Partida Rol por web

 Dreren echaría un vistazo a las figurillas y las vagatelas del tendero, nunca se sabía que se podía encontrar ahí. A ojos de un comerciante había objetos que tenían un mayor valor en el círculo u otros lugares. Además, Dreren era curioso por naturaleza. Si no encontraba nada interesante no tardaría en ir a su auténtico destino, la capilla.

Esa era una pregunta envenenada. La verdad solía causar más desagrado que asombro y desde pequeño a Sion no le gustaban los dobles sentidos. Había motivos suficientes para no caerle bien a esa mujer, no podía culparla, el era un escolta que había sobrevivido pero el patrón no. Su trabajo había sido deficiente desde el término más profesional.

Y probablemente sabía de su última "hazaña" y solo a los más dementes algo así no parecería abominable. No podía justificarse, realmente no existía justificación bastante para ello.

Pero la capilla a rezar y confesarse era el último lugar al que deseaba ir, es más no tenía ninguna intención de personarse allí. El Hacedor no necesitaba una capilla para escuchar plegarias y en lugares sagrados gente como Sion sobraban.

- Me tomas por un hombre que no soy. -

La carreta que vendía figuritas era propiedad de una mujer de origen a todas luces rivaino y le quedaba aún un surtido considerable; mayormente era figuritas de animales y, aparte, tallaba en pequeños círculos de madera nombres, símbolos, emblemas o incluso dibujos personalizados que la gente le pedía. Te resultaba sorprendente cómo algo tan trivial podía tener tanto éxito. Definitivamente la gente trataba de dejar atrás la Ruina aferrándose a aquellas pequeñas cosas que eran algo "común" en una vida normal.

También quedaba abierta la carreta de artículos de magia del Tranquilo que habíais visitado con anterioridad para comprarle los pergaminos a Lynn, y una tercera que vendía comida en su mayor parte cereales, arroz y alimentos de primera necesidad.

Si ibas a la capilla la encontrarías en un trasiego ordenado y fluido pero constante de clérigos y clérigas yendo de aquí para allá. Reconocerías de hecho a la hermana Clarice, que se encontraba cambiando los cirios gastados de uno de los candelabros que iluminaban la sala principal.

-Hermana.

Interrumpio Dreren con voz reservada pero algo tenebrosa. Era extraño lo ridículo que se oía a sí mismo sin su capucha, sin su túnica cubriendo su cuerpo, protegiendolo del exterior. Era como llevar consigo su propio círculo, si consideraban que el círculo estaba allí para proteger a los magos y no para retenerlos...no se sentía más libre sin la túnica, más bien, se sentía vulnerable.

 Las figurillas y los relieves estaban bien, pero no quería perder más tiempo, también necesitaba descansar y aquello le estaba llevando bastante tiempo. Era su responsabilidad, o eso sentía, asique hablaría con clarice y después con la Madre, no quería pasar por aquel trago durante mucho más tiempo. Debía ser conciso.

 - Hemos regresado, podría encontrarme con su superiora. - adelantó para ponerselo fácil.

 No le sonrió, pero observó a su alrededor de soslayo, bañandose con la desgracia que la ruina y el egoísmo de ciertos hombres hubiese traído hasta allí.

La Hermana Clarice dio un pequeño respingo. Estaba tan centrada en el candelabro que ni te había oído llegar y lo último seguramente que habría esperado en ese momento fue una voz tenebrosa salida de ninguna parte.

—¡Oh!, messere Dreren—exclamó sonriendo en un principio. Dejó un momento los cirios que sostenía bajo el brazo en una mesa cercana para poder hablar en condiciones—. Gracias al Hacedor... ¿Todo bien? ¿Encontrásteis a Ferin?

En ese momento pareció caer en la cuenta de que habías preguntado tú antes y carraspeó.

—Mis... disculpas, la Madre Algenara se fue a descansar hace un rato—dijo cogiéndose ambas manos en el regazo—. Lleva todo el día gestionando las tareas de los clérigos, el material, y los alimentos de los que disponemos para tanta gente y es un trabajo agotador. Espero poder ayudarle yo.

El perro ladró y se puso de pie dispuesto a seguirte. Revoloteaste por el campamento en busca de alguien que también necesitase agua y, cuando te acercaste a Nolan que se encontraba dándoles algo de comer a los caballos, el orlesiano arqueó las cejas.

—Espero que ese pobre mabari no forme parte de las bromas que giran en torno a los estofados de Sion—dijo—. ¿De dónde lo habéis sacado? Ya me parecía a mi extraño viajar con fereldenos y que no terminase apareciendo uno de vuestros perros por alguna parte.

Gabby se llevó los rizos detrás de las orejas.

—Es el perro de los Grawpe —señaló—, el mabari del que hablaba Ferin en su anuncio del Tablón del Cantor.

A Gabby no le apetecía volver a explicar los horrores que había visto en la granja embrujada, así que decidió espolear al perro contra Nolan.

—¡Vamos, Kando, pequeño! ¡Saluda a Nolan como hacemos en Ferelden! Dale un graaaaaaaan abrazo.

—Ah, no. No. ¡Eso si q... !

A Nolan sólo le dio tiempo a levantar las manos antes de que cuarenta kilos de perro le saltaran encima y lo espatarraran en el suelo.

—¡Hacedor!—jadeó tratando de aplacar la lluvia de lametazos manteniendo al mabari al margen con un brazo—. ¡No tengo el placer de conocer a la reina de Ferelden pero espero que ella no salude así! ¡Socorro! ¡No quiero morir ahogado en babas de perro!

Balaena, que estaba atendiendo el puchero, miró en vuestra dirección y puso los ojos en blanco como si estuviera presenciando lo más ridículo del mundo. Aunque antes de volver a lo suyo te pareció ver que se le escapaba una risita.

Gabrielle explotó en carcajadas, y notó como la risa le brotaba de las entrañas. Dejó que su poder curativo deshiciera ese nudo retorcido que se le había formado en el estómago. Era absurdo cómo podía reír de aquella manera cuando hacía un rato se había batido contra un demonio del miedo, había visto a sus compañeros gravemente heridos y había sido el espectador de una atrocidad tan grande como el asesinato de un niño pequeño.

Pero ahí estaba ella, riéndose porque un mabari cubría a Nolan de lamentones. Y se sentía bien. Una sanadora como ella no podía dejar de apreciar que había poder curativo en la risa, y en las personas que te la sabían arrancar aún en los peores momentos.

Gabby se enjugó las lágrimas sin saber muy bien si eran de risa, de pena, o de gratitud. Con la ausencia de Astucia, las emociones volvían a arrollarla. Sorbió los mocos y agarró al mabari de los costados para dejase a Nolan.

—Gracias, Nolan —le dijo dedicándole un gesto a medio camino entre la sonrisa y el mohín—. Me hacía falta reírme un poco.

Nolan se secó el rostro con el antebrazo y te miró arqueando las cejas como si se sorprendiera de que te hubiese hecho tanta gracia algo tan tonto.

—Ah, no te preocupes—dijo—. Si es por mis estupideces, te vas a estar riendo todo el viaje. Aunque preferiría que no hubiese babas de perro involucradas...

Se puso en pie para sacudirse el polvo del suelo.

—Ese pobre chucho está en los huesos, no sé qué habrá sido de los dueños pero teniendo en cuenta el cómo habéis llegado... no preguntaré. Vas a tener que darle de comer generosamente para que mejore.

Kando lanzó un ladrido coloquial.

—A todo esto, ya que estás recolectando agua, ¿te importaría llenarme un cubo mientras acabo con los caballos? Es para ellos pero así aprovecho y lleno también mi odre.

—Claro que sí —Gabby hincó una rondilla en el suelo y cogió el rostro del mabari entre sus manos para darle un achuchón—. Le voy a alimentar, cuidar y mimarlo mucho. No sólo porque se lo merece...

Le guiñó un ojo a Nolan en un gesto cómplice.

—Es mi plan secreto para quedarme con él —susurró.

Se levantó y se alisó la falda, cogiendo el cubo.

—¡Claro! Porque por una vez se ocupe otra persona de estas cosas no pasa nada. ¡Que siempre te toca a ti, pobre!

—Lástima—respondió Balaena lacónicamente.

Luego simplemente se quedó mirando el caldero con gesto ceñudo, como si le estuviera echando la bronca mentalmente de que ya tardaba demasiado en hervir. Se quedó así varios segundos, hasta el punto en que te dio la impresión de que te acababan de "echar" de la conversación sin comerlo ni beberlo.

Curiosamente, fue el susodicho caldero quien acudió al rescate porque en ese momento empezó a burbujear.

La herrera lo removió despacio unos instantes, cosa que hizo que el olor se esparciera y te rugieran las tripas. Luego lo sacó del fuego. Llenó dos cuencos de madera y metió en cada uno una cuchara de cuerno de venado. No tenías ni idea de lo que era ya que parecía simplemente la salsa de un guiso... solo que sin la carne del guiso (aunque detectaste alguna patata flotando) Pero el caso es que olía estupendamente.

—Toma—dijo tendiéndote los dos sin ninguna expresión concreta—. El tuyo... y uno para Lynn. Siempre y cuando logres que no se lo coma ese perro que habéis traído. El pobre animal está en los huesos.

Esperó a que lo cogieras, se levantó y se sacudió las piernas.

—Llevo demasiado sin forjar nada. Y me gustaría... emplear el tiempo en algo. Pero no sin un motivo—añadió—. Después de  la maldita Ruina hay demasiada gente por ahí que ha olvidado que es humana. Y ser humano no es malo, de hecho, es lo único que nos diferencia de los engendros tenebrosos.

Cogió un cubo vacío que había junto a la hoguera.

—Hagamos una cosa... piensa en qué motivo tienes tú para empuñar un arma. Cuando lo sepas con seguridad, dímelo. Entonces sabré si debo o no forjarte esas dos cosas.

Tras la extraña propuesta, inclinó ligeramente la cabeza como quien pide que la disculpen un momento y fue al rio a llenar el cubo.

Balaena: Rivalidad (+6)

- Me hariais un favor si le comunicais lo que os diga. - Reconció Dreren al que le hubiera gustado reunirse con la superiora y poder dar la cara ante los acontecimientos. Confiar en las personas podía resultar peligroso en los tiempos que corrían, pero para Dreren también era una forma de poner por delante de todo la naturaleza bondadosa de las personas. No era ingenuo, aunque creía querer en que la capilla hacía una buena lavor allí.

 - Encontramos un problema con la barrera que separa nuestro mundo con el de los sueños. - explicó sereno, con voz grave pero susurrante, plomiza, obscura. - en la granja en la que vivió Ferin en vida con su familia.

 Hicimos cuanto pudimos por mantenerle en este mundo, pero ahora descansa junto con su madre. Vio rescatado a su mabari.

 El anuncio del tablón puede ser retirado.

 Un anuncio en un tablón...

 - Aunque me gustaría conservarlo si fuera posible. No sé si tendrá autoridad para arrancarlo y dejar que me lo lleve. Pero creo que será importante conservar algo que nos recuerde al chico en nuestro viaje, a mis compañeros y a mi. Que el Hacedor no nos tienta jamás por encima de nuestras posibilidades, y que la noche es más cerrada justo antes del anochecer.

 Dreren comunicaba así el fallecimieto del chico, con esperanza y con regocijo por su alma. Eso no le restaba pesar en el corazón, aunque no era un hombre que se mostrase afectado ante desconocidos. No quería compasión, la compasión le haía obligado a ser cautivo.

 - Si su superiora tiene alguna pregunta, es posible que mañana aún estemos aquí.

Su reputación no le ayudaba a hablar con los demás. Era algo que había quedado totalmente obvio. Tampoco es que el tiempo que había compartido viajando con esa mujer evocará recuerdos agradables, todo lo contrario. Pero le resultaba irónico que una desconocida le pidiera explicaciones. Cada uno cargaba con sus recuerdos y motivaciones. Quien demonios eran los demás para querer conocerlas.

Era irónico que aquello no fuera un "sermón", seguramente las moralinas son un tema de conversación tan común como para soltarlas sin ningún motivo aparente.

No pensaba envenenarse más tiempo pensando esas palabras, había cosas más urgentes en las que gastar tiempo y esfuerzo. Cogió los dos platos y se volvió hacia donde reposaba la clériga.

Los ojos de Clarice se llenaron de espanto justo antes de cubrirse la boca con las dos manos.

—A-Andraste bendita—balbució—. La barrera que... ¡Hacedor! ¿Estáis todos bien?

Casi parecía que se fuera a echar a llorar de angustia aunque no tenías muy claro si por Ferin, por haberos enviado a un sitio tan peligroso, o por ambas cosas.

—No os preocupéis, no tenéis que dar explicaciones. Si dos magos no pudieron hacer nada, es que no se podía hacer nada. Tiene que haber sido horrible... —suspiró amargadamente. Bajó las manos del rostro, entrelazadas entre sí, y te pareció que murmuraba una pequeña plegaria. Como no era maga, quizá no supiera nada sobre los detalles técnicos del Velo, pero como era clériga, sí que sabía que el susodicho existía y que un desgarrón no significaba nada bueno. Tras unos segundos te miró con una mezcla de expectación y temor—. Pero está... ¿arreglado no? ¿No corremos peligro de que salga nada de allí?

No te ha ignorado, te responde a lo del anuncio en cuanto le aclares eso. Pero corto así para que no quede todo muy "de lorito"...

- Gracias a los conocimientos de mi compañera Gabrielle todos estamos sanos y salvos, nos ha proporcionado la sanación adecuada.

 Salvo la cicatriz que dejará en nosotros la pérdida de un Ferin que corretee por Lothering, podríamos decir que estamos bien.

 Le costaba estar bien y que Ferin "no lo estuviera", un niño, parecía de forma intuitiva, debía vivir la vida, hacerse adulto, conocer su primer amor, casarse, trabajar la tierra, sobrevivir, vivir y envejecer hasta morir rodeado de gente que le aprecia. Pero ¿Quién tenía una historia como aquella? Era la tragedia, lo bueno frente a lo que nos parece negativo...¿Qué podían hacer?

 - Agradezco su confianza hermana Clarice. - no pasaba por alto su comentario sobre los magos, casi devoto.

 - Creo que ya no hay nada que temer.

 Aún así, si eso puede tranquilizar, antes de abandonar Lothering volveré personalmente para comprobarlo.

 Lothering ya ha sufrido bastante. - Dreren asintió convencido de que vendrían tiempos mejores.

Nolan se encogió de hombros y sonrió.

—Bueno, se supone que es mi trabajo—dijo—. Soy el guarda de la caravana. Además, es un astuto plan para alejarte de los caballos: cuando andas cerca me dejan plantado.

Kando empezó a ladrar en ese momento y echó a correr hacia la hoguera. Al mirar viste que Balaena se había levantado y se dirigía con gesto pétreo también hacia el río, casualmente, llevando en las manos un cubo vacío. Sion por su parte se había quedado allí con un cuenco del asado en cada mano.

Kando había localizado al pícaro (bueno, más bien a los cuencos) y se había dirigido directamente a revolotearle alrededor antes de que pudiera dirigirse hacia ninguna parte.

Por suerte, Balaena había tenido la picardía de cerrar la olla.

—Hasta donde yo sé, los deberes de un guarda no son los de un aguador. Aunque lo mismo en Orlais es así. He oído que sois muy... sofisticados —soltó una risita y se dirigió hacia el río.

No tenía ni pizca de ganas de mirarle a Sion a la cara.

—Gracias... —suspiró la Hermana—. Pero no queremos que corráis más riesgos, ¿de acuerdo? Si todavía hay algo peligroso por allí no somos quienes para pediros que volváis a jugárosla. Lothering está en deuda con vosotros. Que el Hacedor os lo pague.

Hizo un pequeño gesto de agradecimiento inclinándose ligeramente hacia adelante, luego pareció recordar algo.

—¡Ah! El Tablón... sí, podéis llevaros el cartel, claro—esbozó una sonrisita triste—. Voy a por vuestra recompensa, espera aquí.

Echó a correr a paso ligero y desapareció por un arco de la capilla, a los pocos minutos volvió con un saquillo que cabía en una palma, pero lleno.

—Sé que parecerá tremendamente frívolo, pero en principio esto se trataba de encontrar un perro no de jugarse la vida para combatir a los horrores del Velo—dijo tendiéndotelo—. Es lo mínimo que podemos hacer, aceptadlo, por favor. Sé que le daréis buen uso.

El saquillo contiene la recompensa del grupo entero por completar la misión del Tablón. En total 5 soberanos por cabeza (de PJ) es decir, 20 soberanos.