Partida Rol por web

—Tienes la sangre de los Tel'quessir corriendo por tus venas. Pero sabes tan poco sobre las costumbres de tu pueblo... —Morgan arrastró la frase y se llevó la copa a los labios—. Vamos, bebe.

Morgan hizo lo propio, saboreó el vino y dejó la copa sobre la mesa con un tintineo.

—Pero no es esa la información que venías buscando, ¿no?

-Podrías enseñarme más cosas -dijo Tabin-. Sobre mis raíces, quiero decir. Sabes que estoy deseando conocer todo lo que puedas decirme sobre ti y los otros elfos. Mis abuelos, mis primos... Hay mucho que no sé.

La pícara dio un trago y saboreó el delicioso vino, que en efecto, contenía la esencia del otoño y sus frutos.

-No, no es eso... sólo. En el templo de Loviatar descubrimos algunas cosas sobre los esclavistas de la región. Por lo que me enteré, Jezzen está implicado en la trata de personas. Tú fuiste a su casa. Sabes algo, ¿verdad?

Morgan asintió a la primera parte de tu contestación. Después sonrió, y esta vez sus ojos se contagiaron.

—¿Qué podría saber una simple ladrona como yo? —preguntó a su vez, en un tono que conocías bien. Un tono que exigía de ti una deducción.

-Lo que sabría alguien con acceso a documentos comprometedores o a conversaciones secretas. Sé, porque lo vi, que Jezzen y la líder del culto tenían tratos. Al parecer, Roazranne había hecho un pacto con un demonio de la esclavitud y que él le ordenaba que traficase con las niñas. Su presencia en casa de Jezzen es una pista, pero un contrato o el cierre de una transacción podrían ser una confirmación. Y por eso alguien haría tanto ruido por una simple ladrona, ¿no te parece?

—Si fuera tan sencillo encontrar una prueba tan firme como unos documentos comprometedores sería él quien estuviera perseguido por la justicia, y no yo. Yo sería la heroína en vez la villana, y él el culpable en vez de la víctima —se encogió de hombros—. Apariencias, Tabin. Si aprendes una sola cosa de mi, recuerda que el mundo es un gran escenario, lleno de luces, humo y espejos. Nadie ve más allá de sus narices porque ni siquiera se molesta en intentarlo. 

Lanzó una carcajada al aire, corta, seca y amargada.

—No ansiaba la fortuna de Jezzen, Tabin. Sabía que era un esclavista. Y la verdad es que el robo fue un intento de ganar tiempo: retrasar sus operaciones, debilitar su posición y buscar pruebas mientras perseguía un fantasma.

Tabin se inclinó hacia delante.

-¿Y por qué no me lo dijiste? ¡Las cosas habrían sido muy distintas de haberlo sabido!

Morgan se mojó los labios en el elverquisst.

—¿Explicaciones? ¿Por qué debería darlas? Me gusta pensar que los pocos amigos que tengo no las necesitan —señaló Morgan con un deje dolido antes de volver a su mutismo habitual—. Mis enemigos no las creerían dijera lo que dijera, y el resto de la gente ni siquiera las entendería.

Se apoyó junto a la chimenea en un gesto indolente.

—Concedes demasiado valor a las palabras, especialmente las de alguien como yo. Mi trabajo consiste en gran medida en mentir a todas las horas, Tabin. Pero son los actos los que delatan las mentiras y los que definen a una persona —se encogió de hombros—. Preferí seguir haciendo lo que debía y que tú te formaras tu propia opinión. Que hayas llegado a la conclusión de que no soy una simple ladrona por tus propios medios le concede más valor que todo lo que yo pudiera haberte dicho. 

Tabin bajó la mirada sintiéndose culpable. Lo cierto era que de no ser por las palabras de Morgan habría seguido pensando que actuaba por codicia o por ansia de emociones, no por algo altruista o bienintencionado.

-Sabes que confío en ti, siempre. Pero a veces no es tan fácil leer entre líneas. A veces quisiera que sencillamente me dijeras lo que deseas y por qué haces lo que haces.

La semielfa sabía que parte de lo que le atraía de Morgan era ese misterio, esa pose indolente ante lo que pensaran los demás. Si le quitaran eso, perdería gran parte de su encanto.

-¿Tienes algo más sobre Jezzen, algo que debiera saber?

—Mientes —dijo Morgan, como si te leyera la mente—. Lo compartíamos todo, lo viste todo. Los hechos siempre han estado ahí, delante de ti. Podrías haber descubierto el misterio, pero no lo conseguiste. Y no lo hiciste porque en el fondo, no querías saber cuál es. Lo que querías, lo que quieres, lo que todo el mundo quiere, es que te engañe.

Empezó a pasear por la habitación, como la maestra de ceremonias de un espectáculo teatral.

—Aún hoy la gente se pregunta cómo pude entrar en la casa de Jezzen, una de las fortalezas más inexpugnables de esta extensión de nada que los N'Telquess llaman "El Norte". ¡Ja! Nunca se lo diré a nadie. Por mucho que me supliquen que les cuente el secreto, no lo haré. Porque en cuanto lo descubran, se acabó todo, ¿entiendes? Me ignorarán. El secreto no impresiona a nadie. El engaño que has empleado, lo es todo.

Giró sobre sus talones con rapidez.

—Por eso no voy a decirte nada de Jezzen. ¿Quieres que esté entre barrotes? Trabajemos juntas. Como en los viejos tiempos.

-¿Estás hablando sobre mí? -preguntó Tabin arqueando las cejas-. No deberías pensar así, al menos no sobre mí. Jamás te ignoraré. Jamás te olvidaré ni dejaré de pensar en ti. No dejaré de quererte tengas mil máscaras, cien o ninguna.

Se levantó y acortó las distancias entre ellas para coger las manos de Morgan entre las suyas y mirarla a los ojos seriamente.

-Quiero trabajar contigo, pero primero tienes que prometerme una cosa. Dos, en realidad. La primera, que no vamos a perjudicar a Nesmé ni a sus habitantes de ninguna manera. Sólo a Jezzen y a cualquiera que tenga lazos esclavistas. Y la segunda, que no vas a ocultarme nada que me ataña. Si quieres quedarte con tus ilusionismos y tus trucos, adelante. Pero no juegues conmigo.

Morgan enarcó las cejas en un gesto que podía significar cualquier cosa.

—No voy a perjudicar a esta ciudad —dijo, como enunciando lo obvio—. Y en cuanto a tu segunda condición ha sido muy... humano. 

Negó con la cabeza.

—Te proclamas devota de esa diosa humana del amor, pero sabes menos de amor que un bebé. ¿Por qué no me quieres por quién soy, en vez de por quien tú quieres o crees que puedo llegar a ser? —preguntó—. Los humanos se pasan la vida queriendo cambiarse a si mismos, y cambiar a la gente que tienen a su alrededor. Pero nadie es capaz de cambiar su yo más profundo, Tabin, y odiará a aquel que intente que lo haga. ¿Cómo exiges la verdad si ni siquiera estás preparada para ella?

-¡No te pido que cambies! ¿O es que está en tu naturaleza manipularme y reírte de mí? No lo creo... -contestó Tabin con los dientes apretados-. ¿O quieres decir otra cosa y no lo comprendo?

—Lo que quiero decir es que no estás preparada para la dolorosa verdad —señaló Morgan—. ¿Quieres una muestra? El paleto del colmillo retorcido ha ido a avisar a la guardia de que estoy aquí. Llegarán en unos minutos, y si consigo escapar será de milagro. 

Retiró sus manos de las tuyas.

—"Esto no quedará así" fueron sus palabras. Y tiene razón. Esto se pondrá de mal en peor, y uno de los dos saldremos mal parados. Y será por tu culpa, porque eres una niña egoísta que no sabe elegir y lo quiere tener todo.

-¿Qué? ¡No! -Tabin no logró ahogar un grito. ¿Iba a perderla otra vez? ¡Eso no era justo!-. Por favor, no te vayas... Al menos vuelve. Morgan, te lo ruego, intenta comprender... Lo que me pedís es elegir cuál de mis dos pulmones preferiría perder. Necesito los dos para vivir o pasaré el resto de mi vida con medio aliento.

Notó que los ojos se le llenaban de lágrimas.

-El amor no es algo que pueda agotarse o se tenga que dividir. No puedo dejar de quereros al igual que no puedo querer a uno más que al otro. Ya perdí a Varn, no me obliguéis a perder otra parte de mí.

—La vida es como es, no como nos gustaría que fuera. Vives una mentira.

Llamaron a la puerta y dijeron algo que no alcanzaste a oír.

—Haría lo que fuera por ti. Pero ten cuidado con lo pides.

Insistieron, aporreando la puerta. Morgan permaneció impasible, esperando tu respuesta.

-Escóndete en mi habitación -susurró Tabin-. Yo me ocupo de esto.

No iba a dejar que Morgan volviera a escapársele de entre los dedos otra vez. Antes de que fuese a esconderse le dio un beso suave en los labios y ocultó las copas de la vista. Se despeinó el pelo y fue a abrir la puerta.

-¿A qué viene tanto jaleo?

En la puerta había un guarda, con la mano levantada para llamar otra vez.

—Eh, oh. Buena mañana, buena mujer. Verá, hemos recibido un aviso de que aquí se oculta la Maestra Ladrona Morgan —dijo en tono aburrido.

—Como todas las dekhanas, dos o tres veces —masculló su compañero.

—Ejem. ¿Podríamos echar un vistazo?

-¿La Maestra Ladrona? -preguntó Tabin con media sonrisa. Si Morgan se enteraba de que la llamaban así... Bah, seguro que ya lo sabía-. Pues como se pueden imaginar, no está aquí. Pasen. Hace frío fuera.

Tabin se frotó los ojos para eliminar el rastro de las lágrimas y bostezó.

-He llegado hace un rato a casa y casi me quedo dormida junto al fuego. Después de una aventura en la tundra, no hay nada como volver al hogar -dijo la semielfa con aparente indiferencia-. ¿Les puedo ofrecer algo?

—No, gracias. Estamos de servicio —declinó la oferta uno de los guardas, echando un vistazo a tu salón con la misma soñolencia e indiferencia que tú fingías.

—Espera, yo te conozco —dijo el segundo guarda, sonriendo—. Tú eres una de los aventureros que rescataron a las niñas. ¿A que sí?

-Sí -respondió la semielfa devolviéndole la sonrisa-. Hemos estado fuera un par de días peleándonos con colmillos largos y otras bestias de la montaña, así que como podéis imaginar estoy rendida. No quiero sonar descortés, pero me gustaría poder darme un baño y echarme una siesta. ¿Tenéis alguna pregunta o algo en lo que pueda ayudaros? La cosa ha estado tranquila por aquí.