Partida Rol por web

Mientras el don Jaume negociaba la entrada a la casa, Diègue apartado se hallaba, pues tanto batiburrillo de largas frases a medio entender le provocaba dolor de cabeza. Pareciese que habían sido bien informados, pues se llegó a acuerdo y comenzaron a entrar en el caserón entregando a la mujer la plata prometida.

Sin mudar la expresión buscaba la brillante moneda para ofrecer a su hospedera, no levantó gran cosa la mirada cuando Valentí y uno de los siervos del caballero dirigieronse con la montura en otra dirección. Había entendido lo suficiente, y aunque así no fuera, sus intenciones eran evidentes.

Intentó reprimir una mueca de desagrado al rozar las manos de la anciana al darla la plata. Ofender a la madam era lo último que quería en aquestos momentos, que necesitados estaban ya de techumbre bajo la que pasar la noche.

Tomando las riendas del caballo de su Señor, Ahmed caminaba delante seguido del médico. Ambos atravesaron el pueblo, el cielo ahora se veía más blanco todavía. Ambos anduvieron atravesando el centro del pueblo, hasta ver poco más allá un río que parecía más bien un arroyo, pese a ir bien cargado de agua, pero poca fuerza llevaba.

No se cruzaron con nadie ahora, pero los humos que salían de las chimeneas de las casuchas delataban que todas ellas albergaban almas. Anduvieron un rato más hasta dar con un pequeñísimo puente de madera con mal aspecto y justo detrás, a un lado, un pequeño molino de agua y una casa.

Allí que fueron, cruzando el puente con cuidado, las maderas crujieron y con miedo os mirásteis, que el agua debería andar muy muy fría, pero las maderas aguantaron y cruzásteis. Al otro lado vísteis que había sobre el molino una terraza natural, en el que la tierra yacía ahora en barbecho, aireándose y supusísteis que allí plantaban cereales de climas fríos con los que hacer algún pan negro y duro.

La rueda del molino giraba y vísteis a través de una ventana cómo un muchacho se aplicaba en girar en la rueda y un hombre gordo se cruzaba de brazos y veía la molienda con deleite. Al veros os miró con extrañeza y al poco salió del molino con cara de pocos amigos, nada que ver con la amable anciana.

Se limitó a escrutaros sin decir nada.

Ya se fueron los dos hombres y el resto aceptó la invitación de la anciana a pasar

- De algo hay que comer - contestó la vieja conduciéndoos al interior, una estancia grande sin apenas muebles, más que una pequeña mesita con tres sillas frente a la estufa. Al menos hacía buena temperatura y la mujer tenía unos troncos en el fuego, que poco iban a durar al parecer -Señor sentaos. Los demás podéis tomar asiento en la otra silla y el suelo. No tengo nada mejor que daros. Me gano dineros alojando a los pocos que vienen ya por aquí y algunos fogosos enamorados, en mi juventud era otra cosa pero ahora con los caminos tan peligrosos y tanto indeseable suelto. ¿Un Cruzado sóis? De esos que combaten esa chusma de morisma. Qué gran honor a mi casa, jamás tuve tan digno huésped. Soy vieja y estoy enferma sí, no tengo ya cuerpo de coger palos y he de comprarlos... como cuándo puedo, ¡Ay si mi marido aún viviese! ¡todas las semanas carne comíamos!  os haré una sopita de patatas que me quedan varias. Pues ha entrado el frío de repente, antes de ayer había buen tiempo y de repente ¡ZAS! y ya veréis que tiene pinta de que va a nevar como hacía mucho que no lo hacía, ya veréis ya.

Acomodeme como pude en la silla que ofrecióme la viejuna, et aunque aquesta era tan vieja como la su dueña, sorprendióme lo cómoda que era. Aunque quizá fuera más la necesidad de descansar los huesos et las nalgas del traqueteo de la monta que otra cosa...

Asentíle a la vieja; - De esos mesmos que guerrean a los sarracenos. - Sin más. Non iba a detallarle mis viejas andanzas, et menos agora. Non por falta de ganas, pues siempre disfrutaba yo de rememorar las hazañas de Montesa, sino porque pudiere yo asegurar que su repentino interés debíase a sus ganas por apaciguar el anterior desaire que por la mi Orden et sus logros.

- ¿A que diziedes que dedicábase el vuestro esposo? - Preguntéle a la doña.

Esperé la su respuesta, pensando en lo último que había dicho aquesta. Ojalá que errara la vieja en lo de la nevada, más non albergaba yo mucha esperanza en ello. Más sabía el Diablo por viejo que por Diablo, et a buen seguro mañana blanquearíanse los campos complicando nuestra marcha...

Entró el deslenguado en aquella estancia, agradeciendo el calor que se percibía, aunque tenía pinta de querer durar poco, y sentose en el suelo, ya estaba acostumbrado, y no quería levantar malos humores por un gesto que podíale parecer mal a alguno de los presentes. Sin prestar demasiada atención a lo que allí sucedía, se dedicó a calentarse las manos, que no estaba su cuerpo acostumbrado a tanto frío, ni nunca se acostumbraría. El era de bien mas al sur, donde estas temperaturas no se daban. No pudo evitar escuchar como hablaban de matar moriscos y demas "mala gente", y no pudo evitar echar la memoria atrás, a cuando solo era un niño, y toda su miseria había empezado. Cierta nostalgia se apoderó del, mas la desechó pronto, no le serviría de nada. Se centró en el fuego, y el calor que daba. Era agradable.

A las buenas, señor... -dije al molinero ante tan adusta y fría respuesta con la mirada-. No pretendemos importunarle, mas mi nombre es Valentí, e que este de aquí es Ahmed, ambos compañeros de viaje, junto algunos otros hospedados en la casa de la señora Roxetta..., en el pueblo.

Miré de reojo a Ahmed, contemplando una vez más el tremendo frío que tenía, aun con mi manta sobre las sus espaldas.

E que vamos con caballero de renombre, siendo éste el su caballo -dije acariciando unas cuantas veces el hocico del animal-. Venimos a cobijarle en su molino, y darle calor suficiente para aguantar la noche. El pago de nuestro señor será suficiente, e cuánto más, según su palabra, si queda bien cepillado y "engranado" para mañana.

Espere paciéntemente la respuesta del señor, apretando mis carnes un poco para aguantar el frío...

Mientras avanzan por el recogido poblado Ahmed observa su alrededor a la vez que se cubre lo mejor que puede sus abundantes carnes con la manta prestada por Valentí.

Al llegar a la construcción indicada observa el proceso de molienda y recuerdos de su infancia en Granada le vienen a la mente, cuando visitaba los molinos de la ciudad a ver si podía regatear un poco de harina y así llevarlo a un horno de un hermano para que les prepara dulces.

En estas deliberaciones se encuentra abstraído cuando se da cuenta de la mirada de recelo del dueño del molino, pero afortunadamente Valentí ya ha tomado la iniciativa de la conversación y a él solo le resta mostrar la moneda dada por el caballero para pagar los servicios de establo.

Apenas entro a la casa el hombre de mar ya se sintió decepcionado, apenas había nada visible en aquella gran casona. Gracias a los cielos al menos había lumbre - Dieu, j'espère que cela dure - pensó, pues ya se veía arropado con todas las ropas de su morral en pos de soportar las horas de sueño sin enfermar.

Una vuelta dio por la habitación curioseando por suelos y paredes, pero al poco dirigiose a sentar sobre la silla que quedaba libre sin más que hacer que calentarse junto a la ardiente estufa y atender la verborrea de la señora. Una mueca le cruzó el rostro mientras la anciana hablaba y hablaba y él a duras atinaba una palabra de cada tres, pero en cuanto atendió a que la mujer había hablado de una nevada no pudo evitar un bufido.

- No me gusta plus 'neive' -

El hombre queda un momento en silencio antes de contestar, parece algo desconcertado por vuestra presencia aunque no entendéis muy bien si es porque ya no se ven extraños en esas tierras, pero en seguida vuestras dudas se disipan -Pffff ¡Cuidando de caballos! -resopla -bien, bien... no queda otra. ¡PERE!-grita dado la vuelta hacia el molino. Entonces el muchacho que estaba dale que te pego a la molienda ha de pararse y salir afuera -¡LLEVA ESTE CABALLO Y CUÍDALO MÁS QUE A TU MADRE DESGRACIADO! - giróse hacia vosotros ahora -disculpen los modos, malos tiempos corren en estas abandonadas tierras que fíjense que hasta tengo que guarecer caballos. Bien, decidle a vuestro Señor que el caballo estará a buen recaudo aquí en nuestro establo. Y que tengan todas sus mercedes una próspera estancia en nuestro pueblo.

El muchacho se pone manos a la obra con el caballo y el hombre calla para ver si tenéis algo más que añadir.

cof cof cof cof cof cof cof - tose la mujer desesperadamente, se dobla de la tos y tiene que sentarse en una de las sillas -disculpad... señor -recupera un poco la compostura - mi marido comerciaba con vinos de Borgoña, los llevaba a Barcelona. Pero eso fue hace muchos años, murió hace ya casi diez años. El negocio iba bien y vivíamos con holgura, los caminos eran seguros y todas estas tierras.... ¡qué tiempos aquellos! - la mujer parece divagar un poco. Aunque todos os dáis cuenta de que se le notan ciertas maneras, no es una campesina cualquiera, eso desde luego.

- Bien... manos a la obra -dice levantándose -déjenme algo de espacio que les voy a hacer una sopa -y empieza a coger una cacerola metálica de buena factura y a preparar los pocos ingredientes de los que dispone en la paupérrima alacena.

No se importune -dije por la disculpa ante los malos modos-, hay que hacerse respetar, y enseñarle a los más jóvenes la valía de las cosas. Mire vos a éste -girando un poco la cabeza hacia Ahmed-, esclavo del mi señor, más manso que una oveja... -y discretamente le guiñé un ojo al escriba como con complicidad-.

Ahmed sabía (o al menos debí saber) que Valentí le tenía aprecio, tanto a él como al resto del grupo. El curandero había viajado gran parte de su vida por los condados catalanes, de acá para allá, y pese a que había hecho no pocos amigos, no tuvo nunca a nadie con quien contar en cualquier ocasión, recurriendo siempre a quien tenía más cerca. Aquella guerra en Mallorca hizo ganar al Ceremonioso, pero también al propio Valentí, que habíase llevado consigo (aun siendo todos ellos exiliados a la Francia) una especie de familia a la que llegó a apreciar.

Señor, venimos de lejos -continué-, e que éste es el único caballo que monta el caballero con nos; he de mirarle las herraduras y los dientes, que ninguno conocemos estas tierras y he de disponerlo bien para la jornada próxima. Nos quedaremos en el establo para revisarle, si le place -y volví a mirar a Ahmed-.

La gitana simplemente se había acurrucado en el suelo junto al hogar, en sílencio , y no hizo ni comentario ni gesto alguno ni siquiera cuando la anciana se dispuso a preparar la sopa .

- ¡Es este muchacho mío que me ha salido todo un holgazán! no hace más que ir con las mozas a los graneros y todos los días he de despertarle a palos -parecía un poco exagerado, el muchacho tenía pinta de bonachón -descuidad que otra cosa no, pero entiendo de caballos casi tanto como de centeno. Id y decidle a vuestro Señor que tendrá el caballo bien cepillado, alimentado y con las herraduras en su sitio cuando lo requiera -se da la vuelta hacia el molino y echa a andar varios pasos para después darse de nuevo la vuelta -y ahora si no os importa... hay que volver al trabajo-dice casi al mismo tiempo que el muchacho sale del establo y entra en el molino de mala gana.

Claro... Y gracias señor -dije levantándome de puntillas para que mis últimas palabras hacia él las oyera de seguro-. Luego miré a Ahmed.

¿Cómo estás Ahmed? -le dije frotándole los hombros un poco sobre la mi manta-. Veo que tienes frío aún, creo que deberíamos volver a esa casa a descansar. Bueno... -añadí pensativo-, creo que podrías ir tú, yendo delante...

Dejé aquello en el aire. Si. No sé cómo lo tomó realmente Ahmed. ¿Ir delante? ¿Qué pretendía hacer el curandero? ¿Quedarse allí? ¿No le había dicho el molinero que lo tendrían todo dispuesto? El caso es que me quedé mirando cómo el dueño entraba en el molino, y luego observé las ventanas, que habían tanslucido antes al joven a través de las ventanas; lo hacía mientras me frotaba las manos y las llevaba a mi boca, para echarles sobre ella un aliento cálido y poder calentarlas un instante.

Querría hablar con el muchacho, yo me quedo -le apunté al escriba-.

- Pláceme oir que en otroro tiempo gastaba vos mejor et más holgada vida. - Acomodeme algo mejor en aquella silla, sin duda más reconfortante que la de la mía montura, que aunque aquesta era de buen cuero repujado, non dejaba de ser silla de cabalgadura.

- ¿Qué mal vos aflige anciana?, si non es preguntar en demasía. Pues Valentí, el mozo que marchó donde el molinero, es de buenas entendederas et manos aún más habilidosas. Quizá pudiere aqueste ayudarvos más que sea a apaliar un poco los vuestros males. - Et mientras fablábale a la viejuna, el profundo olor de lo que fuere que cocía en aquel perol había despertado mis últimamente aletargadas tripas...

El pequeño y corpulento musulmán asintió con la cabeza poniendo cara de inocente a la afirmación sobre su sumisión del curandero para no llevarle la contraria a su compañero de fatigas. Tras ello se acercó al muchacho y le cedió las riendas del jamelgo y luego le dio la moneda al molinero como pago de los servicios.

- Con ganas de calentarme cerca de un fuego y ver si nuestra preciada benefactora y anfitriona tiene algo para llenar la panza.

Respondió Ahmed a la pregunta su estado pero se quedó con la mosca en la oreja cuando el curandero le sugirió que le dejara solo de esa extraña manera.

- Sí, creo que encontraré el camino. - Dijo encogiendo los hombros.

A pesar de la admiración que le podía despertar el muchacho y las dotes de rompecorazones que se decía que poseía, no era suficiente la curiosidad como para vencer al hambre, el frío y el cansancio que sentía. Se despidió con una leve reverencia y emprendió el camino de vuelta a la mansión de la vieja reseca tras apretujarse entre la manta las carnes para evitar el gélido viento que caía de las encrespadas cumbres que les rodeaban.

Ahmed emprende el camino de vuelta mientras el molinero entra en el molino, dejando sólo frente a la puerta al bueno de Valentí. Finos copos de nieve empiezan a caer entonces.

La mujer se encoge de hombros mientras lleva el enorme puchero lleno de agua ya al fuego -los años que no pasan en balde. Tengo una enfermedad en mis entrañas que me consume. Dudo mucho que vuestro vasallo pueda hacer algo, ya me han visto varios, me han sangrado y... nada- una vez ha puesto la cacerola en el fuego empieza a echar diversos ingredientes.

Llaman al portón y la mujer pide disculpas para abrir la puerta. Es Ahmed que viene solo. La mujer lo conduce a la sala de estar común en la que está el resto.

- Bienhallado, siéntate en el suelo que pronto estará la cena. Acaba de empezar a nevar, esta noche va a ser muy fría y veremos si no quedan los caminos cortados. Tiene muy mala pinta.