Partida Rol por web

—Vamos los dos pero abres tú fuego. Y si se pone tonto... pues ese ya no es un crío y se le pueden decir las cosas como Dios manda.

Mientras iban de camino al tranvía¹ añadió:

—Pero no le digas de entrada que Angelines ha muerto. Vamos a ver como reacciona. No sé si el gaznápiro de Bravo ya habrá levantado la liebre yendo a por él como un elefante en una cacharrería... o igual ni lo ha encontrado todavía. Pero de primeras vamos a ver que nos cuenta. De forma sutil y si eso no funciona... bueno... pues a mi manera.

—Así lo haremos. 

Marisa se mostró de acuerdo con el plan que apuntaba Jaime. Es más, antes de entrar en la fábrica pensaba echar un vistazo por los aparcamientos que hubiera allí, por si veían un coche que encajase con la descripción que tenían de ese del que habían visto bajarse a Angelines.

Una vez la pareja de detectives se apeó del tranvía en la zona industrial preguntaron por las siderúrgicas de la zona y tomaron buena cuenta de las que había. Entonces empezaron a recorrerlas una a una siguiendo siempre el mismo proceso: primero revisaban los coches que habían aparcados, que siempre eran pocos; una vez confirmaban si había o no algún modelo que se ajustara a la descripción, que habían dado tanto el tendero como la vecina, se asomaban a éste discretamente; finalmente, se dirigían a las oficinas y preguntaban por el tal Pascual Arribas¹

Fue en la tercera nave siderúrgica, llamada Hierros Sancho e Hijos, en donde tuvieron la confirmación positiva. Quedaba apenas media hora para el fin de la jornada así que tenían suerte, sin embargo, el dueño de la planta no veía con buenos ojos el que fuesen haciendo preguntas de todos los trabajadores. En su lugar, lo mandaron a buscar, momento que el par aprovechó para preguntar por los vehículos que habían encontrado en el aparcamiento de la empresa.

Todos eran propiedad de los patrones.

—Mire... Ahí viene —señaló Don Pablo, el dueño de la empresa, mientras asomaba por la ventana de su despacho, desde la cual tenía una privilegiada visión de toda la nave industrial. Pablo Sancho era la segunda generación de la familia tal y como había hecho constar cuando recibió a la pareja

—Respeto que no hayan querido decirme nada de su investigación... Sin embargo, debo saber si ese hombre es un peligro para la fábrica y los trabajadores o no. Que de cuando en cuando el sindicato vertical nos recuerda el deber de cuidar a mis trabajadores, así como los problemas de las hordas asiáticas... —De pronto pareció caer en la cuenta de la que podía ser la razón más importante—. ¿No será un comunista?

No hubo tiempo para contestar al empresario, en ese momento la puerta se abrió.

—Me ha dicho el jefe que me buscabais —saludó de improviso el tipo que habían visto cómo subía a la oficina. Se habían trazado sus primeras impresiones conforme lo veían acercarse, pero en cuanto entró en el lugar toda duda se disipó: lo que Paquita había definido como cara de buena persona, era en realidad una cara de pánfilo que no podía con ella. 

—Eres Pascual Arribas, ¿verdad? —preguntó por pura cortesía, porque con las palabras de Don Pablo ya estaba claro que así era. Luego le ofreció la mano—. Marisa Castro. Encantada. Tenemos entendido que conoces a Angelines Hernández. ¿Es así? 

Contempló al chico con gesto afable, pero sus ojos inquisitivos no se perdían detalle de su expresión. Quería ver si reaccionaba al escuchar el nombre de la joven. Con el dueño de la fábrica delante podía complicarse el entrar en el meollo del asunto, así que acto seguido le dedicó una sonrisa a él.

—Don Pablo, ¿le importaría dejarnos un minutito con el chico? Y luego hablamos con usted antes de irnos.

La mención repentina a Angelines hizo que Pascual se pusiera en guardia, incluso advirtieron ambos agentes como si Don Pablo se revolviera al oír aquel nombre. Sin embargo, éste no protestó ante la petición de Marisa Castro, al contrario. Anunció que se fumaría un pitillo escaleras abajo mientras esperaba. 

—¿Qué pasa con Angelines? ¿Qué les ha dicho de mí? —inquirió Pascual en cuanto vio cómo su jefe se marchaba y se quedaron solos. De pronto pareció entender de aquel par no parecían policías, al menos no tenía noticias de mujer en el cuerpo y reculó su actitud:

—¿Quiénes sois?

Por la respuesta del muchacho parecía que no sabía que estaba muerta, pero la reacción del jefe no pasó inadvertida para Jaime, que se quedó con el detalle. Se aproximó a Pascual hasta situarse a una distancia incómoda, haciendo valer su intimidante presencia física.

—¿Qué nos tendría que haber contado Angelines de ti?— preguntó con su marcado acento gallego —Angelines trabajaba para nosotros. ¿Hay algo que nos tendría que haber contado al respecto? ¿Por qué estás tan nervioso? ¿Y de qué conoce tu jefe a mi secretaria?— dijo haciendo un gesto con la cabeza —Piensa bien en lo que me vas a contestar porque hoy llevo un día de mierda y no te conviene empeorarlo.

La verdad es que después de estar fuera de juego con el niño a Friol no le costaba demasiado dejarse llevar por su proverbial mala leche. Además confiaba en que Marisa hiciese la parte de poli bueno que compensase su tono agresivo.

La presencia del mastodonte gallego hizo que Pascual empezase a sudar profusamente:

–No… No… Yo… – murmuraba tratando de articular palabra alguna hasta que finalmente soltó toda su verdad a bocajarro–. Hace tiempo que no la veo, ¡me dejó hace dos meses! ¡Todo lo que digan es mentira porque desde que me dejó no la vuelto a ver! Intenté recuperarla, pero no quiso…

Suspiró apesadumbrado, superado por la situación intentando evitar la mirada penetrante de Jaime quién parecía verlo todo, incluso sus pensamientos.

–Lo que les haya dicho es mentira… Y no sé qué dicen de Don Pablo. No la conoce, al menos yo no se la he presentado… A mis compañeros sí, de cuando venía a buscarme al trabajo... Salvo que Don Pablo la conociese algún día de esos en los que vino–en ese momento pareció sentir algo de fuerza para encarar la verdad–. Oiga señor, ¿qué les ha dicho a ustedes de mí?

—Nada que me haya gustado.

Para Jaime era evidente que aquel idiota no la había matado aunque, probablemente, habría intentado propasarse con ella o le habría dado mala vida. Aquello no era de su incumbencia en esos momentos, pero la mención de que la chica había acudido a la fábrica varias veces y la reacción del gerente le dejó muy mosqueado.

—Voy e echar un pitillo.— le dijo a Marisa ignorando por completo al pelele —Vuelvo enseguida.

Hizo un gesto leve con la cabeza que indicaba que quería comprobar algo sin llamar la atención. Se dirigió a la entrada de la fábrica sacando su cajetilla de Ducados mientras miraba alrededor, buscando el parking de los mandamases. Buscaba algo muy concreto. Buscaba el Seat de marras. Y si lo encontraba las piezas empezarían a encajar.

Tras el aviso velado, salió Jaime dejando solos a Pascual con Marisa. Por el camino se cruzó con Don Pablo quién le saludó esperando hablar con él, sin embargo, el detective se encaminó derecho al aparcamiento.

En el exterior volvió a revisar los coches y localizó el modelo que buscaba, confirmando así su intuición de que habían enfocado mal el asunto: la víctima tenía un novio que poseía el coche de marras, el error fue pensar que seguía con Pascual. Ese pobre diablo además de un pánfilo ganaría lo justo para ir marchando y vivir, no para permitirse esos lujos.

En ese momento se acercó Don Pablo cigarrillo en mano y se plantó al lado de Jaime:

–¿Le falta el aire ahí dentro? – saludó al tiempo que le tendía un cigarrillo–. A mí me pasó algo parecido los primeros días, ese olor de metal es algo que se te pega y no te abandona. Luego te acostumbras.

Dejó pasar un par de segundos como si estuviera pensando.

–¿Ha visto ese coche? ¿Tienes uno? Supongo que los detectives privados ganaréis lo vuestro, sobre todo si localizáis a alguien que le interesa a los de arriba… A propósito… Me comentasteis que tú y tu ayudante erais detectives y estabais con un caso sensible. Os di vuestro espacio pero supongo que ya podéis contarme qué es lo que ha pasado… ¿Debo preocuparme por la mala prensa? 

–¿Señora Castro? –inquirió Pascual sorprendido de que el sabueso hubiera abandonado el lugar. Aprovechó para abandonar aquella esquina a la que le había llevado Jaime con su técnica de interrogatorio intimidatoria y optó en su lugar por dirigirse al otro lado de la bandera y el retrato del caudillo, próximo a la entrada donde parecía sentir más aire. Volvió entonces a mirar a Marisa.

–¿Qué es lo que ha pasado con Angelines? Su jefe no ha querido decírmelo… ¿Por qué no me lo quieren decir? Ya la expliqué a ella que tuve mis dudas por mi madre pero que se me habían pasado, sin embargo, fue ella la no quiso volver… ¿Está bien?

Jaime tomó el cigarrillo.

—Puede.

Contestó lacónicamente a esa última pregunta mientras encedía el pitillo.

—¿Desde cuándo salía usted con Angelines?— miró al dueño de la empresa —No se moleste en darme largas con eso. El coche y su reacción cundo la mencionamos no me deja lugar a dudas de que se conocían íntimamente.— mientras hablaba miraba la mano del hombre, buscando el más que probable anillo de casado —No estoy aquí para remover un lío de faldas. Es algo mucho más grave.

En este caso Jaime mantenía las distancias pero se mostraba firme. Don Pablo no era un minimundi cualquiera al que pudiera intimidar físicamente. Necesitaba jugar en otro terreno, en el terreno de los problemas sociales. Que estuviera saliendo con Angelines no lo convertía necesariamente en el asesino, aunque el detective suponía que las apuestas por su cabeza serían las más altas. Después de todo aquello apuntaba a asesinato pasional. ¿Cómo reaccionaba el individuo ante la mención de la mujer? Por muy jefazo que fuera nadie está acostumbrado a cometer un asesinato y mucho menos salirse con la suya.

Los ojillos de Marisa viajaron de un hombre al otro, registrando las reacciones de los dos al escuchar el nombre de Angelines. Se quedó un paso atrás, observando cómo Jaime hacía su trabajo. Ella mantuvo una sonrisa amable en el rostro, adoptando su papel de poli buena en el dúo que formaba con el chavalito. 

Cuando se quedaron a solas, se acercó al chico. Parecía bastante claro que no sabía nada de lo que había pasado y entre la reacción de Don Pablo, el coche que les habían dicho que era del patrón... la cosa parecía estar cambiando de dirección. 

—Siéntate, anda, no te vayas a marear —le sugirió a Pascual, era hora de hacer saltar la liebre. Le dio algunos segundos y siguió hablando—. A Angelines la han matado esta noche. Lo estamos investigando.

Lo miró con gesto comprensivo, pero en realidad estaba totalmente atenta a su reacción, a los pequeños detalles de su expresión que pudieran delatar que ya conocía esa noticia. 

El tipo estaba casado y la acusación velada de Jaime le puso nervioso:

—Yo no... ¿Qué me está diciendo? ¡Esto es un ultraje joder! ¿Tú sabes quién coño soy? Soy Don Pablo Gil de Biedma, honrado empresario y firme colaborador y partidario del generalísimo. Soy un hombre casado y sin tacha como para que me acuses de esas ignominias e indecencias. 

Durante aquellas acusaciones veladas alteradas de firme indignación, su cabello firmemente peinado a ralla se había ido cayendo. Aprovechó Don Pablo la pausa para peinarse.

—Dígame cuál es su nombre que esto lo pongo en conocimientos de la policía, esa difamación... Dígamelo y váyase con esa secretaria que se ha dejado allá arriba... Joder menudo criterio que ni siquiera es joven.

Por lo que al gallego respectaba, mentía como un bellaco y atacaba al sentirse acorralado... Sin embargo, si no aflojaba la presa podía acabar poniéndole en peligro. Por ejemplo azuzando a tipos como Bravo contra él, todo era cuestión de en qué bolsillo metía la propina.

—¡Qué! —exclamó sorprendido Pascual ante la revelación de Marisa—. ¿Qué me está diciendo? Joder Angelines... ¿Se sabe quién ha sido? ¿Tenéis algún sospechoso? Oye... ¿No creerán que... he sido yo?

Le había llevado tiempo hilar los puntos. No era el más avispado del mundo y por ello la detective no le creía un mentiroso, tenía un sexto sentido para ello, pero con él no lo necesitaba.

—¡Hostia tú, que no he sido yo! —bramó incorporándose—. Mira, yo te lo explico todo: le conté a mi madre que estaba pensando en casarme con ella, por supuesto la conté del pequeño. Entonces puso el grito en el cielo pues debería haber buscado una chica más... Da igual.

—Yo a Angelines la quiero mucho... quería, pero una madre es una madre, solo hay una y siempre ha estado para mí. Bueno, intenté explicárselo y se enfadó conmigo. Luego me di cuenta de que me había equivocado, sin embargo, Ange ya no quería saber nada de mí. Lo intenté buscándola un par de veces, pero nada... Desde entonces nada, en serio...

Se humedeció los labios como si quisiera estudiase sus siguientes palabras:

—Oye, ¿cómo fue?, ¿sospechan de alguien más? Me dijo que ustedes eran buenos, así que sabrán que yo no fui...

A esas alturas Marisa ya estaba convencida: el chico era tan pánfilo como parecía. Escuchó toda su retahíla de preguntas y explicaciones, cabeceó con la cabeza y luego le dio unas palmaditas tranquilizadoras en el brazo. 

—No sabemos quién ha sido, pero no te preocupes, Pascual. Creo que dices la verdad. No te puedo hablar del caso, como comprenderás, así que te voy a pedir que seas muy discreto hasta que lo resolvamos. A ver, dime. ¿Tú dónde estuviste anoche? ¿Tienes coartada? 

Se lo pensó un momento y siguió hablando.

—¿Tienes alguna sospecha de alguien que pudiera querer hacerle daño a Angelines? —le preguntó, dejando que se sintiese importante al ser consultado. No esperaba sacar mucho más, pero nunca estaba de sobra soltar la lengua a la gente—. ¿Sabes si se veía con alguien? ¿Te parece si me das tu teléfono y así si tenemos alguna pregunta que hacerte te podremos llamar?

Ignoró las amenazas del otro. De hecho siguió fumando tranquilo su cigarrillo viendo como don Pablo se alteraba. Que había tenido un lío con la chica ya lo tenía claro pero ¿sería el asesino? Exhaló el humo como si la conversación no se hubiera ido de tono, manteniendo la voz calmada, casi de confidente.

—Está muerta. ¿Lo sabía? Eso complica mucho las cosas. Yo por mí va usted a la policía y les cuenta todo lo que quiera pero pisa terreno resbaladizo. Porque cuando estas cosas se airean con un asesinato de por medio igual descubre que ya no tiene tantos amigos como pensaba, o que los que pueden ayudarle no se la van a jugar por su dinero por si la cosa les salpica. Como es la vida ¿no cree? Un día estás ahí, sentado en la cima del mundo, y al siguiente por culpa de unas faldas te ves jodido de verdad. Claro que con dinero todo se arregla más fácil. Usted lo sabe bien. Se paga y se silencia. Pero todo depende a quien se pague la cosa se arregla antes o se complica más.

Dejó las palabras en el aire, esperando la reacción del otro, como si aquella conversación terciase sobre los resultados del último partida de Liga. Una charla amistosa de hombre a hombre.

—¿Anoche? Pues en casa de mi madre como todas las noches, me acosté pronto tras la cena que tocaba trabajar... ¿Dónde voy a estar si no? —contestó Pascual mientras pensaba en el resto de preguntas de Marisa.

—No se me ocurre la verdad, era un encanto de mujer pero la perdí la pista hace dos meses como ya la conté. Puede llamar a mi madre si así lo quiere y pasarme el recao. Vive en Calle... ¿apuntas? Vale, pues en la Calle Estafeta, número once. Juana Sanz, está a su nombre —aclaró, una vez confirmó que Marisa había apuntado todo preguntó por última vez:

—Y si descubriera algo, ¿cómo hago para ponerme en contacto con el detective?