Partida Rol por web

Te sumes en la meditación letárgica que sustituye al sueño para tu raza, pensando en las largas jornadas de camino que te esperan por delante hasta Rocío Matinal. Unos diez días por el difícilmente transitable bosque de Silvanesti, tal vez algo menos si te obligas a mantener largas jornadas de marchas forzadas; o el doble de tiempo si, como hoy, debes invertir buena parte del día en encontrar sustento y refugio. Quién sabe cuánto puedes tardar si te extravías.

Algo te sobresalta en mitad de la noche y despiertas dolorido a causa de dormir con tu coraza puesta. Claro que sin compañeros que monten guardia por ti, ¿quién se atrevería a acostarse desprotegido?

Lo que te despierta son unos escalofriantes susurros. Susurros de tu infancia, de las burlas de otros niños, de la insultante compasión de los clérigos que te criaron, del desprecio de tus semejantes...

Abres tu único ojo sano a tiempo de descubrir una criatura de pesadilla flotando sobre tu cuerpo. Posee un aspecto vagamente humanoide, pero una forma sin rasgos, distorsionada y retorcida. De cintura para abajo, se va apagando en una nada vaporosa dejando tras de sí un débil rastro de niebla cuando se mueve. Pero lo peor es su rostro, deformado por la locura de su expresión y su mirada.

—Pobre, pobre Tareth... —susurra la criatura espectral, suspendida sobre tu cuerpo— Toda la vida sufriendo porque tus padres tuvieron la crueldad de no ahogarlo al nacer... Yo en tu lugar me colgaría de un árbol o me tiraría al río sin dudarlo...

Te quedas observando y escuchando a la criatura como embelesado. Algo dentro de ti te dice que deberías temerla e incluso odiarla pero lo cierto es que te despierta cierta simpatía. Al menos este ser comprende tu dolor, empatiza contigo y lo que dice tiene mucho sentido.

—Ahora al fin ya no estás solo, infeliz Tareth... Deja que te ayude a poner fin a tu sufrimiento...

La criatura se te aproxima todavía más, con sus fantasmales garras extendidas hacia ti pero no percibes en ella amenaza alguna. Lo que dice tiene tanto sentido... Acabar con todo sería tan fácil... Y ese amigo solamente quiere ayudarte; no como los demás, que solo se acercan a ti por interés o para ridiculizarte...

Sus manos gélidas acarician tu rostro surcado de cicatrices y el dolor se apodera de tu mente y estremece tu cuerpo. En ese momento eres consciente de la amenaza que supone la criatura que tienes delante, no porque pueda dañarte físicamente en modo alguno, sino porque puede conducirte a la locura e inducirte al suicidio si no actúas deprisa.

Pese a que aquella cosa parecía comprender bastante bien al pobre Tareth, éste sabía en el fondo que lo que pretendía hacer con él no era nada bueno. Tenía que destruir a aquella cosa antes de que ésta lo hiciera con él. Estaba agotado y se sentía confundido, pero seguía siendo el dueño de sus actos, por lo que no le quedaba otra opción que lanzarse al ataque y tratar de sobrevivir. 

Desenvainó su espadón mientras se acercaba a aquel ser.

- ¡Electrum! - Dijo entonces conjurando sobre su arma. La hoja de su espada se iluminó de forma eléctrica y entonces decargó un fuerte ataque sobre aquella bestia.

Siempre tienes tu espadón encantado al alcance de tu mano y tan pronto como comprendes la naturaleza de la amenaza que tienes delante no dudas en hacer uso de la combinación de tu fuerza y tu magia para defenderte.

Blandes tu arma con ambas manos y la encantas con el propósito de destrozar a tu enemigo con un único y letal golpe. Aunque el movimiento no es fino, la hoja hechizada logra alcanza a la criatura espectral desgarrando las tinieblas mientras una miríada de diminutos relámpagos recorren su cuerpo e iluminan su atormentado rostro.

Con un enloquecido alarido, el ser fantasmal se lanza entonces sobre ti, contraatacando. Estás en una posición muy expuesta y aunque tratas de quitártelo de encima, sus garras vuelven a rodear tu cabeza y a llenarla con ideas suicidas. Sin embargo, ahora sabes de dónde vienen y consigues ignorarlas.

- Te salio feo - le dijo Gwyn a Tareth cuando miró el mapa antes de que se fuera. El del tuerto era distinto, por empezar tenía rayas por todos lados al igual que el de Lithiniel, y como la druida insistió en que el suyo también las tuviese, Gwyn dejó que ella tachase su mapa aún mal oliente¹. Se había ganado el derecho de poder escribir sobre él, no sólo porque era la líder y Gwyn no se hubiese opuesto, sino porque accedió a prestarle sus propias herramientas para tallar madera¹. 

El rechoncho elfo no pudo esperar, volvió a ir hacia la mula y sacó de las alforjas las herramientas, no entendía aún para qué servía cada una, pero ya le explicaría la druida. Tan concentrado estaba que no se dio cuenta cuando Tareth se fue, pero eso no le molestó, Gwyn estaba convencido que pronto se verían nuevamente.

- Ahora quedó más lindo - le mintió a la druida al ver cómo habían arruinado su mapa con marcas por todos lados, y con una falsa sonrisa lo guardó en la mochila. La sonrisa continuó y fue ganando veracidad, a tal punto que no distaba demasiado de la que tenían los diablillos días atrás. Le mostró las herramientas a Lithiniel - No se cómo se usan, si tienes algo de tiempo, me enseñas? - estaba entusiasmado, pero convencer a la druida no era una tarea que subestimara, lo había aprendido bien durante todo el tiempo compartido.

Entonces se le ocurrió hacer algo realmente extraordinario - Quieres que ayude con algo? - era algo inusual pero ese gesto seguramente pondría de buen humor a la druida - Puedo guardar el contenido de las alforjas en la habitación si quieres, o puedo juntar ramas para una fogata, o puedo cocinar algo, qué prefieres? -

El monje saca la espada curva de entre las fauces de su enemigo, ya caído y próximo a expirar, mientras niega con la cabeza a la pregunta de Ashe.

- Nada de interés salvo esta espada, que creo que te vendría bien - no duda en otorgarle a ella la elección de quedársela o no. 

Una vez hecha esa concesión, observó a la bestia, cuya respiración era cada vez más costosa, y la sangre de sus heridas manaba con cada latido de su corazón. Zeverúth había visto otras veces a alguien morir lentamente, y no era nada agradable. No podía saber si estaba sufriendo una lenta agonía o el dolor le había hecho perder la conciencia para abandonarse lentamente al sueño eterno, pero ya no estaba en el monasterio, y esa criatura no era un anciano moribundo que debido a la edad o a la enfermedad estuviese postrado en una cama esperando a que llegase su hora. Matar a esos ancianos hubiera sido una aberración, aunque su lenta agonía pudiera ser desesperante y la sensación de impotencia fuese insoportable, pero esta vez podía hacer algo al respecto. Con el soris en la mano, le asestó un golpe seco en la cabeza a la mujer-león. 

- Nunca había visto una cosa igual - le comentó a la exploradora, para volver a mirar a ver si había muerto finalmente, y suspirando tras el trágico final de la bestia.

Tareth se dispuso a realizar el mismo ataque que momentos atrás.

- ¡Electrum! - Dijo entonces conjurando sobre su arma y de nuevo la hoja de su espadón se iluminó de forma eléctrica.

No obstante el ataque fue ridículo y el elfo casi acabó por cortarse su propia cabeza.

- ¡Vaya! - Exclamó sonriente.

Acosado por tu espectral enemigo, asestas una desesperada estocada al aire pero con lo que se encuentra el filo de tu espadón es con tu propia pierna derecha.

Lanzas un grito de dolor y eso parece asustar y sorprender a partes iguales a tu atacante, pues da un respingo y suelta tu cabeza. Quizá piense que ya estás totalmente loco si has comenzado a automutilarte, pero rápidamente puedes ver que se dispone a acometer de nuevo al verte dudar.

Gwyn estaba decidido a tener una convivencia razonable con la druida, así que se puso a juntar ramas¹, despejando los alrededores del gran tronco y apilándolas en un rincón. Después vació las alforjas y puso su contenido dentro de la sala, esforzándose por no mirar siquiera lo que había dentro, para resistir la tentación de tomar nada que fuese de ella. Recién entonces se puso a probar las herramientas en algunas de las ramas para tratar de darle forma mientras caía la noche, salían cosas muy feas realmente, así que las descartaba en seguida y tomaba la rama siguiente.

Cuando el sol cayó sacó dos raciones de las que había cargado la mula y su jarra siempre llena y compartió con la druida unos buenos tragos de cerveza - Ha sido un día agotador - dijo, como si el trabajo que había realizado fuese comparable al que la druida estuvo haciendo. No hablaron mucho mientras comían, el paisaje era más bien intimidante y los mantenía alerta, pero iba siendo momento de definir cómo iban a montar guardia - Quieres dormir tú primero? O prefieres despertarte al amanecer? - entonces llevó su mano al bolsillo en el que estaba la moneda de cobre con la que había jugado con los diablillos - Ya sé, si sale este lado voy yo primero, si sale el otro, vas tú, te parece bien? - y lanzó la moneda al aire, y luego la atrapó y se la mostró a la druida.

- Mejor me voy acostando, que la noche será larga, mañana te esperaré con un buen desayuno - en seguida se metió dentro del árbol.

Tareth se puso en pie exponiéndose a que aquella cosa pudiera atacarle. No obstante, necesitaba hacerlo para combatir en igualdad de condiciones. De lo contrario, un nuevo fallo podría ser únicamente el inicio de una ristra de catastróficas desdichas que acabasen finalmente en su muerte.

Una vez en pie lanzó un nuevo golpe canalizando otro conjuro eléctrico en su arma. - ¡Electrum! - Dijo antes de que éste brillara con luz eléctrica. Y entonces lanzó un espadazo contra aquel ser con la esperanza de acabar con él y poder descansar entonces y recuperarse de la gran conmoción que sentía.

El ser espectral se abalanza sobre ti tan pronto como te incorporas del suelo. Su empujón carece de la fuerza física necesaria para desequilibrarte pero tu armadura encantada tampoco puede protegerte de su acometida.

Tienes la sensación de que vas a perder la poca razón que te queda y también de que tu enemigo está ganando consistencia a medida que tú te debilitas.

Desesperado, encantas de nuevo tu espadón mientras asestas una estocada a fondo, pero la hoja de acero atraviesa el cuerpo de la criatura sin causarle daño alguno. Tienes la escalofriante sensación de que tu atacante sonríe de manera macabra y en ese momento tu sortilegio se desencadena, convirtiendo tu sonrisa en una mueca de agonía. Los relámpagos iluminan su cuerpo tenebroso y estalla en miles de fragmentos neblinosos que el viento nocturno disipa rápidamente.

Estás vivo, pero con el mismo sentido común y fuerza de voluntad que un niño pequeño. Nunca en toda tu vida te habías sentido tan sólo, tan pequeño y tan asustado como ahora en este bosque de pesadilla. 

Asustado, fatigado, hambriento y terriblemente dañado psicológicamente, Tareth recogió sus cosas y emprendió el camino de regreso al campamento donde Lithiniel y Gwyndrahir le estarían esperando para dentro de unos cuantos días. No podía seguir en aquellas condiciones. Viajar por el bosque así como estaba era totalmente imposible, aunque ese no fue el razonamiento que le impulsó a volver tras sus pasos, sino el hecho de que estaba aterrado.

El camino de regreso sería largo, accidentado por la falta de luz y terriblemente fatigoso. Pero no había otra opción en esos momentos en la mente del bueno de Tareth el Tuerto. Para él, Lithiniel era ahora su única esperanza. Era como una madre para él, la madre que echaba de menos y que necesitaba para calmar su atribulada mente.

Gwyn intercambió guardia con la druida tras sueños horribles, la oscuridad reinaba en el bosque y se mantuvo alerta y en silencio mientras Lithiniel se dormía.

Al cabo de una hora de aburrimiento, se asomó por el agujero del árbol para asegurarse que la druida estuviese durmiendo. Luego, con calma y haciendo uso de su vista nocturna, levantó su dedo señalando el garfio de escalada que había trabado en el tronco, y con algo de dificultad y a fuerza de maña, hizo que éste descendiese lentamente. Se puso a enrollar la soga y la guardó junto al garfio en su mochila, también guardó las herramientas de carpintería que le había prestado Lithiniel y sacó uno de los pergaminos en blanco que guardaba y tinta, e escribió sobre él un mensaje

"Jefa, vinieron unos bichos feos, son como ratas, pero más grandes. Logré ahuyentarlos pero la mula se asustó y salió corriendo. Voy a buscarla, en seguida vuelvo"

Guardó la tinta en el bolso y dejó el mensaje a un lado. Luego sacó su ballesta e hizo algunos disparos al azar en las cercanías del árbol, y con un último disparo, dejó clavada la nota en el tronco del árbol. Tomó luego algunas ramas de la pila y las puso en la alforja vacía de la mula, excepto una que separó para usar a modo de vara durante el viaje que pensaba hacer.

Luego tomó el odre y derramó un poco de agua sobre el suelo, cerca de la entrada al interior del árbol, sacó una ración con una mano y con la otra tomó el medallón de fe de Morgión y se agachó para susurrar un conjuro, invocó sobre el charco frente a él una rata grande y tenebrosa, olía mal y se veía peligrosa. Había visto otras más pequeñas, pero nunca una así. Sintió una mezcla de temor y simpatía, y acercó su mano con la ración al hocico de la bestia  - Muy bien, ahora ve y mordisquea las otras ricas raciones que hay dentro del árbol, pero en silencio que hay gente durmiendo - le dijo señalando la entrada a la habitación en dónde había dejado el alimento que había cargado la mula.

Luego se puso de pie, partió un trozo de la ración que tenía en la mano y caminó hacia la mula. Acarició al animal  y le dio el pedazo de comida, - no que es rica? vamos a pasear un poco, pero te daré más durante el viaje, vienes?- le dijo en voz baja y le dio otro pedazo mientras tomaba las riendas del animal e intentaba conducirla por el camino que habían tomado para llegar. 

Lithiniel prestó sus herramientas de artesana al explorador, no sin antes advertirle de que si dañaba alguna le saldría bastante caro... Tras ello le explicó que para empezar lo mejor era empezar por el cincel de madera y el martillo, ya luego podría practicar con las herramientas de pulido. No obstante sí que le advirtió diciendo:

-No uses nada de este roble para dicha tarea, usa madera que haya caído o de otros árboles, pero este árbol es sagrado, nadie salvo yo puede moldearlo, ¿entendido? -expresó con una religiosidad poco frecuente, pues en aquella maravilla había encontrado una nueva oportunidad de encontrarse con su pasado druídico.

Cuando le preguntó sobre cómo podía invertir su tiempo la alta elfa lo tenía bastante claro, por lo que le dijo:

-Ahora mismo es crucial asegurar el lugar, estaría bien que reconocieras la zona y sobretodo que prepararas todas las trampas que pudieras, la loma que tenemos detrás nos puede servir como cierto muro, por lo que lo idóneo sería que prepararas una media luna defensiva delante de nosotros, puedes practicar el tallado haciendo estacas y clavándolas, ¿te parece bien? -preguntó esperando que la importante misión que le había encomendado aumentara su emoción- y ahora que me doy cuenta, deberías contactar con Tareth por el anillo y decirle que compre también una pala, nos hará falta- dijo finalmente mirando a su compañero por si deseaba añadir algo.

La druida por su parte se dispuso a empezar la fabricación de pociones, y en los momentos que tenía libre empezaba a tallar en la entrada al árbol unas improvisadas bisagras de madera...

Siguiendo la sugerencia de tu compañera tratas de ponerte en contacto con Tareth, pero sin éxito. Ya sea porque se ha quitado el anillo, porque se encuentra fuera del alcance del encantamiento que comunica ambos dispositivos o porque ha pasado a mejor vida, lo cierto es que ahora mismo no sabéis qué ha sido de él.

Decides entonces descargar a la mula de Lithiniel e introducir sus pertenencias en la pequeña habitación circular que la druida a creado en el interior de su roble. Allí no sobra el espacio precisamente de modo que pronto quedan desparramarlas por ahí. No te molestas en ordenarlas asumiendo que ya se ocupará su propietaria de disponer de ellas como estime más oportuno.

Dedicas el resto de la tarde a tratar de juntar las ramas que encuentran tiradas en el suelo por los alrededores. Como no abundan, no tardas en quebrar las de algunos árboles cercanos dado que Lithiniel no te permite hacerlo con su roble. Cada vez que partes una rama, brota sangre en lugar de sabia y del árbol herido surge un escalofriante gemido. Por fortuna, ninguna de tus víctimas vegetales trata de vengarse de ti.

Cuando tratas de tallarlas, el resultado deja bastante que desear bien por tu falta de pericia o por la naturaleza corrupta del material pero no te dejas desanimar por ello. Tienes otros planes en mente y te acuestas temprano para poder llevarlos a cabo mientras tu compañera duerme.

No tienes ni un saco de dormir, ni una triste manta así que te acuestas en el húmedo suelo de la pequeña y atestada habitación arbórea. Incluso tú, que eres inusualmente bajito incluso como elfo, tienes que tumbarte en posición fetal para entrar dentro de los confines de la estancia circular.

Cuando Lithiniel acude a reemplazarte, despiertas entumecido y dolorido, pero en realidad es así como llevas despertándote cada día desde que salisteis de Rocío Matinal de modo que casi estás acostumbrado. Al menos ha sido algo mejor que dormir a la intemperie.

Esperas un buen rato hasta asegurarse de que la druida se ha sumido en un profundo letargo antes de recuperar tu cuerda con el garfio de escalada y de garabatear una nota para Lithiniel en la oscuridad. No estás muy seguro de que sea demasiado legible pero tampoco quieres encender una luz para comprobarlo.

Es entonces cuando comienzas a hacer prácticas de tiro nocturno. El último disparo alcanza el roble en cuyo interior duerme la druida pero eres demasiado inconsciente como para que el crujido te sobresalte o temer que puedas despertar a su ocupante.

Invocas a tu monstruosa rata, grande como un perro, y la envías al interior del árbol donde Lithiniel duerme a devorar tantas provisiones como pueda en los escasos instantes de existencia que vivirá en este Plano. El horrible animal se apresura a cumplir tu voluntad con diligencia y tan silenciosamente como puede.

Entretanto tú cargas las alforjas de la confiada mula y te la llevas de allí tentándola con tus propias provisiones. No hay un camino que recorrer, ni eres capaz de seguir el rastro que os trajo hasta aquí ayer, pero echas a andar dando la espalda al río con la esperanza de no perderte.

Incapaz de encontrar una senda, Gwyn toma las riendas de la mula y la conduce en dirección opuesta al río Thon-Rishas, que es su verdadero destino. En un principio avanza torpemente, pateando ramas y piedras, arrastrando sus pies en algunas partes y deteniendo su paso en algunas ocasiones para asegurarse que el animal dejase su indistinguible sello de excremento.

Caminó por casi media hora tratando de mantener una línea recta, valiéndose más de las estrellas que de lo poco que podía verse en ese bosque maldito y monótono. En un punto, cuando se sintió agotado, entre las contracturas y el cansancio, se detuvo unos instantes y bebió un sorbo de agua del odre que también compartió con su compañera. Cuando volvió a caminar, lo hizo lentamente y en la dirección opuesta, deshaciendo su paso por la senda en la que venía, siguiendo los propios rastros que había procurado dejar.

A poco más de cien metros, volvió a detenerse y tomó el símbolo de Morgión, el cuál empezó a brillar intensamente alumbrando a su alrededor. Sacó el mapa e intentó orientarse, y luego Gwyn guió a la mula en dirección transversal - Vamos con cuidado que nadie nos corre. Tío Tareth se fue a buscar más comida y mamá Lithiniel está muy dormida, y a mí me duele todo, así que vamos despacito - le susurró. Cada par de pasos que daban, el rechoncho elfo revisaba tras de sí, aprovechando la luminaria, para asegurarse de no dejar ningún rastro. Con ayuda de la madera larga y sagrada que usaba como bastón, y de algunas ramas más chicas, se esforzó en barrer sus pasos y los del animal, hasta que la luz se extinguió.

Ignoraba cuánto había avanzado, hacía un cuarto de hora que había dejado la senda original y pensó que era tiempo ya de ir en dirección del río, para evitar perderse. Había tomado muchas precauciones para asegurarse de que Lithiniel no sospechase nada sobre sus intenciones, los virotes, la rata, la nota, los rastros, todo para poder ir tranquilo hacia el pantano que había visto desde la copa del árbol. Tenía la esperanza de que la druida no los extrañase demasiado y se dedicara más al árbol que la tenía obsesionada que a buscarlos. Por momentos disfrutaba de imaginarla enfadada, con la rata, con la mula, con él e incluso con Tareth, que seguramente también sería objeto de sus insultos sin merecerlos.

Echas a andar en la oscuridad con la sensación de estar siendo observado por cientos de malévolos ojos que te acechan entre la vegetación. Los ruidos inesperados te sobresaltan continuamente y también a la mula que arrastras tras de ti tirando del ronzal.

Sin embargo consigues sobreponerte al miedo, decidido como estás a llevar a cabo tu meticuloso plan al pie de la letra sin más guía que la de las estrellas. Avanzas retrocedes, cambias de dirección mientras tratas de ocultar tus huellas lo mejor que puedes y finalmente cambias de dirección de nuevo hacia donde crees que debe encontrarse el pantano.

Tus conjeturas encuentran confirmación cuando tus botas comienzan a chapotear en un fango poco profundo primero y en un palmo de agua poco después. Una densa y pestilente niebla verdosa se eleva desde el cenagal y aunque tu aguda visión élfica te permite ver por dónde caminas, no puedes anticipar qué hay mucho más adelante.

En las aguas embarradas y estancadas flotan plantas enfermas y animales muertos que atraen al lugar enjambres de molestos insectos que zumban a vuestro alrededor y os pican para extraer vuestra sangre. Estás tratando de espantarlos a manotazos cuando ves con horror que se os aproxima un grupo de ellos particularmente inquietante.

Tienen un aspecto desagradable, como un cruce entre un murciélago y un mosquito gigante. Poseen las alas membranosas de los murciélagos, pequeños cuerpos peludos ocho patas articuladas que terminan en pinzas afiladas y una especie de trompa parecida a una aguja de tejer punto. Puedes contar cinco de estas horribles criaturas viniendo derechas hacia ti y la mula.

Aunque quisieras huir, está claro que el terreno que pisas no te permite moverte con rapidez, en tanto que a los voladores insectos las aguas pantanosas no les dificultan su avance en absoluto. Tampoco es que te sientas con fuerzas para echar a correr después de la larga caminata nocturna.

El primer contacto con el agua podrida y su olor nauseabundo reconfortó al pequeño kirath. No era realmente un espectáculo agradable, al principio tuvo que taparse la nariz hasta que su olfato se acostumbró al hedor intenso después de algunas arcadas, pisar el suelo pantanoso tampoco le hacía ninguna gracia, tenía que moverse con lentitud cuidando de no resbalarse. Guiar a la mula también era algo desafiante, si antes las tenebrosas siluetas de los árboles los intimidaban a los dos, ahora, a todo eso, se sumaba el agua en sus patas, el olor insoportable y los cuerpos muertos de otros animales que al igual que ella habían intentado pasar por ahí. Gwyn no se dejó intimidar por la desgracia, estaba buscando exactamente un lugar así, aunque verlo desde la copa del árbol no era lo mismo que estar en el lugar, menos aún de noche. 

Él no había elegido a Morgión, su encuentro había sido un accidente al tocar el panel equivocado, o puede que haya sido el destino que había anticipado que sus caminos se cruzaran. Lo que era seguro para el rechoncho elfo era que ese dios lo había observado y lo había elegido, y aunque no tenía idea qué había visto en él, al parecer la deidad estaba decidida a tenerlo entre sus filas. Gwyn había aceptado sin entender demasiado qué ocurría, lo único claro que tenía era que sería lo mejor para Silvanesti, y en eso basó su acuerdo. Con el correr de los días se daba cuenta cada vez más de la sabiduría de su oscuro señor, la pestilencia que padecía ese bosque resultaba ser el mejor escudo para las fuerzas invasoras, la podredumbre lejos de ser el enemigo era su mejor aliado. Convencido de que esa era la verdad, y dispuesto a cumplir con su palabra, Gwyn se adentró en el pantano con la intención de encontrar un lugar propicio para levantar un altar a su maestro.

Todo tipo de insectos los picó mientras atravesaban las plantas enfermas y los cuerpos podridos de los animales. La niebla y la oscuridad de la noche se habían puesto de acuerdo para ocultar lo que había unos pasos más adelante, y Gwyn les estaba agradecido, porque si la mula llegaba a ver ese pantano sombrío en todo su esplendor, hubiese sido imposible controlarla. De repente vio como unas criaturas se acercaban en un vuelo apresurado y directo hacia ellos dos. Eran, por sobre todas las cosas, feas, muy feas. Parecían un rejunte de cuanta alimaña había, un pedazo de murciélago, otro de mosquito, unas tenazas de escorpión, el pelaje de una rata, y en la nariz llevaban lo que parecía ser un delgado estoque. Gwyn concluyó rápidamente que esos eran los guardianes del lugar sagrado, o mas bien sacrílego, que su dios había elegido para que se le rindiese culto. Al fin llegamos!

Sin embargo su optimismo cesó rápidamente al ver que la actitud de los monstruos era demasiado amenazante como para considerar aquello una bienvenida. Me parece que aquí acaba nuestro camino de un modo u otro, amiga mula, pensó y de inmediato llevó su mano a la ballesta. - Vamos hacia adelante!  Ve!! Ya!! Avanza! - gritó con voz intimidante tratando de asustar al animal y provocarlo para que avance unos pasos, mientras él cargaba su arma y apuntaba a la criatura que mejor veía. Morgión, hemos venido a hacer de este lugar tu templo, ayúdanos! pensó, y disparó uno de los virontes, para luego dar un paso atrás. 

Azuzas a la asustada mula para que eche a correr hacia los mosquitos gigantes pero la bestia tiene su propio criterio y en lugar de ir directamente hacia los insectos, lo hace en diagonal. En cualquier caso, su desesperado avance atrae sobre ella la indeseada atención de algunas de las criaturas.

Una de ellas salta sobre su lomo y se aferra a él antes de clavarle su probóscide y comenzar a succionar ruidosamente su sangre. La aterrorizada bestia de carga se encabrita, alzándose sobre sus patas traseras y disuadiendo así de forma temporal a un segundo insecto de alimentarse de ella.

Un solitario mosquito, de unos 30 cms de longitud, vuela en tu dirección pero desaparece rápidamente de tu vista entre las oscuras aguas del pantano atravesado por uno de tus virotes.

Tal vez sea esto lo que hace que los dos monstruosos insectos restantes se decidan a revolotear en torno a la mula de Lithiniel, o quizá sean sus frenéticos movimientos y sus rebuznos asustados. Mientras zumban a su alrededor, el segundo atacante se aferra también a su cuerpo y comienza a beber.

El primero en cambio, ahíto de sangre, se suelta del animal y echa a volar pesadamente; alejándose de vosotros.