Partida Rol por web

El Condado de la Flor de Piedra

28. La reprimenda de Lady Marion

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26/07/2011, 23:30
Director

Mientras Marion se lamentaba, Adéle sólo podía mirarla. Un hilillo de saliva y sangre bajaba por la comisura de su boca. Catatónica por su belleza, mientras que en sus ojos se adivinaba algo roto que nunca volvería a ser igual que antes.

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01/08/2011, 00:52
Lady Marion

Los minutos pasaron y el ruido que entraba por las ventanas se fue apagando, igual que los sollozos de Marion. Cuando tuvo las piernas agarrotadas y las lágrimas hubieron abierto surcos de piel blanca en la sangre seca que le cubría la cara, a fuerza de recorrer una y otra vez el mismo camino, tomó aire y posó los pies en el suelo. De nada servía ya lamentarse.

Había ayudado a Adéle porque era útil, porque tenerla de su lado la hacía poderosa, o eso pensaba. Pero también porque creía que la vampiresa podía crear, y sólo la necesitaba a ella y a su sangre. Había visto en ella a una criatura desgraciada, y le había devuelto aquéllo que había perdido al morir. Había vencido a la muerte, a la corrupción, a la Banalidad, y se había sentido poderosa. Había resultado ser mentira. Adéle sólo ponía en un lienzo lo que ella le daba, no era capaz de nada por sí misma. Se puso de pie con cuidado y estiró la falda del vestido manchado de sangre.

Ahora ya daba igual. En un instante había perdido una Soñadora y la había convertido en una bestia, en un ser aún más triste que cuando lo encontró. Había perdido una amiga y una amante y la había convertido en una enemiga. Manoseó el último pincel que la hija de Lilith había usado. La sangre ya se había secado y había formado una costra oscura. Sí, había demostrado que era capaz de crear en el vacío, de hacer florecer sus semillas en tierra yerma, pero no le servía de consuelo.

Adéle no parecía la de siempre. La miraba mermerizada, como otras veces, pero de alguna manera era diferente. Y aunque Marion sabía la causa (había cogido su alma, su no-alma) y la había desgarrado, tenía la impresión de que miraba los arañazos de su cara, que ahora podía ver en un espejo redondo colgado de la pared, destacando entre los restos de la Rapsodia. Le aterraron aquellas heridas en su cara, como una marca que Adéle le hubiese dejado para que todo el mundo supiera lo que había hecho. Otro sollozo le subió por el pecho ante la idea de ver su máscara destruida, pero lo reprimió. Todo tenía solución.

Se acercó al sitio donde la vampiresa la había tirado de un golpe. Había aterrizado sobre un par de caballetes, derribando uno y rompiendo el otro. Uno de los trozos de madera que servía para ajustar el lienzo verticalmente se había partido por la mitad y colgaba de unas astillas. Lo arrancó de dos tirones, haciéndose daño en la mano, y sopesó la punta afilada que había quedado y lo fácilmente que podría atravesar un esternón.

-Lo siento -dijo con voz derrotada, vacía ya de ira, y sin tener muy claro cómo proceder ni mirarla a los ojos apuñaló a Adéle en el pecho con el trozo de madera.

El primer golpe no penetró lo suficiente, e hizo un agujero no muy hondo y estrecho por el que asomó brevemente un hilo de sangre antes de coagularse. Tampoco el segundo alcanzó el corazón, y Adéle recibía las estocadas sin resistirse, sin sentirlas. Fue la cuarta la que alcanzó el corazón y la dejó rígida, y Marion volvió a disculparse y abrazarla. Besó sus heridas y saboreó la sangre que las cubría, que le supo a muerte y le suturó las heridas de la cara con hilo y aguja de Hierro Frío. Su magia se apagó y toda su naturaleza se rebeló contra aquella sustancia. Se sintió más cerca de Adéle que nunca, ahora que ponía fin a su existencia.

Abrió todas las ventanas, descorrió las cortinas y apartó los cuadros que quería llevarse, algunos de los que su sangre había creado. Con una caja de óleos vacía en el regazo y un nudo en el estómago, Marion se sentó en el diván a esperar el amanecer.

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01/08/2011, 00:53
Director

Hacia las siete de la mañana el amanecer rompió naranja y rosa por las ventanas. La rabia se había diluido en su sangre, como el vapor subiendo en volutas al introducir una espada al rojo en un cubo de agua. Ahora sólo le quedaba algo de tristeza y el sueño de haber pasado la noche en vela.

Vapor fue lo primero que comenzó a surgir del cuerpo rígido de Adéle. La vampiresa miraba al techo fijamente, con los ojos aterrados y llenos de lágrimas. Su carne se cuarteó y chisporroteó cuando el sol empezó a hacer estragos en ella. Después, el vapor se tornó en humo. El pelo se deshizo en volutas de ceniza, los ojos abiertos hirvieron y se derramaron por las mejillas. La piel se convirtió en un trozo de pergamino seco y quebradizo antes de empezar a arder. Después fueron los músculos. No la habían abrazado cálidamente, pero habían permitido que se moviese rápida y grácilmente, de un modo poderoso y bello. Eso fue un poco más lento, dada la densidad. Y después, mientras los órganos internos se deshacían en pulpa negra, los huesos se calcinaron y pulverizaron sin dejar rastro. Un poco más y todo lo que quedó de ella fue una mancha negra y varios montones de ceniza en el suelo.