Partida Rol por web

Pese a haber explicado detenidamente el plan, parecía que a muchos de sus compañeros no les había quedado clara la necesidad de que debían estar todos en él y lo importante que era estar todos en su sitio. Aquello desesperaba a Tirlindë, no debía haberlos dejado ir a explorar, era una pérdida de tiempo, buscar un plan adicional de poco serviría, y en el rostro del elfo podía verse la impaciencia que sentía al ver como todo lo que habían preparado podía ir al traste en cuestión de minutos si los demás no estaban allí. Por lo que viéndose obligado a recurrir al enano, que pese a lo que esperaba de él, si había vuelto a tiempo le dijo, intentando ser serio pero sin denotar animadversión:

-Fjalar, os aconsejo poneros en un lateral de la entrada y en cuanto un troll pase le sorprendéis haciendo el mayor daño posible. No te preocupes por el muchacho, está con el silvano y tiene los caballos a mano por si necesita huir. Toma posición y prepárate para lo que está por venir, nos queda muy poco tiempo -dijo sin la dureza que había empleado anteriormente en el naugrim, en aquella situación no había cabida para pequeñas rencillas, aunque tampoco sentía la necesidad de decirle nada más que lo estrictamente necesario.

Tras ello se quedó a medio camino entre la entrada y la cuerda de la que debía tirar, pues aún no sabía quien iban a llegar antes, si sus compañeros o los trolls, y era algo crucial. Por lo que empezó a meditar, para al menos, si debía lanzar el hechizo, que estuviera bastante preparado.

Maldito el momento en el que aceptó ocupar su posición como tirador en esa loca trampa, no solo era loca ahora que sus compañeros que tanto afirmaban y planeaban, se habían introducido en aquella gruta.

Tomó la primera flecha en su arco, aun sin tensarlo, preparándose para esa masacre que esperaba fuera solo en favor al bando de rescate del muchacho, pero no podía evitar mirar al niño con los caballos, y cogiendo aire, esperaba no tener que gritar un "huye", flautas de guerra sonaban en su cabeza y se unían toscos tambores tal vez del clan del enano, un arpa de los noldos imitaba el ton del riachuelo acercándose al salto de agua, pero su cabeza no lograba ver por el momento, ni instrumento hobbit, humano, o... lo que fuera que Ragnar sea.

La instrumental no estaba completa, y sin todos los sones preparados, el ton sería incompleto, solo esperaba que no fuera un sonido equívoco.

- No- Negó el enano cuando el noldo le dijo que permaneciera en un lateral de la cueva. - Ya lo hemos hablado y permaneceré en el centro, escondido hasta que escuche el primer ataque, entonces tocaré la flauta y me prepararé para el ataque. Si ataco desde el lateral de la cueva podría dañar a uno gravemente, pero el resto me tendrán rodeado y no podréis asaetearlos libremente sin estar seguros de si me daréis a mí. Lo mejor que puedo hacer es jugar la baza a partir de que caigan en la trampa. Podré cogerlos por sorpresa igualmente y desde esa posición puedo calcular mejor las opciones en el campo de batalla. - Terminó con calma.

No le gustaba que el plan cambiara tanto y tampoco que sus compañeros estuvieran dentro de la cueva. Deberían haberse decidido a estar dentro todos o fuera todos. Pero ahora mismo estaban separados y era un punto débil en su estrategia.

- Tienen que volver ya. - Dijo el enano mientras miraba hacia la cueva. Todo estaba pasando lento y rápido a la vez. Saboreaba ya la sangre de la batalla y se estaba poniendo en tensión.

-Un último intento... -susurró Rudigar.

A continuación se encaramó con rápidos movimientos por la roca que taponaba la apertura que querían explorar, colocándose en lo alto de la misma. Buscó una postura en la que afianzarse a la roca a la vez que poder hacer fuerza con sus pequeñas piernas y empujó con todas sus fuerzas.

-¡Apartaos! ¡No quiero que os caiga encima! -añadió de nuevo entre susurros el hobbit con esperanza y una sonrisa.

El hobbit era terco, pero estaba claro que su pequeño tamaño reducía sus posibilidades de éxito en pruebas de fuerza como aquella a cero, sino menos. Al final desistió y, cabizbajo, accedió a seguir a los demás al exterior.

 Los tres exploradores regresaron de la gruta. Fjalar y Tirlindë debatían frente a la entradad principal, mientras que Elendorn se posicionaba junto a la cuerda que activaba la trampa y miraba angustiado en dirección a Puil, que tranquilizaba y cuidaba de los caballos.

 La oscuridad cayó sobre la faz de la Tierra Media. La tensión se podía cortar con un cuchillo.

Cuando salimos del tunel, el sol se ocultaba ya en el horizonte. Había llegado el momento.

Mientras adaptaba mi vista a la creciente luz de la luna y las estrellas, comprobé la cuerda, pero Puil no había podido, o no había querido hacerme caso.
Así que antes de descender a ocupar mi posición con los demás, intenté anudar la cuerda en el lugar que previamente había encontrado para ello.

Sin perder un instante, me dirigí a paso ligero hasta mi mochila y cogí la antorcha y el Frasco de aceite.

Los aseguré a mi cinturón, y tras comentarle al resto lo que habíamos encontrado en la entrada trasera, les comuniqué mi intención de refugiarme en el túnel si las cosas se ponían feas. Esperaba que eso convenciera a los indecisos de seguirme.

Indiqué al resto que debíamos procurar un lugar seguro para Puil, y empecé a trepar a mi posición sobre la entrada. La piedra que bloqueaba la abertura me sirvió de soporte, de modo que no tuve mayores problemas para situarme. Una vez allí, me pegué todo lo posible a la pared de roca para evitar ser descubierto antes de tiempo.

Mis ojos refulgían ya con un índigo mortecino, custodiados por el fulgor plateado de los cabellos que se derramaban a través de mi casco. Por fin se acercaba el momento que había estado esperando desde que los Grumm me hablaran de aquella infección de Trolls en el Bosque...una pequeña sonrisa asomó a mis labios anticipando la refriega.

Venid, Criaturas infectas...Kallen Verandel, sobrino de Fingald os espera. Pensé, mientras un brillo demente y vengativo, atravesaba mi rostro distraído.

Elendin se situó junto a Tirlindë, había dejado las flechas preparadas para que no hubiese ninguna pérdida de tiempo posterior.

- Hemos estado en la gruta, hay una piedra que tapa la continuación, pero no hemos podido moverla - informó al resto que pudiera escucharla.

Después se situó en su posición, y esperó a que los demás hiciesen su parte del plan.

Crecientemente tenso, el hobbit recogió la ballesta y su carcaj de saetas, dirigiéndose hacia su posición sobre la entrada principal (esperaban) de la cueva de los trolls. Si lo que suponían era cierto, pronto comenzarían a salir los trolls y necesitarían de su puntería para acabar con ellos cuanto antes. Aquellas cosas eran muy resistentes, fuertes y peligrosas. Había que acabar con ellas rápido, muy rápido.

Rudigar se situó no muy lejos de Ragnar, entre la maleza y las rocas que allí encontró, escondido entre sus sombras, pero con buena visibilidad de lo que debía salir de aquel lugar. El primero que saliera recibiría un buen ballestazo por la espalda y a Rudigar no le sabría mal haberlo propinado.

El silvano cerró los ojos y se relajó un momento, de no hacerlo, seguramente perdería la compostura, no era una lucha de tres al cuarto, si no una batalla casi seguro que desigual, en la que sus prácticas de emboscada y de ocultarse se ponían a prueba, bien colocado detrás del árbol con su arco en alto apuntando a la entrada. Sabiendo que esos seres eran vengativos y rabiosos, no se meterían en su cueva de nuevo tras ser herido uno de ellos, la ira posiblemente les llevaría a la carga de lo que vieran sus ojos.

Esperaba que la humana no olvidara ponerse el caso, por tal de ver con mayor facilidad, al menos antes de que el fuego prendiese.

Al fin la palpable tensión de Tirlindë empezó a desaparecer en cuanto vio como el resto de sus compañeros llegaban justo a tiempo para llevar a cabo el plan, en su fuero interno esperaba que así fuera, y que aún los trolls no se hubieran levantado. Así que tras ver como cada uno se colocaba en el puesto que le correspondía, el enano con su flauta lista, Ragnar y Rudigar listos para disparar; su querida dúnedain en cuanto pasó a su lado aprovechó para decirle con cierta calma tras toda la impaciencia vivida anteriormente:

-De acuerdo netya, prepara unas pequeñas brasas en los arbustos para prender las flechas, y usa el casco para tener mejor visión -luego tras una pausa y con su faz reflejando seguridad y su tono decidido terminó diciendo- todo saldrá bien, no te preocupes -dijo esperando que su confianza en todo aquello la animara.

Luego con un último asentimiento para todos los miembros de su grupo, como confirmando que estaba en orden, se acercó a la entrada y empezó a obrar su magia, empezó a mover su mano con su cetro mientras miraba al cielo y pronunciaba unos salmos ininteligibles, pero la impaciencia sufrida con anterioridad le hizo apresurarse demasiado quizás, y aunque había meditado todo lo que había podido y se había acercado bastante a la entrada donde colocaría la fuente del sonido, no sabía si sería suficiente.

Así que rogando a Eru que el pan no se malograra, se retiró junto a la montaraz, agarró el cabo suelto de la cuerda y se preparó para tensarlo con todas sus fuerzas cuando llegara la oportunidad.

Mientras sonaba el mensaje del mago, el silvano tensó su arco por fin, tras dejar una antorcha a su lado oculta tras de sí mismo, cubierto por el árbol, y los matorrales a su vez, con intención de que su sigilo le hiciera prácticamente invisible, y no haber dejado huellas era para él otra gran ayuda para ocultarse todo el tiempo posible. Esta vez la maldición de aquel bosque no podía pasarle factura así que pidió al bosque un instante antes, poniendo su mano en el árbol que le iba a cubrir, que le diera toda la fuerza que pudiera, y que pudieran salir, no solo él, si no todos los presentes, indemnes de aquella locura.

 Tirlindë acabó sus plegarias y sus salmos. Unos golpes sonaron aparentemente sobre la roca y luego unas palabras en una oscura lengua que parecían no provenir de ningún lugar en concreto.

 Después hubo algunas palabras de respuesta dentro, como una conversación a gritos.

 La cuerda que Ragnar había atado con tanto cuidado, cayó de pronto al suelo, al deshacerse la atadura que había hecho a la roca. Nadie se aventuró a recogerla.

 Los aterridos aventureros, tensos en sus posiciones, con las armas listas y preparadas en la mano, llegaron a contar hasta tres voces distintas.

 Luego, mientras intentaban relajar sus nervios, la roca intentó moverse. Nuevos gritos y conversaciones. Segundo intento. Finalmente con un horrible sonido, la piedra comenzó a deslizarse. Tras ella, aparecieron tres de aquellos enormes seres de piedra, armados con ramas de arbol a modo de garrotes. Parecían más primitivos que los que se había enfrentado el grupo en el pasado.

 Aunque dos de ellos no estaban muy convencidos, el más grande, que parecía ser el líder, se lanzó hacia adelante. Sin embargo, al abandonar en solitario la protección de la cueva, se mostró cauteloso. Oteaba el horizonte y localizó rápidamente a Tirlindë y Elendin, dirigiéndose hacia ellos. La mala suerte quiso que al pasar por la trampa pisase la cuerda en vez de enredarse con ella. Por mucho que tiraron, los aventureros fueron incapaces de hacer caer a aquel gigante que aprisionaba la cuerda bajo su pie.

 Rugiendo, el monstruo llegó a dónde se hallaban la montaraz y el mago alzando su garrote por encima de su cabeza.

 ¿Que ha sido eso?

 ¿Qué más dá? Dice que hay comida fuera. El chico no pasará de esta noche... ¡vamos!

 Jefe... no parece la voz de uno de los nuestros...

¡Ayudadme con la roca, vamos!

 Pero jefe... puede ser una trampa....

 ¡Silencio!

 Y más tarde....

 Ummfff... no puedo... Skarg... ¡ayudame!

 Onhhhffff.... ¿que pasa? ¡No se mueve!

 Empujemos todos... vamos... la comida podría escapar...

 AAAA ruuussssss....

 ¡Seguidme!

Elendin vio como el plan fracasaba estrepitosamente ante sus ojos. El troll que parecía el líder del grupo había percibido la presencia de la montaraz y el noldo, por lo que se dirigía a ellos con una furia que haría temblar a cualquiera. Pero la dúnedain no tembló, no se podía permitir ese lujo. Con el arco tensado y la flecha ardiendo, apuntó al ser y disparó para evitar que se siguiese acercando.

El enano observó impasible como el plan se iba por el sumidero. Primero, la voz del elfo no había sonado muy convincente, sólo uno de los trolls había salido confiado. Después se había saltado la trampa sin fijarse, si quiera, en ella y ahora había visto a sus compañeros y se dirigía a por ellos.

Si tocaba la flauta en ese momento podría dejarlo inconsciente, pero si lo hacía y fallaba simplemente habría descubierto su posición y deshecho su posibilidad de conseguir una ventaja por la sorpresa. Por otro lado, si dejaba que fueran a por sus compañeros podría derribar al noldo o a la humana de un ataque y, a pesar de sus diferencias, eran su compañeros.

- ¿Qué hacer? - pensó durante un instante mientras su mano cogía el hacha, su brazo había decidido ya por él.

Respiró un segundo esperando a que las flechas cayeran sobre su enemigo, y entonces cargó tratando de evitar hacer ningún ruido mientras sus compañeros se disponían a recargar.

Mientras el monstruo se movía, Elendorn no dudo ni un segundo, su escondite pretendía permitirle disparar sin problemas, y eso iba a hacer, pero en este caso no encendió la flecha, sería mala idea que habiendo solo un rival el fuego se formara en ese monstruo, solo serviría para alertar a los demás, y el sigilo era esencial, de hecho, por el si salían uno a uno y en orden sería un regalo de sus oraciones al bosque.

Un pensamiento decía - no tienes que ir por ahí, deja a ese par tranquilo - una flecha silvante que pretendía ser letal, sin darle tiempo a reaccionar voló sin demora, incluso antes de que ese monstruo pudiera a penas mirar a la pareja de orgullosos Tortolitos, en parte le hacía gracia que el plan fallara tan estrepitosamente, pero al salir solo, aun no era inutil, otros podrían "destacarse" al salir, solo hacía falta que caminaran hacia las estacas colocadas, después de todo, aunque no fueran de bruces, pisar un grupo de estas también es muy doloroso, y dificulta dar un segundo paso sin miedo o dudar.

Llevaba un momento, el agua hirviendo, cuando estuviera hecha, la infusión no importaba si se enfriaba un poco, lo importante era tenerla lista, para utilizarla en caso de emergencia, inmediatamente sujeto la segunda flecha, con intención de recargar, si tardaban un instante en salir los siguientes le regalarían el respiro necesario para preparar su siguiente disparo.

Vi salir a la primera de aquellas depreciables criaturas, y contemplé apesadumbrado como todo lo que habiamos planeado se esfumaba como el vapor de una olla hirviendo al aire de la noche.

Solo pude ver al primero, pero habia oído al menos a un par de ellos más.
¿Por qué demonios no habian salido todos?

Cuando pisó la cuerda dando al traste con la trampa y empezó a moverse hacia el Noldo y la chica con decisión, pensé en derramar el aceite sobre él, pero entonces, caí en la cuenta que de ese modo, muy probablemente delataría mi posición. De modo que hice un gesto a Fjalar y a los que se encontraban apostados junto al árbol para que descargarán sus plumas contra él...con suerte, la mayoría mantendriamos nuestra ventaja, y el Troll caería sin que fuera necesaria mi intervención.

 Varias flechas salieron silvándo en dirección al troll. En primer lugar, desde detrás de un árbol cercano, Elendorn disparó su arco y la flecha, que impactó al Troll de lateral, arañó ambos ojos y atravesó su gruesa nariz. La bestia bramó de dolor al quedarse ciego con ambos globos oculares vacíandose contra sus manos.

 Un flechazo soberbio por parte de la bella Elendin se hundió en su muslo izquierdo, haciendo que la criatura volviese a rugir loco de dolor y dividiese sus manos: con la derecha se tapaba los ojos lacerados y con la izquierda tocaba a tientas la flecha que atravesaba su carne. El garrote caído en el suelo, abandonando definitivamente su actitud belicosa.

 Entonces, jugándoselo el todo por el todo, Fjalar se avalanzó contra la bestia, cortándo con su hacha la carne del muslo derecho de la criatura, que cayó de rodillas, sangrando copiosamente, lamentándose y aturdido por el shock y el dolor.

 No parecía que, por el momento fuera a oponer resistencia.

 El muchacho gritó, un aullido que helaba la sangre en las venas. Los caballos relincharon del susto a su alrededor.

 Señalaba a la cueva y al principio bramaba tanto que costaba entenderlo.

 ¡Los trolls! ¡Los trolls! Huyen hacia dentro... ¡van a matar a mi hermano!! ¡Van a matar a Leddon!!

 Efectivamente, los que estaban a ras de suelo pudieron ver como los trolls escapaban, hacia la seguridad que les ofrecía el interior de la cueva. Sin embargo huían de prisa, presa del miedo... ninguno de los dos se entretuvo en cerrar la puerta.

 La entrada a la cueva seguía abierta, con la roca tirada inutilmente a un lado.