Partida Rol por web

Miró hacia izquierda y derecha y se acercó a la cama de Sophie. Tenía una bata de médico y unos bolígrafos en su bolsillo. Se inclinó un poco hacia ella y habló sin levantar la voz.

-¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Dormías cerca de él? ¡Eres un soñador! ¿Lo sabes?

Al final hubo que atar a Mats más que por su insistencia porque desatado le era imposible conciliar el sueño. Pronto Sophie se acostó también y se durmió, sorprendentemente tranquila. Las tres camas estaban casi juntas formando un triángulo y aunque las cortinas estaban corridas en el bosque empezó a brillar tanto la luz de la luna que no se podría decir que esa noche hubiera oscuridad.

El cielo se debía haber abierto.

Arthur se quedó en el sofá en completo silencio, vigilante. A veces, cuando de repente todo parecía callarse, recordaba que había algo que no recordaba.

Cuando Arthur tenía diez años Monsieur Pesha sonrió quedó satisfecho por el brillo del broche de su madre. Hubo un instante de silencio como el de hoy, como si todo el Universo estuviera expectante, admirado por la joya familiar con forma de libélula.

El viejo niño, con una sonrisa de honda satisfacción, cerró la puerta corredera del vagón chirriando con horrible estruendo, incluso soltando chispas. Haciendo un aspaviento con el brazo libre parecía el hombre más fuerte del mundo. Al menos eso parecía a los ojos de un niño.

Fue como si el movimiento de la puerta mismo hubiera arrancado la locomotora. Todo se puso en marcha. Todo hizo ruido.

 El viejo sonreía, feliz. Tanto que por primera vez Arthür se dio cuenta de que tenía media dentadura de oro que brillaba en la oscuridad del vagón.

-Pasajeros al tren. ¡Pasajeros al tren! ¡Yujuuuuuuuuuu!

Y el tren respondió a los vítores de Monsieur Pesha con su propio silbido:

-Piiiiiiiii Piiiiiii Piiiiiiiiiiii

Y el sonsonete y el vaivén de sus ruedas de hierro fueron cada vez más intensos hasta sonar como una radial cortando una viga. Tanto que se hacía inútil hablar sin gritar y difícil andar sin taparse los oídos.

Ay mierda.

Fue lo primero que pensó Sophie cuando abrió los ojos. El corazón se le aceleró, las pupilas, aunque ella no lo vio, se abrieron y contrajeron rápidamente, debido al susto combinado con la repentina y brillante luz. Sin embargo, se mantuvo relativamente calmada. Ya le habían pasado tantas cosas extrañas que parecía que empezaba a acostumbrarse.

Evaluó lo mejor que pudo la situación.

Estoy tumbada, en una especie de hospital. No puedo mover las piernas. No reconozco el sitio. Es posible que esté durmiendo, lo más probable de hecho. También podrían habernos secuestrado... no, no lo creo. Sí, jugaré con la posibilidad de que estoy durmiendo. Eso no quiere decir que esté a salvo. Sí, este tipo de sueños en realidad se parece más como viajar a otro mundo, a otra dimensión.

Comprobó si podía mover los brazos, las piernas, si aparte de las ventosas pegadas, tenía algún tipo de vía inyectada. Casi incoscientemente, miró arriba y hacia las ventanas, en busca de pájaros.

Entonces vino un hombre. No se olvidó de la impresión que tuvo al verle de que tenía cabeza de perro. La mampara bien podía ser un filtro. Eso significaba que podría estar de parte de Vendela. Debería tener cuidado.

-Sí, creo que sí que lo sé, aunque aún estoy acostumbrándome a entender qué significa eso -respondió Sophie tratando de parecer calmada. De momento, sería mejor no parecer un conejillo asustado.

"¿Dormías cerca de él?" ¡Mats! Tal vez era por eso. Vendela hechizó a Mats de algún modo, puede que para llevarle allí al dormir. Eso significaba, por un lado, que podía estar allí cerca con ella, y por otro, que si Arthür se había mantenido despierto, no podrían contar con él, posiblemente.

-¿Dónde estamos?

Decidió mantener al mínimo la información que dar con sus respuestas. De algún lugar de su memoria, sacó sus truquillos de periodista. Primero aprende de tu entorno, de la situación, de la gente. Luego dales las respuestas que quieren oír. A cambio, muchas veces te darán las que tú quieres oír.

Lars no habló, sólo miraba a Mats. Separó sus manos y pasó una entre su pelo para después cerrarla en un puño. Fuerte.

No habló, ni iba a hablar. Esperaba. Esperaba lo que fuera que Mats tuviera que decirle.

Pasa el tiempo, y mi padre no me dice nada. Absolutamente nada. Simplemente se queda ahí, mirándome, y yo siento la quemazón de sus ojos sobre mí, como el foco que ilumina un escenario, convirtiéndome en el centro de atención. Tampoco soy capaz de aguantar este silencio, que me deja imaginar toda clase de cosas terribles que mi padre pudiera estar pensando de mí. ¿Por qué me sigue importando su opinión? Apretando los dientes, lo miro. Mis ojos entrecerrados intentan reflejar dureza, desafío, pero no estoy seguro de que lo consigan. Abro la boca para decir:

—Hola, papá. —Empleo un tono neutro, aparentemente desinteresado. Noto la cabeza ligera y un hormigueo en los labios. Estoy a punto de decir que me alegro de verlo, o de preguntarle cómo está, pero reprimo el impulso, sin estar muy convencido de que tales palabras fuesen sinceras. Carraspeo—. ¿Qué hago aquí? ¿Qué es lo que ha pasado? No me acuerdo de nada…

¿Qué está pasando? Me he acostado en una casa rural de un pueblo de Francia, y acabo de despertar, molido, en mi ciudad natal. No tiene sentido.

 Puso las manos sobre sus rodillas, se frotó el mentón con una mano y habló, en tono bajo, casi se podría decir que cariñoso ni no siguiera siendo tan duro.

-Es normal que al principio te cueste recordar, hijo. Has salido del coma. Les he dado lo que me han pedido y ahora estás en casa.

Hablaba sin hacer altibajos, sin especial énfasis, como si hablara de algo baladí.

-Somos saltamontes en una tela de araña. Estamos en un mismo sueño al menos cuatro personas, Mats Bergstrøm, el soñador que finge ser su padre, tu y yo.

Se detuvo un segundo, como si prestara atención a algo inaudible.

-Os habéis metido en un buen lío.

Asintió con la cabeza para reafirmarse. La luz era intensa, pero un tanto gris.

-La experiencia de despertar de un coma… ¿Eso es un aporte tuyo, no?

Se acuclilló mirando con atención a las manos y cuello de Sophie.

-¿Estás en coma?

Así que no se equivocaba. Mats estaba allí, y Arthür no. Se preguntó si el chico habría notado algo, o si a sus ojos, los dos estaban simplemente durmiendo plácidamente. Bueno, al menos ahora sabía algo. Ahora tenía que averiguar quién era ese hombre. No parecía inmediatamente hostil, pero Sophie no se fiaba. Recordaba que en la primera imagen que había tenido de él, parecía tener cabeza de perro, y la chica ya no creía en los detalles sin importancia.

Asintió ante la información que le dio el hombre, como si fuese obvia, y respondió, manteniendo la apariencia calmada.

-¿Quién eres? Creo que no te había visto antes. ¿Podemos despertar?

Mientras hablaba, trató de mover los dedos de los pies, para comprobar si la parálisis era total.

Una mezcla como jamás había sentido de miedo y excitación dejaron a Arthür anonadado por un instante: ¿era posible que todo lo que le había contado hasta ahora aquel hombre, todos sus fantásticos relatos, fueran de verdad? Ciertamente esperaba la revelación de alguna historia aún más interesante que las demás pero esto... ¡esto no lo esperaba! ¡Estaban viajando! El inicio de la marcha le hizo recular por la inercia y chocó contra una de las paredes del vagón mientras se llevaba las manos a los oídos tratando de amortiguar el chirrido de las ruedas. Monsieur Pesha sonreía feliz dejando a la vista su dentadura dorada y ese no fue el único de sus rasgos que le pareció al chico que cambiaba sino que ahora le dio la impresión de ser un hombre diferente, más alto, de una fuerza extraordinaria y muy peligroso. Con todas sus fuerzas quiso aferrarse a la idea de que eran amigos, aunque en el fondo sabía que aquella palabra no era nada apropiada en realidad para su extraña relación.

Consiguió recuperar el equilibrio irguiéndose cuanto fue capaz para parecer valiente. Sin quitar las manos de sus orejas gritó para hacerse oír: — ¿A dónde vamos?

Desde que había salido del coma en sueños podía andar sin dificultad, pero ahora no. Su movilidad era la del día anterior: se veía capaz de andar unos metros sin la silla y unos minutos con muletas.

-Estando en coma será muy difícil para ti. ¿Cuál es el último día que recuerdas en la vigilia?

Miraba al cuerpo de Sophie tratando de disimular la preocupación sin éxito.

-En todo caso debes ayudarme a sacar al otro durmiente, a Mats. Y sólo puede hacerse sin romper las leyes de este sitio. Hay métodos, pero todos pasan por seguir la corriente de los eventos y hacer que fluyan a nuestro favor.

Su cara de perro resultaba un tanto arisca por naturaleza pero no aparentaba tener malas intenciones.

-Aquí soy el Sr. Knut Duun, el médico encargado de vuestro cuidado.

Apenas puedo dar crédito a las palabras de mi padre. Mis ojos parecen a punto de salirse de sus órbitas, y me vienen unas náuseas tan fuertes que estoy a punto de tener una arcada.

—¿«Coma»? —repito, conmocionado. Respiro hondo para tratar de vencer el mareo—. ¿Cómo que he salido del coma? ¿Por qué…? ¿Qué es lo que ha pasado? —No es hasta entonces que registro en mi mente la última frase de mi padre—. Un momento… ¿Quién te ha pedido qué? ¿Qué les has dado? Ohhh…

Me llevo una mano a la cabeza, aturdido, y me veo obligado a recostarme en la cama si no quiero vomitar. Jadeo, como un animal herido. Por más que lo intento, no consigo acordarme de nada después de esa noche, después de huir del hotel Concorde y de ir a buscar a Sophie. Todo está confuso en mi mente. ¿Al final, fracasamos? ¿No pudimos hacer nada? Las lágrimas empiezan a humedecer mis ojos. Recuerdo a Sophie, y especialmente, a Arthür. Sus rostros están tan claros en mi mente que parece que los haya visto ayer mismo. ¿Quién sabe dónde estarán ahora? ¿Estarán bien? Lo que parece evidente es que ya no puedo protegerlos.

—¿En qué año estamos? —pregunto quedamente, sin moverme, tumbado en la cama y cubriendo mi cara con un brazo.

Sophie frunció el ceño.

-No estoy en coma. Sólo estoy durmiendo.

No, otra vez no. Otra vez no, por favor.

¿Y sí había vuelto a ocurrir? ¿Y si otra vez...? No, no podía ser. No podía perder otra vez años así. Había que despertar. ¿Seguir la corriente a las normas de la casa? Bien, si ayudaban, por el momento le parecía bien.

-Vale, parece que tú tienes más experiencia. ¿Qué tenemos que hacer? ¿Puedo ver a Mats? ¿Hay alguna forma de que pueda levantarme?

Con más fuerza, la chica apretó los puños mientras centraba toda su energía en mover las piernas.

Venga Sophie, si esto es un sueño, ¿desde cuando los sueños se rigen por leyes físicas? Si quieres levantarte, PUEDES. ¡ARRIBA PIERNAS!

En respuesta, Monsieur Pesha levantó una mano, giró el dedo índice y lo bajó en dirección al suelo.

En ese momento el tren cambió de vía tambaleándose con tal fuerza que Arthür trastabilló en una suerte de pirueta manteniéndose milagrosamente en pie.  

El viejo seguía en su sitio, en pie, como si estuviera enraizado al vagón. En la nueva vía el tren empezó a cobrar velocidad y estabilidad, y no hacía tanto ruido.

Se acercó a Arthür y se detuvo junto a él. Contempló en su manaza la joya con forma de libélula que el niño le había dado y se la puso en las manos, cerrándoselas para que la agarrara.

-Vamos a un sitio que este mundo se empeña en olvidar, muchacho. Este regalo no me corresponde. Has de ofrecerlo tú mismo, en persona.

Sophie y Mats dormían sin ningún gesto extraño. Salvo que la luz de la luna les iluminaba haciendo una estampa de por si un tanto onírica.

Cuando Monsieur Pesha giró su muñeca pasando a señalar hacia abajo, el chico se asustó muchísimo imaginándose que iba a llevarle al infierno. Tenía ganas de llorar pero el propio miedo y la tensión no le dejaban y quería aferrarse con todas sus fuerzas a la idea, cada vez más débil, de que aquel hombre era amable y no querría hacerle algo así. La pirueta para mantener el equilibrio casi le hizo vomitar, pero la náusea se calmó al estabilizarse el movimiento. Se puso en tensión cuando el hombre se acercó hacia él. Tenía un gesto de gravedad como no le había visto antes y un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza cuando tomó su mano para devolverle la joya: ¿a quién debía regalársela?, ¡¿al diablo?! Mentalmente pedía perdón a su madre a la que pensó que jamás volvería a ver, mientras una llamada de auxilio, sin palabras, indefinida, reverberaba en sus pensamientos.

Sentado en el sofá, descalzo, con las piernas cruzadas y la camisa desabrochada, Arthür observaba el sueño aparentemente sereno de sus compañeros. Le llamó la atención lo rápido que se había dormido Sophie y cómo Mats se había relajado cuando había sujetado sus manos, siéndole imposible conciliar el sueño hasta que no accedieron a hacerlo. Los miró con cariño. De alguna forma ahora eran algo así como una familia para él, las únicas personas a las que podría contar cualquier cosa y que, a pesar del poco tiempo transcurrido, le conocían mejor que nadie en algunos aspectos.

Los rostros de sus amigos iluminados por la luz de la luna dibujaban una estampa de lo más onírica. Recordó entonces la visión que había tenido en el hotel Concorde, aquellas siluetas de luz en que se habían convertido los cuerpos de Mats y Ada Bytnar, el estallido de colores, las formas fantásticas que parecían rodearlos y a pesar de no tener más que una corazonada, pensó que no podía deberse a la magia de Vendela, que había visto allí alguna otra cosa aunque ahora no pudiera saber de qué se trataba. Había sido perturbador por lo inesperado pero en realidad hermoso.

-Hijo, has estado unos dos años en coma. Estuviste desaparecido y utilicé todo... para encontrarte. Fueron ellos los que se pusieron en contacto conmigo…

Suspiró.

-El dinero es lo que menos me preocupa, es mi influencia lo que quieren..

Miró el suelo, entornó un poco los ojos.

-Ahora que has despertado he de abrirles la caja de los secretos. Pero antes dime, hijo, ¿quienes son?...

¿Qué hiciste para meterte en este lío?

-Bien. Los sueños del coma suelen ser muy profundos y es mucho más difícil salir, y entrar...

Sophie podía mover los pies pero los sentía entumecidos, como en la vigilia. En este sueño era incapaz de salir corriendo.

Adosada a la parte trasera del cabezal había una silla de ruedas gris y verde chillón. El doctor la desplegó y la puso junto a la cama.

-Te llevaré hasta tu amigo. Ser médico es una buena posición aquí, me da cierto poder. Trata de mantener la calma y seguir la lógica de la situación sin romperla y en algún momento trataré de despertaros con una inyección o algo así. No creas que por ser un sueño lo que pasa no importa.

Indicó a Sophie que se sentarse en la silla.

-Ahora alguien habla con Mats fingiendo ser su padre… hemos de parar la deriva de esa conversacion cuanto antes. Posiblemente haya generado este sueño para enloquecerle o sonsacarle. Pero este sueño no es sólo suyo, también es nuestro, y podemos modificarlo siempre y cuando no rompamos su coherencia.

Se inclinó frente a ella para seguir su explicación. Seguía hablando asépticamente, como si pusiera cara de póquer o no quisiera comunicar emociones.

-En este sueño Mats acaba de despertar del coma y su padre, un poderoso hombre de negocios, me ha ordenado que salga para poder hablar a solas con él. Tu has aparecido también despertando de un coma, por lo que se deduce que el sueño te ha aceptado como otra rescatada. Lars, el padre de Mats, os ha traído a ambos a este edificio y me ha contratado para que os cuide. ¿Se te ocurre algún motivo lógico por el que un médico pagado por el cruel jefe de una multinacional rompa la orden tajante de dejarlo con su hijo a solas en un momento como el despertar de un coma y aparezca empujando de una silla de ruedas con la chica que también ha rescatado?

En la mente de Sophie empezaba a forjarse una difícil decisión: ¿Confiar en el tal Dr Duun o hacer justo lo contrario? Seguir la lógica del sueño podía ser más seguro, pero eso de que les despertase inyectándoles algo no le gustó nada. Y Sophie sabía que muchas veces los sueños se rompen precisamente cuando pierden toda lógica y la mente se da cuenta de que son justo eso, sueños. Pero claro, eso pasa con los sueños normales.

Se dejó ayudar por el doctor para sentarse en la silla de ruedas, mientras pensaba tan rápido como podía. Hacía unos días ella había despertado del coma y nada había impedido que medio hospital se personase en su habitación, pero claro, ella no era la hija de un rico cruel y poderoso. Además, aquella vez, no creía que funcionaría lo de "soy tu cuidadora". No, tendría que intentar algo distinto.

-Échame la culpa a mí. Si él es tan rico y poderoso, seguro que más de un paciente de este hospital, o lo que sea, también lo es. Yo también puedo ser la caprichosa hija de alguien. Llevo semanas aquí. Estoy aburrida. En mis paseos, siempre he visto la habitación de Mats, y alguna vez le he visto a él.

Entonces carraspeó, cambió su tono, e imprimió mucha más fuerza a su voz. De pronto, hablaba con insistencia y firmeza, y un cargante tono de desidia. No puso voz chillona, Sophie siempre hablaba con voz suave y calmada y le sería más difícil interpretar su papel. En su lugar, mantuvo un tono bajo, pero severo, como si debería ser obvio que toda persona con la que hablase debiese guardar silencio para poder oírla bien.

-Venga, doctor Duun, ¿cree que tengo todo el día? Empuje este trasto de una vez y lléveme a verlo. Me da igual de quien sea hijo, quiero ir a conocer al vecindario. Y quiero ir ahora  -miró alrededor arqueando las cejas como sorprendida de que aún no se estuvieran moviendo - ¡Vamos!

Mientras tanto, Sophie seguía enfrentándose a su dilema. ¿Seguir la farsa, o gritar directamente a Mats lo que sabía en cuánto le viese...?