Partida Rol por web

Al llegar a aquél lugar sin ornamentos, Ylva supo inmediatamente que estaba en una mina enana. No podía oír nada, y a la tenue luz que les guiaba tampoco es que pudiera ver demasiadas cosas interesantes... pero sus ojos se fijaron especialmente en la vagoneta metálica que descansaba torcida sobre las vías, y en los andamios que había delante de ellos. Su ojo captó entonces algo llamativo.

Había un pequeño cartel en uno de los andamios, que señalaba con una flecha la ruta de la izquierda, justo la que Mawi acababa de indicarles como la que ella seguiría. Unas cuantas runas estaban escritas en el cartel, y se sorprendió una vez más al comprobar que podía leerlas.

<--- Mina Norte

Era sin duda un cartel que indicaba a dónde conducía la vía en aquella dirección.

Ante el parlamento de Runi, Lognar abrió los ojos sorprendido. Parecía asombrarle que el viejo mago supiera tantas cosas.

—Así que esa rata llorona de Sven ha acabado por cantar —gruñó—. Los siervos de Thoran son un atajo de cobardes...

Sonrió con malicia y rió entre dientes cuando Runi se refirió al valor de los skaldi y los enanos.

—De poco os servirá vuestro valor ante los cadáveres del nigromante enano —dijo—. Si te has enfrentado a ellos, ya sabrás que son terribles. Conservan toda la fuerza y la brutalidad de los guerreros vivos que fueron, pero han olvidado el miedo y el cansancio. Y Murgin cuenta con muchos más. Pero no importa, Runi... yo puedo vencerle. Cree que me la ha jugado, pero es al revés. Sé cosas que él ignora y que serán su perdición.

Recuperó la seriedad, y tendió la mano a la copia de Runi.

—Siempre respeté tu poder y tu inteligencia, Runi—su tono se volvió persuasivo—. Lo sabes. Y estoy seguro de que aún eres listo. No quiero matarte si puedo evitarlo, y tú no puedes enfrentarte sólo a las fuerzas de Murgin. Ingelyn y Thoran tampoco podrán, ni los enanos de Krar Umgar. Si yo fuera tú, me alejaría de ellos ahora que aún estás a tiempo. Júrame lealtad a mí, nos aprovecharemos del hechicero enano, haremos que nos ayude a gobernar Skald y luego le quitaremos de enmedio con mi... arma secreta.

Calló un instante. El silencio en la vieja galería enana era casi absoluto, mientras los hombres del jarl traidor apretaban los mangos de sus armas. Estaba claro que saltarían sobre la imagen de Runi en cuanto su jefe se lo ordenase.

—Es tu última oportunidad —advirtió Lognar—. Entrégame a Ingelyn. Ahora.

Runi arrugó en el entrecejo, como pensando seriamente la propuesta de Logmar hasta que agachó la cabeza como alicaido. Aunque si el jarl renegado escuchaba podía ori algún sonido. Suave al principio, pero que iba en aumento hasta. Parecían risas, risas que se transformaron en una carcajada con la cabeza bien alta. El viejo mago incluso se secó una lagrimilla que le caia de la intensidad.

-Ay Logmar. Casi te creo y todo. Un arma secreta dice. Derrotar a Murgin dice. Con lo que tú has sido. Hubo un tiempo en el que podías haber sido respetado si hubieses sabido cúal era tú sitio. Pero no, querías más. Bueno. Algo más conseguiras, pero desde luego no lo que anhelas.-

Cogió un poco de resuello para recuperarse.

-Lo único que lamento es que no veré como el enano te destroza, a tí y a tú "arma secreta" sonriente, casi me dan ganas de unirme a tí sólo para ver cómo lo hace.-

Miró a los soldados para ver cual parecía más nervioso, y fijó su mirada en ese.

-Es posible que no salga con vida. Pero desde luego todos vosotros tampoco lo vais a lograr, y los que mueran lo harán con mucho, mucho dolor.-

Volvió la vista a Lognar.

-Jamas tendrás Ingelyn Lognar. Mientras me quede aliento en mi viejo cuerpo me opondré a tí.-

Ylva pegó un respingo cuando el enorme cuervo se posó en su hombro. ¡Aquello no tenía sentido! Era Glyrhel el que desbordaba magia por los cuatro costados, el que sería un gran mago (y un hombre libre) en el reino, el que sería invitado a sesudas reuniones y adquiriría inmensos conocimientos sobre lo arcano y lo divino. ¡Tenía que estar en el hombro del muchacho, no en el suyo! A no ser... A no ser que fuese una señal, una más entre otras, de que tenía que protegerlo hasta el fin. Ella no podía entender el graznido de Svartfloy pero por un momento pensó que marcaba un vínculo entre su amigo y ella. En dos segundos se puso roja como las bayas de acebo por motivos muy diferentes de la carrera. 

La muchacha aceleró aún más, haciendo que el cuervo tuviese que clavar con más fuerza las garras en el hombro de la joven para no desequilibrarse. Al llegar a la bifurcación, la chica se quedó confusa, esperando a sus compañeros. Justo cuando iba a señalar algo, Mawi indicó el camino.

—Por ahí se va a la Mina Norte— dijo muy segura antes de señalar unas runas enanas. Por algún motivo, la niña podía leerlas como si se tratase de su lengua natal.— Vamos por allí, pero ¿sabes qué es lo que hay, Strumni?

Que el cuervo se hubiera posado en su hombro podía tener muchas interpretaciones, posiblemente más que significados, pero en la mente del muchacho solo adquirieron protagonismo dos. No era falta de imaginación, nada más lejos de la realidad, pues la única razón para esa dualidad, tan propia por otra parte del ser humano, era que esos dos pensamientos que quedaban eran lo mejor y lo peor en lo que podía llegar a pensar.

Que el animal, ligado al mago a saber en qué circunstancias pero que Glyrhel no podía concebir sin un juramento del tipo “hasta que la muerte os separe”, se alejara del anciano no era, en absoluto, buena, señal. Pero en aquel último vuelo de dolorosa despedida, había ido a parar a los hombros del joven, y eso, para él, suponía cierto reconocimiento a su recién descubierto potencial como mago.

Le hubiera gustado sentirse alegre, feliz por aquello último, pero no podía. La tristeza, nacida de la peliaguda situación en la que habían dejado a Runi, había ganado, y la victoria no tardó en ser completa tan pronto el muy traidor del cuervo revoloteó a la menor oportunidad en busca de un asiento más cómodo junto al oído de Ylva.

- Entonces izquierda, ¿no? – intervino Glyrhel mirando con tristeza, y también con cierto despecho, un hombro que apenas en unos segundos había imaginado casado, con casa e hijos (la parejita) y que al final no podía haber acabado más soltero y desahuciado.

Se detuvo con el resto, miró a los lados y suspiró. Una nueva bifurcación ¿cuántas iban ya? Miró a ambos lados y trató de recabar algo de información por los alrededores. Todo parecía antiguo y desmadejado y eso era bueno. Con suerte si alguien había pasado por allí habría dejado algún rastro, por pequeño que fuera que le permitiría el asegurar los pasos que debían de dar a continuación.

—Dejadme echar un pequeño vistazo, no dudo de la buena fortuna de nuestra guía pero uno tiene una edad ya y tiene ciertas costumbres que desaparecen con dificultad —comentó el enano mientras comprobaba los alrededores con ojos curiosos, intentando que nada se le pasara por alto.

—Me temo que lo ignoro Ylva, nunca he visitado estas minas y aunque todas son similares cada una tiene sus singularidades. Quiero ver si encuentro alguna huella, algo debe de haber siempre hay — dijo agachado observando el suelo todavía más cerca de lo que su baja estatura le obligaba. Por algún lado debía de haber algo, lo que fuera que le ayudara a decidirse.

—No tardaré mucho, lo prometo —sentenció el enano.

Ylva sopló por la nariz, indignada. ¿Acaso Strumni creía que no había mirado? O peor aún, ¡¿Creía que había mirado solo por encima?! Aquella falta de confianza en sus habilidades era insultante. Sobre todo cuando el tiempo era vital en aquellas circunstancias. Cuidadosamente, examinó la vagoneta y la vía, mientras una loca idea aparecía en su cabeza. Meditando sobre ella, acarició el pecho del cuervo antes de mirar otra vez a la profundidad de la cueva y tomó una decisión. Al fin y al cabo, su padre le había dicho que tenía que hacer todo lo posible, y le había enseñado a confiar en si misma. Aunque el enano no lo hiciese. Probablemente porque desconfiaba de la habilidad los humanos, de los jóvenes o de todo a la vez.

—Mientras buscas me iré adelantando unos metros —resolvió actuando deprisa y poniéndose en marcha— Ingelyn nos espera.

Lognar frunció el ceño y apretó los dientes. Su mano se cerró con fuerza alrededor de la empuñadura de la espada.

—Muy bien —gruñó—. Terco viviste, terco morirás. Tendré que encontrar a esa mocosa sin tu ayuda.

Desenvainó su arma y apuntó con ella a la imagen de Runi.

—¡Matadlo!

Desde su parapeto secreto, Runi pudo ver cómo los hombres de Lognar se lanzaban sobre su copia, mientras su jefe permanecía en la retaguardia. El mago conocía lo suficiente al jarl traidor para saber que eso era típico de él. Esperaría a ver qué ocurría antes de lanzarse al combate, y sólo intervendría cuando la batalla no ofreciera peligro. Era algo despreciable en un skaldi... pero también el modo en que suelen conducirse los cobardes.

Los hombres de Lognar atacaron a la imagen de Runi, mientras el mago se esforzaba por controlarla de forma realista pero a la vez hacer que esquivara los envites de sus enemigos. Era más complicado de lo que parecía, pero de algún modo Runi lo fue consiguiendo. No sabía cuánto tiempo podría mantener aquella mascarada, pero cuanto más fuera, más ventaja les daría a sus compañeros.

El mal pálpito no se iba de la mente de Strumni. ¿Temía una trampa? No, no era eso... Tenía la impresión de estar olvidando algo. Algo importante.

Intentó hacer lo que mejor sabía, y no tuvo que buscar demasiado antes de encontrar huellas y señales de que por aquella mina habían pasado todo tipo de criaturas. En especial, el suelo estaba lleno de huellas de goblins. No cabía duda de que aunque en ese momento todo estuviera tranquilo, los inmundos pielesverdes tenían acceso a aquél lugar. No podían bajar la guardia.

Ylva se adelantó por la galería que Mawi había señalado, y a medida que se alejaba del grupo notó que la luz disminuía. Pero aún podía ver bastante de la gruta que tenía delante. La vía continuaba, serpenteando un par de veces a izquierda y derecha. Luego se perdía tras un recodo de roca en dirección diestra.

No había nada llamativo en el túnel. Al menos a simple vista.

Mientras Ylva y Strumni rastreaban como sólo ellos sabían, Merial se aproximó a Glyrhel, Mawi y Tressa. Parecía muy preocupada, especialmente desde que habían dejado atrás a Runi.

—Esto no me gusta nada —dijo—. Tengo la sensación de no moverme por propia voluntad, si no de ser una marioneta en manos de alguien. No sé... quizá ese ser de sombras, o algún otro. Pero sea como sea, creo que nos están dirigiendo hacia algo. Algo malo...

Tragó saliva y miró al resto, como si esperase que alguno de ellos supiera qué hacer. Ella parecía encontrarse muy perdida.

Agachado mirando el suelo encontró algo que le hizo levantar la mirada. Señalando con el brazo estirado habló a los jóvenes allí presentes.

—Han pasado antes enemigos por aquí, goblins seguramente. Tenemos que avanzar con mucho cuidado. Tened los ojos bien abiertos, de poca ayuda le seremos a Ingelyn si nos asaltan —comentó mientras se ponía en pie y reanudaba la marcha tras Ylva que parecía muy decidida, seguramente por el empuje natural de la juventud.

El enano acarició su ballesta mientras miraba a los lados, aquel extraño malestar interno no desaparecía, algo se le escapaba y no le agradaba lo más mínimo. Aquel tropel de jovenzuelos estaban bajo su cargo, además debía de rescatar a la princesa y pese a que estaba convencido de estar cada vez más cerca, cuanto más avanzaban más perdido se sentía.

Gruñó por lo bajo sin dejar de darle vueltas a la cabeza. No era un buen momento para perder la memoria o pasar por alto algo.

La arquera achinó los ojos, tratando de aprovechar el mínimo resquicio de luz para ver por donde continuaba la vía. La loca idea de usar la vagoneta seguía rondando por su cabeza, cada vez más tenue, a medida que avanzaba por el túnel y veía el camino, cada vez más oscuro. En aquel momento, Ylva se paró. Se había alejado mucho del grupo y estaba sola en la penumbra, pero aquello no le asustaba... Aunque si le ponía un poco nerviosa lo que estaba a punto de hacer, aunque ni bajo tortura lo confesaría. Levantó la cabeza y esbozó una sonrisa desafiante.

—Sé que estás ahí —susurró muy bajo, para que su voz no llegase hasta sus amigos por efecto del eco— Dímelo. ¿Por qué quieres a Ingelyn y por qué nos guías a ella?

Ylva calló unos segundos. Suponía porque quería a la princesa, la historia que le habían contado los enanos, la visión que había tenido y todo lo demás tenía cierto sentido, pero había algo que no. Podía parecer menos importante y, probablemente muchos le criticarían que se preocupase por gente ajena a su pueblo cuando este estaba en peligro también, pero era algo que no podía ignorar.

—Y sobre todo, Sonrisitas... ¿Por qué los quieres a ellos?— murmuró finalmente aún más bajo— ¿Por qué quieres a los arbóreos?

Podía comprender la razón por la que había secuestrado a las elfas, pero el asunto de los arbóreos le resultaba incomprensible.

Manejar aquella imagen para esquivar todos aquellos ataques no era tarea fácil. Claro que sería mucho más complicado en caso de que fuera él mismo quién tuviera que esquivar de verdad todas aquellas hojas.
No, lo dificil no era eso. Lo dificil era hacerlo de forma convincente. Si empezaba a dar saltos y volteretas como un saltimbanqui Lognar sospecharía. Tenía que alejarse de las espadas en el último momento, hacer parecer que sufría con cada acción. Poner gotas de sudor en su frente.
Podía achacar algunas cosas a su magía, de hecho decía cosas como "no podéis tocarme si yo no quiero", "mis conjuros defensivos me protegen de vuestros traidores filos", pero en algún momento Lognar sospecharía. El traidor skaldi no había llegado hasta allí por nada. Era astuto, peligrosamente astuto. Y el cuerpo real del viejo mago estaba sufriendo por toda aquella intensidad que realizaba. La frente arrugada, y sus manos aferrando el bastón con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.

-Aguanta viejo. Maldita sea, aguanta. Eres lo único que se interpone ahora mismo entre Lognar y los chicos. Siempre te has dicho que eras bueno, demuestralo ahora. Cueste lo que cueste. _{Cueste lo que cueste.}-

La magia en el interior de Runi se iba agotando rápidamente, y los recipientes que tenía no eran eternos.

A pesar de lo duro que resultaba manejar su copia de un modo convincente, Runi iba recordando cómo se hacía y poco a poco iba cogiéndole el truco. Esquivó un par de mandoblazos de forma bastante realista, y pudo comprobar que los ojos de todos sus enemigos se centraban exclusivamente en su clon. Ninguno de ellos, ni siquiera Lognar, parecía sospechar nada.

Mientras los skaldi traidores continuaban tratando de alcanzar al señuelo con sus ataques, un soldado más llegó por el mismo pasillo desde el que había llegado toda la comitiva de Lognar. Se detuvo un momento, sorprendido de ver que sus compañeros combatían contra la imagen de Runi, pero luego corrió hasta el jarl traidor y le dijo algo apresuradamente. En mitad de la lucha, Runi no pudo oírlo, pero sí vio que la expresión de Lognar cambió y que una alarmante sonrisa de triunfo asomó a sus labios.

Lognar señaló a dos de sus hombres.

—¡Venid conmigo! —les ordenó—. ¡Los demás, acabad con el viejo y después replegaos al campamento! 

Después, se dio la vuelta y echó a correr para desandar los pasos que le habían llevado hasta allí. No tardó en desaparecer tras el marco de piedra por el que su subordinado había llegado hacía unos instantes, mientras los skaldi a los que había dejado para acabar con Runi seguían atacando sin piedad al viejo.

Ylva esperó en la oscuridad una respuesta a sus preguntas, pero esta no llegó. Si Sonrisitas estaba escuchándola, no reaccionó de ninguna manera. Sólo hubo silencio y tinieblas.

Strumni acababa de decir aquello cuando pudieron escuchar un sonido que les puso en guardia. Procedía del camino que ellos mismos acababan de recorrer para llegar hasta aquél recodo de la mina enana. Eran pasos.

Mawi se escondió detrás de Glyrhel, y Merial se puso en guardia inmediatamente. ¿Sería Runi que les había alcanzado? Pero aquellos pasos no sonaban como los del viejo mago...

Unos instantes después, una forma surgió en la oscuridad de la galería. Se les puso la carne de gallina al comprobar que se trataba de un esqueleto armado con una pesada espada curva y un escudo abollado.