Partida Rol por web

No era precisamente lo que se llamaba un caballero...Pero si allá abajo algo se pudría, era provable que también estuviese allá abajo lo que lo matase.
-Mejor que Liam y yo vayamos por las escaleras... las del sótano, me refiero. Nuestro acero es fuerte -Jack núnca entendió esta expresión, pero se había fijado que muchos brabucones la decían para referirse que eran buenos peleando.

Se acercó al baúl y desenvainó su machete a la espera de la aprovación del grupo.

La maga observó con atención las manos de Nuño, intentando capturar su arte pero sin éxito. En un abrir y cerrar de ojos, el juglar había hecho saltar la cerradura y ella no había llegado a capturar el como. La próxima vez... tal vez la próxima vez aprenda. Luego se hizo a un lado para que pudieran levantar la trampilla sin estorbos.

-Por mi parte no hay problema... Yo no tengo acero que hacer valer- dijo Iasana con picardía. Si iba con segundas o no, los demás no pudieron adivinarlo. -Lleven lámparas... ahí no se ve nada... y tengan cuidado- lo último fue dicho en tono serio. Aunque apenas los conocía, eran parte de su grupo y por lo tanto, también de su preocupación.

 Con determinación Liam Davenport aferró con firmeza el tirador de la trampilla y tiró de ella, abriendo la puerta...

 Al abrir la trampilla una bocanada de aire fétido golpea a los que están más próximos, metiéndose en garganta y nariz, escociendo los ojos, un hedor nauseabundo. Iasana, mujer con olfato sensible de tantos años entrenándolo en detectar ingredientes para sus conjuros y cataplasmas; y Liam, que está junto a la trampilla no pueden evitar sentir arcadas y unas ganas irrefrenables de sacar la comida y la merienda. Nuño amparado por el pañuelo y la distancia y Jack, quien tras pasar temporadas como marino encerrado bajo la cubierta de varios navíos junto a demasiados cuerpos sudorosos logran sobreponerse a pesar del hedor.

 En la parte interior de la trampilla hay marca de arañazos, así como sangre reseca... y uñas clavadas en la madera.

 Una escalera de madera desciende unos tres metros hacia un pasadizo sumido en la negrura más absoluta, rota ahora por haces de los haces de luz dorada de la lámpara. Abajo, un corredor surge en dirección norte. Un tubo de metal parte de debajo de la estufa y recorre la pared del pasillo.

 Tapándose la boca con la mano el guerrero logra alcanzar la ventana antes de soltar el contenido de su estómago en el exterior... esquivando por poco al Trapero en el proceso.

Wwaarrgghh

  El hombre queda lo saca todo, en diferentes oleadas de nauseas y arcadas. Tosiendo de tanto en tanto.

 - Por todos... los dioses... ¡qué asco! Waarggh

 Pasado lo peor el hombre saca el pellejo de agua, que aún tiene, y tras enjugarse la boca lo escupe por la ventana.

 - No puede quedar nada vivo allá abajo. No me creo que algo pueda aguantar ese hedor.

-YYYyyyyyaaaarrrghhhhhhhhh... Dios que asco.- Se quejó Raúl. Luego el olor nauseabundo  aunque ténue y el hedor de vomitos del capitan le revolvieron también a él el estomago y se dobló vomitando allí mismo.

- Por todos los dioses y los puñeteros ángeles… ¿Qué mierda habrán acumulado allí abajo? Exclamó el bardo tras el golpe de pútrido olor que manó del sótano. Por suerte su pañuelo aun conservaba algo del caro perfume, y refugiándose en él, pudo salvar las inminentes arcadas.

Cuando por fin se fijó en las marcas de arañazos que había en la trampilla, se le revolvió más si cabe el estómago.

- ¿Qué clase de degenerado era ese Hugo? Los ojos desorbitados de Nuño brillaron de furia, pues las marcas de arañazos parecían de mujer, y había vivido en muchos lugares, oído y visto muchas cosas dejeneradas y extrañas. -  ¿Por qué debería tener a una mujer encerrada en este lugar? La mirada del bardo se posó en Raul, buscando la respuesta con mirada inquisitiva.

El Trapero ante todo aquello que le contaban abrió los ojos como platos y se encogió de hombros.

-Sir Hugo no tenía ningun problema con conquistar cualquier mujer que se le antojara, todas caían irremediablemente rendidas a sus pies. No veo ninguna razón porqué él debería haber hecho algo así.- Raúl parecía sincero.

-Y ya os dije que, cuando veníamos aquí, nos divertíamos y dormíamos todos juntos en la habitación comuna.- Se detuvo un rato a pensarlo y luego hasta pareció ofendido. -Él no haria algo así. S-si alguien encerró una chica allí abajo ¡seguro que no fue él!-

Iasana esperaba que al levantar la trampilla se intensificara el mal olor que reinaba en el lugar; pero si bien estaba prevenida, no contaba con lo intenso que éste podía llegar a ser.

Al llegar a ella la oleada de aire proveniente de ese misterioso túnel, el hedor la golpeó físicamente, venciendo toda su resistencia y autocontrol. Inmediatamente se sintió mareada, casi al punto de no poder sostenerse en pie; las arcadas se intensificaron y esta vez no pudo controlarlas. En un visto y no visto, estaba de rodillas expulsando fuera, sin ningún tipo de decoro, la poca comida que tenía en el estómago. Cuando éste quedó vacío, el reflejo del vómito se repitió algunas veces más, hasta que por fin se detuvo.

-Lo siento- dijo con voz ahogada y los ojos llenos de lágrimas -luego lo limpio... no pude evitarlo.- Con cuidado de no mancharse con su propio vómito, se sentó en el piso y apoyó la espalda en la pared, intentando recobrar la compostura.

Una vez más tranquila, prestó atención a lo que decía el bardo, y a lo que replicaba el trapero a su vez. La maga no dudaba de lo que decía el chico. Sin embargo, tampoco creía que Torquemar Junior fuera un santo de su devoción. A lo largo de su vida, había conocido infinidad de hombres y mujeres que tenían dos caras, una amable y extrovertida con la gente y otra oscura y pérfida en la intimidad. Si el heredero del lugar pertenecía o no a esta clase de gente, ella no lo sabía, pero no descartaría tal posibilidad hasta que no hubiera pruebas que demostraran lo contrario.

-Haya sido quien haya sido, es un animal... Tenemos que descubrir quién era esa mujer, si es que queda algo de ella reconocible... y si hubo otras... no creo que este túnel sea algo nuevo.

La chica cerró los ojos y recostó la cabeza contra la pared. No solo estaba asqueada por el hedor, si no también por la brutalidad con la que habían tratado a la mujer que yacía bajo la cabaña y que seguramente fuera ahora la causa de la peste que invadía el aire del lugar.

Aunque la idea de bajar a explorar, ahora ya no le apetecía tanto, Nuño sabía que las palabras de Iasana estaban cargadas de verdad. Tenían que descubrir que había pasado, y quien podría ser aquella mujer.

Es verdad de que Nuño era algo tunante, y de moral bastante laxa, pero aquel comportamiento, ya fuera con mujeres u hombres, no podía tolerarlo. Ya había sufrido bastante en su juventud, para permitir que ortos pasaran por las mismas situaciones que él.

El alegre bardo escupió asqueado al suelo.

- Si, tenemos que ir a investigar que demonios ha pasado… Mientras decía esto, Nuño buscó por la habitación un candil o lámpara que pudiera iluminar la oscuridad de aquel maloliente sótano.

-¡Puajjjjj! -Exclamó sonoramente Jack. Le ayudaba en casos como este a imponerse a su própio asco. -kwa ajili ya wote kwamba siwezi kuthubutu kutamka ... Nini heck? ... -El marinero estaba tan consternado que ni pensó en el idioma en el que estaba hablando. Luego, inmediatamante escupió tres veces en el suelo, como si fuese parte de cierto rito.

-Esto no va a ser agradable... Pero yo no pienso descansar en esta casa si hay un muerto... Bajemos. Por la escalera, quiero decir. Quizás algún espíritu nos esté agradecido si le hacemos "la creimonia" a su cuerpo.

Con lo de "la cerimonia" Jack se refería a dar sepultura a un muerto, en su mayor o menor medida. Ignoraba que la palabra correcta era "enterramiento", pero no era su culpa, en fin y al cabo en alta mar no hay tierra.

El marino empezó a tantear las escaleras...

 Siguiendo la escalera de madera descendéis unos tres metros hacia un pasadizo sumido en la negrura más absoluta, rota ahora por haces de los haces de luz dorada de la lámpara. Abajo, un corredor surge en dirección norte.

 Un tubo de metal parte de debajo de la estufa y recorre la pared del pasillo.

 Una vez llegados abajo, iluminando la zona por la lámpara, os rebela una habitación en la que os llama la atención un barral con docenas de trajes colgados, este cruza la pared norte de lado a lado, mientras que al otro cuelgan unos  candelabros con las velas consumidas.

 Hay algunas prendas tiradas y hechas jirones, y varias salpicaduras de sangre en la alfombra, que domina el suelo de la parte central, y las paredes.

 No obstante, a nadie les pasa desapercibido la escena que descansa encima de la alfombra manchada de sangre. Frente a un espejo de cuerpo entero también manchado de sangre, se alza  un siniestro maniquí formado de huesos y vestido con las mejores galas del joven Hugo, incluida una peluca  cortesana. Tiene la boca cubierta de carmín, como si le hubieran estado besando.

Iasana se puso en pie con dificultad ya aún se sentía un poco mareada, pero no iba a dejar de descender para averiguar qué oscuro secreto ocultaba Torquemar. -Toma Nuño, puedes llevar mi lámpara, yo... no creo que encabece la lista en el descenso.- De hecho, la maga esperó a que los demás estuvieran abajo antes de descender ella a su vez.

Con cuidado, se tapó la boca y la nariz nuevamente. Aunque no tuviera ya más nada para devolver, el hedor seguía lastimando su sentido del olfato y no quería terminar mareada o desmayada en aquel apestoso lugar.

Cuando por fin pudo ver qué se escondía debajo de la cabaña, su asombro y su asco no tuvieron límites. Aquel sitio parecía un altar macabro, dominado por un fetiche de huesos que intentaba simular ser un hombre, tal vez la propia representación del mismo ser Hugo, ya que lucía sus más costosos ropajes.

Ante semejante espectáculo, la mujer se puso en alerta. ¿Quién había creado esa marioneta? ¿Quién había depositado, en un acto claramente producto de la locura, tantos besos en ese cráneo? ¿Donde se encontraba él autor o la autora de tan repugnante escena? ¿Y por qué tanto hedor?

Desde donde estaba, dio un rápido vistazo a la estancia, en busca de alguien con vida. Tal vez se ocultara en un rincón oscuro, tal vez hubiera alguna otra dependencia más allá abajo, pues si alguien moraba allí, seguramente querría atacarlos.

 Una vez en la estancia inferior de la cabaña, con la pobre iluminación de la lámpara, pues a pesar de que esta iluminaba, la habitación era suficiente grande como para que el perímetro de esta permaneciera casi a oscuras, todos los trajes envueltos en sombras, por no mencionar las de los aventureros distorsionadas dantéscamente por ellas.

 En un extremo del barral se dibujaba una puerta, ahora envuelta en oscuridad. Justamente en aquella dirección se perdía el tubo de metal que bajaba de la estufa de leña.

¿Qué porqué Raúl iba detrás siguiendo al grupo? Pues muy fácil, cuando el capitán termino de mostrarle, muy amablemente, su almuerzo, le dedicó una mirada grave al chico. Si estaba con el grupo, estaba con el grupo. Obviamente no le apetecía nada meterse en aquél agujero apestoso para ir a contemplar el cadaver que seguramente guardaba pero en el fondo tampoco le gustaba que se viera manchado así el honor de su amigo. El trapero tras rodear por entrar por la puerta de la casa iba, con paso tímido, cerrando el grupo.

La escasa luz que despedía la lámpara apenas alcanzaba para mostrar lo grueso de la habitación. Si la maga quería saber qué escondían los rincones entre sus sombras, debería inspeccionarlos más de cerca.

Su sentido de autoconservación le decía que trepara por la escalera y huyera de allí. Algo muy malo había ocurrido en aquel lugar; algo que tal vez aún continuaba ocurriendo. Si salía ahora, podía quedarse en el exterior de la cabaña y hacer noche allí. Total, no sería ni la primera ni la última vez que durmiera al raso. Después de todo le iban a pagar por rescatar el cuerpo petrificado del joven Torquemar, no por andar rescatando doncellas en apuros.

Sin embargo, su honor y su deseo de hacer justicia fueron más fuertes y la obligaron a permanecer allí abajo. De a poco, cuidando sus pasos y resistiendo el asqueroso olor, comenzó a caminar por la estancia, buscando algo o alguien en aquellos sitios donde la luz no llegaba a alumbrar.

Tras dar una buena recorrida, solo le quedó por mirar hacia el final del barral. Allí, oculta entre las penumbras se encontraba una puerta y por sobre encima de ella, pasaba el caño que provenía de la estufa de la habitación de ser Hugo.

-Parece que tendremos que aventurarnos aún más adentro... Nuño... ¿puedes verificar...?- la chica señaló la abertura -No sería bueno caer en una trampa justo ahora.

 Davenport descendió como los demás hacia el sótano, un paso más hacia el infierno al parecer. Pero antes fue a recoger el escudo y la espada que había dejado en el salón de la cabaña.

 Estaba al pie de la escalera, esforzando la vista para poder otear en la oscuridad allí donde la luz no era bienvenida. El hedor era fuertísimo, si bien ahora que había un lugar por donde pudiera correr el aire, tarde o temprano este se desvanecería, pero de momento allí seguía. Como aletargado en aquel lugar. Pesado, opresivo, pegajoso. Las ropas se impregnaban de él, mientras ese se metía por la nariz y la boca, como si de unos zarcillos siniestros se tratara.

 Cuando el capitán vio la figura ante el espejo, cubierta con las galas de ser Hugo, se acercó a ella, con precaución, con demasiada tensión en las manos. Sin lugar a dudas habría preferido estar en cualquier otra parte en aquellos momentos.

 - ¿Qué clase de mente retorcida ha podido hacer eso?- Susurró el hombre, como si tuviera miedo de despertar a los demonios.

 Buscando por los rincones, con cierto canguelo, no vaya a ser que te encuentres con la cosa que está relacionada con todo eso, logras dar con un estante donde hay varios viales de cristal con líquidos en su interior, de tono claro, pero dado a la calidad de la luz de la lámpara no sabráis decir que es exactamente si no lo deschorchas. También encuentras un cepillo con madera de ébano con detalles de un metal plateado, plata posiblemente.

Un escalofrío recorrió el cuerpo del bardo. La lámpara que le había prestado Iasana tembló en su mano, proyectando alargadas y trémulas sombras por la nauseabunda estancia.

- Por los clavos de Pesto… La maldición murió en la boca de Nuño, pues la escena superaba todo lo imaginable. Sin duda aquel viaje le proporcionaría material de sobras para un gran relato… Si conseguía sobrevivir.

En un principio, Nuño creyó que todo aquello sería obra de una perversión sexual del noble Hugo, pero tras ver lo que el sótano ocultaba, ya no estaba tan seguro. Y eso le asustaba más si cabe.

Las palabras de la maga dirigiéndose a él, despertaron al bardo de un trance asco y horror.

- ¿El qué? Casi parecía sorprendido, o más bien algo reticente, casi asustado. – Claro…claro… Sin problemas. Añadió sin demasiado convencimiento, al observar la puerta a la que se refería la mujer.

Armándose de todo el valor que tenía, y recurriendo a un paso arrogante y extremadamente teatral, Nuño se acercó hacia la puerta. Cuando ya estaba lo suficientemente cerca, iluminó con cautela el lugar, en busca de algún mecanismo oculto que pudiera activar alguna trampa.

 Revisas con atención la puerta. No te parece descubrir trampa alguna. Pero no puedes dejar de reparar en más manchas de sangre sogre la superficie de madera de la puerta, así como en el pomo. Sangre reseca de hace varios días.

  Sientes como el pañuelo te asfixia, el hedor es tremendo.