Con la mano en la cintura indico al Señor Hughes que vaya a vender las especias y que se asegure de conseguir un buen precio.
-¡Pero no las desembarque aún, solo cuando tenga un buen comprador! -Digo, justo antes de marcharme hacia donde me habían indicado para hablar con el encargado del puerto.
A sus ordenes capitán. Dijo el siempre servicial contramaestre y con dos hombres se dirigió a buscar un buen comprador.
Por mi parte señalo un carruaje a mis subalternos, y me dirijo a la oficina del capellan del puerto, con intención de convencerle de poner a disposición de los soldados de su majestad las reservas del puerto.
¿Qué época del año es?
El Capellán inspecciona un cargamento de sal que unos rudos marineros están descargando de un carguero con mucho calado, en un muelle de piedra, al fondo de la bahía.
Tras bajar del ruidoso carruaje, y atravesar la calzada, para avanzar por el muelle, me acerco al hombre que se arrasca la cabeza bajo su tricornio y que viste una casaca de color oscuro. Me han señalado, que tal hombre es el Capellán.
-Buenos días, señor. -Digo, sin quitarme el sombrero, pues no procede para alguien de mi rango en una tal situación. -Mi nombre es Sir Gervasio Oakes, Capitán del Thermopilae y soldado de su majestad Carlos II, rey de Inglaterra.
Bueno, me he tomado algunas licencias, pero como solo es para repostar y llevamos tiempo varados en las arenas del caribe. ¡A ver si logramos remontar el vuelo!
Buenos días Sir Gervasio Oakes. contestó el otro. ¿Cúal es el motivo de su visita?
-Señor, me ayo de servicio, en importante misión militar y necesito pertrechos y vituallas, tanto para mis hombes como para mi. Por ello, solicito su colaboración y ayuda, en nombre de la real corona británica.
¡Pardiez! Exclamó el otro. ¿Y cuantos doblones va a pagar la Corona por mercancia?
-¡¿Oro?!¡¿Le exigís oro a un oficial británico?! ¡Eso es sedición! Tenéis, señor, la obligación, tanto moral, como legal, de ofrecer ayuda a lo hombres de su majestad. ¡Y más cuando están desvalidos, cansados de navegar, y persiguiendo desde hace meses a temible pirata!
¿O acaso vos, cual judío infame, pretende no darse por pagado con la protección contra los piratas que le ofrecemos, ¡con el sudor de nuestra frente y la sangre de nuestros corazones!? ¡¿Es que vos, hombre de dios, no os consideráis un buen cristiano?!
*Lo de lso judíos es interpretativo, yo no tengo nada contra nadie de ninguna religión.
**¿Hago alguna tirada para convencerle?
Hombre señor.. yo esque... Dijo el hombre atemorizado. Vera.. no tenemos mucho.. Al menos pagueme la mitad del precio
Tranqui, lo de los judios ya me lo imaginaba, por aquellas epocas eran muy así..
-Ajá.. ajá... -Gervasio reflexiona un instante. -Necesito vituallas para seiscientos treinta hombres, y provisiones. ¿A cuento podría ascender la suma del pago?
Po...por ser usted se lo dejaría en 150 maravedís. dijo inseguro. Es un buen precio para usted...
Entorno los ojos y le miro amenazadoramente. -150 "maravivís" ¿cuanto es eso? ¡Maldición! ¿No estará intentando engañarme este miserable? -Pienso para mis adentros, en un instante de duda. -¿Donde estará Hughes cuando se le necesita?
-Está bien, así queda acordado. -Digo, mientras le tiendo la mano para cerrar el trato. -Podéis hablar con mi primer oficial para el pago. De momento enviaré a tierra a unos cuentos marinos para que ayuden con la carga de la mercancía.
El barco fue cargado rapidamente por los marineros en un vayven de barcas cargadas del barco al puerto y del puerto al barco, y a mediodía ya habían terminado. Hughes, pago al mercante con las ganancias obtenidas de las especias y gracias a su gran habilidad como negociador aún saco algo de beneficio y convenció al otro para que les regalara un barril de agua.
Con todo dispuesto el barco estaba listo para zarpar de aquel puerto.
Mi señor, conseguí una buena venta y un barril de agua de manos de ese timador. Os vendio demasiado cara la mercancia. Pero en fin... Ya esta todo listo para partir. Si me permite ayudarle a montar en la barca para llegar al buque..
-Humppfff... -Digo, tendiendole el brazo a mi contramaestre. -Ya me habían avisado, señor Hughes, que uno no puede fiarse de estos colonos, son como alimañas. Seguramente se les haya pegado algo de los salvajes del lugar.
Tras calzarme bien el sombrero, y quitar una arruga de la casaca, me siento en la popa y los remeros comienzan su esforzado trabajo de impulsar la pequeña embarcación.
Cierto capitán, las gentes que tienen poderes en estas tierras se creen más poderosos que la Corona. Algún día recibiran su merecido. Aseguró el hombre, mientras la barca llegaba a su destino.
Embarcamos de nuevo, tras unas horas de cansados tratos. Inmediatamente ordeno llamar a los marineros a bordo, y en menos de una hora nos encontramos dispuestos para partir.
-Extrañas gentes. -Murmuro, mientras desde el alcázar de popa me dipongo a guiar a mis hombres para enfilar hacia mar abierto y continuar nuestro viaje hacia Port Royal, en Jamaica.
De nuevo, acompañado por los luceros naranjas del atardecer, el Thermopylae despliega su pulcro velamen, y mientras las gaviotas revolotean a su alrededor, cazando, con hábil movimiento, los moluscos pegados al casco, y el mientras ajetreo del pequeño puerto permanece insensible a los movimientos del gran gigante, el galeón atraviesa las aguas, y para cuando el sol se oculta finalmente, y la oscuridad lo cubre todo, aún se distinguen, allá, lejos hacia el sur-oeste, las luces de los faroles que delatan su posición.
Perdon por la irregularidad, estoy liadísimo ultimamente.
El barco navegó toda la noche en calma, la noche era tranquila y la brisa nocturna que soplaba ayudaba a que el barco pudiera moverse con soltura en las aguas del Caribe. Los marineros que hicieron turno de noche se encargaban de mantener el rumbo con la mayor de las delicadezas, tanto que el barco se convirtió en una suave cuna que se mecía tranquila para los que dormían.
Finalmente el sol se asomó, primero timidamente, cubriendo el cielo de anaranjados tonos a su espalda y tiñendo las nubes de rojo y finalmente con todo su explendor devolviendo el color a las cosas que lo habían perdido durante la noche.
Con las primeras luces me despierto, la disciplina absoluta a la que se ve sometido todo marinero para sobrevivir en tan inpredecible medio, sumada a la disciplina férrea del ejército me habían convertido en un hombre duro, capaz de dormir poco y comer mucho.
Me aseo ligeramente, lavandome la cara para terminar de despertarme. Después, vistiendome con el unifrme del capitán, me acomodo en la casaca, y salgo finalmente a cubierta mirando el reloj de cadena.
-¿Algún avistamiento tempranero, señor Hughes?