Partida Rol por web

En cuanto Ella dice que se está derramando sangre y que hay una batalla, me bulle la bilis en el cuerpo.

Puede que no sea ni la mitad de guerrero de lo que es alguien como Luthíca, como Erik o como Ella, pero desde luego no me quedaré atrás mientras haya gente sufriendo.
Encordando mi arco, empiezo a cantar un himno que llena al grupo de coraje, de ansias de combatir. Pero el estribillo deja clara mis intenciones

— Compañeros ¡Ni un inocente muerto! ¡No mientras estemos aqui!

Los gritos. El pánico. El fuego. Por un momento, Erik se encontró en un lugar lejos de allí, y a muchos años de distancia, y en ese instante lo invadió la necesidad de salir corriendo, esconderse y ponerse a salvo.

Y entonces, los gritos e instrucciones de Ella y al maese Jaskier cantando sobre la gente que había que salvar lo trajeron vuelta al presente y a la realidad. Estaba viajando hacia el Bosque de las Almas, y la ciudad que tenía delante era Puente Gris y no ningún otro lugar. Sacudió la cabeza, intentando despejarse de los restos de su ensoñación, e intentando respirar profundamente, se desabrochó la lanza de la espalda.

-Lakara, intenta mantenerte a salvo.-Le dijo, acercándose a ella, sin poder evitar un cierto temblor aún en la voz-La gente que escape va a necesitar más de quien atienda sus heridas que de gente que sepa agitar una espada.-Cierto que lo de mantenerse a salvo era un buen consejo para todos, pero si entraban en combate, los que fueran en primera línea iban a tener pocas opciones.-Tampoco sé que está ocurriendo-le contestó a Ella-, pero dependiendo de cuantos estén luchando, quizás no podamos hacer gran cosa. Si son demasiados, lo mejor que podremos hacer es asegurarnos de que el puente sea seguro el mayor tiempo posible para dar la oportunidad a la gente a escapar.-Miró hacia los demás, intentando adivinar quienes iban a ir y quienes se quedaría atrás-. Los que no vayais a venir, será mejor que vayais hacia los árboles y alejaros tanto como podáis. Quizás los que estén luchando perseguir a los supervivientes y vengan hacia aquí cuando acabe la lucha. ¿Vamos?

Gemnir no pierde un segundo en instrucciones ni palabras. Según se da cuenta de que va a haber que combatir, corre tan rápido como sus piernas le permiten para adelantarse hasta la vanguardia. El martillo a un costado, listo para descargar el golpe, y los ojos moviéndose con rapidez a un lado y a otro para hacerse una imagen de la situación que les rodea.

Lo primero es saber a qué se enfrentan. En una ciudad humana, lo más habitual es que los adversarios sean también humanos. Pero Gemnir ha combatido contra todo tipo de criaturas y sabe que nunca se debe asumir nada antes de tiempo. En cualquier caso, y sea lo que sea, el guerrero enano está preparado para luchar junto a sus compañeros y para cubrir su retirada hacia el puente si fuera necesario. No deben olvidar que, después de todo, aún tienen una misión entre manos de la que depende mucho más que una ciudad.

Le hubiera gustado decir un: ¿Veis? tenía razón. Pero no. La verdad era que el sonido del acero contra el acero pronto cambio su expresión avinagrada por una de preocupación, pues fuera como fuera y por más poco de acuerdo que pudiera estar Lakara con muchas de las decisiones que se tomaban y las acciones que en consecuencia se derivaban, seguía siendo sanadora y no sólo por profesión sino también por vocación.

Pronto su rostro se tornó sombrío cuando sus compañeros empuñaron las armas, dispuestos a entrar en combate mientas ella se apeaba de sus burros y los ataba a un poste cercano.

- Tranquilos... - susurró, acariciándoles el hocico a ambos. Poca gracia le hacía dejar a Nair y a Zair ahí solos pero no iba a quedarse de brazos cruzados mientras las personas sufrían heridas o incluso morían.

Con rapidez, tomó su cerbatana y sus dardos pero sobre todo se hizo con su botiquín. De poco serviría su arma en el clamor de la batalla pero quizás podría ayudar a sus compañeros desde lejos. Por desgracia, tenía la certeza de que sus habilidades, por contra, si que serían de demasiada utilidad.

La semielfa buscó con la mirada los gritos que poco a poco oía no demasiado lejos de donde se encontraban, pero antes de fijar la vista en nada, la mujer oso despejó cualquier duda que Morwen pudiese tener sobre lo que estaba ocurriendo. Ella, Erik y poco a poco todos, comenzaron a hacer lo propio para prepararse para el combate o para meterse de lleno en él.

Por su parte Morwen se quedó un momento quieta, notando cómo la adrenalina subía por su pecho. Tragó saliva y echó la mano a la espalda, cogiendo primero su arco corto y una flecha. Siguió a sus compañeros para acortar distancia, pero se quedó lo suficiente alejada para no estar de lleno en la batalla, no le hacía falta y tampoco sería de ayuda allí metida. Buscó algún sitio donde estuviera ligeramente cubierta.

Entran en la ciudad por su lado oriental. Allí no hay batalla, pero si desorden mientras los soldados que guardan esa parte de la ciudad intentan dar instrucciones a los habitantes. Más y más ciudadanos llegan a ese lado de la ciudad a través del puente. Pero, seguramente, el puente no se mantenga en pie por mucho más tiempo. Antes de llegar a las puertas de la ciudad, aquellos que se han fijado, han visto enormes lanzapiedras casi dispuestos para destruir el puente y toda conexión con el lado occidental.

Los aventureros cruzan el puente en busca de la batalla mientras se topan con los ciudadanos que huyen asustados. Justo en el extremo del puente, uno de los escuadrones de soldados de la ciudad está intentando defender la entrada. Y no, no son humanos a lo que se enfrentan. Un pequeño grupo de orcos intenta adentrarse en el paso para cruzar al otro lado y tomar la ciudad por completo.

—¡Orcos! —gritó con furia feral.

Quiénes la conocían decían que Ella se transformaba en el vértigo de la batalla, que su ferocidad era propia de los osos y que su osadía era temeridad. Otros lamentaban que, más que pelear sin miedo a la muerte, Ella peleaba sin apego a la vida.

—¡Orcos! —repitió, con el odio salpicando aquella palabra.

Corrió esquivando aldeanos y se abrió paso entre los pocos soldados que resistían en el puente.

—¡Asquerosas bestias, volved al hoyo infecto de donde salisteis! —aulló la muchacha y saltó, hacha en mano, sobre la más grande y fea de aquellas bestias dispuesta a abrirle la horrible cabeza de un hachazo. —¡Muere! 

***

Ella nació en medio del fragor de una batalla. Aún faltaba una luna para su alumbramiento, cuando una emboscada orca sorprendió a la caravana. Su madre no dudó ni un instante en pelear junto a sus hermanos, lanza en mano. Pero fue muy malherida en el combate y, allí mismo, en el campo de batalla, nació la niña. Y fue la misma madre quien, con su último aliento, envolvió a la recién nacida en un abrazo y la acogió en su seno, entre la sangre y el estruendo del choque de las armas.

Esta es una historia que Ella cuenta con placer, con la sangre inflamada de orgullo.

—Fue la sangre y la leche de mi madre mi primer alimento. De sus pechos mamé el valor y la determinación, y aquel fue su más precioso legado.

Tan rápido como pudo, Erik corrió junto a los demás para prestar ayuda a los defensores de la ciudad contra aquellas criaturas. No pudo sino acordarse de aquella ominosa aura que había visto sobre el Bosque cuando habían llegado. ¿Sería aquella una amenaza llegada desde el Bosque? Pero fuese como fuese, y los mandara quien los mandara, en ese momento no quedaba sino combatirlos, y su origen y motivo eran consideraciones para después. Igual que lo era el qué pasaría si los defensores se veían obligados a destruir el puente, y cómo regresarían.

Por ahora, la lucha que tenía ante sí era lo único en lo que podía permitirse pensar.

Nada más distinguir a los orcos, el ceño de Gemnir se frunce reflejando la intensidad de su odio por los pielesverdes. Algo en lo más profundo de su ser enano reacciona con violencia ancestral y voltea el martillo por encima de su cabeza mientras carga hacia delante. No es el único, pues la joven de las pieles corre a su lado con una furia similar, y le adelanta gracias a sus largas piernas.

El enano, satisfecho de poder contar con una compañera de batalla tan decidida como esa, se apresura a elegir otro objetivo al que poder hundir el cráneo con su arma. Y de paso intentará cubrir la espalda de Ella de cualquier amenaza que se le acerque, no sea que en su furia ciega se olvide de protegerse a sí misma mientras parte orcos por la mitad con el hacha.

Erik también se suma al ataque. Definitivamente, en ese grupo no se arredran a la hora de lanzarse al combate. De repente Gemnir se siente mucho más tranquilo, incluso en mitad de una batalla. Muchos pueden parecer valientes, pero hasta que no llega la hora de demostrarlo, no se puede estar seguro sobre ello.

Sin dejar de cantar un himno para animar al grupo, aprovecho mi arco, previamente encordado, y disparo una flecha

— Vamos compañeros, que la victoria no nos será negada / Protegeremos al pueblo, digna esta mesnada / ¡Acabad con los orcos, de una sola tajada!

Quedarse al otro lado del puente o incluso sobre este no era una opción, pues no sabía cuánto más podía aguantar en pie y dada la situación era mejor no arriesgarse.

Imitó a sus compañeros y cruzó el puente por completo, mirando mientras tanto a su alrededor en busca de algún lugar donde posicionarse. Las torres que había junto al inicio del puente parecían la opción más segura, aunque tenía que arreglárselas para subir mientras el resto combatía. Esperaba no perder demasiado tiempo haciéndolo.

Nada más tocar el final del puente con su pie, giró hacia la derecha para subir por la torre que se hallaba en esa dirección.

La batalla es cruda. Los orcos no dan tregua a los soldados que, exhaustos, mantienen su posición en la batalla, dando tiempo a los civiles a cruzar el puente y ponerse a salvo al otro lado del río. Al fin y al cabo, los lanzapiedras están preparados para acabar con la única conexión entre las dos orillas. Pero entonces escuchan, en el fragor de la batalla, escuchan la feroz voz de Ella que entra en la pelea como si de un animal salvaje se tratase. Con el hacha en mano, ataca al primero que se le pone por delante. Las armaduras de los orcos son duras, pero el hacha de mujer oso no es moco de pavo y el orco intenta defenderse como puede sin éxito alguno. Y la cosa no mejora porque la mujer no llega sola.

Los soldados, exaltados por la llegada de refuerzos, aunque sean unos extraños guerreros, recuperar las fuerzas para mantenerse en pie y luchar hasta derramar la última gota de sangre. Sobre todo si es la negra sangre de los orcos. Entre todo el caos, Morwen se cuela en una de las torres del mecanismo de la puerta que cierra el puente en ese lado. El mejor sitio para su arco.

Orcos y soldados entrecruzan filos. Mientras el fuego aun llena el ambiente de un olor acre y de humo. La sangre de unos y otros mancha el suelo, pero es más negra que roja. Uno de los soldados se ha unido al ataque al orco grande y feo que el hacha de Ella ha encontrado como blanco y éste ya casi no puede ni levantar su espada para defenderse.

Lakara aun no ha podido llegar hasta ellos pues los soldados la han detenido un momento pensando que era una niña. Aun se escucha el canto del bardo, pero su efecto sobre ellos no parece ser el mismo que al inicio del combate.

—¡Aaahg! —El rugido de la muchacha no era humano; era, sin duda, animal. Aquella maldita bestia estaba malherida, pero no muerta. Y eso la enfurecía aún más. —¡Agh! —bramó y hundió el hacha una y otra vez en el cráneo de aquella hórrida criatura mientras la sangre salpicaba su rostro, sus brazos y sus ropas.
—¡Muere!

Viendo que no estamos solos, y que todos los soldados pueden beneficiarse de esto, decido que es mejor ser una fuente de inspiración

—  Quando udrai un fragor a mille decibel  su dal ciel piomberà il soltat  veloce il distruttore come un lampo non da scampo  odia la paura, non conosce la pietà...  —  voy cantando, con un tono fuerte y que se oiga por parte de todos. Voy encordando el arco y preparando otra flecha, aunque se que lo más importante es mantener al grupo motivado.

Mientras tanto, no pierdo de vista el combate, vigilando que nadie quede atrás.

Aun concentrado en la pelea, Erik notaba que aunque los soldados más cercanos a ellos permanecía aún firmes y capaces de aguantar la acometida de los orcos durante bastante tiempo, pero veía que algunos soldados más allá que estaban empezando a perder las fuerzas. Iban a necesitar auxilio cuanto antes, pero sabía que no podía ir junto a ellos por el momento sin arriesgarse a darle la oportunidad a los orcos a atacarlo por la espalda.

Por suerte, su llegada parecía estar marcando alguna diferencia, y si resistían un poco más, parecía que pronto iban a tener un respiro y despejar la zona más cercana al puente.

Con ese pensamiento, Erik redobló su ataque contra uno de los orcos. Su lanza chocó contra el arma de la bestia, que a punto estuvo de desviarla, pero por suerte Erik logró mantener firme la lanza, y terminar clavándola profundamente en su cuerpo.

Gemnir lleva casi desde que era un chiquillo lampiño combatiendo a todo tipo de enemigos, pero la ferocidad con la que Ella está dando cuenta del orco grande la ha visto pocas veces. Erik y él mismo han echado una mano a la joven, pero al enano no le queda la menor duda de que podría haberse apañado sola sin ningún problema.

Visto que el susodicho orco está más que despachado, decide enfrentarse al próximo y escoge uno al que todavía no han atacado y por tanto es peligroso. Alza el martillo y lo descarga con furia, tratando de golpear lo más fuerte posible a su enemigo. Pero el golpe no es demasiado certero, que se diga...

Jaskier cantaba. Ahí moría gente y el maldito bardo había decidido que era el mejor momento para aquellas frivolidades. Pero aún pareciéndole algo de lo más irritante e innecesario en aquellas circunstancias, debía reconocer que de algún modo sus palabras tenían una cadencia capaz de enardecer la sangre. Y quizás era el fervor de la batalla algo que necesitaban cuando el puente parecía cerca de venirse abajo a manos de los orcos.

Torció el gesto, preocupada, pues estaba claro que tendrían que luchar aunque fuera solamente por el mero hecho de preservar aquel puente que era su única línea de acceso. Por desgracia, eso hizo que tuviera que regresar a por sus burros pues no iba a arriesgarse a que quedaran atrás si por lo que fuera el puente se desmoronaba a su paso. Y fue esa demora la que hizo que se separara de su grupo y unos guardias trataran de obligarla a la fuerza a girar mientras le preguntaban por sus padres.

- ¡Que no soy una niña, que soy una maldita mediana, una M-E-D-I-A-N-A! - gritó al fin para, acto seguido, empezar a soltar improperios que hicieron palidecer a uno de ellos, quedando por fin convencidos de su adultez o, si más no, de que aquella niña estaba poseída por algún espíritu maligno.

Fuera como fuera, por fin pudo acercarse a la batalla para ver a Ella haciendo honor a su condición de mujer oso, a Erik ensartando su lanza y a Gemnir enarbolando su hacha mientras los demás se mantenían atacando desde la distancia. Ella, por su parte, montada encima de Nair a modo de posición estratégica, sacó su cerbatana con uno de sus dardos para atacar al orco que en aquel momento se encontraba junto al enano.

Para cuando Morwen llegó a la altura necesaria, la pelea ya había más que empezado. Se colocó en un hueco de la torre, tratando de cubrirse, pero desde el que pudiera apuntar sin problemas a los orcos que había allí abajo.

Mientras apuntaba observó la escena, quedando fascinada por sus compañeros que, allí abajo, estaban dándolo todo en la batalla. No esperaba menos de ellos, sobretodo de la mujer oso, pero verlo en persona era otra cosa completamente distinta. Parecían estar a punto de acabar con dos de los orcos contra los que se habían enfrentado, así que Morwen decidió atacar al tercer orco que se había acercado a ellos y que parecía ser el próximo objetivo de Gemnir y Lakara.

El primer orco cae bajo el filo de uno de los soldados, aunque son los aventureros quienes han destrozado al ser de los infiernos y no es que les vaya muy bien a sus otros dos compañeros de frente. Los otros dos orcos de esa línea de ataque sufren los constantes ataques tanto de aventureros como de los soldados que intentan defender ese lugar. Pero no todos tienen tanta suerte. Los que se enfrentan en combate singular contra aquellas bestias inmundas están recibiendo heridas. Algunos de ellos no pueden más que intentar defenderse y contra atacar.

El suelo sigue teñido del color de la sangre. Cuando el primer orco cae, el resto ruge, tomando nuevo impulso en su intento de conquistar la ciudad y tomar el puente antes de que sea destruido por la propia gente que lo construyó. Un grito, o un rugido, orco resuena en algún lugar tras las casas de la plaza del puente. El suelo tiembla un poco. Algo grande se acerca a la batalla.