Partida Rol por web

—No tema, nosotros le ayudaremos a encontrar su camino. Venga, venga con nosotros.

Echaron a andar -en una dirección diferente a la del pozo- esperando que Mats les siguiera.

—Está usted en un lugar liminar, entre el sueño y la vigilia. Este es un sitio muy especial y a veces recibimos visitas inesperadas.

Durante unos segundos no acierto a reaccionar. Me quedo mirando a los dos hombres con una sonrisa cordial, aunque mis ojos delatan que no me fío de ellos.

—Espere un momento, Gaëtan —solicito—. Le agradezco la ayuda, pero si no le importa, antes me gustaría saber quiénes son ustedes. Y no me refiero al nombre. Verá… —Me llevo las manos a las caderas, cambiando la pierna de apoyo—. Nada más lejos de mi intención que ser descortés, pero últimamente me he tropezado con personas bastante… hostiles, y ya sabe lo que dicen: hombre precavido vale por dos. ¿A dónde quieren llevarme? Y otra cosa —señalo al pozo—, ¿qué hay ahí? ¿Ustedes también ven el pájaro?

Esta situación es realmente extraña, y no me moveré hasta que consiga algunas respuestas.

—Me consta que es usted una persona astuta, señor Bergstrøm.

Esbozó una sonrisa desafiante, atento a la reacción del periodista. El alumno se puso en guardia, como esperando un golpe o una finta.

—Comprenderá que se ha ganado cierta celebridad entre nosotros, sobre todo después de robarnos una korai, matar uno de nuestros colaboradores más apreciados y enviar a tres de nuestros hermanos a la Casa de Hades. Así que su rostro nos es bien conocido a casi todos.

Ese casi guardaba una reprimenda al aprendiz.

—Tengo muchas de las respuestas que busca, pero el problema es grande y difícil una solución que nos satisfaga a todos — . Sonreía enfatizando la ironía— . Ese pájaro que usted ve sin duda es la Ba de su Sofía, que ya ha echado a volar en busca de la casa de los dioses.

Hizo un gesto con la mano pidiéndole a Mats que les acompañara.

—Venga, por favor, sea nuestro invitado en este sueño. Así podrá saber más. Así podrá saberlo todo. O casi.

Tal y como sospechaba: son ellos. Mi rostro se mantiene inexpresivo mientras el tal Gaëtan me da sus explicaciones, algunas de las cuales no comprendo. ¿Matar? Yo no he matado a nadie. Sin embargo, me da la sensación de que, llegados a este punto, lo mismo da que trate de matizar este punto; sea lo que sea que tengan pensado hacer conmigo, no creo que cambien de idea por una somera aclaración. Asimismo, estoy convencido de que tratar de huir o enfrentarme a ellos no sería juicioso. Contra todo lo esperable, esbozo una gran sonrisa.

—Vaya. Así que ya no soy una presencia ni un ser entre mundos. De pronto ya sabe quién soy. —Chasqueo la lengua tres veces seguidas, como amonestando a un niño—. No está bien intentar engañar a la gente, señor Gaëtan.

Hago un gesto con el brazo, cediéndoles el paso a mis escoltas, invitándolos a que abran camino. Veamos qué son esas cosas tan reveladoras que tiene que decirme.

Caminaron juntos, el mayor hablaba, el joven guardaba silencio.

—Está usted haciendo, para que nos entendamos, un viaje astral. Su cuerpo descansa —. Hizo una pausa dramática— en algún lugar seguro pero ha viajado usted en… digamos… espíritu hasta aquí.

Los siguientes metros los hicieron mudos, sin más luz que la de la lámpara que había vuelto a las manos de Ruben. Las enormes moles excavadas en la tierra dieron paso a estilizadas columnas de hormigón o de piedra cuya altura rondaría los treinta metros. Gaëtan continuó su discurso como si no hubiera habido un silencio en medio.

—Y… ¿Qué es el cuerpo sin espíritu que lo habite?... No, no piense mal. Quiero que despierte. Pero no todavía.

El suelo dejó de ser llano para convertirse en una especie de ladera escalonada de piedra dentro de un subterráneo sostenido por las altísimas columnas. Subieron por una escalera tallada a pico. En las paredes habían agujeros oscuros como madrigueras de animales. En una se podía distinguir por un segundo una figura humana tapada por alguna especie de piel de animal.

Continúo siguiendo a mis dos improbables acompañantes. Mientras escucho a Gaëtan, el paraje que nos rodea se convierte en algo diferente, una cuesta con escalones, y el camino está jalonado con unas columnas tan altas que la tintosa oscuridad no me permite alcanzar a ver el final. Las explicaciones que me da el hombre son o bien obviedades, o bien insinuaciones con cierto aire amenazante. Ignoro tanto una cosa como la otra. Cuando mis ojos se acostumbran a la negrura que me envuelve, distingo la silueta de una persona cubierta con un pellejo de animal y metida dentro de un agujero que parece el nido de alguna alimaña. Trago saliva. Con cada paso que doy, más tengo la sensación de estarme acercando a una trampa mortal.

—No lo entiendo. Si no quiere matarme, entonces, ¿qué es lo que quiere? —pregunto, suspicaz—. Usted mismo lo ha dicho. Yo soy su enemigo, ¿no es así? He hecho muchas cosas inaceptables para ustedes. Entonces, ¿puede explicarme a dónde me lleva y por qué lo estoy siguiendo? —Mis ojos miran un momento a Ruben, como evaluando su actitud, antes de seguir hablando—. En realidad hay muchas cosas que no entiendo. Para empezar, ¿cómo pueden hacer lo que hacen y vivir con ello?

Realmente siento curiosidad. ¿Quién sabe? A estas alturas, cualquier cosa puede ser. A lo mejor el sabihondo de Gaëtan me da una explicación que me deja flipando en colores.

Observé a Anjum todo lo que mis azules ojos y mis nervios de la situación me permitieron, definitivamente tendría que visitar a Ophelia si es que salía con vida de todo esto... Mi curiosidad profesional crecía y crecía a cada instante y una oportunidad como esta no iba a tenerla muchas veces más.

Mi mente afiebrada hacía preguntas e imaginaba escenarios cada vez más sórdidos y arriesgados, ¿Podría abrirlos para ver sus entrañas? De pronto, la idea de un vampiro mirándome mientras lo abría para constatar sus órganos en aquel estado de vida me resultó tan excitante que me removí en el asiento y me obligué a mirar por la ventana porque había estado mirando al conductor todo el tiempo a través del espejo retrovisor.

Amaba la lluvia. El baile de las gotas en el parabrisas me distraía, hubiera preferido, claro, ir a la par del automóvil caminando bajo la parsimoniosa lluvia antes de sentir que iba en una hermosa caja de cristal hacia un destino incierto... Y, sin embargo, había una hermosura innegable en aquel pequeño momento.

Las palabras de Elliot me trajeron de nuevo a la realidad y lo miré poniendo toda la atención a lo que me contaba -Entiendo -musité en voz baja pensando en que quizás liberar a Sophie fuera el real motivo por el que estaba yo esta vez en la misión de campo; quise preguntarle por qué no habían podido, si había sido por motivos sentimentales o prácticos, pero antes de que pudiera hacerlo tuvimos que bajar del automóvil, sin embargo tomé nota mental de preguntarle después... Podía ser de mucha utilidad posteriormente.

El frío me tomó por sorpresa al salir del automóvil y me froté los brazos instintivamente antes de detenerme a mirar la fachada del negocio al que íbamos a entrar mientras Anjum subía la persiana de metal. Arriba nos esperaba nuestro "contacto", estreché su mano y lo miré a los ojos -Clementine -me limité a decir. Una sonrisa se me escapó de los labios cuando Anjum dio sus referencias ¿Su comunidad? ¿Acaso era una práctica común a los vampiros tener detectives? Me resultó del todo curioso, por no decir gracioso, pero en verdad no era un momento para reírme ni mucho menos.

Miré el mapa del laberinto y sentí que algo no estaba bien de lo que decía el señor Mermoz, en un principio no entendí por qué Ophelia no podría habernos dado a nosotros directamente el mapa pero luego comprendí, ella había recordado y le había hecho recordar a él. Me acerqué a Daniel y le hice una seña cuando el detective mencionó a Iréne.

Con los ojos todavía en el mapa escuché a Leah advertirle al hombre sobre la peligrosidad del asunto, cuando volvió a hacerse silencio le pregunté -¿Por qué desea acompañarnos? ¿Cuáles son sus motivaciones?- y lo miré como si preguntar aquello fuera lo más natural del mundo, ladeando ligeramente mi cabeza.

El hombre se acarició su barba cuidada pero poco poblada para responder.

—Hace siete años yo no sabía nada de la vida pero sabía que no sabía y buscaba debajo de la alfombra pistas de un mundo oculto a la vista —. Sacó una pitillera, la ofreció por si alguien quería un cigarro -Anjum aceptó- y se encendió uno.—Pero que ya intuía que podía ser desvelado.

Encendió los pitillos de los demás, luego el suyo.

—Por entonces caí en el hechizo de las catacumbas. Es otro mundo, otras normas. Se respira el misterio… Amplié mis inquietudes y comencé una pasión por lo invisible y lo sobrenatural que, ahora lo sé, tiene su piedra fundacional en este caso.

Pegó una calada.

—Para mí todo empezó aquí. Alguien me lo hizo olvidar pero mi vida se puso a girar en torno a ese vacío como un agujero negro que lejos de tragárselo todo lo pone en movimiento y le da vida.

Entenderán que ir y terminar lo que empecé es algo personal. Y quizá ese chico esté vivo en algún sitio y si es así, créanme que le encontraré. Como ve, señorita, me sobran motivos. ¿Pueden ponerme al día de lo que nos espera? Hablen sin reparo, no creo que me sorprendan.

Se detuvo en un descansillo formado por la cornisa entre dos escarpaduras de ese extraño acantilado.

—Empezamos siendo una especie de club de viajeros y vaya que si es verdad eso que se dice que viajar te cambia y te amplía las miras.

La moral es una cuestión de perspectiva y nosotros tenemos una particular que nos permite arrebatar las vidas de los que se nos interponen y sacrificarnos y sacrificar a otros por un bien mayor.

Avanzaron unos metros por el camino y comenzaron a subir otras escaleras talladas. Ruben observaba siempre en silencio, muy atento, como si estuviera en una lección magistral.

—Creo que usted nos puede ser muy útil, señor Bergstrøm, y tengo una intuición sobre su presencia aquí que puede resultar vital para el futuro de mi secta.

Las manos en los bolsillos del abrigo se retuercen de tensión.
Al principio mi intención es de poder contenerlas ahí dentro.
Pero es demasiado. Medito e intuyo si no es mejor canalizar el esfuerzo a algo mejor que cargar de rigidez los músculos, hacia los hombros y el cuello.

Detalles con nombre como la mención de la ayudante del tatuador me convencen.
Simplemente la vieja libreta de sabueso vuelve a mis manos incitándome a recapitular.
El apellido de Irene Caron o la visión de su imagen me retrotraen al comentario de Edith sobre la chica delgada de los tatuajes bonitos, que le hacia los dibujos a veces llorando.
Aliso el papel donde puse la anotación y pienso que puede ser ciertamente ella.
Un sutil intercambio de señales de Clementine me alerta de que la doctora esta reconociéndolo también. Quizás recuerde algún detalle mas.
Le señalo la nota con discreción en un momento en el que la atención recae sobre la peculiar imagen del laberinto remendado.

Dos cosas me resaltan sin que pueda darles todo la claridad de la completa comprensión.
Que alguien tenia una guía no me extraña. Que aparezca me intriga.
Mas que nada por la curiosidad de los mecanismos que trataron de hacerla desaparecer y los que la han traído de vuelta.

Una de las posibilidades de la que nadie ha querido hablar, es la de ser engullidos por el mismo olvido que se repite una y otra vez en cada narración de supervivientes.
En parte Edith. Marie Pradon. Cleo. Los tres rastreadores del inframundo que el detective Mermoz hoy recuerda... Todos se vieron envueltos en esa magia.
Llevo, desde que Elliot confirmó que desde su lado hoy ya no era posible alcanzar a Sophie, pensando qué evitaría que eso nos sucediera.
Si puede hacerse, es por que entra en el conjunto de reglas de la realidad pero, como la pérfida insistencia de la gravedad o la inevitabilidad de los impuestos para los pobres, la realidad posee un empeño malsano en imponerse y el olvido, aunque real, estoy seguro que va a necesitar un equilibrio demasiado preciso y una energía considerable para ser asentado.
¿Cuanto es el limite para llegar a que sea demasiado? Y siendo tramposos ¿Cual es la forma en la que cuando llegue a ser demasiado no tengan la oportunidad de esquivar el golpe?

Tomo una fotografía del laberinto para que el mapa o la llave o lo que sea no sea una copia única.
Recuerda a uno de esos pasatiempos que regalas a los sobrinos, con el reto de que Aladino encuentre la lampara del Genio, o Tambor un carro de zanahorias. Al principio todo es cuesta arriba pero cuando lo resuelves todo el misterio se esfuma. Y pierde todo su poder.

Si no fuera por que siento la seriedad en la intención del detective me estaría sonriendo pero al menos el agarre de mi zurda, suelta y con vida propia, aferrado a la de Leah por un instante es de confianza.
El animo de decidido de Khalil con respeto a Volpi, y compartidamente con los tatuadores, es reconocible. No puedo leer el grado de familiaridad pero aun si no fuera personal lo entiendo. ¿No lo hemos tenido nosotros cuando buscábamos a Noemie o a Odelia? ¿Cuando protegimos a Edith? ¿Ahora cuando buscamos a Sophie y Mats?

Lo único que se me ocurre expresar es el tono de prevención de mi mirada acompañado a las palabras de Leah. Esta es una misión de grupo y cualesquiera sean las emociones que pueda experimentar allá abajo el señor Mermoz debe contenerlas.
- La sensatez es la clave. Ir y entrar y sobre todo salir va a depender del buen juicio de todos nosotros. Por favor, necesitamos que comprenda ese compromiso. El señor Volpi, la señorita Caron y el señor Fairchild también entraran en nuestras prioridades. Pero no olvidando las que ya tenemos y nos generan urgencia.
Le tiendo la mano en gesto de acuerdo.
- Necesitamos su información y usted puede emplear nuestra ayuda. Pero por favor - le ruego mientras trato de discernir si el hombre en algún momento ha sido policía - recuerde que este es un trabajo de equipo. Por cierto me llamo Daniel. Y las preguntas de mi compañera también me incitan la curiosidad

Cuando el hombre se aclaro para poder contestarlas extendiendo el ofrecimiento de fumar a los presentes lo rechace con cortesía mientras escuchaba.
Su explicación de la afección personal al influjo de la magia de los Otros me hace pensar en los limites de esta.

Con Mermoz, un lego y posiblemente con la guardia baja y ningún talento mas allá de la voluntad, aun siendo efectiva no ha mantenido algún punto ciego, algún resquicio. ¿Y si en vez de dejarlo a la providencia, nuestro recuerdo, nuestra fijación en carne de piedra de la realidad, no en sus corrientes mutables, lo preparamos?

Gabriel se escurrió antes de que se lo pudiera preguntar. No se si por coincidencia o por intuición de que esa seria el interrogante que le iba a lanzar. Quizás pueda obtener respuesta y ponerla en practica antes de que nos lancemos a la oscuridad. Quizás no sirva de nada.
Lo cierto es que si queremos tenemos de observadores al mundo y avisados podemos poner en un brete a la Oposición.

Después están los otros pequeños detalles. Gente con garras doradas y alas. Lugares con reglas que son suyas y no nuestras.
Un laberinto con toda la carga literal y mística y metafórica que conlleva.

Una vez yo estuve perdido. Eran una maniobras de vigilancia en el desierto y se me daño el vehiculo.
Es extraño estar confuso en campo abierto, plano y casi sin obstáculos, a pleno sol.
Pero el pánico es mucho mejor catalizador del desastre que la acción de los simples elementos.
Tardé dieciocho horas y tres tercios de mi reserva de agua en darme cuenta que había una solución.
Recordar el entrenamiento, ponerlo en practica, y confiar en el uno por ciento de la mano de Dios.

Hoy, en la oscuridad, con un terreno en desventaja me acojo a la una mayor cantidad de fe y esperanza.
Lo demás esta en lo bien que nos hemos preparado antes. No solo en las ultimas horas. En nuestras vidas.

El hombre delante de nosotros nos pregunta que esperamos encontrar. Me siento en la necesidad de ser sincero.
- Miembros de un grupo de cultistas. Si no todos al menos algunos. Alerta, pues ya ha caido uno de los suyos y les hemos estado confrontando en varios frentes.
En algún punto: un cambio del paisaje. De lo que tenia que ser a lo que ellos quieren que sea.
Trampas: Por supuesto. Físicas pero sobretodo mentales. Les encanta jugar contigo. Retorcerte y controlarte. Lo disfrutan o al menos lo necesitan o de alguna forma todo va unido.
Son un culto de los sueños en los lugares liminares. ¿Sueños sin todas las correas? - Me encojo de hombros - viene de antiguo pero estos cultistas en especial me parece que se han centrado en lo que les conviene en especial para sus deseos en concreto.
En algún punto - digo señalando el centro de la maraña - esta una estructura de culto. Un pozo. Quizás un columnario o una cisterna. El agua estoy casi seguro que esta presente. En el retienen a una mujer joven y creo que con ella estará nuestro amigo Mats.
Si su amigo esta vivo búsquelo,creo, entre los cultistas. Pero tenga cuidado con eso. Puede que no sea dueño de su voluntad.

Solo espero que sea bueno con los ojos y con un arma, señor Khalil, pues aunque rezo por que no sea necesario usarlas me temo que puede que si.
Dejo el silencio para que el hombre absorba la información y alguno de los presentes añada lo que yo pueda haber dicho mal o incompletamente.
Con tranquilidad tiro de Leah y me acerco a Clementine con la intención de cuando haya un momento hacer un aparte.

Niego con la cabeza. Sigo sin entender nada, y a medida que va pasando el rato voy perdiendo la esperanza de llegar a conseguirlo alguna vez.

—¿Un bien mayor? ¿Y qué bien mayor sería ese? Porque por lo que a mí respecta, lo único que he visto de ustedes es una crueldad desmesurada e injustificable. Y, ¿sabe lo que le digo? Si se dejase de rodeos de una vez y hablase claro, me haría un favor. —Hago una pausa para tomar aire—. No tengo ni idea de cómo pretende que lo ayude ni de por qué querría hacerlo yo, que ya le voy diciendo que no tengo la más mínima intención. Están locos y cometen actos atroces como si nada. Eso es inhumano. No importa cómo quieran verlo ustedes, en qué salvación final crean. Lo que hacen es espantoso e imperdonable. —Me detengo en seco, mirando a los dos sectarios con una ira apenas contenida en los ojos—. O me dicen ahora mismo algo que haga que todo esto tenga algún sentido, o me largo. He venido a llevarme a mi amiga Sophie, aunque eso ustedes ya lo saben. Así que venga.

Resoplo, cabreado. ¿Qué coño quieren estos tíos?

Frunció el ceño mientras escuchaba a Daniel.

—Tengo dos cuestiones. La primera es si esos cultistas pueden manipular nuestra percepción y si es así, si tenemos alguna forma de protección.

La segunda cuestión... Yo conozco el punto de las catacumbas al que el catáfilo tenía que llevar al tatuador. Sería absurdo que lo hubiesen citado en su mismísimo Sancta Sanctorum y de hecho, eligieron un nodo, un cruce de muchos caminos y hay infinitos pozos y cientos de cisternas cerca, pero ¿Columnatas? ¿Pueden ser más precisos con ese detalle?

—¿Usted cree en la providencia? Bueno, está aquí para llevarse a su amiga y así será, pero cuando hayamos terminado lo que estamos haciendo con ella.

Sonrió con malicia. Bajó un par de escalones.

—Estoy de acuerdo con usted, en todo.

Tomó la lámpara de la mano de Ruben, que seguía contemplando, en silencio.

—Pero por desgracia, usted aquí no es libre. Tan sólo es un fantasma atrapado por la llama de mi lucerna. Sólo iluminado por su luz tiene usted presencia. Aunque ponga toda su fuerza de voluntad, no podrá separarse. Inténtelo si quiere.

Y si quiere empujarnos o lo que sea se sorprenderá de no tener cuerpo. La etereidad es una sensación desagradable cuando uno necesita interactuar con la materia.

Ahora vamos. Tiene que conocer a alguien ¿Donde está su instinto de periodista?

Gaëtan se giró con intención de empezar a subir las escaleras mientras su alumno Ruben, se posicionaba un par de escalones tras Mats, tenso, en guardia.

Ni siquiera me hace falta intentar alejarme para saber de forma instintiva que Gaëtan está diciendo la verdad. Tengo que tragarme la bilis ante la impotencia que siento cuando oigo cómo el perverso demente confiesa sin asomo de conciencia que están «haciendo algo» con Sophie. Le partiría la boca de una hostia, y unas cuantas cosas más, pero, incluso aunque lo consiguiera, ¿de qué serviría? Tampoco sé cómo sacar a Sophie de dondequiera que esté, y al menos este indeseable me asegura que podré llevarme a Sophie. «Cuando hayamos terminado lo que estamos haciendo con ella». Siento un escalofrío, pero no puedo permitir que la desesperación me venza. Si logro rescatarla con vida, habrá esperanza. Siempre la hay.

De modo que me trago mi ira y sigo al petulante hijo de puta en un silencio tenso. Habrá que seguirles la corriente a estos psicópatas si no quiero que todo esto haya sido en vano. ¿A quién querrá que conozca a estas alturas, y para qué? En todo caso, no me queda mucho para descubrirlo.

En silencio llegaron a un terreno llano, de nuevo poblado por las titánicas columnas hoscas, talladas en la tierra, estas más bajas, pero lo suficientemente grandes como para que bajo ellas cupiera holgadamente una pequeña construcción que a simple vista podría pasar por un mausoleo.

Iluminada ésta con focos de luz eléctrica, de no ser por lo limpia y poco o nada desgastada que estaba la piedra con la que estaba construída podría haber pasado por una especie de templo o tumba antigua.

Era como una reproducción muy cara de un monumento clásico, casi arcaico: un edificio pequeño, circular, formado por una cámara interior con un porticado externo de columnas dóricas.

La puerta, de madera, muy alta, estaba vigilada por dos personas, un hombre con rasgos hermosos pero un tanto brutos, pelo medio largo, perilla y más bien pinta de gánster insomne y una mujer delgada bien entrada en los cincuenta, con un hermoso pelo blanco largo, armada con una ametralladora. Fue ella la que abrió.

Gaëtan ofreció la lámpara Mats y le invitó a que entrara solo.

En el interior había otro círculo de columnas rodeando una hermosa sala tenuemente iluminada en cuyo suelo se alternaban baldosas romboides blancas y negras que confluían en un centro ocupado por una losa circular de piedra blanca que bien podría ser la “tapa” de un pozo.

Sobre una piel de animal, quizá de lobo, estaba sentada Vendela, desnuda, con todo el cuerpo pintado de negro, con las manos agarrando sus rodillas y la cabeza hacia el vientre, mirando su propio ombligo. Su mirada parecía ida o concentrada,  meditando. En todo caso no había reparado en el periodista. Olía a betún.

Junto a ella, sentado sobre otra piel, un hombre viejo de aspecto duro y carismático esperaba a Mats. Su piel estaba sin pintar y vestía ropa cómoda, atemporal.

Le señaló el suelo, frente a ellos, invitando a Mats a que se sentara.

—Antes de nada, déjeme adivinar... Su amiga le ha traído aquí, a su pesadilla, para que usted le ayude a morir. —De pronto subió el tono, como enfadado.— ¡De ninguna manera queremos eso! ¿Verdad?