Partida Rol por web

Cuando nombraron al zombie los del comité de recepción se miraron unos a los otros. La chica del centro, que parecía la jefa, se encogió de hombros y habló el hombre con pinta decadente tras separar un poco las piernas y avanzar como si fuera a hacer un paso de Rock and Roll. Culero enseguida lo identificó: era el primer movimiento del Rock de la Cárcel de Elvis.

—Ohh Culero, claro que somos unos inadaptados, todos los imaginatas lo somos. ¿Una adaptación a qué?

¡A la libertad colegas! ¡Bienvenidos al pu-to mun-do li-bre!

Si creéis saber quién sois vais a alucinar. Pensad en vuestras vidas hasta ahora ¿No os parecen un poco estúpidas? ¿Un puto… rollazo? ¿Como si un sino aciago os hubiera perseguido siempre? ¿Como si estuvieseis atrapados en la mente de un puto enfermo que os jode a su capricho, que se masturba con las putadas que os pasan? ¡Pues era así! ¡Hasta hoy! ¡Ya sois libres!

Raspó un poco la gravilla con cascotes de ladrillo del suelo con sus zapatones de un negro reluciente.

—Chicos, os va a costar digerirlo pero abrir vuestros corazones y sabréis que digo la verdad: sois lo que se viene a llamar personas de origen imaginario, os concibió la mente de algún hijo de puta y ahora habéis nacido en el jodido mundo real ¡Por primera vez en vuestra existencia os podréis salir de la mierda de guión que os mantenía atados a vuestro destino! ¡El mundo es más grande, más estimulante, mucho más molón que la mierda de folletines para los que os concibieron! ¡Felicidades chicos!

Chasqueó los dedos. Parecía alguien imposible de interrumpir.

—Esta es la primera lección del curso de adaptación.

Y señaló con el dedo a la "asistente social".

—Bueno, nadie espera que lo asimilen a la primera. Al otro lado de la puerta nos espera un autobús y seguiremos con el curso de adaptación. Una vez pasado ese umbral tendrán el estatus de ciudadanos de origen imaginario en periodo de adaptación y tras ese curso serán ustedes ciudadanos de pleno derecho. Ya habrá tiempo de hablar cómo es la vida ahí afuera pero lo primero, lo fundamental, es que de ninguna manera podéis hacer daño a nadie. Nada de violencia.

Habló la chica pequeña y bajita, pero bien proporcionada. Su voz era un poco aterciopelada.

—En mi mundo originario yo era la emperatriz de un imperio galáctica, la tirana protagonista de unas novelas gráficas para masocas en las que no había héroes que se enfrentaban a mi, sino víctimas a las que yo sometía y/o exterminaba. Me bañaba en sangre cada puto día y mataba gente a troche y moche. Al venir aquí me habría muerto de no encontrar mi lugar en el cuerpo de policía. Si molestáis a alguien podré reventaros la puta cabeza y me correré de gusto. Por favor, dadme placer.

Me reí d la afirmación de Culero  y le intente convencer que el teléfono no era de los comunistas. Era un buen invento Américano.

Estuve escuchando las palabras de la mujer y cuando dijo todos los nombres Cornelia dijo ¡Eh, que falto yo! Chss. No me dejas escuchar. Pero cuando dijo lo de personas imaginarias yo perdí completamente la atención, yo no era imaginario y tenía una misión de Dios.

Me gusta esa mujer... Dijo Cornelia tras las palabras de la que decía ser un alíen. Yo no la tomé en serio, todo el mundo sabía que los aliñes eran cabezones y de color verde. Además esa mujer me recordaba mi quinta esposa. Dejaron de hablar y bostece y dije Sí, sí, sí. Bueno ha sido un placer conoceros, me gustaría estar un poco más con vosotros pero tengo una misión de Dios. ¿Por cierto sabéis dónde he dejado mi coche? Va ¿no podemos quedarnos un poquito con ella? Unos azotados de nada y... No dije tajante. ¿Hace cuánto que no nos encadenan o nos retuercen los pezo... No, tenemos que cumplir una misión de Dios, pero si te podrías bien, en el próximo bar contrataré a una puta para que nos mee en la cara. Cornelia no dijo nada pero pude sentir su excitación y su alegría...

Mackenzie escuchó a aquellos tipos con los ojos muy abiertos, casi sin pestañear. Esperaba que tras la intervención del chuloputas viniera una disculpa y explicación convincente de la pelirroja, pero todos parecían seguir un juego que ni comprendía ni estaba dispuesta a tolerar. Su pulso y respiración se aceleraron.

—¿Personas imaginarias?, pero, ¡qué coño!

Sus ojos enrojecieron de indignación. Las palabras del tipejo cuando habló de lo mierdas que habían sido sus vidas la sublevaron. ¿Tenía que aguantar que viniera un desgraciado y se burlara? ¡Pero si había visto morir a su madre comida por un puto zombie! Lo único que le pareció verdad de cuanto salió por sus bocas es que aquella tiparraca fuera una sádica —policía los cojones...

Aprovechó que Boscemi desviaba la atención hacia él y trató de escapar a todo correr, barra de hierro en mano, por la puerta que al fin se había abierto.

Steve escuchó al extraño trío con cierto escepticismo. ¿Personas imaginarias?  Aquello era incluso más ridículo que los alien comunistas de Boscemi, pero, si les servía para salir de allí, tendrían que seguirles la corriente.

Ya estaba a punto de preguntar cómo matricularse en el "curso de adaptación", cuando Mackenzie echó a correr.

Se quedó un momento paralizado, y salió corriendo detrás de ella.

 — Puede que ahora nos cierren la puerta para que no escapemos — pensó — Más vale largarse ya.

Culero meditó las palabras del que se hacía llamar Bernardo. Le gustaba su estilo, pero no su mensaje.

—¿Y si nos gusta nuestro condicionamiento? ¿Y si no deseamos renunciar a la imaginación de nuestro creador?

A Culero le agradaba ser Culero. Era cierto que por momentos se sentía como una extraña mezcla incongruente de varios personajes bizarros, por lo que las palabras del hombre no carecían completamente de sentido. Aún así, prefería aquella existencia a la de un ser humano "normal".

—Además, estaba aquel zombie. ¿O se trataba también de una persona imaginaria?— se cruzó de brazos a modo de reproche mientras contemplaba como Cielo y Steve emprendían la huída. Estaba seguro de que fracasarían, pero si se equivocaba, él sería el siguiente en procurar escapar de allí.

Tanto a Mackenzie como a Steve les ocurrió lo mismo: cuando levantaron el segundo pie para dar el segundo paso se quedaron suspendidos en el aire. Como el aire no ofrecía apenas rozamiento contra sus pies dejaron de avanzar.

Si corrían se elevaban más, hasta los tres metros de altura. Si se detenían bajaban hasta volver a posarse en el suelo.

La mujer bajita tenía un brazo teatralmente extendido con la mano extendida y la palma hacia arriba

Kalivar seguía con el bate apuntando al cielo, sin moverse.*

Habló el hombre decadente.

—No tenéis por qué renunciar a la imaginación de vuestro creador, esa ocupará el mundo de vuestros sueños, y, además, podréis conocerlo en persona. Por ley él es responsable de los gastos de vuestra adaptación. Ah, y por cierto, es el mismo tipo. Sois personajes creados por un mismo autor, por eso habéis aparecido a la vez, un tal…

Movió la cabeza hacia los lados, no se acordaba.

—Bueno, da igual, la cosa es que este es el puto mundo real, y tenéis que apañaros, como todo el mundo. Porque ahí afuera la gente se levanta temprano para currar. Y vais a venir unos putos locos a matarlos porque los toman por marcianos, o algo peor. Los personajes estamos integrados en la sociedad, pero no tenéis mas huevos que venir con nosotros y pasar el puto curso para no ser un peligro. No es difícil, yo lo aprobé, y si tenéis instintos asesinos, pues para eso está la policía.

Si no, pues nada, tampoco os vamos a obligar. Os quedáis aquí a hacerle compañía al señor Peterson… El zombie. El pobre nunca supo adaptarse a la vida en la ciudad. La comunidad zombie lo tiene jodido, la verdad, tienen sus propios restaurantes y todo… pero… claro...

Habló la mujer del medio.

—Vuestro autor se llama Marcus Darío… Funlenherr.

¿Quién se anima? Tenemos un autobús esperando.

Observó de reojo a los otros "personajes" que le hacían compañía, dos de ellos flotando lánguidamente en el aire.

—¡Eh! ¿Escucharon eso? ¡Somos hermanos, viejo! Hermanos imaginarios.

Se sentía algo decepcionado con sus hermanos, el gordo le exasperaba especialmente. Pero ¿no es eso lo que sucede con todos los hermanos?

—Ni en pedo iré de azul...— dijo al tiempo que escupía a un costado. No había sido policía imaginario, y tampoco lo sería real.

Caminó dócilmente en dirección al autobús que le indicaba aquella mujer de raza indefinida. La perspectiva de conocer a su Creador le entusiasmaba más de lo que quería demostrar.

—¡Mierda!

Cuando sintió sus pies levantarse del suelo, ganas tuvo de lanzarle la barra de hierro a la enana sádica, pero, claro, ¿qué habría conseguido? En el mejor de los casos que flotara también en el aire y en el peor que le hiciera reventar la cabeza. Si no se la consideraba una ciudadana, ¿no podían hacer con ella lo que les diera la gana? Dejó de tratar de correr para apoyar sus pies de nuevo en el suelo. Sus ojos seguían enrojecidos pero no caía ni una lágrima.

Cuando escuchó hablar de los restaurantes para zombies le entró una arcada que habría vaciado su estómago si hubiera habido algo en él. Los gestos de Mackenzie variaban entre la incredulidad y la contrariedad mientras se debatía entre no querer creer lo que le decían y doblegarse al menos de momento. Curso de adaptación o no, aquello era su ticket para salir del agujero lleno de escombros y libros rotos además del cadáver del pobre señor Peterson. Y había dos pruebas de que pudieran estar diciendo la verdad: el comportamiento extraño de aquel zombie y los poderes telequinéticos de la dominatrix cósmica. Joder, ¿no había podido imaginar el desgraciado de su autor algún poder especial para ella?

—¡Ok!, ¡vale! —levantó las manos y dejó caer la barra de hierro—. Pero exijo ver al payaso ese de Fupenher ya —echó de nuevo un repaso visual a sus "hermanos". Con la excepción de Steve el resto, ella incluida, no tenían desperdicio—. Menudo hijo de puta está hecho.

— ¡Joder! — exclamó Steve al notar cómo se separaba del aire.

Se giró hacia la mini-poli sádica.

— Oye, ¿cómo haces eso? — añadió — ¡Es genial!

Dicho lo cual, empezó a pedalear en el aire, tarareando la canción de ET, hasta que notó que el suelo estaba lo bastante lejos como para hacerle daño cuando se reencontraran, y decidió parar de hacer el idiota.

Ya con los pies en el suelo, se dirigió a Bernardo.

— Sí, yo también quiero conocer a Marcus Darío: seguro que puede contarnos cosas interesantes.

De pronto, se puso serio:

— Entonces... ¿mi programa? ¿Ya no tengo mi programa? ¿Me estáis diciendo que "El jinete nocturno" no existía?

— En el fondo, estoy tan loco como Boscemi — se dijo — Él tiene a Cornelia y sus aliens, y yo hablaba con miles de personas imaginarias.

— Al menos, existe Nueva York, ¿verdad? — preguntó, aferrándose a ese hilito de esperanza.

No estaba prestando nada de atención, me estaba creyendo poco a poco que era un ser imaginario... Entonces escuché el nombre en alemán ¿Fulenher? ¿Un Nazi? Los nazis tampoco me gustaban. Entonces veo como levitan los dos y digo Joder, no veo una levitación como esa desde hace... cinco años, en Wiscosin, con el. La interrumpí. Cinco años, en Wisconsin. 

Bernardo explicó que no sólo Nueva York existía, sino que era una ciudad supermolona. Mucho más de lo que cualquiera podría imaginar. Y que por supuesto alguien con el talento de Steve podría hacer su programa de radio. Que no se le olvidara comunicárselo a la encargada de los talleres ocupacionales.

Y le dijo Mackenzie que conocerían a su autor. Pero primero, el curso.

Misteriosamente no les requisaron las armas. Atravesaron un pasillo de unos diez metros y salieron a un área de servicio abandonada en la que aguardaban estacionados un minibus rechoncho y un coche, más raro, de ángulos agudos, y líneas más agresivas, como poligonal.

La bajita sádica y la asistente social entraron en el coche y Bernardo subió con ellos en el autobús.

El conductor era tan grande que parecía imposible que pudiera manejar un volante tan pequeño. Parecía un adulto subido a un coche de choque. En lugar de un uniforme llevaba un abrigo de pieles mal curtidas y estaba peinado al estilo tradicional mongol.

En los dos asientos tras él sólo había una chica que parecía disfrazada como de osito. Les saludo con la mano y una sonrisa de oreja a oreja.

Al otro lado, también junto a la ventana, había un hombre sorprendentemente flaco y alto que tenía como la cara demasiado expresiva y parecía un arlequín triste.

Tras la que estaba vestida de oso habían sentados un señor y una señora que rondarían los sesenta. El hombre llevaba puestas unas gafas de sol y tenía pinta de solterón que no había trabajado en su vida y que vivía con su hermana.

La señora tenía aspecto de haber sobrevivido a un largo y aburrido matrimonio con un pusilánime y no querer aguantar ni una gilipollez más de nadie.