Partida Rol por web

Marion se volvió y se esforzó por mirar los ojos y las lágrimas de Marjolaine.

-Sólo voy a por el niño de su vientre. Ayudadme. Dejad que os lo enseñe, que os enseñe cómo nos ha engañado a todos. Ella vivirá, si vos me lo pedís.

-¿Me Jurais que no sufrirá ningún daño? -preguntó Marjolaine, un poco más calmada-. ¡Juradlo!

-No. Axelle sufrirá daño. El niño no vivirá. Pero os puedo Jurar que, si no fuerza mi mano, no sufrirá la muerte definitiva, y ninguna otra con suerte. Habrá de pagar por el daño causado y por causar, nada más. Si Juráis ayudarme a detener lo que lleva dentro. Si Juráis entregármela. Si Juráis colaborar.

-Yo no soy ninguna traidora -dijo Marjolaine, orgullosa-. Tendréis que obligarme a entregarla con esas condiciones.

-¿No? Os traicionais a vos misma, y a todos los duendes, por una criatura del Invierno. Recapacitad, Marjolaine. ¿Qué pasará si os obligo? ¿Quién protegerá a Axelle de mí?

Axelle escuchó gritos provenientes de abajo. Gritos de Aster, de Marion, de Marjolaine. No eran gritos de dolor, sino de ira: parecía que sus amigos intentaban protegerla en lo posible, darle tiempo para escapar.

Axelle contestó a sus beses sorprendida y miró con pesar a Marjolaine, hasta ese momento no se había dado cuenta de cuando parecía necesitarle la joven. Y ella tampoco se había percatado de también lo hacía. Por un momento estuvo a punto de quedarse pasara lo que pasase, tenía miedo por ella, de lo que pudiera pesarle en su ausencia. Ya le habían herido una vez y con eso tuvo suficiente, no quería volver a verla sufrir.

Antes de que pudiera decir nada, Marjolaine la ocultó con sus artes, así que Axelle se puso en camino... Pero volvió sobre sus pasos en un momento para susurrar algo a los oídos de la baronesa. No sabía si la oía, no conocía el alcance del cantrip que le había echado, pero necesitaba hacerlo.

-Volveré a por vos, os lo prometo -dijo y besó su nuca antes de salir de la sala y perderse entre los pasillos.

Axelle corrió todo lo rápido que le permitieron las mientras mientras cargaba con un pesado bulto de ropa, además de su espada envuelta en harapos, hasta llegar al final del pasillo. Allí abrió una ventana y comenzó a descolgarse por ella. Le dolían los tobillos, le pesaba el cuerpo, y, lo peor de todo, es que su barriga le limitaba mucho el movimiento, aunque fuera invisible.

Por suerte llegó a la terraza de abajo, desde la que se descolgó con más facilidad, ya que el suelo solo estaba a un metro de distancia. Una vez sintió la tierra firme bajo sus pies, notó algo extraño, parecía que la magia que la rodeaba comenzaba a desvanecerse.

-Hija de puta... -murmuró Axelle, quién tenía la cara roja y el pelo pegado a las sienes por el esfuerzo, mirando por encima de su hombro hacia las ventanas.

Temiendo ser vista, comenzó a correr hacia la salida. Necesitaba encontrar un portal al ensueño, o una avión, un autobús, incluso un taxi. Le daba igual, pero tenía que salir del Condado ya.

-Puede que fuerce vuestra mano. Los Fiona no temen a nada -dijo Marjolaine, dudosa-. Pero yo... ¡Maldita seáis mil veces, Marion! ¡Ojalá nunca hubiese confiado en vos!

No dio una respuesta, pero siguió subiendo. La condujo hasta su habitación, en el segundo piso, donde la había dejado. Marjolaine soltó una risita de alivio.

-Se ha ido ya. No podréis encontrarla.

-¡No! -gritó, frustrada.

Miró por el pasillo, esperando verla escabullirse, y se asomó a la ventana sin llegar a mirar realmente. No podía escaparse. No. La sola idea era tan incompatible con toda la ira, con los deseos de venganza de Marion, que la hacía sentir confusa y vacía.

-No. No puede haber ido lejos.

Y si quería marcharse de Blois no tenía muchas opciones. Echó a correr escaleras abajo, hacia la entrada del castillo, dispuesta a dar órdenes a Earil y Lugaid y sus hombres para que peinasen toda la zona y le trajesen a Axelle.

Lugaid conjuró un Fuego Fatuo que perezosamente se encaminó en busca de Axelle. Era un Cantrip de lo más pobre que Lothar solía lanzar con mucha más destreza. Como era insuficiente, Lugaid se separó y ordenó a sus hombres que vigilasen el camino y el campo de cedros que rodeaba el feudo. No podía haberse ido muy lejos.

Había salido del castillo sin prestar atención a los Liam más que para dejar la espada de Aster en el suelo. Marion se volvió hacia Earil. Tenía los nudillos blancos de la fuerza con la que estaba apretando su cayado. Le hizo una señal para que la siguiera y se encaminó hacia el aparcamiento. A lo mejor Axelle había traído su propio coche o quería coger un autobús; no era tarde y quizá pasara alguno todavía.

-Si planea marcharse de Blois necesitamos saber cómo. En autobús, en coche, tren... Usad vuestras Artes. Averiguad lo que podáis.

Earil no supo qué contestar, pero se puso a la tarea igualmente. De acuerdo o no, era una orden de la esposa de su señor, la Condesa Consorte. Era su deber obedecerla.

-Está cerca -dijo tras consultar sus cuentas-. No sabe cómo escapar, pero está corriendo por aquí...

Axelle corrió por el cesped húmedo que rodeaba al castillo hasta internarse entre los cedros. Vio desde su posición cómo los hombres salían en su busca. Uno conjuro un Fuego Fatuo que empezó a moverse despacito en su dirección. La carretera no estaba lejos, pero no podía saber si el autobús más próxima llegaría tarde o pronto.

-Gracias, Sir.

Apretó el paso hacia su destino. Necesitaba encontrarla. Necesitaba encontrarla antes de calmarse, antes de que recuperase la razón y se diese cuenta de lo que estaba haciendo.

Axelle viendo el fuego fatuo y el camino que le quedaba por recorrer hasta la carretera se dio cuenta de que no tenía escapatoria, al menos no así. Armándose de su valor de Fiona se dio la vuelta y observó a los plebeyos acercándose a ella a buen paso. En ese momento la dama llenó de aire sus pulmones, alzó los brazos hacia el cielo y dijo en alto:

-¡Por el poder que me ha concedido la tierra y por la voluntad que hay dentro de mi, os ordeno que os llevéis por la fuerza a Lady Marion y a Sir Earil todo lo lejos que podáis de este feudo!

Lugaid y dos de sus hombres se volvieron desde el grupo de cedros a donde la bola los había conducido y regresaron, espadas en mano, para obligar a Marion y a Earil a retirarse de allí.

-Tenéis que marcharos, mis señores -indicó el Scathach, amenazador.

El resto de sus hombres, que no habían sido afectados por ningún Cantrip, miraron confusos a su líder y luego a Marion. La bola de fuego seguía alejándose entre los árboles.

Axelle se permitió un segundo para observar su obra con una sonrisa de satisfacción y después se dio la vuelta para continuar su carrera hacia la carretera.

Axelle estaba desesperada. Tanto que había olvidado que había olvidado que Marion era Baronesa, y ella una Dama. Pero al menos ya sabía dónde estaba.

-Lugaid -dijo, avanzando hacia él-. Recuerda a quién debes lealtad. Recuerda cuál es el orden del Ensueño. Prende a Axelle.

Si había sido afectado por un cantrip, y las leyes del Ensueño seguían teniendo algún sentido, su Soberanía debería anular a cualquiera con un título inferior. Así que si había sido Axelle, aplastaría su magia como iba a aplastarla a ella.

Lugaid ladró unas órdenes y sus siete hombres y él salieron corriendo en pos de Axelle. Más rápido que la sidhe era uno de los sátiros que seguían al Scathach, que apuntó a Axelle con una flecha tan pronto la tuvo a tiro.

-¡Detente! ¡No tienes escapatoria!

El Scathach tardaría un poco más en llegar, junto a los trolls, al redcap, al pooka... Eran ocho contra una, demasiados para salir viva de allí... Si llegaban.

El sátiro se mordió el labio. La bola de fuego flotaba entre los árboles, acercándose los pocos metros que le quedaban hasta la Fiona.

-Si abres la boca, te disparo la flecha. Nada de Soberanía.