Partida Rol por web

A Ingelyn se le empezaban a cerrar los párpados, así que por muchas ganas que tuviera de encontrar a sus amigos, supo que antes debía descansar un poco. Recorrió el túnel a la luz de la lámpara hasta que llegó a una pared en la que había excavado un nicho grande que albergaba una estatua de un guerrero enano con el escudo agrietado y al que le faltaba un trozo de cabeza que había caído a unos pasos de la base.

Descubrió que tras aquella estatua había un hueco lo suficientemente amplio para que ella se acomodase en él, así que se metió allí y preparó una almohada lo más mullida posible con su capa. Entonces se dio cuenta de que había perdido uno de los broches con los que se la sujetaba al vestido. Eso le entristeció, pero podía darse por satisfecha de haber perdido solo un broche durante aquella noche de locura...

Apagó la lámpara y no tardó en caer en un sueño profundo.

Ingelyn estaba tumbada aún cuando aquella luz la envolvió. Era tan intensa que la iluminaba por todas partes, pero no la cegaba, ni la molestaba de ningún modo. Aunque se asustó un poco, porque se encontraba bastante desorientada...

¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado allí?

Trató de recordar, mientras la luz parecía arremolinarse frente a ella, como si hubiera algo que la atrajese y la amontonase justo delante de Ingelyn. Entonces le pareció percibir una presencia. Era como si esa luz le sonriese, como si tratase de decirle algo... pero Ingelyn no podía entenderla.

¿Qué era aquél lugar? ¿Cómo había...?

Entonces su mano tocó algo frío a su izquierda. Era el Brazal de Oro. De repente, Ingelyn lo recordó todo...

... y despertó.

Una vez más, se encontró en el frío suelo de piedra de un túnel enano en mitad de los bosques de Skald, al sur de Skermnir. Qué sueño tan raro... A Ingelyn le costó unos segundos darse cuenta de dónde estaba, pero luego recordó la urgencia de su misión, y notó una punzada de alarma que se alivió en cuanto comprobó que el Brazal seguía allí, junto a ella.

¿Cuánto tiempo habría dormido? No podía saberlo, puesto que bajo tierra la oscuridad era absoluta y no podía ver ni la más mínima rendija de cielo. Pero se sentía mejor, y más descansada. Aunque el hambre seguía atacándola sin piedad...

Estaba pensando en aquello, cuando oyó un ruido amortiguado que venía de algún lugar a su izquierda. Era un ruido mecánico y rítmico, como si una maquinaria enana se hubiese activado en alguna parte.

Pese a la inquietud que le había provocado aquella extraña sombra de sonrisa ladina, la luz que cubrió a Ingelyn durante unos largos segundos se le antojó más familiar, cercana y como si tratase de comunicarse con ella. Para su desgracia cuando sintió el Brazal todo aquello terminó de improvisto y abrió los ojos, revolviéndose en el suelo por la confusión.

Con un gemido contenido de angustia se levantó como pudo, sintiendo el rugir de sus tripas aclamando comida con urgencia: estaba acostumbrada a que nunca le faltara de nada y sabía que acusaba aquellas cosas más que muchos de sus compañeros de comitiva... ¿Dónde estarían? ¿Habrían despertado ya?

Se incorporó del todo para dirigirse en dirección al ruido que escuchaba, sigilosamente, tratando de descubrir si era algo que había funcionado de manera independiente o había sido activado por alguien: las creaciones de los enanos todavía le eran desconocidas, así que poco podría saber si no se acercaba a mirar.

Ingelyn se levantó y reanudó su camino por el subsuelo de Skald. A la luz de la lámpara, comprobó que aquellos túneles enanos parecían muy, pero que muy antiguos. Y sin embargo, daban una sensación de solidez como pocas veces había experimentado la joven princesa. Siguiendo el sonido de aquella maquinaria, recorrió pasillos y salas de piedra tan oscuras y silenciosas que tuvo la sensación de estar sola en el mundo, pero en todo momento supo que aquella construcción podría estar ahí mil años después de que ella y todos los que conocía hubieran muerto y sus huesos sólo fueran polvo.

El sonido mecánico se escuchaba cada vez más cerca, e Ingelyn se dio cuenta de que debía ser una maquinaria enorme. Pero justo al cruzar un umbral que la llevó a un largo corredor con forma octogonal, escuchó un sonido diferente. Era una voz, aguda y desagradable, que hablaba en susurros un poco más adelante.

—¿Ves eso? Es una luz... Alguien viene...

Otra voz, algo más grave pero más trémula, contestó temerosa.

—¿Más enanos...?

—No lo sé... ¡Escóndete, rápido!

Se oyeron unos pasos apresurados de pies desnudos y pequeños, y después todo quedó en silencio una vez más salvo por el ruido invariable de la maquinaria que guiaba a la princesa.

Andaba con cautela, mirando a todas partes como si aquellos pasillos se les fueran a caer encima en cualquier momento, aunque realmente la princesa sabía que aquello permanecería prácticamente inmutable a lo largo de los milenos. No dejaba de darle vueltas a por qué la máquina había arrancado aquella noche y empezó a plantearse si la presencia del Brazal allí podría tener algo que ver.

Cuando escuchó aquellas voces se quedó helada, muy atenta a lo que podía haber más adelante aunque no viera absolutamente nada. Cuando las criaturas huyeron se adelantó un poco más: fueran quienes fueran debían haber hecho de aquel sitio su hogar, pero parecían tener miedo.

—¡No vengo a haceros daño, sólo busco cómo salir de aquí!—

Hubo un momento de silencio después de que Ingelyn dijese aquello, y después los pasos volvieron a escucharse. Dos pequeñas criaturas salieron de la oscuridad y la princesa pudo verlas a la luz de su lámpara. Sintió un escalofrío de alarma inmediatamente. Eran dos goblins, que apenas le llegaban a la altura de la barbilla a Ingelyn, y no daban la impresión de tener muy buenas pulgas...

Los dos llevaban armadura, aunque abollada y roñosa. Y también estaban armados.

—¡Pero si es una humana! —gruñó uno de los goblins—. Menudo susto me ha dado...

El goblin que había hablado primero estaba tan gordo que parecía más ancho que alto. Llevaba una pesada maza de metal con pinchos, que apoyó en el suelo delante de él.

El goblin más delgado escupió al suelo de piedra. Llevaba una espada mellada y torcida.

—Mocosa idiota... —gruñó—. Tienes que ser realmente estúpida para rondar por estos túneles tú sola... Pero ya que estás aquí, lo aprovecharemos. ¡Venga, suelta todo lo que lleves de valor y quizá te dejemos con vida por pura lástima!

Maldita sea. Goblins. Sólo los había visto en otra ocasión y el encuentro no había sido precisamente agradable, pero aunque en aquel entonces estaba acompañada también era mucho menos diestra con la espada. Conteniendo la extraña mezcla entre asco y miedo se puso todo lo recta de lo que fue capaz, aunque eso provocó que el estómago le rugiese con más fuerza.

—No digas bobadas, patán, con esa espada no podrías matar ni a una vaca vieja. Soy Ingelyn, heroína del pueblo skaldi. No me importa salir de este... dichoso lugar, sea lo que sea, de la manera más pacífica o cubierta de sangre de goblin. Soy joven pero ya he matado a más de los vuestros que años he vivido en este mundo... y ni siquiera nadie os escuchará gritar cuando os haga pedazos.— ¿había... sonado convincente? La Princesa intentó envalentonarse según hablaba, sacando pecho y mostrando levemente el filo de Rimkant fuera de la vaina—. Si me dais paso sin armar escándalo y me decís por qué se ha activado esta extraña maquinaria seré yo quien os deje vivir. No por lástima, si no porque dos goblins muertos no me aportan nada de nada.

Los goblins se habían acercado amenazadoramente a Ingelyn... pero cuando la chica se afianzó en su posición y sobre todo cuando vieron asomar el helado filo de Rimkant, se detuvieron y agazaparon ligeramente. De pronto, parecían mucho menos decididos...

—Eh... vale, vale —dijo uno de ellos—. No te pongas nerviosa, sólo era una broma... Por nosotros puedes ir a donde quieras.

El otro goblin se apartó también, aunque miró a Ingelyn con una expresión ceñuda, lanzando fugaces vistazos a la hoja mágica de la princesa. En sus ojos había una mezcla de miedo y codicia al ver la espada... aunque por el momento, ganaba el miedo.

—No tenemos ni idea de por qué esa máquina ha empezado a funcionar —dijo—. Llevamos años aquí, y nunca se había activado nada... ¿Pero qué demonios haces tú aquí, y por dónde has entrado?

La Princesa no dejaba de lanzar miradas de soslayo al goblin delgado, atenta a lo que aquel desgraciado pudiese hacer en cualquier momento. Muy a su pesar, era necesaria la ayuda de esos dos para encontrar el camino de salida y además no parecían haber encontrado más humanos como ella... así que parecía improbable que sus amigos hubiesen entrado allí.

Tenía que volver lo antes posible a la cabaña para comprobar si estaban todos bien. ¡Y rápido!

—Eso es muy extraño...— no lo era tanto, si pensaba en que el Brazal era un artefacto enano y que parecía haberse activado todo poco después de entrar ella en ese subterráneo tan extraño, pero no era algo que le fuese a decir a ese par de goblins—. Había un mago enano por aquí cerca, versado en las artes de la nigromancia. No queréis que os coja u os convertiréis en otro más de sus sacos de huesos animados que utiliza para sus fines. Si no salgo rápido de aquí lo más probable es que baje a buscarme y entonces... os cogerá. Entré por una de las puertas enanas de la torre: él la había abierto de alguna manera con su poder.

Los goblins se miraron por un momento, confusos y atemorizados. El que estaba más gordo empezó a mover las manos, nervioso.

—El... ¡el enano oscuro! —gimió—. ¡Creí que se había ido para siempre! Oh, no... ¿Por qué a nosotros...?

El otro goblin le dio una patada.

—¡Ca... cállate, estúpido! No empieces a lloriquear como un ratón...

Pero lo cierto era que él mismo parecía muy asustado.

—Si ese enano vuelve, no tenemos más que hacer lo que hacemos siempre. Mantenernos alejados de su guarida. Hasta ahora ha funcionado, ¿no...?

El goblin rollizo iba a contestar algo, pero en ese momento pudieron oír claramente un bramido que sonaba por debajo de ellos. Era como si una criatura enorme hubiera lanzado un desafío, y su grito hubiese reverberado por todo el complejo de túneles.

Los dos goblins se estremecieron, y sin pensarlo dos veces echaron a correr alejándose de Ingelyn hasta que se perdieron en la oscuridad. La princesa estaba sola una vez más.

Aquel tremendo sonido le heló la sangre y se quedó totalmente inmóvil, pero en cuanto los goblins empezaron a correr su cerebro le lanzó una descarga de peligro. ¡No podía quedarse ahí!

Ella también echó a correr, pero en cuanto la oscuridad volvió a devorarla frenó un poco su avance para no estamparse contra alguna pared o, peor, caerse de bruces al suelo al tropezar con algo. Mientras caminaba tratando de enterarse de dónde estaba y cómo salir de allí puso su oído atenta a cualquier variación llamativa: el sonido de una batalla o el lamento de aquella bestia. Cualquier cosa que le dejase claro que no estaba sola allí. Ahora sabía que la guarida de aquel enano no debía andar muy lejos y tenía que ir con mucha más precaución.

Ingelyn se concentró en escuchar algo... pero la verdad es que no hubiera hecho falta que aguzase mucho el oído. Habían pasado un par de minutos desde que se escuchó aquél bramido, cuando de pronto el suelo comenzó a temblar. En algún lugar, no muy lejos, el estruendo de un derrumbe pudo oírse con claridad. Algo violento debía haber ocurrido para que uno de esos pasadizos que habían aguantado años se viniera abajo de repente.

La princesa se esforzó por mantener el equilibrio, y justo cuando las vibraciones cesaron, pudo oír una vez más la voz de aquellos goblins. Parecían estar un poco más adelante, hablando con alguien, pero Ingelyn no podía verlos. Sólo distinguía una tenue luz, como si alguien estuviera portando una antorcha a unos cuarenta o cincuenta pasos de donde ella estaba.

No tendría otra oportunidad como aquella: quizá se trataba del enano, en cuyo caso estaría en un grave problema, pero es posible que fuera cualquiera de sus compañeros y que, de irse, los perdería ya de manera definitiva. Así que la Princesa no tuvo más remedio que avanzar a paso ligero, tratando de no llamar demasiado la atención para recortar distancias hasta que pudiera ver al dueño de esa antorcha.

Su corazón latía con fuerza, atenazado por la tensión y el miedo, pero seguía teniendo una ligera esperanza de que pudiesen ser Ilva, Glyrhel y la otra exploradora volariana que se fue con ellos.

Ilwen asintió y salió a la carrera detrás de Mara... pero se detuvo casi inmediatamente y puso una mano sobre el hombro de la volariana, para detenerla. Al volverse, Mara vio que la elfa señalaba algo en la dirección de la que habían venido los goblins.

—¡Mira!