Partida Rol por web

12 de abril de 1926, el atardecer se aproximaba mientras el barco  se acerca cada vez más a su destino, la ciudad portuaria de Rockport. Pronto doblaría rumbo frente a las costas de la conocida como Isla Faro con dirección a la costa continental.

El viaje transcurría sin incidentes, aunque el mar, caprichoso e incierto, parecía cada vez más nervioso y agitado, algo usual en estas costa, pero que no por ello dejaba de impresionar y asustar a los menos avezados. La llegada de la noche no haría sino aumentar la desagradable sensación de peligro e incertidumbre.

Hacía frío, demasiado para estas fechas y una ligera bruma cubría la superficie revuelta del océano.

Una mirada en el interior del USS Essex County, nos permitirá acercarnos a aquellos hombres y mujeres de cuyo destino quiero dejar aquí constancia.

Ingemar Strand se encontraba en la cubierta del barco observando el mar. Para ser una mujer nacida y criada en la Costa Oeste, en las soleadas costas de California, aquel frío debía estar calándole los huesos. Quizá su sangre noruega fuera responsable de darle el aguante suficiente para estar allí.

Había esperado esta oportunidad desde hacía tiempo. Probablemente nadie allí la conociera, ni de cara ni de nombre, una extranjera en aquella región del mundo. Podrían haberla tomado por una actriz de Hollywood, con ese bronceado californiano y su innegable belleza; iba vestida con abrigo e impermeable, lo cual le daba el aspecto de un personaje de novelas de misterio.

Pero no era actriz, ni era un personaje de novela de misterio, era científica, una Bióloga Marina que, por su condición de mujer, era también extranjera allí, en el campo de la ciencia. Su madre le había dado impulso y abierto camino, ella también científica. Así que Ingemar, aunque extranjera, se sentía a gusto allí. Y claro, algo de picardía había, algo de rebeldía, en ser la excepción a la regla.

La oportunidad presente era, precisamente, la de encontrar algo que fuera, como ella, una excepción a las reglas, algo nuevo, algo que pusiera en su lugar a los hombres que despreciaban su trabajo simplemente por ser parte del "sexo débil" y la mandaban a la cocina.

Observaba desde la cubierta el mar, pues ese era su elemento. Rockport no lo era, Boston no lo era, y añoraba el sol de San Diego. Pero ya estaba en el final de su investigación, y si esta vez aparecía el objeto de su búsqueda, sería el broche de oro que pondría las cosas en donde debían estar. Por eso observaba el mar, y en su mente se arremolinaban pensamientos como lo hacían las aguas frías tapadas de bruma, y las brumas encima. Y debajo, en lo profundo, las joyas que buscaba.

Michael Clarkston, aunque sus compañeros lo llamaran Mike, se encontraba echando una última calada a un cigarro a la par que observaba el mar. Ninguno de los dos estaba cómodo con la presencia del otro. Pero vas a tener que aguantarte, agua salada, no vengo aquí por gusto. Tenía que encontrarse con un contacto, un tal Turner, para obtener cierta información necesaria para el curro que le habían encalomado los de arriba. En el rostro se le notaba el hastío de tener que ir tan lejos para realizar su trabajo, no se encontraba cómodo lejos de la civilización.

Eso sí, viste decente, con traje y corbata baratos, un abrigo largo y grueso, para aguantar el frío y la lluvia, y un sombrero fedora que ocultaba algo sus rasgos. La ropa en tonos oscuros y neutros le hacía pasar desapercibido ante aquel temporal, pues la luz no era muy escasa y hacía un día de perros. Por otro lado, iba bien afeitado y perfumado. Llevaba un fino bigote y el pelo oscuro repeinado hacia atrás. Todo esto, sumado a su tez pálida y suspicaces ojos azules, le daba una pinta de detective privado de novela noir o de agente del estado. 

No cruzó muchas palabras con el resto de pasajeros y la tripulación, siempre se encontraba en una esquina o en un rincón observando y tomando notas. De vez en cuando consultaba una pequeña agenda llena de papeles sueltos, documentos y recordatorios garabateados con una letra ilegible. Otras veces se limitaba a dar paseos nerviosos por la cubierta, como si tuviera prisa y ganas de atracar. Quizá dedicó alguna mirada de más a las damas que iban con él en el viaje, pero algo sutil y disimulado, que no le hiciera parecer demasiado mujeriego.

Jazzlyn se encontraba en la cubierta de popa, observando detenidamente los ahora brumosos dominios de Poseidón, e ignorando al resto de pasajeros del USS Essex County, mientras esperaba a que su Musa, ese caprichoso ser que había permanecido dormido durante las últimas semanas, despertase y le proporcionase la inspiración que tanto ansiaba.

Mientras la brisa marina jugaba con su negro y corto pelo, y el olor a salitre inundaba sus fosas nasales, un antiguo poema sobre el Dios del mar, uno de un autor alemán del Siglo XIX, poco a poco fue abriéndose paso en la mente de la joven artista.

"La luz del sol resplandeciente brilla
sobre el móvil cristal del mar inquieto,
y allá, a lo lejos, en la abierta rada,
espera dócil el bajel velero,
para llevarme a los perdidos lares,
soplo feliz del suspirado viento.
Yo, reclinado en la arenosa duna,
que de la árida playa se alza en medio,
leyendo estoy los cantos inmortales,
eternamente hermosos de Odiseo
en los que suenan las revueltas olas,
y aspiro de los dioses el aliento,
gozo la aurora del linaje humano,
y el cielo azul de la Hélada contemplo.

Leal mi corazón, sigue afanoso
en los azares de su rumbo incierto,
al hijo de Laertes..."

Un brusco movimiento del barco, ocasionado por un fuerte y repentino oleaje, hizo que Brooks perdiese ligeramente el equilibrio, así como el hilo de sus pensamientos, y que sintiese un pequeño mareo.

- ¡Joder! - maldijo en voz alta, sin preocuparse de quién pudiese oírla, al ver que parte de su bebida se derramaba sobre su blusa.

Suspirando con fuerza, volvió a apoyarse sobre la barandilla.

- Debería ir a cambiarme - pensó, mientras volvía a posar su mirada en el mar, se envolvía ligeramente en su abrigo, y daba un nuevo sorbo al líquido que aún permanecía en su copa - Quizá debería dejar también el alcohol -

Un hombre algo descuidado y con el pelo por encima de los hombros permanecía en uno de los costados del barco, Frederik Widmore se hallaba en ese barco con la esperanza de que aquel viaje diera sus frutos y su nuevo contacto del que ni siquiera sabía el nombre real y solamente un alias, de verdad tuviera algo que pudiera interesarle.

Dubitativo, no miraba la mar pues ya se había mareado durante lo que llevaba de viaje como para seguir contemplando las brumas moverse, la niebla era tan espesa que era imposible ver lo que había delante del propio barco en el que viaja hacia Rockport, no conocía aquella ciudad portuaria, no entraba en sus planes viajar en esa época del año pero la curiosidad de volver a casa con algo interesante había despertado en él en cuanto recibió aquella carta.

“espero que falte poco o echare aquí mismo la pota….al capitán no le va a gustar un pelo “pensó para sí mismo notando como aquellos años vividos en América comenzaban a dar sus frutos, tanto en su acento inglés ya casi inexistente, como en las palabras que usaban los yanquis.

La noche alcanzó la nave primero y después, la tormenta.

El temporal era cada vez más salvaje y peligroso, una fuerza primitiva que azotaba el barco sin pieda, un barco que parecía ahora apenas un juguete a punto de romperse, los gritos empezaron a  sucederse aquí y allá, algunos marineros abandonaban el barco, sabiendo ya que no aguantaría, y fue entonces cuando un pasajero cayó por la borda golpeado por las olas y deasapareció al instante bajo las aguas, que el capitán dió la iorden de abandonar la nave.

Algunos tripulantes, recios marineros mantuvieron el honor, y ayudaron a los pasajeros a alcanzar los botes salvavidas, la estructura del barco crujía y ya hacia aguas, todos buscaban la luz del faro que ya debería haberse encendido, pero no estaba, ninguna luz, ninguna guía ni esperanza.

Aún así, y dando por seguro el hundimiento del barco, metieron a cuatro de aquellos pasajeros en una de las barcas y la empujarón fuerte para tirarla a las aguas enloquecidas, gritaron desesperados entre los truenos de la tormenta.

—¡Remen! remen como si les fuera la vida en ello, remen, hacía allí, hacía alli— y señalaban la dirección en la que era más probable que estuviera la costa, ciegos como estaban sin la luz del faro. 

El fuerte oleaje separó enseguida la barca del navió que se hundía, otras barcas saliero y se perdieron en la noche, apenas unos minutos después, el barco ya era apenas visible, se hundía, arrastrando al fondo del oceano a mucho hombres de los que apenas quedará memoría.

Dice así el dios con desdeñoso labio,
y en el hirviente mar se hunde de nuevo;
y suenan bajo el agua carcajadas...

Como un mal presagió la musa había hablado, y no se equivocaba, el agua parecía reir, a carcajadas, mientras jugaba con la pequeña barca en la que escaparón, aquellos cuatro desconocidos, dos mujeres, dos hombres, cuyos destinos quedaban así entrelazados para siempre.

La suavidad aparente de Ingemar dejó paso a una fría pero intensa determinación escandinava.

-¡A un lado! -le espetó al hombre. ¿Por qué no dejan que se encargue de esto gente que sabe?

Entonces se hizo cargo de la barca.

Todo se fue al garete en cuestión de minutos. Aquello era un caos de viento, lluvia y un oleaje embravecido dispuesto a acabar con todos ellos, a hundir el barco. 

Ya sabía que no tenía que haber aceptado este encargo, ¡maldita sea mi estampa! 

Unos marineros, haciendo su trabajo como mejor podían, le empujaron a montarse en una barca junto a tres desconocidos. La furia del mar los movía de un lado al otro como un gato jugando con un ratón. Dos de ellos se hicieron a los remos, a Michael no le dio casi tiempo a reaccionar el primero, porque las olas se interponían en su empeño por salvar el cuello. En cuanto recuperó el equilibrio, intentó echarles una mano, a ver si entre todos podrían conseguir algo, pero no sabía si llegaba a tiempo...

Si había algo que Ingemar detestaba era fallar tan estrepitosamente en una tarea que se suponía "las mujeres no hacen". Pero la tormenta era brava y no era posible darse por vencida. Nos voy a sacar de ésta, gritó en su mente, y quizá también en voz alta, pero entre tanto ruido debía ser imposible escucharse con claridad.

Todo ocurrió demasiado deprisa. Tanto que la mente de Jazzlyn fue incapaz de procesar el cómo ésta había pasado de estar apoyada en la barandilla de la cubierta de popa del USS Essex County a estar en aquella pequeña embarcación en medio del mar.

Brooks miró a su alrededor sin saber qué hacer, con el miedo pintado en su rostro. En todas direcciones, hasta donde alcanzaba la vista, sólo había agua. Un agua que parecía estar riéndose de ella.

El inútil intento de gobernar la barca por parte del hombre de facciones anglosajonas hizo que la joven artista centrase su atención en aquellos tres desconocidos que ahora compartían con ella aquella funesta situación. Dos hombres y una mujer a los que, debido a los nervios, no recordaba haber visto en el buque, pero con los que seguro se había cruzado en él.

Entonces fue cuando la mujer de cabellos cobrizos se hizo cargo de la situación, impidiendo que el bote fuese engullido por el oleaje. Parecía como si toda su vida hubiese estado haciendo aquello, a juzgar por la pericia con la que manejaba los remos.

Jazzlyn sonrío.

- Si salimos de ésta, debó conocerla mejor - pensó, mientras seguía sonriendo y fijaba su mirada sobre aquella desconocida.

La tormenta alcanzo el barco y de este modo se desarrollo todo de forma que había que pensar rápido y en consecuencia de lo que Frederik estaba viviendo, de ese modo acababa en una barca con otras tres personas que también estaban en el barco y algún que otro marinero del barco que los guio para salvarlos de la brutal tempestad que se les venía encima y en cuanto pido a los pasajeros que comenzaran a remar, el mismo estraperlista no se amedrento ni un momento por lo que tomo los remos y comenzó a dirigir la barca entre la bruma y la borrasca que tenían justo encima.

Frederik se había hecho con los remos y había empleado toda su fuerza, pero sus conocimientos náuticos no eran suficientes en esta situación. Hacía falta algo más, instinto, y aquella peculiar mujer de aspecto engañosamente frágil dio un golpe al pequeño timón d el a embarcación justo a tiempo para salvar las rocas que se disimulaban entre las olas y que hubieran destrozado la barca.

Lo peor parecía haber pasado, pero deberían llegar pronto a tierra, entonces lo vieron, no era la luz del faro, pero era una luz, muy pequeña, podría ser una ventana iluminada, y de seguro sería en el islote, ya que la costa debía quedar demasiado lejos para ver nada. En todo caso era lo único que podía distinguirse como guía en aquella noche sin luna.

Un tal Mike y Jazzlyn, artista de cierta reputación, se centarban en mantener la calma y no ser un estorbo, aquel no era desde luego su ambiente y se sentían a merced de la suerte.

Finalmente, Ingemar quedó a cargo del bote, parecía más familiarizada con su manejo, en media hora quizás consiguieran llegar hasta esa luz.

Michael vio que las cosas parecían calmarse, así que intentó no estorbar y se acomodó como pudo. Empezó a palpar su abrigo y bolsillos para comprobar que todo estuviera ahí y no hubiera perdido nada importante. Luego ya en tierra haría la limpieza debida de su revolver. Estaba maravillado por la entereza que había demostrado aquel hombre, pero lo que le sorprendió gratamente es que aquella mujer de pelo rojizo tomara las riendas de la barca, así que decidió hablar con todos y presentarse.

- Siento no haber sido de mucha ayuda -confiesa, tras tomar aliento-, pero todo esto me ha pillado por sorpresa. Me llamo Michael, aunque me suelen llamar Mike, y me gustaría agradecerles que me hayan salvado el pescuezo, sobre todo a... -aquí veis que duda y busca si tiene anillo en las manos, no quiere parecer descortés-, nuestra intrépida remera. Muchísimas gracias.

Comienza a otear el horizonte, ve una luz a lo lejos pero quizás haya un sitio más seguro donde tomar tierra. Si podrían ser algo más discretos en su llegada, mejor para él. Sin embargo, la oscuridad de la noche y toda esta experiencia parecían nublarle la vista. Vaya nochecita llevo, a ver si me despejo y me centro de una vez, ¡diablos!

- Jazzlyn. Jazzlyn Brooks - dijo la joven artista, de forma mecánica, a modo de presentación, después de que Mike hubiese hecho lo propio. Su mente estaba centrada en otra cosa o, mejor dicho, en otra persona. En aquella mujer de cabellos cobrizos que había conseguido hacerse con el control de la embarcación.

Repentinamente, se dio cuenta de que, a diferencia de aquel desconocido que ahora palpaba sus bolsillos, ella no había agradecido el que le hubiesen salvado de morir ahogada.

- Yo también quiero agradecer a ambos su rápida y eficiente actuación - dijo con una sonrisa pintada en los labios - Si no hubiese sido por ustedes, ahora mismo estaría sirviendo de comida a los peces, pues confieso que no tengo ni idea de cómo se maneja una barca - La mujer finalizó la frase mirando hacia la luz que se divisaba en la distancia.

- ¿Creen que deberíamos ir hacia allí? - preguntó - Parece ser el único lugar civilizado en medio de todo este caos -

Mientras esperaba a que sus acompañantes respondieran, Jazzlyn miró a su alrededor, al aquel mar embravecido que había estado a punto de matarles.

Oh, California... Ingemar no estaba habituada a situaciones como esa, el agua fría le helaba los huesos, pero su sangre estaba preparada para esto. La confusión inicial, el ir y venir de los remos y el control de la humilde barca, habían dado finalmente los resultados: supervivencia. Ahora, a buscar tierra. 

Ingemar miró al hombre que realmente había salvado la barca con un gesto que estaba entre la aprobación y la vergüenza.

-Fue un buen trabajo de equipo. Un equipo desorganizado... en fin, ya tendremos tiempo de organizarnos. Soy Ingemar, bióloga marina -les dijo a todos, pero sus ojos estaban mirando el mar y más allá, la pequeña luz en la costa, mientras remaba-. Les diría que es un placer conocerlos, pero mejor esperemos a hacer tierra.

La embarcación se dirigía entre grandes olas hacía la pequeña luz, al poco ya parecía claro que pertenecía al islote en el que debía estar el faro, pero entonces, ¿por qué no funcionaba el faro?

Cada vez más cerca se empezaba a vislumbrar que la única forma segura de hacer tierra era dirigirse a lo que parecía un pequeño embarcadero, el resto de la costa era terriblemente escarpado y peligrosa.

Pero antes de eso, y poco después de haber esquivado las rocas, Jazzlyn absorta en las aguas profundos vio algo bajo la barca, era una estructura metálica, claramente restos de un barco, aunque curiosamente, ninguno de vosotros recuerda notica alguna de un naufragio en esta zona.

Finalmente, sanos y salvo contra todo pronóstico, la pequeña embarcación tocaba el embarcadero sobre el que no había más que algunos cabos de gruesa cuerda. A poca distancia, ahora si era claro, la luz era una de las ventanas de la casa del faro, quizás a diez minutos de caminata. El islote parecía realmente pequeño.