Partida Rol por web

Decides no aventurarte por el pasillo de la derecha y continúas de frente. El olor a putrefacción se queda atrás y el poco aire que notas, cada vez es más débil. Cada pocos pasos te paras a escuchar ruidos o verificar que el pasillo no tenga trampas o alguna puerta oculta, que te lleve a otro corredor o sala, pero no logras encontrar nada ni oír otra cosa que no sean tus pisadas y tu respiración. Un poco más adelante, a la derecha, ves una puerta. Es poco usual en las cavernas y te acercas lentamente, sin hacer ruido. El corredor continúa más allá de la puerta en la oscuridad. Examinas la puerta y ves que está hecha de madera, con pesadas barras horizontales de hierro; parece que las bisagras están al otro lado. Debajo del mango curvo de metal hay una enorme cerradura.

La atmósfera del corredor, cuyo aire era más viciado y escaso a medida que se adentraba, se le antojaba cada vez más angosta y aprisionante. El seguir en línea recta, con el compás irregular de sus pasos, y el leve sonido que provocaba el resto de elementos que llevaba encima al internarse, podía jugar en contra mitigando su estado de alarma al no localizar cambios aparentes, y ya había comprobado que allí dentro bajar la guardia podía costar muy caro.

Esa monotonía pétrea en la que se hallaba imbuído se rompió por la presencia de una puerta. Un elemento inusual en un lugar tan asalvajado como aquel, encajada en la roca con solidez, hablaba a gritos de pervivencia humana más allá de alguien que tan sólo desease internarse con fines exploratorios, de extracción de algún que otro recurso natural, o de un simple paso a través.

Se aproximó hasta quedar a escasos centímetros del rústico portón para examinar con mayor detenimiento sus detalles. El farolillo iluminó los agrietados tablones de madera y el metal de que estaba compuesta. A simple vista resultaba una puerta anodina, no había ninguna marca o símbolo tallado que le ayudase a detectar si alguien habría urdido algún tipo de magia en ella para evitar el paso de extraños. A pesar de que ésta mostraba una cerradura bajo el pomo, quién sabía si para disuadir de su paso a quien no tuviera la llave, Torgul apoyó en el suelo el farolillo, junto a la pared, al lado del portón, y con la mano que había liberado asió el mango curvo de metal con fuerza para comprobar si ésta cedía, al tiempo que sostenía en actitud defensiva su arma.

Dejas el farolillo en el suelo, junto a ti, para observar con detenimiento la puerta. No ves nada que te indique que haya algo peligroso, pero es cierto que no sabes mucho sobre las trampas que suelen encontrarse a veces en las puertas. Aún así, agarras el frío pomo de metal e intentas abrirla, el pomo gira, pero parece que la puerta está cerrada con llave. Piensas en lo bien que te vendría ahora la compañía de Kero, ese escurridizo ladronzuelo, que es capaz de abrir cualquier cosa. Retrocedes un par de pasos y vuelves a observar la puerta; por lo menos ya sabes que no hay una trampa en la cerradura, ya que al girar el pomo nada se ha activado, o por lo menos no has visto nada extraño. Te quedas pensativo, dudando en si podrías echar la puerta abajo de una patada, pero sabes que es demasiado recia. Tampoco puedes coger carrerilla para cargar contra ella. Parece que la única opción es seguir por el oscuro pasillo, tal vez la llave no esté muy lejos...

Torgul puso los ojos en blanco y ahogó un quejido desencantado. Tirar la puerta abajo no era una opción. Romper con el sigilo que había mantenido hasta entonces y alertar de su presencia con una acción violenta como aquella, no serviría más que para hacer un llamamiento directo a cualquier posible atacante que no estuviera muy lejos de allí. No sólo eso, el corredor, siendo tan estrecho, funcionaría a la perfección provocando que el sonido se extendiera de extremo a extremo. La sólida estructura del portón y la escasa distancia que había de pared a pared pronto le disuadieron de aquel disparate. Y allí dentro no contaba con nada más que sus dos manazas, que poco tenían que ver con los dedos finos y largos de Kero, ¡qué bien se le daba a aquel endiablado chiquillo colarse por donde no debía!, si tan sólo enderezase su carácter y no se metiese en tantos problemas...

El joven volvió a aproximarse a la puerta, pero esta vez giró ligeramente el tronco y apoyó la oreja derecha sobre la fría y sucia puerta. Cerró los ojos y se concentró para percibir si algún sonido se escapaba del interior que ésta guardaba. Tras esperar un par de minutos, dejando que la oreja se le acartonase a causa del contacto gélido con su superficie, no pudo determinar con seguridad si al otro lado podría haber actividad, nada hizo vibrar su tímpano más alla de los habituales susurros del aire que oscilaban en el interior de las cuevas como un habitante más.

Separó la oreja del portón. Examinando las rocas en derredor, no había indicio alguno de que la llave pudiera hallarse en sus recovecos, por lo que decidió seguir hacia adelante, en completo estado de alerta, tanteando el suelo en cada paso, examinando cada piedra, y agudizando el oído.

Al otro lado lado de la puerta no logras escuchar nada. Está claro que no podrás ver lo que hay detrás a menos que encuentres la llave. Te concentras en el corredor. Prestas atención a cualquier ruido, buscas alguna puerta oculta, hasta miras a ver si hay alguna trampa, pero todo es infructuoso. Decides seguir corredor adelante, a ver hasta dónde llega.

Después de seguir durante unos cuarenta metros, el corredor se estrecha hasta medir un metro de pared a pared y desembocar en una habitación que mide veinticinco metros cuadrados. Además de por donde has venido, tiene salidas en las paredes norte, este y oeste. El techo de la habitación se eleva hasta los cuatro metros y medio, pero en los corredores es de solo tres metros. Las paredes, el suelo y el techo son de roca dura. Al alumbrar con tu farolillo alrededor, puedes ver claramente que en las paredes hay algunas grietas y roturas muy pequeñas. Exactamente en el centro de la habitación hay una estatua de piedra de una mujer vestida con armadura.

Tras varios metros de pétrea monotonía, Torgul se encontró a poca distancia de una estatua de gran envergadura. La figura destilaba gallardía, impregnaba de un rumor de ecos de honor y valentía a la lóbrega cueva, un llamamiento arcáico a los que empuñaban las armas en la guerra. Al posar sus ojos sobre ella, le  invitaba a aproximarse—Vania—el susurro se le escurrió de entre los labios. La imponente efigie, al tratarse de una figura femenina, contenía una remembranza a su diosa. El guerrero la contempló con una mezcla de sobrecogimiento y veneración.

Inundado de un manto reverencial, y atraído por el aire a deidad que su mente argullía, los pies del joven iniciaron la aproximación a la bélica figura. No obstante, en un chispazo de alerta, consecuencia del encuentro con la serpiente a causa de haber bajado la guardia, su voluntad logró que detuviesen el avance, al atisbar que la efigie estaba rodeada por tres aperturas hacia lo desconocido, y más turbador aún, que las paredes de sólida roca ahora se asemejaban a los ríos que se expanden por un vidrio cuando es golpeado por un objeto contundente. Las piedras tenían una miríada de fisuras que le daban un aspecto inestable, bastaría con eliminar uno de esos múltiples pedazos para que se desbordase como un castillo de naipes.

Las medidas de precaución que había estado tomando hasta ahora debían ser redobladas, por lo que decidió avanzar junto a la pared izquierda, palpando ligeramente con las yemas de sus dedos la gélida roca, a riesgo de desprender o hundir algún minúsculo guijarro. Decidió hacer un barrido alrededor de la talla, dándose tiempo para estudiar la efigie por todos sus ángulos, desde la distancia que proporcionaba la pared que escrutaba con los dedos.

A pesar de haber dado la vuelta completa alrededor de la estatua examinando las paredes, no encontró indicios de que hubiera algún mecanismo oculto en derredor, por lo que decidió acercarse a la estatua para examinarla, dejandose embeber por la evocación que ésta le transmitía—Ser cobarde no vale la pena, ¡más qué caro puede salir ser valiente!...—una punzada de arrepentimiento surgió para recordarle que no había tenido la valentía de oponerse a la decisión de Aleena de dejar su hogar. Ella ya estaba lejos de él y de Sibril, mucho antes de partir. Se sacudió aquel pensamiento fugaz y tras rezar una plegaria a su diosa, decidió encaminarse hacia la apertura que había tras la estatua. Seguía moviéndose como una flecha, en línea recta, de lado a lado de la cueva.

El sentimiento de devoción se acrecenta según vas rodeando la estatua y vas pensando que tal vez represente a tu diosa. La valentía y el coraje te inundan, dándote más energías. Ese es el poder de la fe y el corazón. Alumbras con el farolillo la sala, atenta a cualquier movimiento que pueda haber, ya que no te fías. Ya tuviste el encontronazo con la serpiente y no quieres volver a ser sorprendido. El tacto de las paredes es frío, como el mismo hielo. Observas la estatua, parece antigua, aunque está en buen estado. Por los pasillos que salen en todas direcciones, solo ves oscuridad.

De repente, un poco antes de completar la vuelta entera a la estatua, cerca de la salida del este, tu mano palpa algo diferente a la roca. Alumbras con el farolillo la pared y metida en una grieta ves un pequeño trozo de papel viejo. Lo sacas del nicho con cuidado y lo abres, ya que está doblado varias veces. Parece una nota escrita en el idioma común:

RATAS AL ESTE
TRASGOS AL NORTE
¡CUIDADO CON EL OESTE!

Das dos pasos y te colocas en la esquina del corredor. Te pones a escuchar y oyes unos chirridos que vienen del este. Al parecer, si la nota es correcta, esos sonidos tienen que hacerlo las ratas que pululan a sus anchas por el dungeon*. Sigues avanzando hasta posicionarte de nuevo de frente a la estatua. Te acercas a ella y la observas minuciosamente. Está tallada en un solo bloque de roca, la misma que la de las paredes. In situ, ves que no se han esmerado en los detalles, pero no está mal tallada. Buscas en ella algún tipo de mecanismo o compartimento secreto, pero no encuentras nada. Tampoco tiene inscripción alguna. Después de un buen rato, decides continuar tu camino por la salida norte.

Te colocas en la entrada y alumbras al frente, el estrecho pasillo avanza unos metros y parece que gira a la derecha. Si haces caso a la nota, al final de este corredor, hay trasgos, criaturas malvadas que ven en la oscuridad. Aunque débiles, sabes que se amparan en el número para vencer a sus adversarios. Probablemente te vean acercarte por la luz de tu farol. Dudas qué camino tomar, así que te tomas unos instantes para volver a pensarlo...

Las advertencias del ajado papel, que alguien había incrustado entre las grietas de la pared, encendieron la suspicacia del guerrero. Alguien había introducido la nota a drede en el lugar. Tras advertir si las sentencias que había escritas en la improvisada guía eran verdaderas, y a tenor de los sonidos procedentes del oeste, así era, estaba ante una intercesión anónima. Quién sabía si de algún explorador que no deseaba que los que vinieran detrás se encontrasen con la desagradable presencia de unos trasgos...Antes de decidir el camino a tomar, enrrolló la nota y la encajó cuidadosamente de vuelta a su lugar, pemitiendo que la voluntad de la primera persona que lo depositó allí, permaneciera intacta para otros exploradores o aspirantes a guardia.

Habiendo comprobado que lo que describía se correspondía de forma fiel a lo que sus sentidos percibían, sopesó las opciones. Avanzar hacia el norte no era ni de lejos mejor opción que tener que encontrarse con una legión de ratas, y el oeste era un enigma por resolver entre signos de exclamación, pues clamaba ir con meticulosidad. Se giró hasta quedar de frente al inicio del corredor por el que había escuchado a los roedores. Animales pequeños con un elevado instinto de supervivencia, seguramente sabrían cómo moverse por el interior de extremo a extremo sin sufrir mayores percances, sin embargo, las ratas podrían estar hambrientas y a la espera de poder hincarle el diente a cualquier ser que decidiera aproximárseles, aún así, serían más fáciles de disuadir que unos trasgos, pero también se vería obligado a tener que pasar por el corredor con celeridad para evitar que se le encaramasen, y como consecuencia, podría también alertar de su presencia a causa del traqueteo de su armadura y del resto de objetos que portaba encima, que sólo se verían amortiguados por los agudos y cortantes alaridos de los roedores.

Haciendo acopio de la confianza que suponía saber que ya había pasado por ese lugar, aunque no fuera capaz de evocarlo en su memoria, decidió internarse en el corredor orientado hacia el este.

Al final, después de rumiar por dónde vas a ir, decides descartar el corredor norte y no aventurarte por el del oeste. El del este parece menos peligroso que los otros dos, así que avanzas hacia él y te adentras en la oscuridad lentamente. Te giras y alumbras a la estatua que dejas atrás, pidiendo fuerzas a Vania, si es que representa a tu diosa. Sigues por el corredor cinco metros y mientras te acercas a lo que parece ser otra habitación, oyes más chirridos. Sabiamente cubres la lámpara, dejando solo una tenue luz rojiza, y al llegar al final del pasillo escudriñas el cuarto, que es más pequeño que el anterior. Ves tres ratas gigantes que se escabullen y un tesoro disperso en la cercanía, mezclado con huesos roídos y otras cosas que no distingues. La poca luz que has dejado, saca destellos de las monedas de cobre y plata.

—Mis ojos me engañan, ¡por las barbas de un enano!, que el aire enrarecido de este antro me pudiera estar haciendo efecto, no es posible...—Los ojos de Torgul reflejaron el fulgor plateado y cobrizo, ténue e iridisado, de las monedas que había amontonadas y esparcidas, en azarosa entropía por el suelo. Sus oídos no hubieran podiido distinguir algún otro sonido más allá de los estridentes y entrecortados chillidos de las tres ratas que habia alrededor del tesoro.

A medida que se adentraba en aquel lugar, más inverosímil y enigmático le resultaba lo que se le presentaba ante sus ojos. Mas no hay botín que no se gane sin esfuerzo, o que sea celosamente custodiado por su dueño. Los restos óseos, carcomidos por las ratas o quién sabía qué otra bestia o criatura, que se hallaban entremezclados por doquier entre las monedas, llamaron a la cautela.

Torgul decidió tantear cuidadosamente la pared de su izquierda nada más entrar en aquel espacio, en busca de posibles interruptores escondidos entre la gélida piedra que pudieran catapultar algún tipo de trampa, o que dieran acceso a alguna puerta cercana al tesoro. Hizo lo mismo alrededor de las otras tres paredes, con el máximo sigilo y sensibilidad que le permitieron las yemas de sus dedos, sin éxito alguno en su empresa.

Habiendo dado la vuelta completa, decidió aproximarse hasta el tesoro con la lentitud pasmosa con que la tierra daría una vuelta sobre sí misma, pues no se fiaba ni de su sombra. A la luz del farolillo que sostenía en su zurda, y con el filo de la espada que empuñaba con la diestra, sin adentrarse en el tesoro, comenzó a remover la pila de huesos roídos, y monedas cobrizas y plateadas a las que daba alcance desde su posición, con el fin de comprobar si no habría algo más que lo que sus ojos le mostraban a simple vista, sin embargo, no halló atisbo de engaño alguno, por lo que decidió acercarse un paso o dos más, removiendo el caótico montón de metal, con el fin de encontrar algo más que pudiera servirle de utilidad.

Nada más entrar en la habitación, las ratas habían huido para esconderse en alguna grieta. Algunas se quedaron observándote, con esos ojillos rojos que relucían ante la luz de tu farolillo. Su tamaño indicaba que eran ratas gigantes, un roedor más grande que sus hermanitas de ciudad.

Avanzas con mucho cuidado, lentamente, para no asustarlas y ponerlas nerviosas. Miras alrededor, el tesoro y las paredes, pero sin quitar un ojo de las ratas. Al acercarte al montón de monedas y moverlas con tu espada, parece que ha molestado a las ratas, que chillando se tiran a morderte. Son tres las que salen a enfrentarse a ti.

El acercamiento al cobrizo y plateado metal, esparcido por doquier en el centro del habitáculo, supuso para Torgul ganarse la hostilidad de tres enormes roedores que le habían estado observando con recelo y curiosidad hasta entonces. Sus estridentes chillidos acuchillaron sus tímpanos, provocando que sus ojos se entrecerrasen y su faz se torciese en un gesto de desagrado, al tiempo que los dedos con que cercaba su espada presionaban la empuñadura con mayor firmeza, quedando ésta a la altura de su pecho. Flexionó las piernas, manteniéndolas una un paso por delante de la otra, e inclinó el tronco ligeramente en dirección a sus oponentes, adquiriendo en conjunto una clara posición ofensiva, para que a la menor tentativa de ataque pudiera cargar contra ellas con una inmediatez relampagueante.

Las tres enormes ratas atacaron al unísono, intentando hincar sus dientes en algún hueco libre de metal. La primera de ellas logró encontrar el hueco que había hallado la serpiente anteriormente e hincó fuertemente sus afilados dientecillos en tu calcetín de algodón con dibujitos de gatitos, volviéndote a abrir la herida. Maldices tu mala suerte, mientras logras esquivar el furioso ataque de las otras dos ratas. Parece que las alimañas han encontrado tu punto débil, un espacio entre las grebas y tus recias botas de cuero. El chillido agudo de los roedores se te mete en la cabeza y parece que es una llamada a las armas o hacia un posible banquete. Algún punto rojo asoma tímidamente de las grietas de la pared.

Cuando los dientes de uno de los roedores se hincaron a la misma altura en la que la serpiente le había mordido previamente, echando abajo el proceso de cicatrización que había tenido lugar desde que se librara del insidioso ofidio, Torgul expulsó un sonoro exabrupto. No obstante, aquel mordisco funcionó como un revulsivo, provocando que el joven se moviera para esquivar a las otras dos ratas con la mayor presteza que su herida le permitió.

Completamente fuera de sí, masculló una serie de maldiciones dirigidas hacia la primera de ellas, contra la cual cargó su espada sin ninguna conmiseración. Un crujido metálico contra el suelo fue lo único que pudo conseguir, un movimiento avieso y torpe, a destiempo, pues la envergadura de la rata era inversamente proporcional a sus reflejos, de los que había dado muestra, dejando pasmado al aspirante a guardia de Threshold, que consideró que el tener a tres objetivos distintos rondándole le iba a dificultar la tarea, las ratas parecían ser territoriales y salvaguardar con celo aquel montón de metal, objetos y restos de huesos. Y lo que era aún peor, los estridentes y molestos sonidos se habían visto acrecentados, ¿era aquello una señal de alarma, o simplemente una forma de reducir el nivel de concentración y ataque de cualquiera que osase tocarlas?, bastarían unos minutos para despejar los interrogantes y saber si sus congéneres acudirían a la lid que se estaba gestando en el habitáculo.

Tu espadazo fue infructuoso, ya que golpeó el suelo donde un segundo antes estaba la aviesa rata. Rápidamente te posicionas para intentar contener la furia de estas alimañas, pero no eres lo suficientemente rápida. La misma que te había mordido, vuelve a encontrar el hueco en tu defensa y te muerde en el mismo sitio, haciéndote bastante daño. Tu calcetín de gatitos ya tiene que estar totalmente deshilachado. A otra rata la logras esquivar, pero la tercera, lista como pocas, trepa por tu espalda y te muerde en una oreja, que falta poco para arrancártela. De pie, sangrando y malherido, con una espada en una mano y en la otra el farolillo, te das cuenta del peligro en el que estás. La cosa se está poniendo bastante fea. Más y más chillidos agudos se van escuchando y puedes ver cómo las grietas de esta sala se empiezan a llenar de puntos rojos, que sabes que son los ojos de más ratas. Al parecer, están llamando al rancho.

El enjambre de luces rojizas se multiplicó exponencialmente, provocando que la pared pareciera un ente vivo, y como el trueno ejerciendo de preludio rugiente la descarga de una tormenta, los orbes carmesíes amenazaban con una lluvia de dentelladas y desgarros de un momento a otro.

A este desbordamiento inminente se sumaba el dolor plomizo e inhabilitante, que se filtraba y ascendía desde sus heridas hasta el mismísimo centro de sus huesos. Si no había sido capaz de reducir siquiera a una de ellas, las posibilidades de hacerlo en ese estado habian quedado reducidas a polvo. Sólo entonces se dio cuenta de que había subestimado la capacidad ofensiva de los roedores, y la fortaleza y solidez que ejerce el grupo sobre el individuo. Estaba en clara desventaja, lo único que podía hacer en esas circunstancias era huir del habitáculo, la retirada se había convertido en la única vía para poder seguir en pié.

Renqueante, en actiitud defensiva y atendiendo a los movimientos de los tres enormes roedores, Torgul decidió desplegar la potencia del farolillo, cuyo fuego redujo voluntaria y instintivamente al hacer el seguimiento del sonido de las ratas, que provenía de la estancia en la que ahora se encontraba.

Giró la llave de apertura para que la luz ténue y sutil que irradiaba se convirtiera en un fuerte y enceguecedor resplandor, capaz de quemar si se lo proponía. No sin esfuerzo, estiró el brazo con el que lo sostenía, enfocándo con éste el mayor área posible mientras que con sus pies, que se arrastraban arenosos para evitar tropezar con las monedas, y los restos de huesos y otros objetos que había esparcidos por el interior, emprendía la retirada hacia la salida que se encontraba más próxima, a su espalda.

Ante la difícil situación en la que estás, decides retroceder y huir por el pasillo que hay a tu espalda, al noreste de la sala. Abres la ventana del farolillo al máximo y le das mecha para que arda lo máximo posible. Lo interpones entre las ratas y tú, a un lado y a otro, para espantar a estos terribles roedores. La repentina explosión de luz hace que los centelleantes ojos rojos que estaban apareciendo por las grietas vuelvan a desaparecer y que las tres ratas gigantes huyan despavoridas a esconderse. Aprovechas el momento para darte la vuelta y salir corriendo por el oscuro pasillo. La pierna donde has sido mordido por las ratas y anteriormente por la serpiente te duele al apoyarla.

El pasillo continúa unos metros hacia el norte y ves que hay un pasaje lateral a la izquierda. El corredor principal continúa durante unos metros y también gira a la izquierda. Cuando llegas al cruce te paras y ves que el pasaje lateral sigue un par de metros y se abre a una sala. Todo parece tranquilo. Miras atrás y puedes comprobar que las ratas no te persiguen. El farolillo está a máxima potencia y alumbra todo a tu alrededor.

Con las fuerzas extremadamente menguadas, Torgul trató de elevar la pierna para desplazarse con mayor celeridad una vez hubo dado esquinazo a los roedores, en ese momento su instinto de supervivencia le hizo desoír cualquier estímulo corporal, mas su extremidad llegó al punto de quedarse anclada, dándole por respuesta un dolor punzante y agudo que ascendió desde la herida que se había abierto hasta el límite de su conciencia. A pesar de ello, armandose de una rabia incontenible, tiró y elevó la cadera hacia arriba, mientras que apoyaba el peso sobre la pierna contraria para proseguir su avance, empujando la aflicción que la herida le provocaba hasta el fondo de algún lugar recóndito en su mente, apretando la mandíbula y maldiciéndose a sí mismo por no haber previsto la superioridad numérica.

En aquellas circunstancias lo único que se mantenía incólume, en una atalaya edificada por ladrillos de férrea voluntad, contra los que se estrellaban el desgaste físico y mental al que se estaba sometiendo durante la prueba a aspirante de la guardia de Threshold, era conseguir a toda costa su objetivo, no sólo por él si no por Sabril. No podía fallarse ni a sí mismo ni mucho menos a él.

Si acababa dando con sus huesos en ese lóbrego y desangelado lugar, Sabril se tendría que enfrentar a una segunda pérdida, una por ausencia en vida, la de Aleena, y otra, la que le traería su muerte durante la prueba. Estaba seguro de que su padre adoptivo, cuyo corazón ya había sufrido el abandono de Aleena, acabaría devastado si no salía del lugar, ya fuere habiendo cumplido con el objeto que debía requisar de su interior cavernoso, o sin él, teniéndo que bregar con la vergüenza y el deshonor que eso supondría el resto de sus días, pero era un peso y un estigma asumible comparado con las consecuencias que podría traer para el ya mermado núcleo familiar que Sabril y él constituían.

Aquellos pensamientos se fueron apagando al mismo ritmo que la llama de su farolillo, que redujo cuando se cercioró de que el sonido de las ratas se había disipado lo suficiente a la distancia a la que se encontraba, para adentrarse por el recodo que quedaba justo a su izquierda, y tantear lo que había en ese espacio.

Justo al llegar a la entrada, pegando la espalda a la pared del pequeño corredor que conformaba el desvío, detuvo sus pasos y se paró a escuchar para asegurarse si habría alguna presencia o actividad en su interior. No obstante, ya fuera porque el agotamiento le iba haciendo mella sin remedio, o porque se encontraba a las puertas de un lugar completamente despejado, no logró percibir nada que le hiciera sospechar de que alguna entidad se encontrase cerca. A pesar de ello, se asomó ligeramente en actitud claramente defensiva, con su espada en alto, enfocando con la luz ténue y debilitada del farolilllo hacia el interior.

Te diriges hacia la habitación que se abre ante la luz de tu farolillo y te paras en la entrada de la extraña habitación para investigar. El cuarto está vacío y limpio, y la único que resalta en él es una boca de color naranja de más o menos dos metros y medio de largo, en la pared del fondo, al oeste. Exploras con la mirada la habitación, escuchando y mirando todo cuidadosamente, pero no observas nada. A menos que entres en la sala, no podrás investigarla a fondo. Atrás, el pasillo continuaba hacia el norte, para luego girar a la izquierda, al oeste.

Al comprobar que aparentemente la sala se encontraba vacia, se aproximó trastabillando con dificultad hasta la pared del fondo con los ojos fijos sobre la boca anaranjada. El avance fue lento, no sólo por el estado en que se encontraba su pierna y el desgaste que había sufrido, si no para evitar accionar algún mecanismo indebido durante su trayecto para llegar a la boca. Avanzó tanteando desde la pared que le quedaba a la derecha, hasta la que se encontraba apuntando al norte, y por último la pared oeste, donde se encontraba la boca. 

Una vez hubo llegado hasta allí, aproximó el farolillo para comprobar si habría algún tipo de mecanismo de apertura o cierre del paso de algún fluido, y comprobar así mismo hacia dónde podría dar aquella estructura alargada.