Partida Rol por web

 El joven guerrero Fjalar y el atolondrado hobbit Rudigar buscaban y buscaban, más no hallaban nada.

 Sin embargo, por todos los cantares es sabido que la vista de los elfos es legendaria en la oscuridad.... podrían ser necesarios para resolver el misterio....

Siempre había odiado las trampas, trucos rastreros lejanos a toda posibilidad noble. Cogió una primera flecha y apuntó a la pared, palpando la antes para evitar la dureza de la misma, buscando leves grietas que sirvieran de apoyo... 3 flechas bien clavadas, y tras ello, el silvano, exigió su cuerda, por tal del atarla a las flechas, y descender el resto del tramo con calma y sin asqueross trampas de por medio.

La joven dunedain había recuperado la compostura, y observando el panorama de su alrededor empezó a mirar a ver si podía encontrar la manera de desactivar la trampa.

 La situación era desesperada. Aunque ningun enemigo los amenazaba, el grupo habia quedado dividido en dos: gente grande y gente pequeña. 

 Elendorn intentaba buscar una salida, mientras Elendin y Tirlindë se hacian compañía  a mitad de la escalinata, temerosos de seguir bajando por aquellos resbaladizos escalones.

 Fjalar y Rudigar seguían en la pequeña playa de aquel lago subterráneo, observando los cristales geológicos brillar y a los colimbos lanzar sus extraños gruñidos.

El enano buscó sin demasiado entusiasmo algo que pudiera servirles de cuerda, alguna liana o algo parecido. Aunque cuando había buscado la balsa no había encontrado nada y pronto se aburrió.

Estaba deseando tocar la flauta, pero sabía que no era buena idea en ese momento. Suspiró mientras miraba a sus compañeros más altos esperando en la escalera a que alguna idea les llegará a la cabeza.

Deberíamos probar a buscar si hay algún paso donde cubra poco. No quisiera tener que nadar en estás aguas.

Tomó un palo y comenzó a probar en distintos sitios cual era la profundidad del lago.

 Fjalar no pudo encontrar ninguna liana en aquella cueva rocosa y llena de cristales brillantes. Sin embargo sí pudo encontrar un palo... varios de hecho: el mango del hacha del tipo muerto, el arco de tejo del tipo muerto... incluso raíces y ramas caídas del bosque a través de la brecha del techo.

 Con ellas comenzó a vadear el agua del lago. Efectivamente parecía que el lecho era irregular.... debía haber algún vado oculto por aqui, pero no conseguía localizarlo del todo. Todo el lecho era irregular y, aunque podía ser transitable unos pasos, era díficil saber por que zona podrían avanzar los metros que los distanciaban del islote.

Trilindë viendo que la trampa era imposible de desactivar ni por él ni por ninguno de sus compañeros empezó a pensar la forma en la que pudiera descender y sortear la trampa. Por ello, cogiendo nuevamente la cuerda que Elendorn le entregó, le dio un extremo al silvano y otro a la dúnedain y les dijo:

-Agarrad bien ambos extremos mientras desciendo, usaré la cuerda para evitar caerme y como apoyo para suplir mi dolorida muñeca; permaneced fijos mientras desciendo e ir avanzando sólo cuando la cuerda se quede corta. Además, cuando estemos cerca de la trampa necesitaré también descolgarme y pasar de esta forma para esquivarla, ¿entendido? -dijo el noldo mirando seriamente a sus compañeros, su vida estaba en juego otra vez y no pensaba compartir lecho con el montaraz al final de la cueva.

De esta forma, descendiendo por la escalera como buenamente pudo, avanzando poco pero seguramente al principio y trastabillándose a la mitad, en la que veía con miedo como su equilibrio empezaba a fallar...

De nada sirvió que el elfo noldo se aferrase a la cuerda, se había vuelto a caer de manera estrepitosa.

Dudaba que siguiese vivo después de aquello, no lo había visto demasiado sano después de su rotura de muñeca, y esa caída era lo que colmaba el vaso.

- No sé como voy a bajar de aquí - insistí frustrada a los demás. Si Tirlindë había visto seguro el que yo sostuviera la cuerda, el propio destino se había encargado de decirle que no era la mejor elección. Con temeroso cuidado, fui bajando los resbaladizos escalones, hasta que uno de ellos me hizo perder el precario equilibrio que me proponía mantener...

 Elendin y Tirlindë descendieron ambos, primero el elfo y luego la montaraz, hasta el último tramo de escaleras, justo antes de la trampa. Luego ambos se torcieron el tobillo con el mismo escalón descascarillado, quedando ambos sentados en las escaleras, doloridos, masajeándose los tobillos. 

 Aunque la situación era tensa, la imagen era hilarante. Por lo menos para sus compañeros que lo veían desde abajo.

 Elendorn bajó recogiendo su cuerda, que quizá había evitado males mayores. Se econtraban sólo a dos o tres metros sobre las cabezas de los guerreros, Rudigar y Fjalar. Una docena de escalones, quizá menos los separaban del suelo.

Tras recoger y guardar la cuerda, se fregó la frente ya no consideraba que fuera necesario ahí y se sentía frustrado por no ser capaz de hacer más, empezaba a percatarse de que las trampas eran el pan de cada día en aquellos lugares, haría bien de dedicar un tiempo en cada rato para estudiar ese tipo de confusos mecanismos.

Sin más que poder hacer saltó desde el escalón previo de la trampa.

El noldo casi había llegado, pero su estado era tan lamentable que se negó a intentar seguir bajando, le pidió a sus compañeros el material necesario para preparar un pequeño fuego aunque fuera en escalón, y metiendo todas las hierbas en su cantimplora para hervirla. Le dijo a Elendor y Elendin:

-Yo no voy a continuar hasta que me recupere, en mi estado la trampa puede ser mortal y no es muy seguro usar la cuerda dado nuestro estado. Voy a intentar reponerme un poco y después continuaré, u os esperaré aquí a que volváis; si veis algún peligro avisadme e intentaré avanzar por muy mal que esté.

Luego dirigiendo una vista más escrutadora a la humana le dijo:

-Vos no parecéis muy ilesa tampoco, quizás debáis evitar avanzar en un tiempo, puedo daros algunas hierbas pero necesitaré las mayoría para mi, ¿os parece?

 Elendorn salta... y cae. Al caer al suelo de la cueva, accidentalmente, se pisa a sí mismo el dedo gordo del pie derecho, doblándoselo de una manera atroz. Se oye un chasquido y el elfo gime.

 Sentado en el suelo, se quita la bota y se masajea el dedo. Rudigar y Fjalar se acercan por si necesita ayuda.

 Por encima de sus cabezas, Tirlindë empieza a calentar agua junto a Elendin.

Ese catacreck era malo, pero por suerte no era tanto, miró alrededor el silvano por si hubiera algo o alguien, y para buscar el bando que parecía buscar el enano. Esperaba su no fuera mucho, pero, no le dejaba pensar con claridad ese dolor.

-Al final resultará que los elfos son más gráciles en los cuentos que en la vida real... -comentó por lo bajo el hobbit al enano. Al verdad es que el comentario no era muy delicado, pero no pudo evitar hacerlo.

En cualquier caso parecía que tendrían que esperar un rato a que todos se repusieran del duro descenso. Rudigar se acarició el mentón y tras una breve reflexión decidió que fumaría algo de tabaco en su pipa... y se dio cuenta de que su pipa y su tabaco estaban muy arriba, con su mula. Mala suerte.

-Te ayudaré a localizar ese vado. ¿Vas bien?

El enano señaló al mediano los puntos dónde había encontrado que el agua era menos profunda, a ver si encontraban un paso. Quizá entre los dos pudieran encontrar una zona poco profunda que llevase al centro de la isla. A pesar de usar el palo para medir no era capaz de encontrarlo por sí mismo.

Quedad arriba mientras encontramos el tesoro, en cuanto volvamos nos podréis ayudar a salir sin tocar la trampa.

Pensó durante un momento y añadió.

Recordad que tenemos que llevarnos la llave, supongo que habrá una puerta cerrada y no sé si tendremos habilidad para descerrajarla.

 Fjalar y Rugidar tenían acordonada la zona dónde podía estar el vado, sin embargo no acababan de verlo. Elendorn tampoco lo veía. Entonces, al silvano se le ocurrió una idea. Volvió tras sus pasos hasta el cadaver. Miró sus botas.

 ¿Vas a quitarle sus botas a un muerto? gruñó Fjalar molesto.

 Pero no, el silvano intentaba buscar los rastros de esas botas. Y seguirlos. Efectivamente. Nuestro amigo norteño no había estado sólo en la cueva de arriba, sino también en la caverna de abajo. ¿Por que no se había llevado pues el tesoro? Elendorn siguió sus rastros y pasó entre ambos guerreros. Se internó sobre el lago.

 Elendorn parecía caminar sobre las aguas.

 ¡Ta-chaánn! exclamó exultante abriendo los brazos.

 Un camino de piedra discurría en linea recta desde la playa hasta el islote. Al parecer era más construido que natural. Lo habían ocultado poniendolo unos diez o doce centímetros por debajo de la superfície del agua. Pero el norteño lo había descubierto y, gracias a él, ahora el silvano y los demás.

No le hacía gracia caminar de ese modo, daba un poco de extrañeza, pero al estar pasando se sintió bien de verdad, abrir los brazos en su magnificencia fue como cobrar un nuevo trago de existencia, que con eso de no atinar necesitaba con urgencia.

-Verás, voy a acabar mojado hasta las cejas. Toda la ropa... y aquí no hace sol. En fin. -protestó el hobbit. La idea de que el camino estuviera bajo las aguas no le iba nada bien. Lo que para otros era más una curiosidad que otra cosa, para el hobbit suponía tener que arremangarse los pantalones hasta las rodillas y que no sirviera de nada de todas maneras. Mientras no se mojara otras cosas...

Comenzó el aguerrido mediano a tantear con sus hábiles y ágiles pies allí por donde iba pisando, tras Elendorn, dejando que fuera el elfo el primero en dar cada paso. Hasta que le cogió el truco. Cuando logró hacerse con el movimiento, nadie podía mejorar las capacidades de sus pies desnudos en aquellas resbaladizas rocas. ¿Era posible adelantar a alguien en un camino de ese tipo?

Con todo el cuidado del que era era capaz, Fjalar siguió a sus compañeros por el lago tras dejar su escudo junto a la escalera, ahora sólo sería un estorbo y esperaba no necesitarlo más adelante.

Aunque hacía un gran esfuerzo por que sus compañeros no se dieran cuenta, era evidente que no le gustaba nada el agua y, seguramente, le agradaría incluso menos tener que ponerse a nadar.