Partida Rol por web

La retahíla que le siguió a su pregunta fue... En verdad, la muchacha no comprendía aquello. Se rascó la cabeza y miró confundida, tanto al músico como a la no-niña. 

"Que yo sepa, soy humano, hijo de humanos", protestó Jaskier, y Ella intentando aclarar: —Pe-pero es que yo... —el  "nunca dije que no fueras humano" le quedó atorado como piedra en su garganta cuando el músico dijo aquello del hambre.  Weoh, pensó. 

Weoh, recordó, era un huérfano de origen incierto acogido por el Clan una década atrás, cuando Ella misma aún era una niña. Aquel huérfano era varios años mayor que Ella, pero no la superaba en estatura. Quizá porque amamantado por el hambre de su madre no había crecido firme. Y pese a los muchos cuidados que le prodigaran desde su llegada al Clan del Oso, el cuerpo del muchacho nunca logró fortalecerse. Pero sí lo hizo su garganta. Contaba mejor que nadie historias de batallas y de las grandes aguas (Weoh amaba el mar) o noticias de más allá las lindes de las tierras del Clan. Cantaba sin cansarse y su poderosa voz se escuchaba desde muy lejos. Y la niña amaba aquellas historias.

Abrumada por la nostalgia que arrastraba aquel recuerdo, Ella sacudió la cabeza para apartarlo y no quedar atrapada en él, pero entonces escuchó un interminable rezongo: "...pero no tenemos músculos cual troncos de árboles ni barbas largas como crines de caballo como los enanos, pues entonces tenemos que ser niños. Tengo veintisiete, veintisiete malditos años..." Ella alzó los brazos en son de paz e intentó explicar aquella confusión de su parte: —Perdón, pero es que ni siquiera sabía que existían los medianos y... —Fue inútil, Lakara no escuchaba las disculpas de la muchacha; o quizá sí, pero los torpes modales de Ella no mejoraban la situación. 

La muchacha miró a Morwen en busca de auxilio y entonces escuchó... "no tengas en cuenta esa comparación de mierda", le decía la elfa a la mediana.  

Ella se cruzó de brazos, se encogió de hombros y suspiró. No entendía como había acabado todo en aquel alboroto. ¿Fea, encleque? ¿Pero quién le dijo aquello? Mejor me zurzo la boca, pensó. Y así lo hizo, al menos hasta alcanzar la vera del río. 

***

Después de la efímera y sobrecogedora visión de aquel lejano bosque, la muchacha se sentó sobre una roca junto al río y contempló el rápido movimiento de las aguas. Sonrió complacida y se inclinó con reverencia. 

—Hermano río, ¿qué noticias traes de las montañas? —susurró. 

Y hubiera continuado así un buen rato, conversando con el río si no fuera por aquel olor que inundó sus fosas nasales. Se paró sobre la roca y oteó en derredor sin encontrar ningún rastro claro del humo. Extrañada, le susurró a Erik: 

—¿Ves algo? Está de camino al Puente Gris. Sea lo que sea, debemos estar atentos...

La pobre Ella parece desconsolada por la reacción de Lakara, pero es porque aún no conoce a la mediana y su manera de expresarse. Gemnir decide no intervenir en la conversación, no sea que se líe todo aún más, y continúa el camino junto al resto del grupo.

Cuando alcanzan el río, observa su fuerte corriente y sabe al instante que la única manera de cruzarlo es por un puente o vado. En ese punto, es del todo imposible salvo que quieran acabar ahogándose.

—Bueno, parece que al menos tenemos nuestro objetivo a la vista por fin —dice mientras estira un poco los brazos.

Luego capta el olor del fuego y se pone en guardia.

—Quizá sólo sea una hoguera, pero... huele bastante a humo y no se ve a nadie cerca. Me da la sensación de que hay un incendio en alguna parte. Espero equivocarme.

Algo alarmado, me llevo la mano a la frente y oteo en busca de poder avistar pistas

Él también había olido el fuego en cuanto habían llegado. Hechó una última mirada al Bosque. Estaban ya muy cerca, y les quedaba poco tiempo. Pero quizás hubiese gente que necesitase ayuda.

-¿Deberíamos ir a comprobarlo? Si alguna cada ha prendido fuego, necesitarán todas las manos que puedan para apagarlo.

Lakara estaba tan lejos de darse cuenta de lo gruñona que podía llegar a ser como lejos estaba del suelo cuando iba subida en Nair. Por eso ni se dio cuenta de la frustración de la mujer oso, aunque sí agradeció con un gesto las palabras de Morwen y se apuntó una victoria ante el silencio de Jaskier. Pequeños logros, paso a paso.

Lo que no era una victoria era esa cosa negra que había aparecido durante un segundo sobre el cielo encapotado del bosque para desaparecer inmediatamente, casi como si se tratara de un mal augurio, una advertencia de lo que allí se podían encontrar. Pero eso era al norte y ellos iban hacia la linde que se vislumbraba dirección sur.

Lo que sí se olía dirección sur era fuego, como cuando el granero de Otilda la Vizca se había incendiado. Quizás fuera una hoguera, por deducción era lo que le parecía más lógico.

- Espero que como decís, sea una hoguera pero de todos modos, si seguimos por donde vamos y es algo más grave, no tardaremos en ver columnas de humo negro alzándose o el humo enturbiando la vista. De momento no se ve nada así que o está realmente demasiado lejos y nos exigiría desviarnos horas de nuestro camino - y llegar con todo quemado, que sería de lo más inútil a no ser que les apeteciera bacon - o es una hoguera y alguien se está cocinando un tentempié de medio día.

Mientras seguía el camino miraba el río y cómo este bajaba con fuerza. Al menos eso les dejaba claro el camino que tenían que seguir tomando, ya que cruzarlo era impensable ahora mismo. No pasó desapercibida para ella aquella nube que, sorprendentemente, desapareció tan pronto como la vio. En el horizonte, sobre lo que parecía... ¿EL bosque? Su corazón se aceleró. Inspiró con fuerza para relajarse, y entonces notó el olor. ¿Era leña o...?

Tras escuchar lo que el resto opinaba finalmente habló tras la mediana.- Tiene razón, sí. -Señaló a Lakara. Su propuesta parecía la más lógica. Seguir el camino, que al fin y al cabo no les sobraba tiempo, y ver si de paso se aclaraba algo más con respecto al fuego.

Siguen caminando, pendientes del olor a humo y de lo que puedan encontrar en el camino. Y no tardan demasiado en ver el humo negro que procede de algún punto, no muy lejano, tras una pequeña elevación que tienen que subir. Al llegar a la cima, aun con el solo en lo alto del cielo, pueden ver una ciudad. Una ciudad atravesada por el río, unida por un puente. El humo llega de la parte más occidental de la ciudad.

No puede saberse con certeza lo que está pasando, pero el humo indica un incendio. Aun no están lo bastante cerca para escuchar ningún sonido procedente de allí.

— Gentes, podemos ver que el humo procede de un punto — sigo señalando lo evidente.

— El tiempo que tenemos es justo, MUY JUSTO — digo recalcando esto — ¿Quereis deteneros a ayudar a esta aldea?

La muchacha enarcó una ceja y miró de soslayo a Jaskier. ¿Pero de qué estaba hablando? Ella lo ignoraba, pero tampoco le importaba. No preguntó ni declaró sus intenciones. Solo echó a correr en dirección al humo. Si acaso alguien necesitaba ayuda ¿cómo no iba a ofrecerla?. Ya se encargaría después de alcanzar al grupo si estos decidían atravesar el Puente Gris y dejar la aldea atrás.

Gemnir va a mascullar algo sobre la mala suerte, pero en ese momento, Ella echa a correr en dirección al fuego.

—Bueno, creo que han decidido por nosotros —dice—. De todas formas, hay que cruzar el puente. Así que no tenemos más remedio que ir hacia allí.

Se echa una vez más el martillo al hombro y se prepara para moverse tan rápido como sus cortas piernas le permitan.

Erik se limitó a asentir a las palabras de Gemnir y sujetarse a la espalda su lanza, que estaba usando como bastón durante la caminata, antes de salir corriendo detrás de Ella.

Quizás ya tuviesen todo bajo control, y cuando llegasen no necesitasen más ayuda. Pero si no era así, no iba a quedarse mirando mientras se quemaban las casas y la gente.

Al final el humo sí procedía de la aldea que tenían que atravesar, aunque teniendo en cuenta que hasta hacía poco no lo habían visto, tenía dudas de su gravedad. Aunque para su sorpresa, fue Jaskier quien puso en palabras lo que ella misma pensaba, dirigiéndole una mirada que casi parecía de aprobación. Casi, que no había que olvidar que seguía siendo el hombre orquestra.

Pero a Ella pareció darle igual y a Erik más de lo mismo porque no tardaron en salir corriendo por su cuenta, haciendo que ella frunciera el ceño.

- Si no empezamos a tomar las decisiones como grupo, esto no va a ninguna parte - refunfuñó, claramente molesta. De todos modos, aquello le parecía de un complejo de héroe de manual y es que en una aldea con cientos de personas dos más difícilmente marcarían la diferencia en cuanto apagar un incendio. Creerse tan imprescindibles resultaba preocupante.

Sin decir nada más, avanzó con el resto del grupo a sabiendas de que de todos modos se acercarían al lugar.

Sonrio.

Me gusta este grupo. Han hecho justo lo que esperaba que hicieran. Y lo mismo que yo haria.

Pues me aprieto la mochila para que no me moleste al correr, y bajo hacia el pueblo a toda la velocidad que me den mis piernas.

— Vamos, compañeros. Si podemos ayudar ¡Es nuestro deber el hacerlo! 

El sentimiento de altruismo, de hermandad y de querer ayudar los unos a.los otros es universal entre todos los seres humanos.

No le dio tiempo a decir nada pues para cuando levantó la mano y señaló el humo, varios de sus compañeros ya habían empezado a correr en aquella dirección. Morwen se encogió de hombros y aceleró también el paso para no quedarse atrás.

- Bueno, estar está de camino, pero sí. -Contestó a lo dicho por Lakara, más para sí misma que otra cosa.

Y cuanto más se acercan a la ciudad, más se dan cuenta que no es un incendio normal. Se pueden escuchar algunos gritos perdidos en el aire. No son demasiado claros porque aun están a cierta distancia, pero algo les dice que no puede ser nada bueno. Ella y Erik, que son los que van primero, comienzan a escuchar un sonido metálico. El de las espadas entrechocar entre ellas.

En esa ciudad, se está librando una batalla. Se puede ver gente cruzando el puente e intentado huir de la parte occidental de la ciudad.

—¡Por el Gran Oso! ¿Sabes acaso qué está ocurriendo? —inquirió mirando de reojo a Erik mientras aceleraba aún más el ritmo de sus zancadas. Quizá el muchacho conocía los conflictos propios de la zona. —¡Cuidado atrás, se está derramando sangre! ¡Lakara, que las bestias no se acerquen!—advirtió.

Presta, tomó el hacha entre sus manos y se preparó para lo que fuera que encontrara al cruzar el último recodo donde el estrépito del acero se escuchaba con más fuerza. Justo ahí, detuvo su precipitada carrera y oteó en derredor con afilada mirada abarcando el escenario de la batalla que se desplegaba ante sus ojos: cuáles eran los grupos combatientes, aldeanos indefensos atrapados en la contienda, focos de incendio, arqueros apostados en la zona.

Los latidos de su corazón se unieron al ritmo de un remoto tambor y su respiración, densa y agitada, recordaba el resuello de una bestia salvaje.

Y la Osa rugió en su pecho...