Partida Rol por web

Cainneh con rostro de desprecio infinito, miró a aquel bribón en apuros y luego se dirigió a Godofredo. 

- ¿Me podéis decir, buen conde, que diablos está haciendo ese villano que tenéis por lacayo? - Le preguntó con gesto de incomprensión y algo incómodo.

No sabía qué era más horrible, si el interior del castillo o sus sirvientes. Caminé en silencio pensando en las palabras de DelCojón, hasta que finalmente, supe lo que debía hacer.

Mientras tanto, aquel horrible ser que una vez pareció humano y que sin duda, no había encontrado su lugar entre los vivos, a juzgar por su aspecto, nos atendió, eso sí, con gran amabilidad.

-La verdad, espero que su cocina sea mejor que lo que... estamos viendo aquí dentro -le dije, sentándome y haciendo en ese momento un ejercicio de máxima concentración.

Instantes después, DelCojón se mostraba tal y como era, al natural y completamente inútil.

-Vaya, parece que nuestra mascota ha perdido el control de su propia vestimenta. Discúlpele. No está habituado a tratar con gente; ya sabe, habla mucho con ratas, perros y ese tipo de animales, y claro, ignora las normas de decoro -comenté, viendo lo que tenía para ofrecer -. La verdad es que no hay mucho que ver. Pero al menos es... divertido.

Años hacía que había jurado defender al débil, y eso incluía al menguado y al falto, pero de buen grado hubiera rebanado las dos orejas del escudero pedorro. Hassim se pasó la mano por la cara, avergonzado de compartir mesa con ese patético despojo con gorro.

Miró a Godofredo, esperando que le diera una buena lección. Hasta el camello más tonto aprendía a base de palos. Y DelCojón parecía necesitar una buena dosis, por su bien.

El rostro del Conde se tornó colorado pero más por la vergüenza que por la furia, que aún estaba por llegar.

Al saberse objeto de las miradas acusadoras de su anfitrión, la caja de los truenos acabó por abrirse.

-¡Recojoes! ¡Sucio bribón! ¿¡Aquestos son los modales que tanto me he esforzado en transmitirte, desagradecido beodo!? ¡Álzate las calzas antes de que te cuelgue del campanario de la plaza por los tobillos como aquella vez que te osastes rapiñar el alfañero del Conde de Luinyie!

Dió un puntapié en el trasero a su maleducado escudero, para luego tratar de escusarlo frente a su anfitrión.

-Ruego le disculpéis,  Lord Shamush, puesto que su padre era beodo y murió ahogado en la alberca de la taberna por patizambo, y su madre era mujer de mala vida que enjendraba hijos para luego dejarlos en crianza libre en la campiña. Más yo recogí a este plebello pues me es fiel y husmea muy bien las pistas.

- ¡Bah! - Exclamó el señor del castillo apartando la mirada de DelCojón, quien no tenía forma alguna, pese a intentarlo con ahínco, de subir sus propias calzas. - Apartadlo de mi vista... 

Mientras aquella absurda escena estaba aconteciendo, Grazón fue sirviendo la cena. Ésta consistía en algún tipo de caldo rojizo con algo de carne. La mayor parte de los elementos del puchero se trata de interioridades de animales, así como un exceso de cartílagos y huesos semitriturados que auguraban un sabor nauseabundo.

Uno de los guardias se acercó a DelCojón con mirada severa. Le agarró entonces por debajo del hombro y le invitó a salir de la estancia.

- Acompáñeme... - Le dijo de forma impositiva. - Puede permanecer en los establos hasta que solucione lo de... - Le miró de arriba abajo. - ...sus pantalones.

Cuando DelCojón fue expulsado de la sala, el dueño del castillo comenzó a comer de manera un tanto asquerosa. Era como si fuera la primera vez que utilizaba una cuchara, pues en el recorrido desde el plato hasta su boca, caía más sopa fuera que dentro de su boca. Se manchaba la mesa, su ropa y su rostro y el poco caldo que quedaba en la cuchara era sorbido de forma bastante sonora.

- Cuéntenme. ¿Qué es de la gente de a pie? Gentuza… tan ignorantes… tan… Se relamió mirando al conde. - Cuéntenme, ¿qué hay allí, fuera del castillo? - Señaló por la ventana.

Fue entonces cuando escucharon un extraño sonido que no sabían muy bien de donde provenía. ¿Un pavo?

Cainneah se puso inmediatamente nervioso y miró a sus soldados y ellos a él. Tragaron saliva. Era evidente que aquel sonido les perturbaba sobremanera.

Tymuel dejó a DelCojón a solas, en el pasillo y sin más instrucciones. Ahora podía hacer o ir a donde le diera la gana, aunque eso si, lo tenía complicado por el hecho de que caminar con los pantalones bajos, no era cosa fácil.

Fue entonces cuando escuchó un extraño sonido que no sabía muy bien de donde provenía. ¿Un pavo?

Estaba yo catalogando las riquezas del lugar, cuando mis perneras se deslizaron para abajo. Al principio creía que sería alguna moza del lugar, sirvienta de nuestro anfitrión, que se había prendado de mi persona. Pero al mirar debajo de la mesa, no había nadie. Intenté subirme los pantalones, sin mucho éxito. ¡Esta maldita prenda no me hacía caso! Menos mal que la tenía morcillona, que si encima hubiera estado con el mástil erecto, hubiera sido ya la monda. Intenté por todos los medios subirme los pantalones, pero estos se negaban, así que miré incómodo hacia los asistentes. Me recordaba a los objetos inanimados que nos atacaron en la casa del cocinero. Un objeto que hacía lo que quería. ¡Esto olía a magia! Miré a cada uno, para ver quién había osado hechizar mis pantacas. Pero ya era tarde, el conde me castigó y fui expulsado de la sala, andando despacio delante de un guardia, ya que no podía ir más deprisa.

Una vez en el pasillo, escuché algo raro, como el sonido de un pavo. Miré alrededor y presté atención a todos los detalles que me rodeaban, también agudicé mi sentido del oído. Miré al guardia, para ver si se marchaba y me dejaba a mi aire.

Aquel extraño sonido parecía provenir del interior del castillo. Era como de pavo real, pero a diferencia del glugluteo de un pavo normal, ese helaba la sangre del más valiente. Por otra parte, el soldado se internó de nuevo en la sala dejando completamente solo a DelCojón. Un DelCojón que era incapaz de subirse las pantalones, era completamente imposible...

Hassim negaba con la cabeza mientras DelCojón era expulsado de la sala. A él le hubiera bastado echarlo al suelo, tal vez tras un biombo. Pero bueno, le estaba bien empleado. A ver si así aprendía a no hacer tonterías.

Ya con la sopa en la mesa se dispuso a dar cuenta de ella. Su aspecto era repugnante, a juego con el propio anfitrión. Tratando de ocultar una mueca de desagrado, sorbió una cucharada de la sopa nauseabunda. Qué asco, además le faltaban especias.

Se limpió la barbita con la servilleta y abrió la boca para responder a Cainneah y decirle que el mundo exterior estaba lleno de gente como DelCojón y que igual no le gustaba mucho, pero que no le sentaría mal tomar un poco el sol, cuando el sonido del pavo le interrumpió, provocando tan rara reacción.

— Mi señor, si el segundo plato era pavo confitado, diría que os ha quedado un poco crudo. — dijo con su marcado acento oriental, sin poder contener una risita ante su propio ingenio.

Al menos algo bueno había salido de todo aquello. Aquella criatura nauseabunda había recibido lo que ciertamente se merecía y nosotros, el resto de nosotros, podríamos estar mucho más tranquilos. 

Una vez lo hubieron echado de la sala, la escena continuó desarrollándose en la mayor de las normalidades. La carne parecía estar demasiado hecha para mí gusto, hasta que un extraño sonido semejante a la cena que nos estaban ofreciendo, nos llegó a todos procedentes de algún lugar del castillo.

-No sé si no lo han hecho demasiado o todavía no lo han cazado. Quizás necesiten ayuda -dije, al darme cuenta del nerviosismo que pareció invadir de repente, tanto a nuestro poco elegante señor, como a los soldados. Aquello no tenía pinta de ser nada más un ave sin cocinar.

Así que me puse en pie, lentamente, como si fuese una situación de lo más normal.

-Creo que iré a echar una mano en las cocinas, si me lo permitís, mi buen señor. Mis conocimientos podrán mejorar sin lugar a dudas, la oferta de comida que tenemos delante -comenté, forzando la situación para comprobar sus reacciones.

A Godofredo le había cambiado el humor. Por una parte el incidente con su fiel Delcojón, el cual había actuado de una forma muy extraña, puesto que si verle las posaderas debido a sus malandrineces constantes era algo común, solía obedecer sus mandatos son dilación. Y por otro aquel desdén con el que Shamus hablaba de su gente le repugnaba. Una cosa era comprender que la nobleza debía comandar a la villanía, pero otra muy diferente era insultarlos sin motivo.

Y entonces el Glugluteo similar al de un faisán resonó por los pasillos del castillo y provocó el nerviosismo de su anfitrión y sus huestes. Godofredo el Audaz se levantó de su asiento malhumorado.

-¡Recojones!¡Aqueste castillo suena a corral!-Golpeó con el puño sobre la mesa

-¡Tamaña ofensa es que no se le permita a mi fiel poder comer en el suelo, junto a la hoguera como es debido y en cambio las aves de corral campen a sus anchas bajo techo!-Pese a las apariencias, el Conde de Miramonte apreciaba a su escudero a su forma, aunque no lo reconocería ni por mandato divino.

Al no poder bajarme ni subirme los pantalones, saqué el cuchillo y los rajé por un lateral. Los cogí y los metí en un florero cercano. El guardia se había ido y me había dejado a mis anchas, por lo que mi deber como bribón era investigar el castillo en busca de objetos valiosos. Pero lo primero era lo primero, buscarme algo para ponerme de pantalón y tapar mis partes íntimas. Así que según avanzaba por el pasillo, miraba qué pudiera servirme como atuendo. Vi una cortina muy bonita, me acerqué y tiré de ella para arrancarla de sus anclajes. Con un cacho me haría una especie de pareo. Una vez uniformado, decidí seguir el ruido del extraño y siniestro ruido que parecía ser de un pavo pero sin serlo.

- ¿Aves de corral? - Dijo Cainneah mirando a Godofredo con suma incomprensión. - ¿De que está hablando, mi buen conde? Las únicas aves de corral que hay en este castillo están a buen recaudo en la zona trasera, en su corral, donde deben estar. No dentro de los muros del castillo. Las gallinas son animales muy sucios... - Negó con la cabeza - Definitivamente no. No hay aves de corral dentro del castillo. 

Dicho aquello el señor del castillo continuó tranquilamente tomando su sopa. La sorbía de forma repulsiva y le caía parte de ese caldo rojizo por la comisura del labio manchándole la ropa. Uno de los guardias, se encontraba a su lado, presto para limpiar con una servilleta el caldo que se le escurría de la boca, aunque no siempre estaba a tiempo de evitar que se ensuciara las ropas.

 Garzón... - Le dijo al mayordomo. - Podéis traer el segundo plato. - Le dijo amablemente y con una mueca que trataba de simular una sonrisa. - Parece que a nuestros invitados no les está gustando demasiado la sopa...

- Enseguida, mi señor... - Respondió el mayordomo saliendo de la sala, presumiblemente hacia la cocina.

Minuto después, apareció empujando de un carrito de metal que chirriaba de forma dolorosa para los oídos de todo aquel que no estuviera sordo. Tan solo el señor del castillo, sus guardias y el propio mayordomo, parecían ignorar dicho sonido desagradable. Sobre el carrito portaba varias palanganas cubiertas con una tapa. Garzón agarró las palanganas y las puso sobre la mesa. Olían bien, contra todo pronóstico. La decepción llegó cuando las destapó.

En el interior de dichas palanganas metálicas, se encontraba una especie de estofado de aspecto horrible. Trozos de carne gelatinosa flotaban en una salsa grasienta a más no poder. Se podían ver algunos gusanos gordos y sebosos entre dichos pedazos de carne, que con toda seguridad eran interioridades de algún animal. Pero lo que destacaba sobre el resto, era una pieza de carne que sin duda era un trozo de mandíbula del que sobresalían colmillos caninos.

- ¿Les sirvo? - Preguntó Garzón.

- Ehm... - Dwama miró decepcionada el segundo plato. La sopa la había probado, pero aquello... ¡Aquello no había quien se lo comiera! Tenía un aspecto horrible y aunque olía bien, no quería saber a que sabía y aún menos, saber con que estaba hecha aquella basura. - No gracias... - Dijo con cara de asco y con el estómago rugiente de hambre y asco, no sabía muy bien por que rugía más. - No tengo mucha hambre. Suelo cenar poco...

Entonces se acercó a Godofredo y tratando de disimular, le dijo algo al oído en un leve murmullo. 

- Este lugar es extraño... - Dijo siendo generosa. - ¿Y si hacemos lo que hemos venido a hacer y nos largamos?

Tras colocarse una cortina como pantalones todo lo bien que aquel bribón supo, siguió lo más sigiloso que pudo el extraño glugluteo que había escuchado. Eso le conducía a través de una escalera de caracol a la segunda planta del castillo. Desde el pasillo podía ver la zona elevada del salón donde se encontraba el conde, su corte y el anfitrión de todos con sus soldados. Garzón estaba sirviendo en esos momentos el segundo plato. Desde allí arriba se filtraba un olor agradable a estofado, aunque por las caras de los convidados, el aspecto del mismo no parecía ser el mejor posible.

Dado que el buen señor no me había respondido, retrocedí sigilosamente, intentando alcanzar la puerta de salida. En aquella sala no había nada que a mí me interesara y sin embargo, en el interior de aquel lugar, presentía que había algo que ninguno esperábamos.

Si continuábamos bajo la atenta mirada de sus habitantes, no lograríamos hallarlo, así que la mejor manera era indagar por cuenta propia.

Sin dar más explicaciones, me giré y me dirigí hacia la salida de la sala.