Partida Rol por web

-¿Ah, no?-Se miró su propio pecho peinándose el vello con un gesto exagerado.-¿Sabe lo que le digo doctora Ouvrard?

Saltó de la cama y se comenzó a poner torpemente la ropa inerior.

-Me han entrado unas ansias enormes de un buen desayuno con café, croissant y chocolate negro. Pero me he aficionado a verla desnuda y descarto ir a una de esas cafeterías de la civilización donde le obligarían a vestirse, así que...¿Qué le parece si me acerco a una pastelería de guardia y vuelvo en unos cuantos minutos… -trastabilló dando un saltito para introducir un pie en el camal del pantalón-...eso si no me atropella un coche...?

Lo miré sin parpadear -Su propuesta me parece apropiada, apoyo la moción vehementemente -manifesté y esbocé una sonrisa -Espero que no me haga ir desnuda al trabajo porque podríamos meternos en problemas -bromeé, mi mente se estaba alejando de la escena rápidamente y luchaba por mantenerme en la realidad, entre el sueño y las experiencias de la noche anterior mi mente se esforzaba en ordenar lógicamente los hechos y recapitularlos para archivarlos. No dejaba de parecerme extraño que el doct... Max, no me preguntara nada sobre el asunto.

Su última frase me sobresaltó un poco y me incorporé de un salto del suelo, me senté sobre la cama -¿Recurriendo al pensamiento mágico de que a algo demasiado bueno le sigue una fatalidad? -inquirí perpleja -No me lo hubiera imaginado de usted... -me levanté y lo besé en la mejilla -Tiene usted mi bendición caballero, no tema al dragón.

Tras un buen desayuno de conversación desenfadada, alguna anécdota y risas volvieron a la cama. La mañana pasó rápido, con cierta embriaguez debida a la falta de sueño y el sexo que alternaban instantes de éxtasis y de calma casi contemplativa. Por la tarde se separaron con un sencillo beso. Clementine tenía turno esa noche.

Max no preguntó nada de lo ocurrido la noche anterior, ni sacó ninguna conversación con la que indagar sobre la vida de la médico. Ni se mostró preocupado ni extrañado por nada. Y no era por desinterés. Sino todo lo contrario.

Simplemente estaba allí. Ella intuía que él estaría allí, que podría contar con él y que nunca pediría ninguna explicación, sencillamente porque no la necesitaba. Porque aún sin conocerla en profundidad, tenía plena confianza en ella.

Cuando llegó al hospital, anocheciendo, el viejo edificio, por fuera, parecía más grande y desolado que nunca.

En cambio, al entrar, la vida bullía, sangrante, llenando todo de una energía tonificante que podía mantenerte despierta y perfectamente en guardia durante horas.

La recibió la enfermera Modiano con la carpeta de las visitas.  

La noche anterior y aquel día habían sido poco comunes para lo que eran la sucesión de mis días y mis noches. La compañía de Max era reconfortante y, por momentos, perturbadora. Para alguien como yo, que disfruta de la soledad y está acostumbrada a ella, tenerlo en mi casa por muchas horas fue una experiencia del todo particular. Cuando nos despedimos quería que se fuera y al mismo tiempo que se quedara, no lo detuve, sabiendo lo que es mejor para mí. Pequeñas dosis son más efectivas que un gran trago.

Tomé una ducha y ventilé la casa, dejando que el aroma del ocaso primaveral entrara por la ventana mientras la voz de Leornard Cohen rompía el silencio que me rodeaba como una plegaria nos conforta en el silencio de un templo. Mis pensamientos fueron hacia los sucesos que habían pasado y los que vendrían sin remedio, como quien ve un tsunami a lo lejos desde la costa. Las olas van a alcanzarme por más que corra.

La guardia del hospital era como mi casa, los mismos rostros día tras día, la rutina, que me daba seguridad y al mismo tiempo me hastiaba de a momentos. Saludé a la enfermera apenas entré en el office de enfermería con mi bata blanca ya en su lugar -Buenas noches Modiano, ¿Alguna novedad que necesite saber? -digo al tiempo que mis ojos leen la carpeta que me ha alcanzado

Era uno de esos días buenos de la enfermera Mondiano en que su pareja de turno no le llamaba para incordiar. Y el trabajo fue fluido y eficiente.

Pasaron rápidamente las horas en una noche que resultó ajetreada pero sin casos de excesiva gravedad: algún accidente casero que fue resuelto sin mayor problema -un niño que se había comido una figurita del parchís, una joven se había cortado con el cristal de una ventana...-, una anciana que había tenido un ictus leve y se había caído sufriendo una fractura y dos accidentes de tráfico con una pierna rota y una esquirla de metal en un ojo que fue extraída con éxito.

Max, “el Dandy” no tenía guardia esa noche. Sólo aparecía cuando le apetecía y la mañana siguiente contaban con él en una reunión de la dirección con representantes del ministerio de salud.

La llegada del reponedor de las máquinas de refrescos anunciaba el fin de la noche cuando la risa de una paciente de edad avanzada, que esperaba a que su nivel de glucosa se redujera hasta un nivel aceptable, delató la entrada del doctor Serres en urgencias un poco antes de su hora.

Era fácil imaginarlo haciéndole alguna pequeña broma, o contándole un chiste. Había llegado el turno de la mañana y la jornada estaba a punto de terminar.

Nicolás saludó a Clementine con mirada cariñosa, benévola.

No dio tiempo a más. Desde cribado anunciaron que en un box esperaba un hombre herido de bala.

Cuando los doctores entraron un hombre con camisa, corbata, gabardina, pelo claro y bien peinado, perilla de mosquetero y mirada astuta, aguardaba sentado en la camilla.

La noche transcurrió tranquilamente y luego llegó el turno matutino, saludé a Nicolas con apenas una sonrisa antes de que el deber nos llamara nuevamente hacia los boxes con pacientes. Entro llevando las anotaciones del ingreso a enfermería, miro la información y digo:

-Buenos días señor... Govier -dejo que Nicolas lo examine, como médico con más experiencia en el lugar me quedo para consultas y para acompañar a mi colega -¿Una noche agitada? -pregunto buscando a dónde estaba la herida con la mirada.

Cuando acabara el turno iría a ver a la niña, no quería postergarlo mucho más.

Nico le abrió la camisa al paciente y le quitó un vendaje que cubría dos heridas de bala que ya habían sido tratadas en otro hospital. Clementine reconoció unos puntos de sutura recién hechos, de un estilo muy fino y algo particular.

El hombre sacó de su bolsillo una placa y miró a la médico.

-Disculpe, pero he venido a hablar con usted. Sí... ha sido una noche movida.

En la placa ponía su nombre y su rango. Se llamaba Albin Gobier y era Inspector la Policía Nacional.

Miró al doctor Serres y luego ambos a Clementine.

El chico miró al policía con desconfianza y de nuevo a su compañera, cambiando a su habitual gesto amable.

-Doctora Ovuard, ¿quiere que me quede para tener un testigo o prefiere que me marche y les deje a solas?

El estómago se me cerró por completo ante su respuesta, ¿Sería por lo del pintor? ¿Por la propuesta de Daniel? ¿Por la niña? Inconscientemente me llevé la mano al abdomen y luego la bajé, parpadeé varias veces y los observé a ambos a mi vez, parecía un concurso de mirar sin parpadear.

-Encantada señor Govier, primero déjeme ver sus credenciales y luego dígame para qué me busca.

Nico se retiró no sin dedicarle una mirada que quizá pretendía ser desafiante pero que más bien quedó fanfarrona ante la impasibilidad del paciente, cuya documentación y actitud dejaban poco margen a la duda: era un policía.

Cuando se quedaron a solas, el hombre habló con calma pero con un tono tajante, afilado.

-Usted fue testigo de la muerte de la agente Leah Tatou.

Hablaba mientras se abrochaba la camisa.

-Esos hechos ocurrieron en una misión ordenada por el CSB, a cargo de Daniel Mallutz, un detective estadounidense especializado en crimen organizado, proveniente de la sección de delitos económicos de la Interpol. El CSB, Cuerpo de Seguridad Bilateral, es una agencia recientemente instituida que está siendo investigada por la Policía Nacional.

La agente Tatou era una oficial de la Policía Nacional y hemos abierto una investigación confidencial para traer luz sobre las circunstancias reales de su muerte.

No pudo evitar hacer un gesto de dolor cuando sacó una libreta del bolsillo de su gabardina, que tenía doblada en la misma camilla.

-¿Puede contarme usted en qué circunstancias falleció? Cualquier detalle puede ser importante, especialmente las cosas que le parezcan incongruentes o extrañas.

Dicho esto miró a la médica a los ojos. Fijamente.

Por un instante pensé: "¡Pero si la he visto anoche! ¿Cuándo sucedió? Leah para de morirte" luego me di cuenta de que hablaba de la otra muerte, la fraguada por Terry, para ese entonces ya había abierto los ojos como platos y me había puesto la mano en el pecho, pero luego la bajé lentamente y torné mi expresión a una más neutral. Lo miré de reojo mientras pensaba si me hacía la víctima o no, qué rostro querría ver este hombre: ¿El de la tristeza? ¿El de la resilencia?

Bajé mis ojos al suelo -Discúlpeme... ¿Inspector? -entrecerré los ojos e hice de cuenta como si buscara la placa -Creo que si la policía tiene problemas con la CBS deberían arreglarlos entre ustedes y no meter a civiles en el medio -me crucé de brazos -Más allá de eso, no hay nada qué decir -lo miré a los ojos -Y si tiene problemas con mi declaración hable con el detective Mallutz directamente o con la CBS -. Lo miré, a pesar de todo me daba algo de pena, quizás había sido amigo de Leah...

Bajé la vista y suspiré, todo esto me daba la impresión de ser algo personal y se me había dicho que mantuviera en secreto las causas de muerte de Leah.

-Disculpe si le resulto hostil doctora, no me he explicado bien. Necesito que me cuente qué ocurrió aquí. Por favor. Podría morir más gente.

Le buscó la mirada, como si quisiera demostrar a Clementine que decía la verdad.

-Podría morir usted.

Y su mirada cambió. Esperaba la respuesta escudriñando su respuesta o su reacción.

Hago un rictus con la boca y suspiro alzando las cejas, al parecer mi táctica evasiva no funciona. No me mueve un pelo su comentario, claro que puedo morir, ya lo he visto de cerca un par de veces en menos de un mes. Lo miro de lado pensando cómo zafarme de esto y no sé si podré, por otro lado no puedo decirle cuanto sé... Demonios. Vuelvo a suspirar -¿Podría darme más detalles? ¿Por qué dice que podría morir más gente? -pregunto, obviando la parte que a mí me toca. ¿Acaso no habían acabado con Terry? Ah, pero tenía seguidores creo recordar. Si le digo lo del incendio no me creerá, él sabe o intuye que lo que le han dicho no es verdad, algo se ha filtrado. -Si me permite llamar al agente Mallutz hablaré cuando él llegue, de otro modo... Proceda como mejor le parezca -digo mirándolo a los ojos, pensando que me llevará a la dependencia policial por obstrucción a la justicia, pero al menos allí tendré mi llamada y podré hablar con Daniel.

Albin sacó una tarjeta de visita de un bolsillo de las tapas de su libreta y se la ofreció a Clementine. Allí figuraba su nombre, rango, número de placa, dirección y número de su oficina y un teléfono móvil, este último escrito a mano.

-Por ahora prefiero que él no sepa que estoy investigando. Siento no poder decirle más. Cualquier cosa extraña que note, por favor, avíseme.

Se colocó la gabardina cuidadosamente doblada sobre su antebrazo y, ya en pie, se dirigió a la puerta del “box”.

-Llámeme incluso si tiene una intuición sobre algo que no puede explicar.

Se marchó saludando con una inclinación de la cabeza.

Mi maldito corazón de mujer sentía pena por el hombre, a veces me daba ganas de no ser yo. Lo deje ir a pesar de que pensé cuatro veces en decirle lo que sabía. Pero lo llamaría, eso seguro; solo esperaba que no muriera antes de llamarlo, últimamente la gente a mi alrededor parecía tener ese problema.

Mi mente paranoica comenzó a tejer hilos otra vez aunque no quisiera, ¿Y si la policía estaba en lo correcto y la CBS no era fiable? ¿Y si habían engañado a Leah y a Daniel? No, podía ser que este policía se hubiera encontrado con algo sobrenatural y que estuviera metiéndose en este mundo como solo alguien racional y empírico podía hacerlo... Sentí cierta empatía por él, yo sería peor si mis dones, o como sea que se llamen, no me hicieran lo invisible visible e imposible de eludir.

Esperé a que se fuera y me guardé en el bolsillo del pantalón la tarjeta, salí del box con la firme idea de visitar a la niña, si es que nada me detenía antes. Mientras caminaba pensé en el pintor, en el cuadro, en aquel inframundo en el que habíamos estado varados y en el dios de la muerte. Pensé en Max y en la niña, en Daniel y Leah, en las personas que nos sirven de ancla para mantener a raya esa locura que a veces abre su boca amenazante para tragarnos.

Su cuerpo seguía en coma, ningún cambio. Pero esa mañana la niña estaba allí, sentada en la cama. Miró a la doctora con una sonrisa un poco triste y esperó a asegurarse de que la puerta estaba abierta para hablar.

-Hola, Clementine. Buenos días.

Su voz sonaba un poco preocupada.

-¿Sabes algo de Leah?... ¿Ha vuelto con los vivos, no?