Partida Rol por web

El grupo conformado por la elfa de los Asrai Arianne, el caballero bretoniano Sir Gerard y el enano de las lejanas tierras del norte Sargón, se habían reunido a los pies de las colinas cuando la elfa divisará al grupo de ocho orcos que huían hacia el interior de las colinas. De su líder, que hasta ahora solo la elfa había visto, no hubo rastro en aquel momento, no marchaba con los orcos.

La decisión de los tres había sido evitar una batalla que les pusiese en riesgo y seguir el rastro de los orcos para no perderlos y así, cuando el resto de compañeros se unieran a ellos, hacer un ataque final. Además, como bien recordaba Sir Gerard, era probable que el sacerdote Tarhun se les uniera a esa batalla.

El grupo avanzó por considerable tiempo a través de las colinas que bordeaban el bosque negro hasta que la elfa les hizo el alto. Las pisadas se tornaban erráticas, como si los orcos hubiesen dejado de correr, algo habían encontrado o a algún lugar habían llegado. Las huellas seguían hacia adelante, hacia una zona montañosa y rocosa, se encontraban un pequeño valle en medio de las colinas y a lo lejos se escuchaba el golpear de agua contra las rocas, como si se tratase de una cascada; o al menos la elfa eso interpretaba de lo que alcanzaba a escuchar.

Con el regreso de algunos que se habían adelantado, los mercenarios se reunieron en torno al grupo que defendía el puente bajo las ordenes de Lord Steffon. Su hijo, aun en el suelo, se encontraba sentado, le habían retirado el casco para que pudiese respirar y le atendían un largo corte en un costado de la cabeza.

-Señor- interrumpió Tarhun, el sacerdote de Sigmar -debemos perseguir a los orcos que quedan, es nuestro deber para con el imperio. Las tropas imperiales que vienen a cazarlos tardarán mas de un día, y para entonces se habrán ido. Deme un puñado de hombres y junto a estos valientes guerreros que nos han ayudado a defender el pueblo les borraremos de nuestra tierra, la tierra de Sigmar- señaló con tono imperativo aludiendo a la deidad del imperio, lo cual no gustó al lord pues lo ponía en una encrucijada.

-Si ustedes- dijo a los mercenarios, desean arriesgar sus vidas en esa tarea, no se los puedo prohibir, son libres de hacer lo que les plazca, les daré monturas frescas si contamos con ello, y cualquier cosa que necesiten y esté en nuestras capacidades, pero no enviaré a ningún hombre con ustedes. Mírenlos- exclamó levantando la voz -muchos han muerto, muchos están heridos. No esperábamos a un enemigo tan fuerte y sin embargo hemos resistido y conseguido la victoria, no voy a ordenarles que vayan a morir a las montañas cuando apenas han salvado la vida y sus hermanos yacen a su lado camino a las estancias de Morr-.

El Lord se mostraba más tranquilo, y quizá satisfecho con sus palabras, sabía que los soldados estarían de acuerdo con él y que era difícil que alguien aceptase con gusto ir a la batalla cuando apenas podían seguir luchando.
-En cuanto a usted Tarhun, le digo lo mismo que a ellos, es libre de ir a morir donde quiera, pero no puedo darle la ayuda que me pide-.

Aun con el suelo de sangre, y con las heridas sin cerrar del todo, el sacerdote de Sigmar local pidió al señor local que cazaran a los orcos. Levantó la vista para escuchar la negativa del señor. Negó con la cabeza pero se mantuvo tranquilo, mirando a sus compañeros., y habló:

- Si vamos a ir a cazar a esos orcos, creo que deberíamos equiparnos mejor - miró a Hans que iba con las ropas de campesino, sus heridas, pensó en el bretoniano que apenas llevaba armadura como para ser considerado caballero, y sus viejos caballos que habían llegado vivos de milagro. - el sacerdote ha dicho que hay refuerzos de camino, por lo tanto ya no tendréis que luchar mas aquí.  Esos orcos huyen pero a saber hacia donde si no les seguimos pronto. Lo que sí que se seguro es que tendrán otra aldea en el punto de mira, y que si no llegamos para pararlos, la destruirán y matarán a todo lo que vean, al igual que hubieran matado a muchos mas de los vuestros si no hubiéramos llegado. Resumiendo, si vamos a luchar contra esas cosas necesitaremos mejor equipamiento. Eso incluye piezas de armadura, comida y mejores caballos. Creo que tampoco pido demasiado teniendo en cuenta la ayuda que acabamos de prestar, ¿Cierto?. 

Esperó que el resto hablaran. Se habían jugado el pellejo por esos humanos, qué menos que una recompensa.

Sir Gerard no me recogió, quizás no me escuchó a tiempo pero el punto es que tuve que correr detrás del par de caballos. Fue fácil seguirlos pues metían harto ruido galopando detrás de un montón de orcos, por lo que corro detrás, bufando y resoplando como si de otro animal me tratase.

La elfa decide quedarse atrás y Sir Gerard la alcanza pronto, después de lo cual comienzan a avanzar tranquilamente siguiendo el rastro que deja la tropa de pieles verdes. Les alcanzo y comienzo a avanzar a su ritmo, lo que me permite descansar y no tener que apurarme tanto.

"Malditos pieles verdes. Hubiese sido más fácil si no les hubiese dado miedo mi hacha. ¡Malditos cobardes! Pero no podemos dejarles solos pues aún no sabemos nada de ellos y es importante para cumplir lo que el Duque nos ordenó y para lo que paga."

Mantengo sepulcral silencio pues sé que si hablo algo nos pueden escuchar. Es por eso que solo avanzo en silencio mientras miro a mi alrededor, un poco distraído y sin preocuparme mucho por ocultarme pues se supone que los orcos huyen así que dudo que miren hacia atrás.

Los bichos parece que se detienen y la elfa sigue intenta seguir el rastro mientras que yo mantengo mi escudo y mi hacha presta por si alguno de los orcos se anima a reunirse con su creador con impaciencia.

Seiger empezó a tratar, como pudo y pidiendo lo necesario a aquellos que ya estaban atendiendo al resto de heridos, a sus propios compañeros. Mientras se esforzaba en remendar a sus compañeros, escuchó las palabras que intercambió el sacerdote con el noble, y decidió unirse, aunque sin apartar la vista de su tarea.

-Señor, el hermano Tarhun tiene razón. Es el deber sagrado de cualquier imperial dar caza a esas bestias. Sé que habéis sufrido mucho, pero es necesario hacerlo. Ahora están heridos y debilitados, la tribu que mandaron contra nosotros para cubrir sus pasos se ha quebrado, y los que no han muerto han huido. Seguramente, sólo queden ellos, y es el momento de terminar con esa amenaza antes de que puedan conseguir más refuerzos. 

Tras regresar de la niebla con varios integrantes menos, pudimos observar perfectamente cual era el daño que los orcos habían causado a las fuerzas imperiales. El campo de batalla estaba lleno de heridos y muertos, era una victoria pírrica y ese sabor de casi derrota se notaba en el viejo noble imperial.   

- Perdone que me dirija a usted en este momento en que hemos de lamentar la defunción de tantos valientes de forma prematura, pero como dicen mis compañeros lo que hacemos es para parar a unas criaturas que solo se satisfacen de la muerte y la destrucción. Señalo el campo de batalla. - Ustedes estaban preparados y esto ha sucedido, ¿que pasará en lugares donde no estén tan preparados?. 

Dejo que pase un tiempo prudencial para que mis palabras calen en estos hombres "derrotados" antes de proseguir.

- Aun así es de agradecer toda ayuda que puedan prestarnos, nuestros compañeros ya han partido en pos de esas bestias para no perder su rastro y en cuanto reunamos pertrechos les seguiremos.

-¿Ayuda?- exclamó el Lord sumamente enfadado levantandose de donde estaba. -Mira a tu alrededor enano, cuantos de tus amigos yacen muertos junto a los nuestros, quizá no sepas contar, pero yo sí. Por que no mejor recompenzas tu a las familias de los que han caido para ayudarles a ustedes. Por que esos orcos estaban en gran número aquí por un motivo, y es demasiada coincidencia que ustedes llegasen justo delante de ellos. ¡Que oportunos!-

El Lord avanzó hacia el grupo de mercenarios mientras sus escoltas le seguían en señal amenazante y muchos de los soldados imperiales ya miraban con atención lo que sucedia. -Me parece sacerdote, que teníamos un trato, y lo hemos cumplido con creces...- exclamó el Lord quien habría continuado de no ser por que Wamud salio de la nada para meter su semilla en aquella discusión. Las palabras subsecuentes de Resha y Seiger ya poco importaron e incluso muy pocos realmente les pusieron atención.

-Quieres un mejor armadura avarisioso enano- dijo llevando su mano al mango de su espada ensangrentada, momentos atras había combatido justo a un costado de los enanos. -ve y cogela de los muertos. Mira, allí habría suficiente hierro para tu castillo. Ve y quitaselas si puedes- le gritó en un tono amenazante y despectivo, y si bien el enano podría reaccionar, en aquel momento ya había mas de una docena de tropas imperiales amagando con rodearles, y en la torre cercana, los soldados del imperio ya cargaban saetas. La situación era muy tensa y preocupante.

Tarhun fue el primero en intentar detener lo que estaba por ocurrir, pero sus palabras eran desestimadas en aquellos momentos, por suerte hubo alguien mas, con la autoridad suficiente como para detener el conflicto. El caballero imperial, Sir Steffon, hijo del lord de la región, detuvo a quienes le atendían la herida para levantarse con cierta dificultad y avanzar hacia donde se suscitaba la trifulca. -Alto ya. No es el momento para pelear entre nosotros. No sabemos si realmente esto ha acabado, y en cualquier caso, no debemos deshonrar a los caídos matándonos entre nosotros. Wamud quita la mano de tu espada o yo mismo te la cortaré, y todos ustedes- gritó a los imperiales, -regresen a donde estaban, aquí no ha pasado nada-.

-Yo me haré cargo de ellos padre, me aseguraré de que no den mas problemas- exclamó el joven caballero mientras invitaba a los mercenarios a acompañarle. -Síguenos Tarhun, tenemos asuntos que atender.

A Seiger le entristeció enormemente la situación que se creó en un momento, con buena parte de los imperiales dispuestos a alzarse contra ellos, que realmente sólo habían hecho por ayudarlos, salvando con su advertencia y su colaboración a aquellas gentes de la muerte que les esperaba a manos de los pieles verdes. Esa clase de comportamientos eran los que impedían que el Imperio se alzara, la desconfianza, rivalidad, egoísmo y agresividad. Era su deber dar caza a aquellos pieles verdes, pero iban a tener que ocuparse ellos en solitario. 

En silencio tras todo aquello, simplemente siguió a Sir Steffon, procurando alejarse de aquellos que les habían amenazado y, por tanto, de los problemas. 

Las palabras del señor Grii fueron tomadas como una ofensa por el noble, no era tanto el pedido de ayuda sino las formas las que habían hecho que el viejo caballero contestara con furia y violencia a estas. Siquiera mis palabras o las de Seiger fueron capaces de mitigar el momento y de repente nos vimos rodeados de armados soldados imperiales enfadados.

Suspiro. - Parece que no hemos tenido suficiente sangre hoy.

Antes de que esta difícil situación se tornara en una lucha cuerpo a cuerpo el joven Sir Steffon medio por nosotros. A primera vista parecía que el problema se había subsanado, pero no se sabía como podían contestar los enanos. Empecé a seguir al joven noble antes de que esto se torciera una vez mas.

- Gracias por su intervención, joven señor.  

Gurnik estaba de lo mejor, alejado del mundo banal, bebiendo pequeños tragos de su botella, cuando vió la escena del Lord.

Vaya vaya!, el que se embriaga con alcohol es uno,y los demás discuten! - pensó.

Si estos siguen tan estresados por la batalla, creo que habrá que calmar los animos! - siguió cavilando.

En un parpadear se vió golpeando imperiales, a diestra y siniestra con su hacha, dándole en la bocaza a ese estúpido Lord que no valoraba el sacrificio de los suyos en esta pelea. Ayudando a Grii, que se había mostrado casi de la nobleza enana al hablarle al estúpido humano -- algo que el no podría hacer ni aunque quisiera, o como si le importara--, y luego se vería cayendo abatido por mil y un flechazos desde las torres.

No, no era ese el destino que le esperaba - espetó otro trago mas mientras su imaginación volvía a apagarse, sin el haber ni siquiera parpadeado frente al berrinche del Lord- 

Aparecieron nuevos actores dentro de la escena de dramatismo que se sucedía ante sus ojos como si fuera una vieja parodia de algún juglar, Tarhum y luego Resha intentaban utilizar las palabras de la misma forma como el blandía su hacha, a ciegas y a tientas, intentando una solución "pacífica"...

A pesar de estar completamente embelesado por la discusión, Gurnik pensó en lo peor, una batalla entre antiguos amigos... no, esto no era lo que deseaba. No era tonto, aunque si era necesario, pasaría por tonto, una vez mas.

Cuando la discusión terminó, Gurnik, que aún no habia bebido otro trago mas de su licor, lo guardo lentamente, mientras seguía al clérigo y a Sergei.

En lenguaje enano, murmuró muy bajo, cuando ya estaba alejado: "No vale la pena".

A Gerard no le llevó mucho tiempo alcanzar a Aria al pie de las colinas, dado que ella misma parecía haber detenido un poco su marcha. Mientras hablaba con ella sobre lo que podían hacer, Sargón los alcanzó también, lo cuál daba al grupo un poco más de poder combativo. Después de que el bretoniano se disculpara poor haber dejado atrás al testarudo enano, los tres acordaron que seguirían el rastro de los pieles verdes a una distancia prudencial que les evitara problemas, para así evitar perderlos de nuevo. Así no tendrían problemas para cuando sus compañeros quisieran alcanzarlos, acompañados por suerte por el sacerdote Tarhun y los voluntarios que hubiera podido conseguir.

La marcha les llevó bastante tiempo a través de aquellas colinas, y si bien el caballero no conseguía ver nada distinto o que le llamara la atención, si estaba consiguiendo ser bastante más hábil en esconderse y moverse sigilosamente que en otras ocasiones, lo cuál era muy positivo para sus planes.

Sin embargo, eventualmente la elfa les hizo la señal de que se detuvieran, seguramente porque había notado algo que ellos no. Gerard se acercó un poco y susurró:

- ¿Qué sucede?

Aenalor negaba con la cabeza mientras escuchaba todo lo que ocurría. Parecía que eran incapaces de esperar al momento propicio para hacer algunas cosas y que no escarmentaban de lo ocurrido con los caballos en la anterior aldea. 

No todos estaban allí; pero tendrían que tener algo en mente, algo que hacer, un plan para hacer frente a lo que fuera.

-Y lo han cumplido -intervino el elfo- han luchado por sus tierras como se espera que hagan todos los ciudadanos del Imperio. Han defendido sus hogares y sus familias; pero si no terminamos con esto puede que vuelvan, y a lo peor no hay nadie para avisarles de su llegada y para organizarlos -puntualizó. No era un gran diplomático; pero es que no entendía como podía ser "parte de un trato" el defender lo suyo. En realidad esa parte del trato sería de ellos, que solo estaban allí para cazar orcos en busca de información, no para defender sus hogares y tierras.

Aenalor seguía sin entender por qué el Imperio no tenía unas levas bien organizadas.

-Sea lo que sea, hagámoslo ya. O descansamos un poco y nos ponemos en marcha o nos vamos directamente; pero no podemos dudar ni un instante y hay que tomar una decisión única.

Antes de continuar con la persecución del grupo orco, la elfa les indicó que el líder no iba con ellos, pero que en el fragor del combate y con la niebla había perdido su rastro.

Era posible que los orcos no fueran más que un señuelo, pero aún así era su única pista, así que consideraba que debían seguirla y así hicieron. Les pidió algo de espacio, y que marchasen más retrasados, de tal modo que la distancia apagase el sonido metálico de sus armaduras y las pisadas de los cascos herrados de los caballos. Irían a pie, así que le tendió las riendas de su corcel a Sir Gerard y cuando estuvo a cierta distancia de ellos, les hizo la seña para que avanzaran tras ella.

Así siguieron durante bastante tiempo, las huellas eran fáciles de seguir, aunque al principio le costó retomar el rastro. Durante el avance y desde el primer momento fue grabando en el suelo, cada cierto tiempo flechas apuntando la dirección en la que iban, además de dejando alguna marca en el idioma secreto de los montaraces¹, con la idea de que si sus compañeros decidían seguirles, pudieran encontrarles con facilidad.

Horas después de iniciada la persecución algo cambió y alzando la mano detuvo a sus compañeros para poder avanzar en solitario algo más para descubrir qué pasaba exactamente.

Fiel a su comportamiento, sobre todo tras los incidentes con el jefe de los ladrones, la elfa no respondió a lo solicitado por Sir Gerard y simplemente, tras indicarles el alto, avanzó en solitario hacia la columna montañosa que se habría frente a ellos. Les había tomado cerca de seis horas llegar hasta aquel valle en medio de las colinas, la noche ya estaba por caer sobre de ellos, aunque el sol aun asomaba en el horizonte languideciendo.

La vegetación era casi nula, había unos contados arboles separados por mas de cincuenta metros entre si, pero arbustos de hasta un metro del altura, había muchos, y la elfa los usaba con destreza para ir avanzando hasta irse perdiendo en la distancia. El valle tenía algo de verde que se reflejaba aun mas con la oscuridad que ya caía sobre de ellos, lo que hacia pensar que probablemente la zona no era tan seca como el resto de la colina y quizá tuviese que ver con aquel caer de agua que se escuchaba a lo lejos, justo hacia donde avanzaba la elfa.

Frente a la elfa, a unos doscientos metros de donde estaban Sir Gerard y el enano, se postraba frente a ellos, una alta columna de roca montañosa de hasta diez metros de altura, que conforma una colina rocosa de difícil acceso, y las huellas avanzaban justo en esa dirección. Sin embargo, en el centro de la colina, parecía haber una zona donde la colina colapsaba partiéndose en dos y dando paso a un aparente sendero montañoso que quizá la atravesaba.

-Descansen señor elfo- dijo Sir Steffon ante las palabras del alto elfo, con un claro respeto que hacia notar que aquel joven sabía distinguir entre elfos, cosa que no era difícil si se les conocía. -Mandaré les traigan algo de comer, corceles frescos y aptos, a la par de víveres para un corto viaje. No esperen mucho más, mi padre no accederá, el enano se ha llevado la ayuda con sus exigencias. Pero no desfallezcan, yo combatiré con ustedes, y se que el Tarhun también lo hará. Mi padre tampoco aceptará eso, pero seguramente eso si podré conseguirlo, que de cualquier forma, no tenemos armas aquí, salvo aquellas- indicó señalando a los cadáveres que ahora eran reunidos por los sobrevivientes mientras los campesinos que salían de su refugio eran llamados para auxiliar en las tareas necesarias. -Aunque..., quizá alguna cosa sin importancia pueda desaparecer, díganme que cosas creen que podamos necesitar, e intentaré conseguirlas mientras yo y Tarhun intentamos buscar algún voluntario-.

Mientras el caballero esperaba ver las peticiones de los mercenarios, esperando que no fueran exageradas, otros como Hans llevaban sus propias tareas. De hecho el reciente mercenario, intentaba deducir el correcto funcionamiento de la ballesta que le dieran, nunca había usado una ni tenido una en sus manos hasta los recientes acontecimientos; y su real duda era como era que aquello podía funcionar. Otros como Fanel, no esperaron para echarse en el suelo a descansar conscientes de que pronto tendrían que viajar y seguramente lo harían incluso ya entrada la noche.

-Por mi parte, yo no pediré nada-dijo el sigmarita, serio-bastantes pérdidas ha habido ya en este pueblo, entre los habitantes que lucharon por él y los que acudieron a ayudarles. 

Pronunció aquellas palabras con convencimiento, antes de sentarse a descansar. Puede que fueran a necesitar cosas, pero lo fundamental, provisiones y monturas frescas, parece que iban a conseguirlo. Al final Sigmar proveería, y aprovechó aquellos momentos de pausa para rezar al dios patrón del Imperio, dando gracias por la victoria que habían tenido y rogando por dar con aquellos pieles verdes y poder terminar con aquella misión. 

El enano se marcharía de la zona, visiblemente enojado porque los humanos le habían malinterpretado. Se habían dejado el pellejo por ellos y les trataban así. Era indignante.

- Muchas gracias, pero yo ya no pediré nada. No sea que me vuelvan a echar la culpa por todo lo ocurrido. Parece que hemos tenido nosotros la culpa de que esos orcos hayan venido aquí, y de que hayan muerto soldados del imperio, cuando en realidad hemos venido a ayudar y hemos salvado muchísimas vidas. Lo que sí, sacerdote o alguien del grupo, estaría muy bien que alguien me pudiera mirar las heridas. 

Encima de combatir como unos auténticos inútiles y dejarse matar fácilmente, les culpaban de las muertes de los campesinos. Lo que tenían que hacer era entrenar mas, equiparse mejor. Y dejar de echar las culpas al resto. El pueblo enano había recibido agravios desde hacía años, y no echaba la culpa a sus aliados naturales, sino al propio enemigo.

Estúpidos.

El joven noble que había intercedido por nosotros, nos ofrecía su ayuda y no solo su ayuda en cuanto a monturas o comida sino en su propia persona que nos acompañaría en nuestra cruzada. Con él y el sacerdote igual consiguiéramos parar a los pieles verdes de una vez por todas. Que pedir para no parecer una avariciosa o un desagradecido era otra cosa.

- Aparte de unas monturas frescas y víveres que usted tan amablemente nos ha ofrecido, igual necesitaríamos unas cuantas flechas. Si Aria nuestra compañera a tenido a tiro a los orcos seguro que las ha gastado en consecuencia y en los víveres contar con tres bocas mas que alimentar, por nuestros compañeros adelantados. 

Estaba claro que no conseguiría mucho mas, las palabras anteriormente proferidas habían causado que anduviésemos por la cuerda floja en cuanto a un trato favorable hacia nosotros.

- Se que esto ya es mucho pedir...con los heridos que han de tratar, pero si nuestros amigos han luchado igual necesitan vendas o algún remedio curativo. Eso estaría bien, pero comprendería que las necesidades de este pueblo son primero.