Partida Rol por web

 Ante la expresión de los aventureros, negando caja tras caja, el enano cerró un momento los ojos en una actitud de resignación.

 - Como no... otra vez Murphy... Con la de estatuas que hay y justamente quieren esa... @$#¡!&~$.

 El enano consultó un momento el libro de cuentas que tiene entre las manos y describe.

 - ¿No estaréis buscando por casualidad, la figura de un joven alto, de pelo largo, cara afeitada, ropajes lujosos, larga capa y armadura de placas... verdad?

 Ante el gesto afirmativo de los compañeros, el enano deja escapar el aire en un suspiro cerrando de golpe el pesado libro.

 - Pues esa ya no está. La vendí. Pero si os interesa, por el precio pactado os puedo dar otra de estas, ¿qué os parece? ¿No? ¿Dos tal vez?

 Dice sin mucho convencimiento el mercader.

El capitán había permanecido callado hasta ese momento. Se le veía muy tranquilo, demasiado tranquilo para estar en desventaja numérica. Estaba perdiendo la paciencia, no quería hacer tratos con ese vulgar canalla. Su corazón le pedía apelar al sentido de la justicia y pasar por hierro a ese miserable, pero la mente le decía que ese vil gusano tenía un as bajo la manga. ¿Qué hacer?.

Las explicaciones del enano mercader eran de una habilidad linguística sin igual. Pero ahora eso ya había perdido importancia.

-Estamos perdiendo el tiempo- Jack se impacientaba por dónde les estaba llevando la suerte. La escaramuza de antes les podía haber salido muy cara... Todo por un "sigue buscando" -Krause, ¿Quien ha comprado al chico? ¿Hace mucho? De la venta, me refiero...

El marino se hechó al agua y se dedicó a encarar la caja que les había llevado hasta ahí para que les sirviera de vuelta

 Gristobal vió que no merecía la pena intentar vender alguna de las otras estatuas... ciertamente la importancia de la vida y los familiares que pudieran estar esperando a estos antiguos hombres de armas no parecía ser de la incunvencia de los compañeros.

 Ante la pregunta del negro, el mercader arrugó la nariz.

 - ¿Cómo que quién ha comprado al chico?- Dijo con dramática indignación. -¿No creerás que un mercader reputado como yo va aireando la tan felizmente los nombres de sus selectos clientes, verdad?

 Viendo que no parecía comprender alzó la mano izquierda frotándose los dedos índice y corazón con el pulgar.

 - La pregunta es: ¿Cuanto nos costará saber donde encontrar la estatua del Tornosequé ese?

 El enano de tez oscura examinó a los cuatro aventureros, el negro, el militar con cara de estreñido, la astuta mujer y el silencioso... el silencioso.

 - Ya que me ofrecisteis las joyas por la compra de la estatua... imagino que vays cortos de oro. Os propongo un trato.- Dice haciendo una pausa para llamar vuestra atención.- Haced un trabajito para mí y os digo donde encontrar al tipo que me compró la estatua.

Hacer un trato con un exclavista no era lo que Davenport consideraba un acto honroso. Aquel enano se pavoneaba como un gallo con el pecho erguido y eso le molestaba. El capitán comentó a deambular con pasos lentos, alrededor del comerciante de dudosa reputación tratando de discernir cualquier amenaza oculta, no confiaba en ese despreciable exclavista. O bien era un necio, o bien guardaba alguna sorpresa que se le había pasado por alto.
- Muy osado sois - dice Liam observando su reacción - Somos cuatro hombres armados y una mujer que domina las artes arcanas ¿y te atreves a comerciar con nosotros?

 En el momento en el que el capitán salió de la caja para tomar tierra firme, y el enano vió su expresión, Krause se llevó el silbato a los labios soplando levemente sin que sonara sonido alguno.

 - No me gustan tus modales, suerte que no has abierto la boca hasta ahora. Creía estar con gente civilizada... ¿me equivoqué tal vez?

 En breve se escuchó un sordo sonido de tierra siendo desplazada, como un temblor, tras lo cual apareció una enorme criatura peluda de poderosas garras... un... una... una mezcla entre oso de guerra gigante y un topo.

 En esos momentos os vienen a la mente las marcas de garras en el pozo excavado en la entrada del pozo.

 - Por cierto... soys tres hombres y una mujer.- Luego puso su mirada sobre la hechicera.- ¿Y bien?

Lo que faltaba. Tras tanto ir y venir, cuando por fin parecía que la misión estaba por culminar, había ocurrido lo peor. La estatua ya se la habían llevado. Con frustración, Iasana abrió y cerró los puños un par de veces, pero su rostro no transmitió emoción alguna. Sin embargo, por dentro hervía y esa distracción dejó lugar a que sus compañeros tomaran control de la situación, volviéndolos a poner en peligro.

El enano clavó la vista en ella, esperando su respuesta. Ella no se sentía cómoda siendo tratada como mercenaria. Su búsqueda de la verdad y el conocimiento era lo que la llevaba a aceptar o no ese tipo de trabajos, y por lo que intuía, lo que Krause tenía para ofrecerles no le aportaría nada a su saber. Pero no podía dejar de lado el hecho de que aquel hombre* había sido lo suficientemente astuto como para capturar al basilisco vivo, y si estaba de buenas con él, tal vez consiguiera estudiarlo.

Suspiró hondamente mientras observaba la inquietante criatura que los mantenía en la mira y luego respondió.

-Perdona el ímpetu de mi compañero. Su honor le impide volver a casa con las manos vacías, su deber lo impulsa a proteger al joven Torquemar o lo que sea que queda de él. Pero no tenemos intenciones de atacar- al menos yo no. -Antes de poder aceptar lo que nos propones, tendríamos que conocer la naturaleza de ese trabajo. Es nuestro deseo recuperar la estatua de ser Hugo, pero cada uno de nosotros tiene principios que no llegará a traspasar por cumplir con lo que se nos ha encomendado. Así que, si fueras tan amable, explícanos qué requieres de nosotros y luego danos unos minutos para discutirlo en privado para así poder darte una respuesta. ¿Te parece?

Un nuevo monstruo, un nuevo desafío, una nueva ocasión para perder la vida. El joven Torquemar no estaba allí y eso era lo que contaba. No estaba dispuesto a arriesgar la vida por una discusión de burdel.
Pero si no podía evitar la pelea, mejor estar en condiciones de golpear.

Jack salió del agua y se incorporó con su siniestra sobre el machete enfundado. Se quedó cerca de Iasana por si el nuevo monstruo intentaba algo. Liam disponía de armadura y era bueno peleando, pero dudaba mucho que a la joven le sentase bien un zarpazo.

A ver que les propondría Krause...

 Las palabras de Iasana, pese a su buen sentido y al trato de respeto que ha dado hasta el momento a Krause, no termina de ser suficiente para que el enano le preste atención, centrándola en los dos hombres que han salido del río.

 - Yo no estoy aquí para ir perdonando, sino para ganar oro, mujer. Si no me reportáis beneficio alguno... tal vez deba que reponer mis existencias de esclavos antes de lo que creía.

 Jack siente un escalofrío cuando nota aquellos calculadores ojos puestos en una fea cicatriz marcada al rojo vivo hace ya varios años.

 - Visto lo brabucón de tu amigo de la armadura, es algo que os puede incluso resultar agradable.- Su atención se centra de nuvo en Iasana.- Hay un tipo que me debe unos pagos, y por lo que me ha llegado al oído, no está dispuesto a pagar. La idea es dejarle un mensaje. Por lo que tengo entendido está de viaje, lejos de su torre, tenéis que ir allí y dejar un recado. Si os sirve de algo, es un cabrón, de esos que el mundo agradecería que no existiera. Osborne, Alejandro Osborne. Pensadlo rápido, no tengo todo el día.

 Alejandro Osborne.

 Ese nombre llenó tu pensamiento como la luz de un relámpago en la más negra de las noches. Ese nombre... lo conoces. Lo escuchaste una sola vez y hasta ahora tu mente te había protegido de ese doloroso recuerdo.

 Así se llamaba el ser que se enfrentó a Lucio hace más de diez años.

El capitán estaba rojo de furia. De la mujer lo esperaba, era sabia y cabal, pero ¿que su moreno amigo y aquel músico hábil con el instrumento, haciendo tratos con ese indeseable? ¿Acaso no tenían sentido de la honra?. ¡No podía creerlo!. Estaba claro que cuando termina la justicia y la honra comienza el tiempo del acero y el fragor de la batalla. Saca su arco clavando la espada en el irregular suelo, se prepara para lo peor, pero antes intentaría acabar con ese repugnante y sucio enano. Se dispone a colocar una flecha en su preciado arco de madera de roble.

 Cuanado el capitán de los guaradias de Torquemar saca el arco para encordar, el esclavo cae de rodillas cubriéndose el rostro por el pánico, la quinta esencia de lo patético.

 El enano, con el silbato en los labios, lo deja caer mientras una mueca de desprecio alfora en su rostro.

- Esta bien, tu ganas - baja el arco - haremos ese recado tuyo.
El capitán estaba rojo de ira. No soportaba hacer tratos con un exclavista, pero la situación era deseperada.
- Siento haberos ofendido - bajó la cabeza, más que de impotencia que por vergüenza.

 El enano, con el suspcacia aún sobre el guerrero asiente.

 - Que no me caiga bien alguien no es motivo para no hacer tratos con él. Siempre y cuando saque algún beneficio de este, claro está. Eso no significa que vaya a compartir un baquete de kebab de gnomo, o fumarme unas varas de ió y tome una copa de rojo del abismo... tan solo quiero el oro. ¡Hum!

Al escuchar la misión que el enano les tenía preparada, el rostro de Iasana se tornó lívido y sus pupilas se dilataron durante un segundo. Sus manos se crisparon y sus nudillos se tensaron, pero su cuerpo no acusó reacción. Sólo alguien que la estuviera observando atentamente habría notado que algo en aquellas palabras había activado alguna clase de resorte en su interior.

Mientras meditaba su respuesta, el capitán no pudo más con su genio y comenzó a lanzar brabuconadas. Ahí sí el miedo afloró a sus ojos. No podían matar al enano. No, lo necesitaban con vida. Antes de poder intervenir, el hombre se dio cuenta de que con esa actitud no iban a llegar lejos y retrocedió en sus dichos. Mal que bien, seguían en el mismo punto que antes.

Con suavidad, la chica apoyó su mano en el antebrazo de Davenport para tranquilizarlo y le sonrió amablemente.

-Creo que el capitán ha hablado por todos nosotros. Aceptamos la misión, señor Krause. Denos los detalles para ocuparnos de ese tal... Osborne así podemos ponernos en marcha cuanto antes, que ser Hugo nos necesita.

¿Cobrar a un moroso? A Jack le daba pereza tener que volver a romperle a la cara a otro estafador. Y todo para conseguir la dirección de otra persona que supuestamente tenía el joven Torquemar... Si no es que se lo hubiera vendido ya...
Y en el caso que lo consiguieran faltaría ver si el alquimista del castillo podría realmente salvar al joven heredero.

Jack hizo una mueca, empezaba a olerse que no sacaría nada de todo esto, a excepción de unas feas heridas. Esta última valoración vino del breve momento de tensión protagonizado por el capitán de la guardia, que por suerte no prosperó.
Pero a decir verdad, no tenía nada mejor que hacer con su vida.

-¿Cuanto dinero?... Me refiero al que os debe tipo...

  El enano asiente.

 - Los detalles claro.

 El enano da un vistazo al libro que tiene en las manos, pasando unas hojas.

 - Osborne tiene una gran torre en la provincia de Dalowin. Al este de Flira. El objetivo es llevar un presente. Tengo que prepararlo, tardaré unos días.- El enano se mesa su oscura barba pensando.- No muy lejos de aquí hay una posada, os madaré allí el paquete. Tendréis que llevarlo hacia la torre, tal vez no os dejen entrar por las buenas sillamaís a la puert, pero por algo os mando a vosotros y no a unos esclavos. Quiero que dejéis el paquete en sus dependencias. Nada más... y nada menos. Al terminar id a la misma posada. Será un buen punto de encuentro.

 Os da un significativo vistazo, especialmente a Jack y a Davenport quienes presentáis feas heridas. Momento en el que el negro pregunta acerca de la deuta.

 - ¿No te han esneñado que preguntar eso es de mala educación? En fin. Os irá bien descansar en la posada mientras esperáis el al mensajero.- Finalmente mira a la mujer.- ¿Y bien?

Ese exclavista estaba exasperando a Liam. Nada más le gustaría que romperle el cuello y pisotear su cadáver aunque no fuera honroso. Esa soberbia y cinismo le estaba enrojeciendo las mejillas de ira y sus carrillos se estaban empezando a hinchar por la rabia. Desvió su mirada hacia la mujer tratando de contemplar su faz apacible, su mano se acariciaba el pomo de la empuñadura.
- Bueno, si tenemos trabajo que hacer que así sea y no perdamos más tiempo.

El enano terminó de dar las instrucciones y la miró fijamente. En su interior, Iasana se revolvió. No era la primera vez que aquel esclavista la miraba así desde que había mencionado el asunto del encargo. ¿Acaso él sabía más sobre ella y la relación que la unía con Alejandro Osborne?

Habían pasado más de diez años desde aquella noche, pero el recuerdo continuaba fresco en su memoria. La mujer, que había visto a la muerte a los ojos muchas veces desde aquel entonces, no pudo reprimir la oleada de pánico que la invadió cuando aquel fantasma de su pasado se materializó en forma de palabras. ¿Como era posible? El olor a humo, los gritos, el calor... el intenso calor. Y esa voz, y esa risa, y ese rostro que no podía evocar por no haberlo visto para no ser detectada.

Controlando su agitación, la maga aceptó el encargo a pesar de su miedo. El destino le ofrecía una oportunidad única para conocer a aquel hombre que había destrozado su mundo y acabado con el único ser humano al que había podido considerar familia. No podía desaprovecharla. Tenía que llegar a Osborne, tenía que estudiarlo, tenía que hacerse fuerte... y luego tenía que matarlo.

Su determinación aplastó el miedo. Su mirada se endureció. Su pensamiento se aclaró.

Era hora de saldar cuentas con el pasado.

Iasana sostuvo la mirada del mercader sin pestañear. Sus labios se tensaron en una delgada línea y sus pupilas se dilataron un poco más, pero cuando habló, su voz no reflejaba emoción alguna.

-Que así sea. Parece que tenemos un trato. Espero que podamos fiarnos de su palabra y no requerir ningún acuerdo escrito, Krause. Ahora, como bien indica el capitán, será mejor que nos pongamos en marcha, para estar listos cuanto antes.- Su mirada buscó al marino y al bardo. Si ellos no tenían objeciones, lo mejor que podían hacer en ese momento era partir.