Partida Rol por web

Muchas cosas preocupaban a estas alturas. Nuestro compañero a merced de los escombros, las múltiples heridas de los presentes y el futuro de aquel objeto sagrado. 

Caminé hasta donde se encontraba Akintos, vi como estiraba las manos para soltar el orbe y me percaté de sus profundas y dolorosas heridas. Pronto sabría si al tomar el orbe me sucedería lo mismo. Cerré los ojos por un momento mientras clamaba una oración a la diosa, agradeciendo la ayuda que nos había regalado en contra de los malévolos planes de Tarquino. 

Mis sandalias aplastaban la hierba mientras me acercaba al orbe, lo tomé con ambas manos esperando ser digna de tomarlo sin hacerme ningún daño físico. El objeto era fascinante y aquí estaba yo, como si fuera una guardiana del poder de Hera.

Ebalo yace bajo los escombros y no pienso un momento antes de lanzarme a ayudarle como Spyridon lo indicó. De pronto, veo como se ilumina una zona al centro de la torre y me dirijo inmediatamente allí mientras le hablo al resto:

 - "Los dioses quieren que le saquemos de aquí. Debemos cavar acá pues esta es una señal del Olimpo."

Intento mover piedras y restos, pero las fuerzas me flaquean por la gran cantidad de heridas que llevo y toda la sangre que he perdido. De todas formas, no ceso en mis intentos pues, mientras quede un hálito de vida en mí, no permitiré que el buen compañero al que le debo mi vida, fallezca de esta injusta forma. Él merece la gloria y fortuna por sus actos y su buen corazón, no este mal golpe del destino.

Spyridon por un instante tomó las manos de Akintos.

- Has sido muy valiente por tomar esa carga, hay que cuidar esas heridas. ¿Ifianasa? Por favor, véndale las heridas con algo. Akintos, descansa y no te estropees más las manos.

Tras ello, el general se dio la vuelta para cargar con los escombros que pudiera y sacar a Ebalo de los restos de la torre. Ischyros le mostró un destello entre las piedras caídas y el general se movió a ese lugar para continuar el intento de rescate del valiente espartano.

Escucha a su hermano que la persigue, pero solo se detiene tras alejarse de la torre y adentrarse en el bosque siguiendo, lo que cree, es el camino. Pero no parece haber ningún camino que seguir. Respira con dificultad, mirando a todos lados. No recuerda esa parte del bosque, pero también es cierto que el bosque parece todo igual.

Ha sido demasiado impulsiva y ahora paga las consecuencias. Todo en esa misión está haciendo que tome riesgos innecesarios. O, más bien, sin pensar debidamente sus pasos. Ella no suele ser así. Pero tras todo lo que ha pasado con sus padres, la pelea, el casi perder a Ischyros o a Atreo... 

Se pregunta si quizá debería haberse quedado en Micenas.

Llego hasta la altura de mi hermana, que está parada y desorientada. Totalmente perdida. Tomo aire para recuperarme tras el esfuerzo, pues me duele todo el cuerpo por las heridas. El momento de silenciosa pausa me hace recapacitar y, en vez de arrastrarla de nuevo de la oreja hacia nuestros compañeros como era mi primera intención, la envuelvo en un abrazo cálido y fraternal.

- Por todos los dioses, Hypatia, podrías haberte perdido. No tardará en caer la noche y hay bestias sueltas en este bosque- deposito un beso en su pelo-. Vamos antes de que se tengan que preocupar de más por nosotros. Ischyros se ha lanzado a mover cada piedra para sacar a Ébalo. Allí nos necesitan a todos, pequeña.

Mi tono, aunque afectuoso, también es firme. No es el momento de pararnos a conversar. Pero tendremos que hacerlo, parece muy afectada.

Al decirle a Spyridon que le prestaba mi ayuda para levantar rocas en busca Ebalo me indica por donde empezar y me pongo a ello. Empiezo por las grandes para quitar volumen de escombros y poder encontrar a Ebalo.

Con la seguridad de que mis sobrinos estaban sin mayores heridas de las ya sufridas, podía ponerme a ayudar al resto de mis compañeros a quitar los cascotes que mantenían enterrado a Ebalo. No es que sus chistes y rimas me hicieran mucha gracia pero merecía un final mucho mas digno que terminar bajo unas rocas.

- Esperemos llegar a tiempo. 

En un esfuerzo conjunto donde todos dieron lo mejor de si por igual y muchos se mostraron tan fuertes como el gigantesco ateniense Talios, el grupo logró, tras mas de una hora de estar cavando, liberar completamente a Ebalo. A medida que lo hacían notaron que las piedras estaban suspendidas en una especie de bóveda que protegía al espartano. Y estaba bóveda no era natural pues las paredes que le protegían eran las mismas que producían aquel resplandor intenso que les permitiera ubicar a Ebalo. Es así, el espartano había sido protegido por una especie de halo de energía, sin duda un favor de los dioses que le habrían de haber salvado la vida, quizá como una paga por sus actos.

Una vez Talios levantó y arrojó a un lado la ultima gran piedra que cubría el pequeño refugio del espartano, el halo si difumino enseguida sin dejar rastro. Y allí debajo, descansando plácidamente, como quien se queja por la tardanza, se encontraba un maltrecho Ebalo que a pesar de su aspecto producto de la batalla, claramente fuera de la gran cantidad de polvo que traía encima, se mostraba sin heridas.

Cerca de allí, Ifianasa, con cierta religiosidad en su mirada, sostenía con firmeza el orbe de Hera, como si temiese que al dejarlo caer por error este se rompiese con suma facilidad. Para los que se percataron de lo acontecido a Akintos, era claro que la sacerdotisa no sufría daño alguno al tomar el orbe con sus manos.

Avanzando un poco en la soledad del bosque aunque con el sol de su lado, los dos jóvenes se alejaron solos de la torre en la dirección al bosque para internarse ellos solos en la búsqueda de ayuda para Ebalo; o al menos esa era la intención de Hypatia, Atreo por su parte solo iba tras ella para intentar detenerla y guiarla en su regreso. En un principio la acción osada de Hypatia parecía que sería un gran problema pues está no sabía que rumbo tomar, pero su hermano Atreo, con gran experiencia como cazador lo tenía muy fresco en la mente y decidió guiar el mismo a su hermana de regreso a la torre con la esperanza de que esta le hiciese caso.

Ebalo estaba a salvo, los dioses habían sido piadosos y había protegido al espartano.

Observó a su alrededor, faltaban Atreo e Hipatia que habían salido en dirección al poblado. Todos vivos aunque heridos, suficiente.

- Regresemos, aquí ya no tenemos nada que hacer. - comentó mientras vería a Ifianasa tomar el orbe sin peligro - Curemos nuestras heridas, esto apenas ha comenzado.

Después de mucho trabajo, conseguimos sacar a Ebalo de entre los escombros. El espartano estaba con vida y sin mucho daño, por lo que claramente es un acto de los dioses el haberlo mantenido a salvo. Sonrío feliz de ver que está sano antes de irme de espaldas y caer completamente agotado.

Mi cuerpo ya no me responde y mis heridas son graves, por lo que me quedo ahí, tirado sobre unas rocas mientras intento recuperar algo de mis fuerzas. El dolor es grande pero sé que conseguimos vencer este gran desafío y eso nada puede quitárnoslo.

El cielo está frente a mí y aún quedan horas de luz, por lo que me pregunto si retrasaré mucho el regreso que ordena el General Spyridon por mis heridas.

Los esfuerzos de todos por retirar los escombros en busca de Ebalo, dan sus frutos. Al retirar las últimas piedras observamos un halo de luz que envuelve al espartano y que lo había protegido de los impactos de la torre:-Espartano con suerte. Hera le ha protegido.-comento en el mismo instante que desaparece el halo de luz y deja a Ebalo para que lo saquemos de allí. Entre dos lo sacamos de allí y lo ponemos a una distancia segura de la torre en ruinas. 

Tras una visual del panorama, Spyridon da orden de regresar al pueblo a vendar nuestras heridas y encontrar a Atreo e Hypatia. Veía a mi hermano derrotado por el cansancio y me acerco a él:-Venga hermano.-le digo mientras le extiendo la mano y de un impulso lo levanto y coloco su brazo alrededor de mi cuello:-Vamos a por una copa de vino y comida, que nos la hemos ganado.-termino por decirle.

Cogiendo unos brazos que llegaban hasta mí, salí de aquella trampa que había resultado casi fatal, no me lo podía creer, la Diosa Hera me había protegido, susurrándome que sería necesario en un futuro cercano. De pie en medio de los escombros de la torre, se sacude la ropa y la capa, quitándole el polvo, Ébalo se dio cuenta lo que increible del hecho, había sobrevivido a algo que cualquier mortal hubiera muerto. Eso me coloca en una posición donde mi ego se alimenta y mi pecho se hincha orgulloso.

Durante un momento de euforia, me llamo a mí mismo Héroe, "Ébalo el inmortal" y "Ébalo el indestructible" son nombres que me vienen a la mente para mi próxima obra. Pero el momento pasa, porque mis ojos se detienen en las figuras, cansadas y heridas que están a mi alrededor. Soy un hipócrita, sin ellos, seguiría bajo los escombros y nadie oiría de mí.

Les doy las gracias uno a uno, dando la mano a los más respetables y algún abrazo con quien tengo más confianza, como Akintos, para acabar con una mano en el pecho de Ischyros que está bastante herido. También saludo a los que llegan y contento pero con lágrimas en los ojos y aturdido ante tanto derroche de esfuerzo para salvarme, empiezo a cantar.

Canto un canción lenta, mientras los escombros se asientan, lleno el bosque de una sonata de las que hacen mirar la luna, acordarte de tu familia o de tu amor, la letra, antigua marinera, habla de un destino que tenemos todos, que por muchos escollos que aparezcan, no habrá tormenta ni arrecifes que nos detendrán.

Despues de enfrentar bestias dignas de la imaginación de un enfermo mental, huir de una torre despedasandose y el milagro de que el espartano sobreviviese después de desentarrarlo; el gigante se encontraba mentalmente cansado, era hora de regresar al pueblo a descansar, tal cual había ordenado el general. El ateniense sin perder el tiempo miró a su hermano y sonrió, estaban bien y eso era importante; luego miró alrededor para ubicarse y ayudar a encontrar el camino de regreso a casa.

Apenas el grupo había sacado a Ebalo de la bóveda de roca donde se encontraba prisionero y Atreo junto a su hermana estaban de vuelta con ellos cuando todos vieron un destello luminoso frente a sus ojos que los impulso a un trance, justo como se sintieran antes.

-El Hades se está moviendo, puedo sentirlo- exclamó una voz que ya conocían y que pertenecía a la mismísima Hera. Se encontraban un bello lago en un lugar que sentían era el Olimpo mismo. -Vengan conmigo- les dijo de nuevo la misma voz al tiempo que deambulaban por aquel amplio lago bañados por las luces de las constelaciones y bajo la guardia de grandes monumentos de roca de extraña belleza cuyo significado desconocían.

-La sangre de los dioses será derramada, es inevitable. Pero el mal que se avecina puede ser detenido. El asesino en las sombras debe ser descubierto. Y para eso están aquí.- Les dijo Hera al tiempo que se adentraban a un amplio y bello palacio a los pies de una gran montaña que nacía en medio de aquel lago. Hera se encontraba recostada descansando, con toda su magnificencia estallando frente a los ojos de los héroes.

-Han probado ser dignos, y no solo ante mi. Pero su camino es difícil. Si su sendero es virtuoso, otros mas se unirán a su causa y con suerte verán lo que no han querido ver.-

Hera señaló una mesa donde habían doce copa cérvidas y les dijo entonces -Héroes de Grecia, ¿están dispuestos a seguir mis pasos y salvar no solo a sus seres queridos sino incluso a los mismos dioses? Si es así, beban de nuevo de mi sangre y forjad su pacto con los dioses- exclamó Hera al tiempo que sonreía levemente. Era claro para todos que tal como se decía, Hera no era una diosa del amor, y algo en la mirada de las misma les hacia sentir miedo, como cuando uno desea hacer enojar a su misma madre.

Por suerte o por obra y gracia de los dioses Ebalo estaba sano y salvo, esto con la llegada de mis sobrinos Atreo e Hypatia junto a la torre, hacía que todo nuestro grupo volviese a estar reunido. Justo en ese momento una nueva visión apareció ante nuestros ojos Hera la madre de todos se presentaba con toda su magnificencia, sin tiempo para digerirlo o capacidad para comprenderlo fuimos transportados ante el Sagrado Olimpo.

- Hace un momento.....soy muy viejo para estas cosas.

Me rasco la cabeza ante la imposibilidad de entender lo que nos está ocurriendo y sigo a la diosa. Nos cuenta parte de lo que ya nos contó y crípticamente nos cuenta lo que ocurrirá en el futuro. Nos conduce hasta su residencia una vez allí ante una mesa y doce copas nos hace una última proposición, con ella aceptaríamos un futuro ligado a los dioses. Extiendo la mano hasta una de las copas pero espero hasta que el resto se decida antes de beber.

- Para proteger a la familia.   

Akintos había desfallecido prácticamente con el enorme esfuerzo al mover las enormes rocas. Era demasiado consciente de cada centímetro de su cuerpo, de cada herida. Había sentido el cariño paternal que le profesaba su mentor, y aunque lo agradeciese y necesitase, sabía que no era el momento. Por lo que intentó ayudar hasta dónde pudo y luego se arrodilló a recuperar el aliento mientras Talios finalizaba el titánico menester.
Pasaban demasiadas cosas por su mente, la cual se calmó y alegró al darse cuenta de que el rubio espartano estaba vivo, y no solamente eso, se encontraba en mejor estado que muchos de ellos. Al verlo con su habitual alegría y escuchar sus mordaces comentarios, el escudero sintió el impulso de ponerse de pie y recibirlo con un cálido abrazo.
- pensé que los espartanos sobrevivían gracias a su duro entrenamiento, no por la gracia de alguna diosa- le comentó con un intento de sonrisa.

Cuando pudo por fin poner sus pensamientos en orden, se percató de lo dañados que se encontraban sus seres más queridos: Ischyros y Spyridon. Necesitaban reposo y tratar sus heridas. Cuando buscó el orbe en la hierba, pudo ver que ahora la sacerdotisa lo sostenía con soltura. Ifianasa era digna de aquello, su porte lo demostraba, su mirada transmitía esa sabiduría de aquellos dedicados al camino noble y justo señalado por los olímpicos.

Luego de aquello, creyó que estaba cayendo inconsciente de agotamiento, sin embargo el nuevo paisaje que se dibujó frente a sus ojos fue tan real como la Torre derrumbada.

Tal belleza volvía a calar muy profundo en él, le hacía añorar el abrazo de las profundidades sentido años atrás, cuando aún era un niño curioso. La tranquilidad golpeaba su corazón con suaves olas, cada una llegando y retrayendose con cada paso que daba en el Olimpo.
Aspiró profundamente, el dolor se iba, la belleza lo conmovió casi a punto de las lágrimas. Se preguntó dónde se encontraría el señor de los océanos cuando la anfitriona, Hera, se mostró en toda su magnificencia.

Aceptó tanto las cripticas palabras cómo la invitación a beber sin dudarlo, sin preguntarse sobre los motivos del destino para estar allí. En ese momento su fe en los dioses era absoluta: ellos proveerian lo que hiciese falta, y Akintos sería la pieza designada por los divinos mandatos.

En cuanto intentó moverse, el general se dio cuenta de hasta que punto estaba herido. Estaba cansado, con ese cansancio que solo da el trabajo realizado. Se permitió una ligera sonrisa.

De pronto parecía que estaba soñando. ¡¡ Hera, la diosa madre, había salido a su encuentro. Las acciones del grupo habían sido merecedoras de su atención !!

Spyridon no era especialmente fervoroso, pero siempre se había encomendado a Ares antes de iniciar cualquier batalla. El ver a su madre era algo que jamás pensaba que fuera posible. Tenía que ser un sueño.

Escuchó con atención a la diosa y cuando llegó el momento no dudó en forjar su pacto con los dioses. Sin ellos tenía claro que no llegarían a ninguna parte.

Tomó su copa de vino, alzándola ante Hera sin mostrar dudas e inclinándose ligeramente hacia ella en señal de respeto. Observó igualmente que Akintos ya la había alzado también lo que le enorgulleció al ver el arrojo de su pupilo y guardián, a la vez que el general Theron, que también había tomado su copa.

Estaba claro que los hombres de armas tenían pocas dudas en arriesgar sus vidas por el bien común.