pronto pareció despertar y se apeó del tranvía para detenerse en otra parada.

Allí había indicada varias líneas, sin embargo, una de ellas no había tardado el gallego en conocerla como la que habían tomado el día anterior rumbo a Getafe, sin embargo, detenerse a comprobar en cuál se subiría, o hasta dónde se bajaría sería revelarse ya como un rostro conocido.

Mientras andaba el gallego en tales cuitas, a Marisa la abrían la puerta sin mediar respuesta alguna. Una vez arriba se encontró con la entrada visible y a Doña Inés aguardando allá con una cara de profunda preocupación.

–¿Le has visto? –preguntó en lugar de saludar–. ¡Tenéis que pararle antes de que mate a alguien más!

Jaime no dudo demasiado. Si por algún motivo el individuo sospechaba o conocía su cara simplemente habría que afrontar las consecuencias, pero dejarlo ir sin más sería absurdo. Así que probó suerte. Se subió en el tranvía que iba hacia Getafe antes de que lo hiciera el individuo, jugándoselo a una corazonada. Demasiada casualidad que estuviese en el mismo enlace, que conociera a Doña Inés... estaba seguro de que aquel tipo, por algún motivo, iba a hablar con don Pablo.

De todos modos si el tipo no se subía a su tranvía siempre podría intentar bajar en marcha.

La mirada analítica de Marisa registró el nerviosismo de la mujer, así como también el hecho de que había pasado a tutearla. Ella lo hizo también, aprovechando el estado de Inés, para tomar confianza con ella. 

—Jaime lo detendrá antes de que le haga daño a nadie, no te preocupes. —La miró y le pareció que estaría dispuesta a poner las cartas sobre la mesa de una vez—. ¿Por qué no me cuentas qué es lo que ha pasado de verdad? Quiero ayudarte.

Jaime se la jugó a una carta y partió raudo a auparse en cuanto el tranvía hizo acto de aparición. Casi se chocó con el tipo quién tras mostrar una mueca, optó por cederle el paso musitando palabras de disculpa. La intuición no le había fallado aquella mañana según pudo ver, tomó su posición y su nuevo compañero se situó al otro lado del tranvía como si quisiera soledad, aunque sólo los dos se habían subido en aquella parada, ya había varias personas repartidas por el tranvía que fueron bajándose en diferentes puntos, al tiempo que otras subían... Variando todo el ecosistema hasta que parecía que iban a llegar a la parada en la que tanto él como Marisa se habían bajado el día anterior¹.

La pregunta de Marisa hizo que Inés se desinflara finalmente y caminase unos metros hasta la cercana biblioteca donde les había recibido minutos atrás. Hizo todo el trayecto en silencio, sin girarse ni cerciorarse de que la seguían. Una vez allí tomó sitio y antes de que Marisa hiciese lo propio empezó a hablar:

—Acabo de llamaros y he dejado recado —comenzó como si quisiera avisarla del recado que tendrían una vez la locutora les localizase, solían intentarlo cada hora y tras dos días sin respuesta tiraban la toalla.

—Como les dije antes, no sabía nada... Salvando la mentira de mi marido. Eso sí lo sabía. Sin embargo, esta mañana ha venido a verme este hombre: Isidro. Es alguien que trabaja para mi marido haciendo trabajos varios. Vino hace un momento diciéndome que lo había hecho por mí y que quería que dejase a mi marido para estar con él —bajó entonces la mirada antes de volver a encarar a la detective—. Temo lo que haga a partir de ahora...

—Ya veo... —Marisa tomó asiento cerca de ella—. Por ese hombre no te preocupes, Jaime lo detendrá antes de que haga daño a nadie más.

Se tomó la confianza de dar un apretón cálido en su mano y buscó su mirada, con aire comprensivo.

—¿Y tú ya sabías que Isidro estaba interesado en ti? Sabiendo que tu marido tenía una aventura nadie podría culparte por fijarte en otro hombre. 

Jaime sospechaba que su presa no le conocía personalmente así que cuando el tranvía paró se bajó igual que él. Lo hizo mirando el reloj como si fuera para llegar tarde a un lugar y desde allí se encaminó hacia la fábrica de Don Pablo, a donde intuía que también se dirigía el individuo probablemente con alguna aviesa intención¹. Aunque empezó adelantando al hombre en un momento determinado se detuvo para mirar alrededor de nuevo, como confundido, dejándolo pasar delante mientras él aparentemente buscaba la ubicación de una fábrica que sabía de sobras donde se encontraba.

La mención que acababa de hacer Marisa rebajándola a infiel tal y como era su marido, había hecho hizo que levantase la cabeza con brusquedad, herida en su orgullo por su invitada de la que esperaba obtener más beneficio que perjuicio:

–Lo que acaba de insinuar… No me gusta un pelo. ¡Quién se ha creído que es! –espetó antes de tomarse unos segundos en los que parecía querer escoger sus palabras. El viejo olfato de Marisa se lo tomó como un intento de armar una historia decente:

–Debe de creerse que soy una buscona… Mira que llamarme eso a mí –musitó finalmente no queriéndose explayarse más allá de lo necesario–. Si así fuera, me habría callado, sin embargo, verá que tiene una llamada mía. Llame en mi nombre si lo prefiere y pregunte si han sido capaces de localizaros.

A una veintena de kilómetros de aquel duelo de miradas e insinuaciones, Jaime amagó con una distracción, pero el tipo al que Doña Inés había bautizado como Isidro se detuvo al ver cómo el gallego andaba tan perdido y se aproximó a este:

–Dígame buen hombre a dónde se dirige usté, que ya me encargo de darle las señas. No, no, no hace falta que me niegue que se ve a a lo lejos que no sos de por aquí. Me subí al tranvía en el mismo punto que usté lo hizo.

—Pues me viene usted de perlas amigo.— contestó Jaime forzando su acento gallego —Fíjese que me han mandado ayer mismo desde la Coruña para visitar una empresa que se llama 'Hierros Sánchez e Hijos'. ¿Le suena a usted? El caso es que hubiera sido mejor haber venido en un taxi como mi jefe me recomendó pero uno intenta ahorrarse un poco de las dietas y ya ve... aquí que estoy perdido por completo. Por las indicaciones que me dieron por teléfono creo que debería estar hacia allí.— dijo señalando en la dirección correcta, pero de forma ambigua —¿Trabaja por la zona? ¿Sabe de que empresa le hablo? Debe ser grande por el interés de mi jefe.

—No, mujer, no he dicho eso.

Marisa se hizo un poquito la indignada también, aunque ese momento de duda de Doña Inés... ya tenía bastante claro que el tal Isidro sólo era una marioneta. Si es que los hombres eran medio tontos, les ponías una mujer bonita delante y se volvían parvos. 

—No me hace falta llamar, te creo. —En lo del recado que había dejado, al menos. Pero eso sólo quería decir que era lista y se había dado prisa en echarle el muerto a su amante—. Lo que pregunto es si ese hombre ya se te había insinuado antes. No sé, si era tu amigo o le habías hablado de Angelines alguna vez. Sólo quiero entender la situación, está claro que tú aquí eres una víctima.

—¿En serio? —contestó a Jaime sorprendido ante tamaña revelación—. Venga... Véngase conmigo que allá voy. Sí, estaba para allá y le queda poco así que no lo ha hecho mal para venir de Galicia. ¿Primera vez en la capital?

Anduvieron unos cuantos pasos más hasta que llegaron a la ya familiar fachada de la siderúrgica, en la que el tipo que se presentó con el nombre de Isidro estuvo departiendo con su acompañante preguntándole varias cosas. Confesó llevar ya 10 años en la capital a la que había llegado desde Castilla la Mancha.

—¿Y a dónde iba exactamente? ¿Venía por trabajo o para hacer negocios con el presidente?

Supo Marisa apagar el conato de incendio antes de que fuera a más y enseguida Doña Inés estaba comiendo de su mano, tal vez creyendo que estaba saliéndose con la suya mientras que la gallega terminaba de preparar su trampa.

—No tengo ni idea, siempre fue amable conmigo pero supuse que lo harían como todos, para congraciarse con mi marido que para algo es quien paga. Una no tiene la culpa de ser guapa y distinguida... Sin embargo, que piense que matando a esa pobre mujer... ¿Cómo me dijo que se llamaba? —volvió a su interpretación durante varias frases que siguió encadenando y que hicieron que Marisa desconectase en un par de ocasiones hasta que su última propuesta la trajo de vuelta a la tierra:

—¿Oye, y si llamamos a la policía contando lo que sabes? A tu compañero le vendrá bien ayuda... —sin esperar a que mediase respuesta se levantó y empezó a dirigirse a la entrada, donde estaba el teléfono según pudo comprobar Marisa al entrar.

Marisa atendía al parloteo de la mujer a medias, porque mientras Inés hablaba, su cabeza ya estaba dale que te pego atando cabos y pensando en el mejor modo de demostrar lo que para ella ya era obvio. Hasta que llegó esa última propuesta que atrajo su atención de inmediato. 

—Pero, Inés, ¿tú sabes dónde ha ido Isidro? Porque a Jaime le vendría bien la ayuda, pero a ver dónde vamos a mandar a la policía. Podríamos llamar y que vengan aquí. Así se lo contamos todo en persona. 

Marisa trataba de ganar tiempo para que Jaime pudiera encargarse del tipo y sonsacarlo antes de que los inútiles de los hombres de Bravo metiesen el hocico. Con un poco de suerte para ese momento el tal Isidro ya estaría cantando hasta la jota aragonesa.

El ardid pilló a la señora teléfono en mano quién se detuvo sin saber muy bien lo que querían decirla.

–Ande va a ir, donde mi marido –explicó–. Temo por él y si no es el caso… Probablemente esté allí. Suele usarle para sus recados y asuntos. Un segundo…

Se llevó en ese momento el auricular al oído y empezó a hablar con la teleoperadora:

–¿Hola? Sí, soy yo… Doña Inés, así es. No, no, quisiera ponerme en contacto con la policía. Es urgente.

Jaime se detuvo un momento. Sopesó al individuo. Parecía demasiado tranquilo, muy distinto al nerviosismo mostrado al salir de la casa de Doña Inés.

—Voy a hablar con Don Pablo. ¿Lo conoce usted? ¿Trabaja para él? Lo vi una vez que vino a Galicia para hablar con mis jefes. Bueno, en realidad recuerdo más a su mujer. ¡Menuda hembra! De bandera.

Lo dijo en tono casual pero atento a todas las reacciones de Isidro. ¿Se ponía tenso cuando mencionaba a Inés?

La reacción de sorpresa inicial con la mención a la reunión con el jefe se vio reemplazada por una máscara de estupefación ante la mención de la esposa.

—¿Qué dices? ¿Crees que se puede hablar así de Doña Inés? —inquirió con gravedad acusadora—. ¿Qué asuntos te traes con ella?, ¿de qué la conoces?

Cada pregunta iba acompañada de un gesto inquisitivo en su cara que acortaba su separacíon con el gallego como si buscase intimidarle de alguna manera.

Marisa vio en ese momento el plan de Inés con claridad ante sus ojos. Primero embaucaba al tal Isidro para que se cargase a la amante de su marido. Luego, lo enviaba contra Pablo. Y, de remate, lo entregaba a él a la policía. Después de eso sólo le quedaría interpretar el papel de viuda doliente y manejar la cuantiosa herencia que sería suya. No le costaría mucho soltar alguna lagrimita y enternecer a cualquier policía. 

Miró el reloj y calculó mentalmente el tiempo que había tenido Jaime para encargarse del tipo. Daba por hecho que para ese momento ya estaría interrogándolo en algún callejón, así que le dedicó una pequeña sonrisa y un asentimiento a la mujer. 

—Claro, claro. Llama y cuéntalo. 

Y se quedó a la espera, atenta a la historia que contase Inés. Estaba segura de que verla iba a ser mejor que ir al teatro.

Jaime no retrocedió ni un paso.

—Yo nada. ¿Y tú? ¿Te la estabas tirando? ¿O sólo acudías a tirarte a los pies de su cama como un buen perro faldero esperando las sobras?

Había abandonado por completo el disfraz de gallego despistado, ya veía por donde iban los tiros. De hecho avanzó un paso más entrando en la zona del tipo para pegar su cara a la suya.

—Pero hay algo que no entiendo joder. ¿Por qué te cargaste a Angelines? Si Pablo se iba con ella a ti te quedaría libre el camino hacia la jaca principal.— sonrió de forma desagradable —Claro... ella te metió la idea como un veneno lento. Pensaste que si lo hacías te congraciarías con ella y te daría lo que querías. Maldito imbécil: vas a pudrirte en la cárcel por una mujer que te ha usado como podría usar un perro de presa, a la que no le importas más que lo que podría importarle un par de zapatos de los caros, de los que su marido le regala para tenerla contenta. ¿Cómo pensabas que acabaría esto? ¿Casándote con ella?

—Así que tenemos un listillo de la vida —dijo Isidro en cuanto se recompuso de la retahíla de acusaciones de Jaime—. Una pena que eso no te sirva, ¿sabes? Ves esos dos almacenes, están abandonados así que aquí nadie va a oír una mierda.

En ese momento se llevó la mano a la parte interior de su chaqueta y retiró una navaja que desplegó mostrando un filo brillante.

—Ven pacá que te voy a desgraciar cabronazo...