Partida Rol por web

Ya me encontraba a pocos metros de los arqueros, cuando sentí que el resto de mis amigos ya se habían unido al combate. Mas animado por comprobar que todos se encontraban a salvo, me preparé para el inminente desenlace de la contienda.
Ambos tiradores me apuntaban con sus plumas y habida en cuenta la distancia que nos separaba, no resultaría sencillo esquivarlas. Sin dejar de moverme para no concederles un tiro fácil, arrojé mi jabalina contra el que estaba a mi izquierda para acto seguido realizar un requiebro y buscar una cobertura entre la vegetación cercana.

Rudigar estaba preparado para lo que fuera... pero decidió salir con cierto cuidado de la tienda, en vez de decidido y guerrero, armado con un arma de cuerpo a cuerpo. No, no debía ser ese su estilo, iba armado con una ballesta. Si topara de cara con un orco que le prestara atención bien podía acabar el encuentro con un desastre. Salió con cuidado y, al ver la escena supo que debía disparar a los orcos que quedaban a una treintena de metros de él. Para ser exactos iba a disparar a aquel que el inconsciente del beórnida élfico no estuviera cubriendo con su posición... Y para ello se adelantó tres o cuatro metros, no más, para asegurar un buen disparo.

Tirlindë se alegró de que todos pasaran por alto los orcos dormidos y no los molestaran, parecía que el grupo, poco a poco iba ganando cada vez más sabiduría; gracias sobretodo a su notable influencia.

Por ello, siguió avanzando todo cuanto podía y parapetándose detrás de los árboles, a la vez que se esforzaba por no perder la concentración de su práctico hechizo...

 Rudigar avanzó y disparo. Su virote atravesó el muslo izquierdo del orco a a derecha, que comenzó a sangrar de forma abundante por la herida.

 Ragnar arrojó su jabalina en un golpe similar al anterior, rasgando el lateral de un nuevo orco y dejándolo profundamente herido.

 Los dos orcos dispararon, pero el beórnida supo agilmente esquivar las flechas sin daños.

 Tirlindë se acercó lentamente mientras se concentraba. Elendin acudió a su lado.

 Fjalar avanzó con su hacha y escudo hasta llegar a más o menos la mitad del camino entre él y sus adversarios.

Contra todo pronostico, logré acertar a mi objetivo al tiempo que me ponía a salvo de las flechas enemigas.

Durante unos segundos pude parapetarme tras un árbol delgado rodeado de arbustos, momentos que aproveché para desenvainar mi lanza y cubrirme de un presumible nuevo ataque.

El corazón se me había disparado. empezaba a pensar que últimamente estaba mirando a los ojos a la muerte demasiadas veces...demasiado cerca.

El silvano avanzó ligeramente y soltó la segunda flecha al orco situado mas a la derecha, sin duda la flecha no tenía la potencia de la anterior, pero quería cubrir a sus compañeros con dicho proyectil.

El mago repitió de nuevo su acción, de momento parecía que ninguno de sus compañeros había resultado herido, por lo que optó por no precipitarse y continuar avanzando concentrado en su conjuro, pues si conseguía emplearlo con eficacia, podría dar fin a aquella maldita escaramuza...

El enano continúo avanzando con el escudo delante. Esperando su oportunidad para atacar a los engendros que les habían fastidiado la noche de descanso. Debían pagar su osadía.

 Elendin y Tirlindë siguieron avanzando hacia los orcos lentamente mientras este último se concentraba en su conjuro.

 Elendorn disparó, alcanzando al orco que había herido Rudigar previamente. Esta vez atraveso su muslo derecho, provocando más sangrado. 

 Rudigar comenzó a cargar su ballesta de nuevo.

 Entonces los orcos montaron en cólera. Deshechando los arcos desenvainaron sus cimitarras y escudos. Echaron a correr hacia adelante. El que Ragnar había herido se avalanzó a por él mientras el segundo, que sangraba por ambos muslos, se encontró prácticamente con Fjalar que también avanzaba. Ambos orcos, sin embargo, fallaron sus ataques. El enano también falló el suyo.

El silvano sacó su espada corta vengativa mirando a Elendin y la posicionó en vertical en la garganta de uno de los orcos dormidos, esperándola para que ella misma diera fin a aquel monstruo, muchos agradecerían que otro de ellos desapareciera, y sin duda la muchacha agradecería poder acabar con alguno de ellos, o eso pensaba él.

El enano se encaró con su oponente sin temor. Había pasado el último día entre combate y combate y no fallaría su ataque. Los tajos volaban y golpeaban sin parar mientras los adversarios intentaban acabar con la vida del otro.

Entonces, el enano encontró una guardia baja en la defensa de su oponente y la aprovecho, esperando que el golpe acabará, al fin, con su miserable vida.

El mago percibía como la magia empezaba a inundar todo su ser, se sentía uno con su mente, y pronto los malditos orcos que quedaran en pie sentirían el poder de un noldo...

Así pues, deseando acabar con aquella incursión, avanzó como había hecho anteriormente y se quedó presto para imponer su voluntad arcana.

Elendin miró a Elendorn y le hizo una señal de negación con la cabeza, mientras sin emitir sonidos, vocalizaba exageradamente para que la entendiese diciendo: "ES-PE-RA"

Rudigar estaba actuando de manera más que previsible para los compañeros del grupo: disparaba y cargaba y vuelta a empezar. Lo malo era que la ballesta no era exactamente un arma fácil y rápida de disparar y eso, en los combates rápidos como en el que se encontraban enzarzados, suponía mucho tiempo. Por fortuna y hasta el momento nunca había supuesto la diferencia entre la vida y la muerte, pero a veces Rudigar se planteaba seriamente cambiar de arma. Un arco corto sin duda sería más rápido de recargar. Pero no disponía de un arco, así que el pequeño guerrero se afanaba a recargar su artefacto de muerte. Todo ello mientras avanzaba lentamente hacia los enemigos, siguiendo la estela de los compañeros de aventuras.

-¡Dejadme ángulo! -exclamó en general a sus compañeros, puesto que no lograba encontrar un lugar desde el que hacer un tiro limpio.

Cuando abandoné la cobertura del arbol para arrojar mi lanza, me encontré de bruces con uno de los Orcos. Al parecer estaban cansados de disparar con aquellas armas inutiles y ahora se encomendaban a sus espadas para salvar las vidas.

Sin tiempo para reaccionar use la lanza como escudo, mientras retrocedia un par de pasos ante al empuje de la criatura, esperando mi oportunidad.

 Elendin, Tirlindë y Rudigar siguieron avanzando mientras este último terminaba de cargar la ballesta y el hechicero de concentrarse en su sortilegio.

 Elendorn le ofreció a la Dunedain liquidar a uno de los orcos durmientes, pero ella denegó con la cabeza. demasiado riesgo.

 Entretanto, Fjalar y Ragnar luchaban por sus vidas. El enano castigaba el costado de su orco con el hacha mientras el beórnida fallaba su ataque. Los orcos no perdonaron. Ambos impactaron en los aventureros. El de Fjalar en el pecho y el de Ragnar en su hombro.

Mi precipitada defensa no fue suficiente para contrarrestar la repentina irrupción del Orco en mi espacio. Su cimitarra se hundió en mi hombro causando un doloroso corte. Consciente de mi delicada situación, intenté maniobrara para alejarme de el y de paso dejar vía libre al mediano, que desde su privilegiada situación demandaba un tiro limpio para su ballesta. ¡¡Nada me gustaría más, pequeño Rudigar, pero no resulta sencillo zafarse de estas apestosas sanguijuelas!! Protesté mientras usaba mi lanza para mantener alejado a mi adversario.

Al ver la negativa de la chica, y percatarse de que Ragnar le procuraba un hueco a Rudigar, el silvano rápidamente tomó su arco y cargó su flecha presto a aprovechar el momento. Después de todo era difícil buscar un momento adecuado.

El enano sintió el golpe y la sangre cayéndole por el pecho. Debía ser más precavido y, protegiéndose un poco, continúo su hostigamiento al orco. Debía rematarlo antes de poder ayudar a su compañero, que había recibido un duro golpe de su adversario y tenía que escapar ahora por su vida.

-¡Deja a mi amigo tranquilo, sucio orco! -exclamó Rudigar, su improperio más destacado en días.

De tanto en tanto la exquisita educación y civismo hobbits salían a relucir, sobre todo en momentos que parecían fuera de lugar. Probablemente por eso, porque daba la sensación que alguien que hablaba o se comportaba así no debería estar en un sitio como aquel. Tal vez fuera cierto. Pero también era certero como pocos y su ayuda en aquella aventura resultaba, cuanto menos, de agradecer.

Con su habitual puntería, el pequeño guerrero volvió a disparar su ballesta y la saeta atravesó silbando el aire para ir a clavarse en el orco que andaba acosando a Ragnar. Pronto el monstruo llegaría a la conclusión que esa no había sido la mejor de sus ocurrencias.