Partida Rol por web

1 de mayo de 2000 - 23:35

Después de que los reyes llegasen al Condado para protegera a los Condes del peligro inminente que les anunció Evonne y habiendo encontrado a Sarianne muerta y a parte de su corte en fuga, Lothar acudió a París con ellos. No tardaron en llamar a Marion para que participase en la investigación siguiente. Le dieron habitación en el palacio real, acomodo, lujo, comida y todo lo que necesitó. No podía dejar de sentirse una prisionera porque siempre había guardias frente a su puerta. Lothar, por lo que le habían contado, estaba igual.

Las sesiones de interrogatorio se prolongaron varias semanas. Los reyes en persona los interrogaron a ambos acerca de lo ocurrido aquella noche. Sus palabras fueron escuchadas, pero siempre estuvieron ansiosos de saber más. Enseñaron el ojo dorado de Axelle como prueba, del que pudieron extraer lo ocurrido como si se tratase de un microfilm. Insistieron e insistieron en encontrar el fondo de todo, y Marion tuvo que realizar el Juramento de Silencio para que la dejasen en paz. De aquello hacía ya una semana. Los reyes la habían dejado tranquila y nadie había perturbado su soledad en lo alto de la torre norte, la destinada a los invitados. Durante todo este tiempo no había visto a Lothar, pero por el modo en que hablaban de él no estaban contentos.

Finalmente los reunieron a altas horas de la noche para dar el veredicto. La Reina anunció que se les despojaría de sus títulos de Lord y Lady y que los relevaba de su servicio a la Corona de Neustria. Pese a que parecían inocentes del asesinato de Sarianne, aún quedaban ciertas dudas en el aire, y la escasa colaboración en ciertos ámbitos la obligaba, según decía, a castigarlos apartándolos de la política de la Estirpe. No los envió al exilio, pero les advirtió que los vigilaría de cerca si regresaban a Blois, algo que Lothar afirmó que no haría. También les indicó que haría llamar a los cortesanos de Lady Sarianne que aún se hallaban en paradero conocido para esclarecer la verdad en lo posible, pero Marion sabía que con Engaño de por medio aquello parecía poco probable.

Los dejaron abandonar la sala de audiencias y volver a sus respectivos dormitorios. Un grupo de guardias quiméricos los custodiaba al pasar por el puente desde el que se veían las preparaciones para la celebración de Beltaine. Abajo, en uno de los patios interiores, un montón de boggan acababan de colocar guirnaldas y adornos y montones de fuegos artificiales que se encenderían a las doce de la noche.

Teniendo en cuenta lo sucedido, Marion se había mantenido bastante entera durante los juicios e interrogatorios. Antes de pronunciar el Juramento de Silencio para proteger los detalles más delicados de los Reyes había intentado minimizar la implicación de Lothar en todo el asunto, pero no había servido de mucho. La verdad sobre Mariona y sobre los sueños de Lothar, junto con algunas otras cosas, estaba ya perdida para siempre en el Ensueño.

No le importó perder su título. Probablemente aquello falicitase la tarea de presentarla a los cortos de entendederas, como la difunta Danielle. No entendía por qué, si después del veredicto no habían sido hechos prisioneros, les escoltaban quimeras armadas. Pero eso tampoco le importaba. Era la primera vez en semanas que veía a Lothar, y no había sido capaz de levantar la vista del suelo desde que les habían reunido en la misma habitación. Ahora caminaba cerca de él, y por el pasillo les seguía el ruiseñor de su desamor. Sólo que ya no sabía de quién era la traición que cantaba.

Pronto iba a hacer un año desde que se había enamorado de Lothar, animada por los engaños de Sarianne. Un año desde que Ariadna había aparecido en la Corte. Sintió ganas de mencionársela a Lothar, pero lo único que podía hacer era levantar la cabeza y tomar aire para hablar, sólo para cambiar inmediatamente de idea. No sabía si iba a poder enfrentarse al rechazo del Gwydion.

-Siento -dijo por fin, casi en un susurro- haberos costado tanto. Vuestro título y...

Lothar clavó en ella sus ojos con una intensidad que casi había olvidado. Era así como la había mirado el día de la muerte de Sarianne y como parecía que de ahora en adelante la miraría. Se detuvo en el puente.

-Dejadnos solos -dijo Lothar a las quimeras-. No somos prisioneros y mañana nos iremos de aquí.

Los guardias lo consideraron razonable y se dispersaron. En lugar del sonido de la cota de malla y el tintineo de las armas, sólo las voces de los boggan allí abajo rompían el silencio. Cuando se juzgó a solas con Marion, Lothar volvió a mirarla. Negó con la cabeza.

-Era un título que me quedaba grande. Jamás debí ser Conde pues jamás estuve preparado para ello. Ni siquiera cuando me ayudabas pude hacerlo. Soy indigno de ello y la confianza de la Reina me nubló el juicio. Ahora sólo me queda la vergüenza de haber lanzado Flor de Piedra al borde de una guerra y de haber sido incapaz por completo de detener a la Corte Sombría.

Marion se encogió cuando la miró, y por un momento deseó que las quimeras no les dejaran solos. Se paró cerca de él, tratando de calentarse las manos.

-No hicisteis tal cosa. No fue culpa vuestra. Todos... Hicimos lo posible por manteneros en la ignorancia. Pensaba que podría arreglarlo por mí misma, pero me equivoqué. Y mirad a dónde nos he traído.

-Yo también colaboré. Cerré los ojos a todo lo que no me gustaba. Eso... eso nos ha causado muchos problemas.

Lothar hizo un mohín, pero tardó en hablar. Finalmente levantó la vista.

-Vuelves a tratarme con cortesía. ¿Por qué?

Marion desvió la mirada hacia el patio inferior, donde los boggan preparaban la decoración y las hogueras. Aunque no había dudado en echar la culpa a Lothar de muchas cosas en el pasado, nunca había sido capaz de tomárselo en serio cuando era él quien se culpaba. Aquella vez no era diferente.

Levantó la mirada, sorprendida por la pregunta, y balbuceó un poco antes de poder formar palabras.

-V-vos ya no... Nosotros... -Marion volvió a agachar la cabeza para mirar el anillo de Lothar, que aún llevaba en el dedo, y bajó la voz hasta que fue solo un susurro-. No lo sé. No quería ofenderos.

-Me suena extraño. Me había acostumbrado.

Hacía semanas que no compartían nada: ni habitación, ni cama, ni aire. La muralla de la cortesía era sólo una parte más de su separación. Lothar se cruzó de brazos y los volvió a descruzar, inquieto.

-No puedo enfadarme contigo. Cuando lo pienso, me asalta la duda de si es cosa de la Soberanía o si me manipulas mientras duermo. Cuando te echo de menos, cuando pienso en ti, cuando sueño contigo... Ya no podré estar seguro de nada, jamás. Eso es algo que está roto para siempre. -Apretó los dientes, dolido-. Cuando Axelle me forzó a romper mi Juramento, ¿cómo te sentiste?

Se llevó las manos al pecho. Aún lo sentía, como una esquirla de hierro forjado en el corazón, una que Sarianne no había hecho sino hundir más profundamente. No se molestó en defenderse. Las palabras de un Eiluned nunca podrían convencer a Lothar.

-Como si estuviese respirando el mismísimo Invierno. Como si se hubieran abierto ante mí las puertas de Arcadia, y detrás no hubiese más que ruinas y muerte -respondió, sin levantar la vista de su anillo.

-Y sin embargo me perdonaste. O te mentiste a ti misma para aceptar que volviese a tu lado.

-No necesité mentirme. No dejé de quereros ni un momento, y era mayor el dolor de no teneros a mi lado que el de vuestra traición.

-Ya veo.

Lothar miró hacia abajo.

-Supongo que yo no te hice dudar de lo que sentías.

-Nada podría.

Pero estaba claro que no era el caso de Lothar. Le dio la espalda y se acercó al borde del puente para seguir mirando los preparativos de Beltaine.

Lothar acusó el golpe. Se mantuvo en su lugar.

-Sigues pudiendo herirme cuando quieres.

Marion no se volvió ni levantó la vista. Durante semanas le había echado de menos, pero escucharle y soportar su mirada, cuando las dos cosas revelaban desprecio y rechazo, era demasiado.

-Vos también. Lo hacéis cada momento. Y no me importa.

-¿Tan rápido me has olvidado? ¿Te has aplicado a ti misma una de tus Artes? -dijo Lothar entre dientes.

Marion se volvió, ofendida, y clavó la mirada en Lothar. Levantó la mano para señalarle al pájaro, que en ese momento se conformaba con gorjear lastimeramente a unos metros.

-Escucho su canción... con gusto... porque aunque me hiera, aunque me recuerde lo que hizo Axelle y lo que hiciste tú, significa que en algún momento me has querido. Eso es todo lo que te he olvidado.

Lothar, bajo su ira, pareció más pequeño. Un niño tonto y perdido: lo que siempre había sido. Apartó la mirada y se apoyó en la balaustrada del puente tratando de darle la espalda.

-Eso es masoquista. Supongo que ambos lo somos. Si no, no estaríamos aquí.

Ahora que volvía a tener algún control sobre la situación, se atrevió a acercarse a él por primera vez en semanas. Se apoyó en la balaustrada, a su lado, y volvió a mirar hacia abajo.

-No lo sé. No lo creo. Es sólo que teneros... así -Marion suspiró y volvió a señalar al pájaro con un gesto vago de la mano- es más fácil que no teneros. Duele menos.

El tratamiento formal, que había dejado de usar sólo un instante, era todavía más extraño y hacía renunciar a esa muestra de intimidad más difícil que nunca.

-No quería haceros daño. Nunca he querido. Si no creéis nada más, creedme al menos cuando digo que lo único que quería era que estuviéramos a salvo.

-Lo creo. Con el paso de las semanas he comprendido que vuestras intenciones eran buenas -dijo él volviendo a la formalidad también-. Lo que por otro lado no justifica vuestros medios. Así me hallo, como el año pasado. Sé que lo que siento por vos es sincero y que lo que sentís por mí lo es también... supongo. Pero me es muy difícil admitirlo y más aún considerarlo.

Lothar la miró con seriedad.

-No puedo estar con vos. Aunque mi corazón quiera, mi cabeza me obliga a mantenerme lejos. Sé que podéis amarme sincera e intensamente, pero no puedo permitírmelo.

Marion se agarró con fuerza a la balaustrada y cerró los ojos. Asintió lentamente con la cabeza. No era nada que le sorprendiese escuchar, que no hubiese fantaseado con tener que oír. Aún así, era más difícil ahora que cuando podía achacarlo a la impresión de descubrir la verdad o a uno de sus caprichosos cambios de humor.

Cogió aire, tratando sin éxito de contener el temblor de su voz. No podía responderle nada que no fuera una súplica, así que tragó saliva y expuso sus planes.

-Voy a marcharme. Aún no sé a dónde. En mis aposentos hay... hay un espejo. Es un Tesoro, con poder sobre las mentes durmientes. Quedáoslo, y así sabréis que no os estoy manipulando. Y si alguna vez me necesitáis, si alguna vez queréis tenerme a vuestro lado... llamadme, visitadme en sueños, e iré de inmediato.