Partida Rol por web

Mientras los que quedaban atrás iban apareciendo en el umbral del portón maltrecho de aquella torre dedicada en el pasado a la adoración del dios Apolo, los que ya estaban afuera podían observar a medida que se alejaban mas, como el techo de la torre colapsa y a continuación lo hacia la tercera planta. Si no se daban prisa, los que habían quedado detrás serían engullidos por los escombros.

Entre la penumbra, se podía observar a Atreo que se aproximaba a la salida seguido de una figura aun descendiendo las escaleras de la primera planta que sin duda se trataba del ateniense Anatolius. De quien aun no había noticias era del poeta y guerrero Dorio quien al parecer se habría quedado atrás.

Esquivando cascotes, con una determinación rayando en la tozudez, Akintos avanzó a través del umbral. Ignoraba el sordo retumbrar de las rocas mientras seguía su único objetivo: entregarle aquella esfera de cristal a quien su mentor indicase.

Rechinó los dientes y entrecerró los ojos, el orbe era un punto escarlata que lo guiaba adelante, dónde figuras sombrías lo esperaban.

- Spyridon... - pensó, intentando distinguir entre las sombras que dibujaba su mente a su general. Esto hizo su andar algo lento y tambaleante, no porque sus piernas flaqueasen o el dolor pudiese de algún modo sobrepasarlo. Debía encontrarlo y por fin lo logró. El mundo externo se cubrió de luz y el escudero avanzó unos cuantos pasos seguros hasta alcanzar al viejo guerrero.

- Mi general - habló con voz calma - aquí está el preciado orbe por el que hemos arriesgado todo -

Bajó la cabeza y extendió el maltrecho brazo del escudo. La esfera cristalina brillaba allí, impoluta, perfecta, en aquella mano indigna.

Aunque ya había salido, Spyridon estaba aún demasiado cerca de la torre que se esta hundiendo, por lo que sigue corriendo para alejarse de ella.

- ¿Estamos todos? - Es entonces cuando mira alrededor y constata que Ebalo, Anatolius y Atreo aún no han salido. - ¡Vamos! - los azuza a la vez que instintivamente retrocede un paso para ayudarles, pero comprende la imposibilidad de echarles una mano.

Ahora que estaba fuera de la torre y el sonido del colapso era menor o al menos así me lo parecía, frené mi carrera mirando de un lado a otro intentando identificar si mis sobrinos había salido todos de la torre. 

- Ischyros, Hypatia, Lykaios, Daerios..... ¿Donde esta Atreo?.

Empiezo a volver sobre mis pasos, parando cerca del general Spyridon donde los cascotes de la ruinosa edificación caen como una cascada ante nosotros. Pocas posibilidades habría de entrar de nuevo. Algunas figuras se perfilaban aun en la salida, uno tras otros iban saliendo....pero de mi sobrino aun no había noticia.

- Espero que los dioses sean compasivos.  

La carrera por salir de la torre me hace acelerar de manera increíble para la cantidad de heridas que tengo. De pronto, miro a mi alrededor para comprobar que estoy solo, habiéndome alejado demasiado del peligro y dejando a todos atrás. Miro a mi alrededor y sé que estoy seguro, pero sé que no debo quedarme solo pues alguno de mis compañeros puede necesitar de ayuda.

Me devuelvo hasta donde están los más alejados, para asistir a alguien si lo necesita.

Mientras vuelvo, puedo ver como la torre comienza a derrumbarse nivel por nivel, sepultando lo ocurrido bajo una nube de escombros para que solo quede en nuestro recuerdo.

Por suerte veo que Akintos ha conseguido salir junto con el orbe, lo que nos permite cumplir con lo prometido. El sacerdote está muerto y el orbe será devuelto. Se ha hecho justicia pues hasta la misma bestia asesina ha caído ante nuestras armas y así, esta región ya no tiene más que temer.

Se gira hacia la torre y encuentra al lado de su tío. Todos parecen estar saliendo de la torre sin problemas, aunque algunos aun están demasiado cerca. Pero eso no es lo que más le preocupa. La torre ha comenzado a colapsar y el tercer piso ya ha desaparecido. Pero, ¿dónde está su hermano? Coge el brazo de su tío.

-¿¡Dónde está Atreo!?

Pero no solo falta Atreo, tampoco han salido Anatolius o Ébalo.

La torre había caído y casi todos habían salido más o menos ilesos, excepto Ebalo. Cegado por la polvareda que se había creado tras el derrumbamiento tardó un instante en recuperarse. 

Si había alguna posibilidad de rescatar a Ebalo con vida tenía que hacerse ahora. Y si la cosa iba mal al menos recuperarían su cuerpo para enterrarlo con todos los honores. Sobre esa segunda posibilidad el pensamiento de Spyridon apenas pasó un segundo, tenía que tener esperanza. Se dirigió a los escombros.

- Hay que mover esto y buscar a Ebalo, puede estar mal herido - no quiso contemplar la posibilidad de muerte - con cuidado hay que mover las piedras. - Spyridon empezó a quitar las piedras que estaban a su alcance y dentro de sus posibilidades.

- El que no pueda ayudar aquí que busque ayuda en el pueblo para sacar a Ebalo de los escombros.

-Hoy no morirás- Escuchas en una voz que reconoces, es la misma voz de la diosa Hera que vieran en una ensoñación colectiva momentos atrás, lo que te hace pensar que casi con seguridad, aquello no fue un sueño. -Levántate Héroe de la Helade, tu camino aun es largo- exclamo la voz al tiempo que tus huesos que empezaban a sufrir bajo peso de las rocas parecen fortalecerse, y un halo de luz parecido al que protegiera a Tarquino te envuelve ahora a ti, Apolo está contigo.

El halo de energía mueve las rocas a tu alrededor creando una pequeña cámara bajo las pilas de rocas, las cuales se mantienen sostenidas por una fuerza producto del mismo halo. De momento estás a salvo dentro de aquella cámara, pero necesitas que tus compañeros te rescaten.

Conteníamos la respiración mientras esperábamos que todos nuestros compañeros consiguieran salir de la endeble estructura. Intento tranquilizar a mi sobrina lo mejor que puedo debido a las circunstancias.

- Seguro que Atreo consigue salir de esta, es muy capaz.

Con un último estruendo de materiales, la maltratada estructura terminó por por venirse abajo, entre el polvo levantado por sus restos podíamos ver algunas tambaleantes figuras.Por un segundo vuelvo a respirar con normalidad cuando veo salir a mi sobrino de entre la nube de polvo.

- Atreo muchacho gracias a los dioses. 

Es Spyridon quien indica que uno no a salido y aunque no sea de mi familia no estaría bien dejarlo en la estacada tras haber luchado a nuestro lado. Me acerco a los escombros para ayudar a Spyridon a mover las rocas y los maderos....como siempre en este viaje el tiempo estaba en nuestra contra.

Con un ultimo esfuerzo consigo alcanzar la primera planta y con ello la salida de la torre. Al salir veo que practicamente todos estamos fuera, en ese momento la torre colapsa y termina de hundirse. Una nube de polvo me engulle y gracias. Que todavia segui en movimiento para ponerme a salvo salgo de la nube y me alejo. Un segundo despues sale Atreo por detras de mi y caigo rendido en el suelo por el esfuerzo. Veo a mi hermano a unos metros, me levanto con esfuerzo y me acerco a él:-(en negrita)Menudo combate, eh? Has estado fantastico ahi dentro.(en negrita)-le comento mientras le doy una palmada en el hombro.

Parece que no todos habiamos conseguido salir de la torre, Ebalo habia quedado atrapado en la torre en el momento en que Atreo y yo saliamos. Habia que sacarlo de alli estuviese vivo o muerto. Me elvante del suelo y le dije a Talios:(en negrita)-Descansa que tu ya has hecho bastante deja que me luzca un poco.(en negrita)-le digo con una sonrisa y me acerco a Spyridon:(en negrita)-Deje que le ayude a desenterrar a nuestro amigo espartano(en negrita).-

El hecho de que Spyridon lo ignorase de forma tan categórica hizo que Akintos volviera por completo a ser consciente de su situación.
El orbe quemaba como un trozo de acero al rojo-blanco, lo cual se enaltecía aún con mayor profundidad al estar sosteniéndolo con una mano que había recibido en repetidas ocasiones graves quemaduras.

Se mordió el labio al recibir una oleada de dolor, la cual lo hizo arrodillarse y soltar el sagrado objeto, dejándolo caer en la hierba.
Se puso de pie conteniendo un gruñido de protesta. Al menos aquella voz que retumbaba dentro de su mente no le molestaría.

- ¡Levántate espartano! - gritó mientras dejaba sus armas en el suelo y se dirigía a obedecer a su mentor.

Si el rubio guerrero no había podido salir antes del derrumbe, es probable que solo encontrasen un bello cadaver.

Ébalo empezó a apretar los dientes y prepararse a pasar a la otra vida, pero de la oscuridad poco a poco la luz se abre paso, primero no lo entiendo, luego esa voz en la cabeza, hace que vuelva a sonreir, la diosa Hera me está hablando, y me ha dado una segunda oportunidad, seguro que todo esto es gracias a mi madre, una devota sacerdotisa de la diosa, ya que poco he hecho yo en mi vida para merecer su atención.

Me siento con las piernas cruzadas sobre mi escudo. Intento bajar la respiración, estoy muy exitado porque CASI ME MUERO, así que tengo que controlar la respiración, la sangre golpea mis sienes, pero estoy a salvo dentro de este escudo, sólo tengo que esperar que mis compañeros me liberen. Confío en ellos, así que cierro los ojos y espero.

El general había estado pendiente de que todo el mundo saliera de la torre, por lo que no había prestado atención a Akintos. Al ver de pronto como su mano derecha, su mejor soldado, se retorcía por el dolor, abandonó momentáneamente la retirada de cascotes y fue a su lado.

- ¡¡ Por Ares !! No me he dado cuenta, hay que cuidar esa mano. - Spyridon miró de reojo al orbe - Déjalo en el suelo y que solo lo toque la sacerdotisa si lo considera seguro.

Cuando el peligro de la torre pasa y el polvo se asienta, corre hacia su hermano Atreo y le abraza al ver que está sano y a salvo. Ha temido por su vida y es un alivio ver que aun están juntos. Atreo es con quien mejor se lleva de sus hermanos.

-Gracias a los dioses, estás bien.

Se separa de él para darle un poco de espacio. Es entonces cuando escucha las instrucciones del General Spyridon. Se da cuenta que Ébalo no ha salido de la torre y parece que ha quedado atrapado entre los escombros. Siendo consciente de que allí ella poco puede hacer, quizá sea mejor intentar llegar cuando antes al pueblo.

No es momento para sentirse cansada o aquejarse de sus heridas. Hay alguien atrapado y deben ayudarlo a salir de allí. Pide a los dioses que Ébalo esté bien.

-Iré al pueblo tan rápido como pueda. 

Sin esperar a nadie, comienza a correr tan rápido como sus heridas le permiten.

Al llegar a donde el grupo se reúne, veo que mi hermano Atreo ha conseguido salir. La calma llega a mí cuando veo que toda mi familia ha escapado pero, cuando cuento a todos, noto que Ebalo no está.

Miro a todos lados buscándolo y veo como Spyridon dice que hay que sacarlo de bajo los escombros. No pierdo un momento y me lanzo hacia los escombros, intentando moverlos como pueda.

Estoy débil y el dolor que siento es tremendo aún, sofocado solo un poco por la adrenalina de huir rápidamente, pero sin que mis heridas hayan sido tratadas todavía. Pero no me importa y me arrojo con todo lo que tengo a mover las piedras para intentar sacarle de ahí, si es que todavía fuese posible hacerlo.

Los crujidos me envuelven. Siento, más que veo, que la torre se viene abajo inmisericorde, arrastrando y atrapando todo aquello que encuentra a su paso. El polvo me ciega, pero aún así me oriento hacia la luz. Un crujido más fuerte que los demás me alerta de que todo se precipita. Así, poniéndome en manos de Hermes, me impulso en un frenético intento de salir al exterior. 

Todo gira y siento un brusco golpe en la espalda que me saca todo el aire de los pulmones. Mi carcaj se ha clavado en mis costillas al caer al suelo sobre él y, a buen seguro, me dejará un hermoso moratón. Todo está oscuro, salvo chispitas que se mueven ante mis ojos. Abro la boca con un estentóreo jadeo para llenar nuevamente mis pulmones con el aire fresco. La voz de mi hermana suena, hermosa y argentina, en mis oídos sobreponiéndose al ligero zumbido que aún me acompaña tras mi carrera contra la muerte por las escaleras de la torre.

Caronte, no me verás hoy en tus dominios...

Este pensamiento me hace sonreír levemente. Siento que mi sonrisa se ensancha al oír también la voz de Ischyros. Engancho nuestros antebrazos y me impulso para subir. Los dos contenemos un gesto de dolor, pues no son pocas nuestras heridas. Sin embargo, la paz dura poco. Oigo las voces, hay que sacar a Ébalo. Me dirijo a ayudar cuando veo un borrón que sale corriendo al bosque cual gamo. Contengo una maldición y escupo antes de salir en su caza.

- Hypatia, por la memoria de nuestra madre, ¡detente!- exclamo sin dejar de correr tras ella, arco en mano, prestos mis sentidos a cualquier peligro. 

Los gritos resonaban en aquel claro del bosque en el que las colinas boscosas se habrían en el lugar donde alguna vez la torre de Apolo se hubiese asentado. La nube de la destrucción empezaba a disiparse ya, y con ella era claro que el dorio Ebalo que provenía de la lejana ciudad de Esparta, no se encontraba con ellos, había sido engullido por la torre cuando este se desplomase.

Algunos temieron lo peor, pero atinadamente el general Spyridon no desistió y ordenó darse prisa para rescatarle. El sol aun estaba fuerte en lo alto por lo que tenian una gran ventaja en su búsqueda, pero curiosamente, casi como si desde el olimpo quisiesen que supieran que el peculiar poeta aun estaba vivo, un destello de luz como de un sol (similar al que generará el escudo de Tarquino), surgía desde una zona en el centro de las ruinas de la torre.